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El lado oscuro del corazón

Fuentes: Rebelión

Puede, incluso, hasta resultar gracioso; pero es lastimero. Y es que uno, por más que se empeñe, no se habitúa. Siempre piensa, espera, deja una gotica de confianza porque conoció antes, fue testigo en un tiempo y tal vez, quién sabe, capaz que… Uno y su bobería. La llaneza. Pero no. En Miami no es […]

Puede, incluso, hasta resultar gracioso; pero es lastimero. Y es que uno, por más que se empeñe, no se habitúa. Siempre piensa, espera, deja una gotica de confianza porque conoció antes, fue testigo en un tiempo y tal vez, quién sabe, capaz que… Uno y su bobería. La llaneza. Pero no. En Miami no es problema de equivocación o una mala jornada. Las cosas son como son y sanseacabó. No le busques las peras al olmo y, la música, vete a tocarla donde mejor te convenga menos aquí. Entonces, sientes pena; pena ajena. Y un dolor grande, que es, también, físico.

Porque no es buena; la miseria no es buena. Que en el amasijo de una presión que nunca sabes de qué lado viene o quién la provoca desconozcas el verdadero culpable de tus desgracias, está bien. Y el «Yo estoy pagando por esto y tengo el derecho» que se dice en el restaurante o el «No estaba entre mis responsabilidades» que suelta la oficinista o el «Se supone que estuvieras a las ocho y, por eso, me fui» que, quien iba a adelantarte hasta el lugar donde trabajan juntos, te responde. Pero buena no es. Ni la miseria, ni la mansedumbre, ni el rozar la belleza sin notarla o creer que del rábano, sólo importan sus hojas. Hasta gracioso puede resultar porque el absurdo siempre lo es; y chuparte los dedos y llamar a Juan o a Pedro para compartir la nueva ocurrencia y reírse, entre los dos, de los peces de colores a carcajadas. Sin embargo Miami se viste de serio, de hombre cabal y digno, con chasquido de lengua y brazos cruzados para aclararte, por si alguna duda te quedaba, que se está siendo muy profundo, totalmente objetivo en el asunto de marras que hoy dilucidamos. Si – ojo – Miami es seria, clara, libre, tan bondadosa que te hacen el cuento y pides que te lo repitan porque no te lo crees.

En este sitio cualquier cosa es noticia, todo publicable, la mayor idiotez posible. Siempre a la caza. En vela perenne. Con la pupila alerta para atrapar el más mínimo desliz, si, al otro lado del río, muchísimo mejor. Lo que ves es lo que no hay; si remontas la corriente en sentido contrario, quizás cuando te acerques al verdadero sentido de lo que no se ha dicho. Para colmo con ese castellano que, al decir de un amigo, es el mismo que hablaban los voluntarios de la corona española en el XIX y un razonamiento que, insiste él, data del 20 de Mayo de 1902. Así como, lo menos imaginable, te lo encuentras, lo más insospechado llena un artículo, también, en Miami, al igual que de literatura, o de música, o de deportes, o de plástica o teatro, se habla de cine; de cine cubano. Con el mayor aplomo, con la total seguridad que ofrece un receptor que casi nunca sabe por dónde va el partido. Como la oficinista, como el cliente, como aquel que iba a echarte una mano, pendiente más del que te dio el codazo en el pupitre de al lado que de la clase que orienta la maestra. Descubriendo el agua tibia, frotándose las manos, relamiéndose de gusto, en los periódicos locales se habla de «lo que puede esperarse hoy de una cinematografía en quiebra», de «humillante alianza con productores de rapiña que van a La Habana en busca de carne fresca», de «una mirada complaciente, paternalista en última instancia, cercana a la postal turística» o de «cine sin escrúpulos». ¡ En Miami! Donde el más talentoso artista debe correr la teca y la meca para conseguir los cuatro quilos que hagan posible su proyecto, la mayor de las veces sin conseguirlo; donde reina el más absoluto silencio ante tanto desastre y puerilidad llegado de ese Hollywood que, un tiempo atrás, a los mismos que, ahora, ni fú ni fá, hacía saltar con rabia desde la luneta. ¡Miami! Que más pintura, embarre, barnicito barato y maraquita de feria no puede ser. Cuando hay una televisión, de patadas y trompones , y gritos y bachatas, y caduqueces y simplismo evidententemente revertiendo lo mejor que hemos sido y faltándonos descaradamente el respeto, a quien nadie parece ofender. Ni importar, ni malherir, ni incomodar, ni remorderle la conciencia en la cómoda butaca. Parece que es cuestión de geografía, de según el ojo con que se mire al animal. Lo que, para Cuba es símbolo de crisis para esta otra parte del juego es señal de libertad, de posibilidades posibles, de amplitud genérica que sólo una democracia hecha y derecha permite. Venderse al mejor postor, aflojar la mano en vistas de adornar la píldora por conseguir lo, sustituir valores para, únicamente cabe, como opción, en cierto espacio. Y viro mis espaldas.

