Resulta ¿curioso? como nuestro compañero Francisco* utiliza la crítica que Marx realiza del fetichismo del valor de la mercancía en el mundo capitalista, para dar por válida esa interpretación capitalista y por supuesto la defensa del mercado, como la regla que debe regir la producción en el capitalismo y en el mundo socialista. En el […]
Resulta ¿curioso? como nuestro compañero Francisco* utiliza la crítica que Marx realiza del fetichismo del valor de la mercancía en el mundo capitalista, para dar por válida esa interpretación capitalista y por supuesto la defensa del mercado, como la regla que debe regir la producción en el capitalismo y en el mundo socialista. En el capitalismo ya lo vemos, en el socialismo, los especialistas encaramados al poder que interpretan esa regla y con la mejor «voluntad y eficacia» la ponen en marcha. Hacemos chupetes con sabor a menta y si la gente los compra, fenomenal, «Si no logran venderlo, entonces el trabajo gastado en su elaboración es inútil y, por lo tanto, no necesario socialmente». Pretende hacernos creer que en socialismo es el mercado el que marca las necesidades de ese hombre liberado del trabajo enajenado en su caminar socialista hacia el comunismo. Le resulta imposible imaginarse la Comuna de Marx, o el Soviet de Lenin, donde en vez del mercado, son las propias clases populares organizadas desde esa alternativa estatal; surgida desde los lugares donde se originan las contradicciones y donde las gentes siempre están: en las fábricas, en el campo, en los centros sociales, educacionales y culturales donde laboran; opinen y puedan decir y decidir colectivamente que necesidades se tienen que cubrir, que mercancías básicas son las que hay que producir y distribuir. Le resulta inimaginable que desde cada lugar de producción, desde cada localidad, la gente liberada, participe y solucione directamente los problemas que les compete, y los que no, por superar su limitada capacidad de resolución, elevarlos a los organismos superiores de gestión para que los tengan en cuenta.
Cuando cita el ejemplo chino de los malos tractores que se rompían, falsea el dato sobre la causa origen del problema, en ningún momento se le ocurre criticar que ese estado no es el estado alternativo, donde esos campesinos en vez de verse obligados a seguir consumiendo durante dos años los malos tractores, podrían inmediatamente al descubrirse el error denunciarlo y ascenderlo de forma natural (si existiese una estructura comunal) a los organismos superiores de gestión para que se adoptasen las medidas oportunas, y si no se adoptaban poder destituir inmediatamente a los responsables. Es evidente que a nuestro compañero no le dice nada lo que Marx resaltó de la experiencia de la Comuna de París cuando los delegados elegidos para que les representasen en la Asamblea de París, obligados a rendir cuenta de su gestión, eran inmediatamente revocados cuando defraudaban la confianza depositada en ellos. Lo cual, al mismo tiempo, rompe con la relación dialéctica del marxismo respecto a la producción y la gobernación. Visión estrecha de la democracia china al estilo de Stalin con una producción a cargo de los especialistas, puestos desde las alturas por los tribunos de turno. Porque habría que ver que interés particular se escondía detrás, ya que otras empresas chinas, si son muy competitivas, exportan incluso a occidente artículos de vestir y zapatos, muy competitivos. Si no ya nos dirá como es posible que en un socialismo se pueda dar esa falsa democracia con esos costes productivos tirados a la basura en forma de tractor. Precisamente en un país que se rige por esas reglas del mercado que tanto defiende nuestro compañero, donde la burocracia partidista del poder y la producción son las que marcan el llamado socialismo chino. Donde incluso los capitalistas pueden ser miembros del partido, y a su vez dueños de importantes corporaciones monopolistas.
Su negación a la planificación de las necesidades generales básicas del conjunto de la sociedad, le lleva a una interpretación incluso contradictoria con su defensa del mercado como forma económica en el capitalismo y en el socialismo, ya que en el mundo capitalista, si existe cierta planificación general. Lo que sucede es que en la fase de dominio oligárquico burgués esa planificación mediante los presupuestos del estado, se hacen de forma muy selectiva, que sirva, no al conjunto de la sociedad sino al servicio de la clase social en el poder. Sirven para una pretendida mayor competitividad que les lleva hasta privatizar servicios básicos como son, la sanidad, la educación, los transportes, el fomento de los planes de pensiones privados.
Después de haber sido el capitalismo (en palabras de Marx) el que acabó con la propiedad privada del trabajo, no como interpreta nuestro compañero a Marx, pretendiendo la vuelta a épocas ya superadas, a aquel artesanado del feudalismo y origen del capitalismo. El trabajo propio siempre ha sido trabajo social, colectivo, desde el trabajador que en Africa arranca de la tierra materias primas, hasta el obrero del país desarrollado que la convierte finalmente en objeto sofisticado de consumo. Lo que sucede es que eso no lo ven los «buenos» marxistas, porque rinden pleitesía al productivismo capitalista, con su libre mercado y su visión parcelada del proceso productivo, y la consideración que se tiene del ser social productivo.
Es evidente que tal vez el marxismo no haya insistido lo suficiente, incluso entre la gente que se considera marxista, en resaltar el sentido humanista del socialismo y el comunismo, de provocar la necesidad de que la gente se vea en esa grandeza del ser liberado del trabajo enajenado, de sentirse en ese mundo donde a través del trabajo creativo y solidario que todo individuo es capaz de sentir y ejercer, se realiza material y espiritualmente. Donde al mismo tiempo, entre sus semejantes se sienta reconocido por su labor creativa y solidaria. Una grandeza que permitirá al individuo liberarse del fetichismo de las falsas mercancías que el afan de lucro capitalista impone. Una sociedad basada en la solidaridad, donde todos, integrados y participando pueden liberarse de la multitud de angustias e incomprensiones que en la actualidad padece, pudiendo abordar directamente los problemas reales desde el fondo que los origina, sin buscar su solución en falsos dioses o fetiches consumistas. Lamentablemente ese trabajo está pendiente de realizar. La gente se siente cada vez más angustiada, y más necesitada de una explicación del por qué esas angustias y en que mundo terrenal, sin esperar a subir al cielo, pueden ser superadas.
Tal vez si interpretáramos y resaltáramos la importancia de los Manuscritos Económicos y Filosóficos de Marx, nos ayudaríamos a superar la utilización estrecha del materialismo dialéctico en nuestros análisis.
La denuncia de las reglas económicas del capitalismo tampoco ha demostrado, (sobre todo en los países desarrollados) ser la forma eficaz con la que superar la falta de influencia comunista, que permita la toma de conciencia entre las masas explotadas y alienadas