Recomiendo:
0

Hace mucho perdimos la brújula moral

Fuentes: La Jornada

En una era en la que lord Blair de Kut al Amara puede identificar a las «ideologías malignas» y Al Qaeda llama «buenas noticias» para la «nación del Islam» a un ataque suicida que mató a 156 chiítas iraquíes, doy gracias al cielo por nuestros lectores, en particular John Shepherd, catedrático principal de estudios religiosos […]

En una era en la que lord Blair de Kut al Amara puede identificar a las «ideologías malignas» y Al Qaeda llama «buenas noticias» para la «nación del Islam» a un ataque suicida que mató a 156 chiítas iraquíes, doy gracias al cielo por nuestros lectores, en particular John Shepherd, catedrático principal de estudios religiosos en la Universidad de Saint Martin, en Lancaster.

En respuesta a un comentario mío -en el sentido de que «en el fondo» y aunque estemos equivocados, tenemos la sospecha de que la religión tuvo algo que ver con los atentados en Londres- el señor Shepherd me amonestó amablemente. «Me pregunto si hay algo más que eso», señala. Y me temo que él está en lo correcto y yo me equivoqué.

Sus argumentos están contenidos en un artículo brillantemente concebido sobre las raíces de la violencia y el extremismo, tanto en el judaísmo como en el cristianismo y el Islam, y sobre la urgente necesidad de hacer que todas las religiones sean «seguras para el consumo humano».

De manera muy sencilla, el señor Shepherd da un paseo por algunas de los más horribles fragmentos de la Biblia y el Corán -que preferimos no citar y ni siquiera recordar-, y encuentra que los asesinatos masivos y las limpiezas étnicas son bastante bien aceptadas, si lo tomamos todo literalmente.

La «entrada a la tierra prometida» de los judíos estaba claramente acompañada de una conquista sangrienta y un futuro genocidio. La tradición cristiana ha absorbido esta herencia y entrado a su propia «tierra prometida» con una falta de escrúpulos que se extiende hacia un antisemitismo cruel. El Nuevo Testamento, señala el señor Shepherd, «contiene pasajes que, de aplicarse bajo las leyes británicas contra la incitación al odio racial», podrían publicarse como nuevas hoy en día.

La tradición musulmana -con su desprecio por la idolatría- contiene, en la carrera del profeta, escenas de derramamientos de sangre y asesinatos que son «muy impresionantes para las sensibilidades religiosas modernas».

Así, por ejemplo, Baruch Goldstein, el médico militar israelí que masacró a 29 palestinos en Hebrón, en 1994, cometió este asesinato masivo en el Purim, una festividad que celebra que el imperio persa entregó a comunidades judías, lo cual fue seguido de una matanza a gran escala con la que los judíos «se vengaron de sus enemigos» (Esther 8:13).

Los palestinos, por supuesto, representaban el papel de los persas y también la han hecho de los amalequitas («maten a hombre y mujer, niño y lactante, buey y oveja, camello y asno» 1. Samuel 15:1,3). La «tierra prometida» original era en gran parte lo que ahora es Cisjordania, y de ahí la colonización de las tierras palestinas; y no incluía la planicie costera. (La sugerencia de que Israel debería trasladarse más hacia el este, y dejarle Haifa, Tel Aviv y Ashkelon a los palestinos de Cisjordania, no tiene muchas posibilidades de encontrar simpatizantes entre los gobernantes israelíes).

El tema del «pueblo elegido», mientras tanto, se mudó hacia el cristianismo; entre los protestantes de Irlanda del Norte, por ejemplo (¿recuerdan el pacto del Ulster?); también se fue a Sudáfrica y, en muchos aspectos, a Estados Unidos.

