Un día murió un hombre reconocido por todos como muy bueno y caritativo y, como era de esperar, fue al Cielo, a disfrutar de la Eternidad. Al tiempo, cansado de compartir nubes y solos de arpa con los angelitos y querubines, aburrido de tanta serenidad, fue a ver al Creador y le propuso: – Dios […]
Un día murió un hombre reconocido por todos como muy bueno y caritativo y, como era de esperar, fue al Cielo, a disfrutar de la Eternidad.
Al tiempo, cansado de compartir nubes y solos de arpa con los angelitos y querubines, aburrido de tanta serenidad, fue a ver al Creador y le propuso:
– Dios mío, quisiera que me permitieras conocer el infierno por una noche, quiera saber por mí mismo como es.
Dios, en su infinita bondad, le dijo: -Si es tu voluntad, así sea.
Hechos los trámites burocráticos correspondientes, nuestro hombre, esa noche fue de turista a conocer el Infierno.
Conducían a la entrada unas escaleras de mármol de Carrara. Vio por doquier luces de neón y la puerta se abrió de manera espectacular, dando paso a un salón donde, en mesas con finísimos manteles y delicada cristalería, los más refinados manjares y los caldos más cotizados, lo esperaban despampanantes mujeres que bebían whisky añejo de 18 años.
No se lo podía creer: pasó la mejor noche de su eterna existencia y regresó de madrugada al Cielo.
A la mañana siguiente, habló con Dios y le manifestó su deseo de mudarse definitivamente al Infierno. El Altísimo nuevamente aceptó.
Arreglados sus asuntos y los papeleos correspondientes, a la semana estaba camino del Infierno. Subió las mismas escaleras y se abrió nuevamente la puerta, pero esta vez cayó a una sartén gigantesca de azufre hirviente. Se hundió en ella mientras el diablo lo punzaba con su tridente, pero con esfuerzo logró colgarse del borde. Sacó la cabeza y miró al Diablo sentado en su trono y le dijo:
-Diablo, ¿A qué se debe esto? ¡Yo estuve aquí la semana pasada y todo era maravilloso…!
El Diablo respondió:
– Es que una cosa es el turismo y otra la inmigración.