En Tanger, donde me crié allá por 1960, conocí a Eduardo Haro Tecglen, el cronista rojo de El Pais fallecido en Madrid el pasado 18 de octubre. Precedido por una reputación de gran profesional, llego a la Ciudad del Estrecho para dirigir el diario de lengua castellana, España, que allí se editaba desde que las […]
En Tanger, donde me crié allá por 1960, conocí a Eduardo Haro Tecglen, el cronista rojo de El Pais fallecido en Madrid el pasado 18 de octubre. Precedido por una reputación de gran profesional, llego a la Ciudad del Estrecho para dirigir el diario de lengua castellana, España, que allí se editaba desde que las tropas de Franco, en 1940, habían ocupado esa urbe administrada entonces por las naciones firmantes del tratado de Algeciras (1906).
Eduardo sustituía a otro gran periodista, Manuel Cerezales. Pero a diferencia de éste que era – además de esposo de la novelista Carmen Laforet – una persona reservada y casi encerrada en su universo profesional, Haro y su esposa de entonces Pilar Ybars se integraron de inmediato al mundillo intelectual de Tánger.
En aquella época, aunque Marruecos había conseguido su independencia en 1956 y por consiguiente Tanger habia perdido su caracter internacional, aun flotaban en el aire los efluvios excitantes del cosmopolitismo reciente. Alli, en el cruce de dos continentes y de dos mares, coexistian religiones (musulmana, judia, cristiana, hindu), etnias (bereberes, arabes, sefardies, europeos latinos, britanicos y nordicos, e indios de la India ) y lenguas (rifeño, arabe dialectal, haquitía de los judíos sefardíes, castellano-andaluz, francés, italiano, inglés y maltés).
En aquella pequeña Babel, el nivel cultural era exigente. Los principales creadores se reunían en torno al escritor y critico de cine Emilio Sanz de Soto. Entre quienes participaban en lo que podríamos llamar su tertulia, cabe citar al escritor Ángel Vázquez (autor de La Vida perra de Juanita Narboni), músicos como Alberto Pimienta, pintores como Juli Ramis, Antonio Fuentes y José Hernández. También acudian alli, autores famosos afincados en la ciudad como el estadounidense Paul Bowles y su esposa, la novelista Jane Bowles. Que, a veces, venian en compañia de autores de la talla de Truman Capote o de William Burroughs.
A éste grupo de integro Eduardo Haro Tecglen. Él habia sido, entre 1957 y 1960, corresponsal en Paris del diario madrileño Informaciones, y hablaba francés con fluidez. Se habia impregnado mucho, en esa época que fue de gran debate sobre la guerra de Argelia, de cultura política francesa. Y estaba muy familiarizado con la obra de Albert Camus, de Jean-Paul Sartre y con todo lo que se llamaba el «compromiso político».
En aquel enriquecedor ambiente tangerino, empezó a despuntar también el genio creador de su hijo Eduardo Haro Ibars (muerto del sida en 1988 a los 40 años), quien luego seria el principal poeta de la movida madrileña.
Haro Tecglen, salvando las trampas de la censura, transformo el periódico España, a pesar de que éste estaba al servicio de la propaganda del régimen franquista. Para quien sabia leer entre las líneas, sobre todo en las noticias del extranjero, este periódico era de un gran atrevimiento político.
Con esa experiencia de conseguir ser audaz para el lector inteligente, Eduardo fué llamado, en 1968, por José Ángel Ezcurra para asumir la subdirección del semanario Triunfo. Ya en el tardo-franquismo, alcanzó en esa función su apogeo profesional, convirtiendo a esta publicación (en la que tuve el honor de colaborar junto con, entre otros muchos, Manuel Vázquez Montalbán y Ramón Chao) en una lectura obligada para todo demócrata en España.
El resto de su trayectoria es de todos conocido. Nos queda, para siempre, su ejemplo.