Y es que Miami, donde lo mismo se hace una fiesta a un muerto que un velorio a un recién nacido, es capaz de esto y de males mayores. Hasta la estratosfera puede ser lanzado un bodrio como Malabana sólo porque «revela la miseria moral de una sociedad empeñada en sobrevivir a toda costa» y «el entorno físico, sórdido, decadente, es una muestra dolorosa de ruina y abandono», porque «pone al descubierto una serie de situaciones que si bien siempre han existido en Cuba, su contexto se mantenía en secreto» y «aborda temas como el narcotráfico, la corrupción, el comercio con arte robado» o esos males de las «drogas, engaños, simulación, robos, homosexualismo». Sí, ¡homosexualismo!; leíste bien. Pero no se habla de complejidad, ni de hondura, ni de aliento, ni de construcción dramatúrgica, búsqueda artística o espesura. Tampoco de un humor fatuo, pintorequista, ralo o situaciones mil y una veces vista en aras del gancho más ramplón. Por ahí no va el juego; Malabana, como es lógico, no entra dentro de la crisis. Como no entró, en su momento, Suite Habana o Monte Rouge luego maldecidas al aclarar, sus realizadores, qué se proponían con ellas y, con malas caras y paso lerdo, obligados los comerciantes a retirar, de su establecimiento, el cartelito de «censurada por el gobierno» que sus buenas ganancias iban generando. En Miami, aunque se venden, poco se habla de Nada, Utopía, Tres veces dos, Video de familia, Mata que Dios perdona, Frutas en el café o ¡Viva Cuba! En secreto se mantiene, porque no somos sonsos, ni anormales ni parapléjicos, que la crítica del propio país, sin cortapisas, señala que «los pocos aciertos del cine cubano actual hacen pensar en la decadencia de toda una cinematografía que, inmersa en el desastre, pide a gritos una renovación», o que «salvo honrosas excepciones, como Lucía o Memorias del subdesarrollo, la mayor parte de las obras se quedan a medias», o que inquiera » ¿Tendrán que seguir temas y tratamientos, que no gustan a qu ienes deciden, siendo pasto de festivales o muestras esporádicas?», o, valorando las últimas realizaciones, piense que » ya podemos hablar de puertas abiertas al talento joven, de estéticas más plurales y directas, de un rescate del cine de género (tan desatendido por el cine precedente) más allá de la comedia costumbrista y folklórica, de una búsqueda en el perfilado de la narración, aunque esta casi nunca sea aristo-télica, lineal y en tres actos». Porque no se puede andar con cuentos de conejos ni florones en la cabeza, menos ante un pueblo que, duélale a quien le duela, pésele a quien le pese, está preparado para captar muchas más cosas que las que cualquiera se imagina. Si alguien está claro de por dónde anda su cine no quepa la menor duda que es el propio cubano. Porque, entre muestras y competencias, con todo el desbalance y el desajuste y el logro parcial, se realizan allí más de 40 eventos cinematográficos cada año que ya quisieran para sí muchos países en Latinoam érica y hay una Escuela Internacional de Cine y Televisión que, no se atrevería a decir nadie, sus méritos no consigue. Miami, burda y vana, como de costumbre, cree tener al cielo cogido por las barbas; sin el más mínimo pudor, sin el más ínfimo sentido ético, sin gota de decoro; pretendiendo que paguen justos por pecadores tras su mirada soberbia, resentida, fosca, en la cual, luego del punto que se señala, nunca habrá un tono edificante o reconciliador; donde no interesa, en realidad, el desarrollo o no del cine cubano, ni interesas tú ni intereso yo. Vengan lunares y que siga la fiesta que la cuenta va por casa.