El Nuevo Testamento está condimentado de un virulento antisemitismo, al acusar a los judíos de matar a Cristo. Lean a Martín Lutero. El Corán exigía la sumisión forzada de los pueblos conquistados en nombre de la religión (Corán 9:29), y el sucesor de Mahoma, el califa Abu Bakr, asentó específicamente que «trataremos como infiel a cualquiera que rechace a Alá y a Mahoma, y le haremos la guerra santa… y para ello no existe más que la espada, el fuego y la matanza indiscriminada».

Así que ahí lo tienen. ¿Cómo puede tratar con todo esto el señor Shepherd? La política de asentamientos debe ser rechazada no porque es teológicamente cuestionable, sino porque arrebatar las posesiones de un pueblo es malo desde el punto de vista moral. El antisemitismo debe ser rechazado no porque es incompatible con los evangelios, sino porque es incompatible con una moralidad básica fundamentada en valores humanos en común.

Si ha de condenarse la violencia musulmana, no es porque Mahoma es malinterpretado, sino porque viola los derechos humanos básicos. «Los asentamientos en Cisjordania, el antisemitismo cristiano y el terrorismo musulmán no son malos moralmente porque sean cuestionables teológicamente, son cuestionables teológicamente porque son moralmente malos».

Y es verdad que la mayoría de los cristianos, judíos y musulmanes se enfocan en los aspectos tolerantes y moderados de sus tradiciones. Preferimos no aceptar el hecho de que las religiones de los hijos de Abraham son inherentemente imperfectas debido a su intolerancia, discriminación, violencia y odio.

Si entiendo bien la tesis del señor Shepherd, sólo cuando colocamos el respeto a los derechos humanos por encima de todo lo demás y hacemos que la religión se ciña a los valores humanos universales, lograremos encontrar la raíz del problema.

¡Fiu! Ya puedo escuchar el rugir de los fundamentalistas. Y debo decir que probablemente sean los islámicos los que rujan más fuerte. La reinterpretación del Corán es como arena movediza: peligrosa para quien se acerque y tan resbalosa que ningún musulmán se aventuraría a aproximarse.

¿Cómo podemos sugerir que una religión basada en la «sumisión» ante Dios debe «someterse» en sí a nuestros muy occidentales y sonrientes «valores humanos universales?» No lo sé, especialmente cuando nosotros los «cristianos» hemos fracasado en gran medida al no condenar nuestras propias atrocidades; de hecho, hemos preferido olvidarlas.

Como ejemplo están los cristianos que masacraron a musulmanes en Srebrenica. O los cristianos -libaneses falangistas aliados de Israel- que entraron a los campos de refugiados de Sabra y Chatila en Beirut y asesinaron a mil 700 civiles palestinos musulmanes.

¿Recordamos eso? ¿Nos acordamos de que esas masacres ocurrieron entre el 16 y 18 de septiembre de 1982? Sí, acaba de ser el 23 aniversario de ese pequeño genocidio, y sospecho que The Independent será uno de los poquísimos periódicos que lo recuerde. Fue en esos campos, en 1982. Yo anduve entre los cadáveres. Algunos cristianos falangistas en Beirut hasta llevaban estampas de la virgen María en los mangos de sus armas, como lo hacían los cristianos de Bosnia.

Por tanto, ¿estamos en posición de pontificar ante nuestros vecinos musulmanes? Prefiero pensar que no. Porque la condición de los derechos humanos se ha erosionado por nuestra temeridad, nuestra invasión ilegal a Irak y la anarquía que hemos permitido ahí, nuestra flagrante negativa a permitir la expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania, nuestras constantes y quejumbrosas demandas de que los líderes musulmanes deben rechazar a los asesinos que toman los textos religiosos demasiado literalmente. Hace mucho perdimos nuestra brújula moral.

Cien años de interferencia occidental en Medio Oriente ha dejado la región tan llena de grietas, fronteras artificiales y tan llena de injusticias que no estamos en posición de dar lecciones al mundo islámico sobre derechos y valores humanos. Olvídense de los amalequitas, los persas, Martín Lutero y el califa Abu Bakr. Mirémonos en el espejo y encontraremos la escritura más aterradora de todas.