Aquí nunca hay vuelta atrás para mirarse la cola. Arropadas en el celofán de un diseño que, sólo, permite encontrar culpables a titulo personal y de ninguna manera por entre el amasijo del entramado socio-económico, las voces se levantan, encolerizadas, para atacar y maldecir; en todo caso, cuidándose, como gallo fino, de no andar por esas gavetas, un tanto peligrosas, del descontento ante las injusticias o el reclamo de mejores condiciones de vida que, los que no soportan más, gritan cada día desde cualquier rincón del mundo. Hay amores y amores. Y los de Miami parecen, únicamente, encapricharse en los que no funcionan bien en Cuba. Luego que no les importa, a saber por la poca atención que se le presta, qué sucede realmente con el más auténtico cine que se hace en la región, si es reflejo de nuestra cultura, si la imagen que propone engarza con aquella que de nosotros quiere tenerse o, por el contrario, es defensa de la identidad más raigal; luego que no se le programa, que no se le merita, no se menciona; luego de tal, se exige y reclama, con indignación, preocupados, haciendo mofa del desvarío; pretendiendo lucidez, procurando sutileza. El desarrollo que pueda, o no, tener el cine cubano interesa poco, como poco interesas tú o intereso yo. Es parte del juego. Las reglas de la comedia. El tono miserable de quienes cruzan los brazos, chasqueando la lengua, para vestirse de serio, de hombre cabal y digno, aclarándonos, por si alguna duda nos quedaba, que se está siendo muy profundo, totalmente objetivo, en el asunto, de marras, que dilucidamos hoy. Tan clara, tan libre, tan bondadosa, Miami hace una lectura superficial, epidérmica, sobre cualquier discurso. Nunca se entera. Nada que ver lo transcendente o aquello que porte signos de universalidad o vaya, por encima, de lo meramente coyuntural. Su óptica es diferente, y se enreda, y contradice, queriéndonos devolver, cuando habla de «postales» y de «complacencia» y de «búsqueda de carne fresca», un pasado, justo, donde el pan nuestro de cada día era la visión folklorista y rosácea de un país, sólo grato por sus palmitas y su rumba. Lo que sucede es que al parecer, además de geográfico, el asunto es epocal. Ahora es humillante lo que, unos años atrás, «reflejaba» la esencia de nuestra idiosincrasia. ¿Por qué parte del cuerpo debemos coger la mosca?

Miami se hace el sueco ante lo que le conviene. Obvia su propia bagatela. Olvida a los que, por sus mismas calles, corren tras esa «caricatura paternalista» para desternillarse de risa reconociéndose en los mismos personajes que le devuelve su televisión, y sus show radiales, y sus puestas en escena, y su cabaret. No tendría mejor público «la crisis», ni mejor aceptación, que por entre los que, en un mundo audiovisual requeteinventado y farsesco, caminan, se ven obligados a establecen sus códigos, desde que ponen un pie fuera de la cama hasta que se acuestan. Pero esto no da puntos. No integra el pasaje de la comedia. No pone, en evidencias, el tropiezo de ningún proyecto social fuera de cómo lo imaginamos. Porque no se trata de si es cierto lo que se dice sino de con qué intención se hace. Mientras en Cuba, tontos, parapléjicos, subnormales, hablan de que «el pensamiento de izquierda necesita que se especule, debata, cree, necesita propuestas audaces sin autocensuras, para reverdecer» y que al ICAIC se le defina como el espacio «donde el aire putrefacto permanece inmóvil hasta que los huracanes lo sacuden unos meses y punto», clamando por el rescate de una autenticidad en decadencia, Miami, cacareando sobre el mismo tema, persigue desacreditar, aprovechándose de las manchas, para dirigir la corriente hacia otro rumbo, el suyo. Ese tan lleno de intenciones malsanas y costuritas de guerra. Lejos de lo que pudiera enaltecernos como seres humanos.

Puede, incluso, hasta resultar gracioso; pero es lastimero. Y es que uno, por más que se empeñe, no se habitúa. Siempre piensa, espera, deja una gotica de confianza porque conoció antes, fue testigo en un tiempo y tal vez, quién sabe, capaz que… Uno y su bobería. La llaneza. Pero no. En Miami no es problema de equivocaciones o una mala jornada. Las cosas son como son y sanseacabó. No le busques las peras al olmo y, la música, vete a tocarla donde mejor te convenga menos aquí. Entonces, sientes pena; pena ajena. Y un dolor grande, muy grande, que, por momentos, es, también, físico.

Aramís Castañeda Pérez de Alejo es crítico santaclareño radicado en Miami.

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