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Entrevista con el escritor español Juan Madrid

Cuaderno del artesano

Fuentes: La Jiribilla

Juan Madrid es un frecuentador de La Habana y de nuestro continente hispano también. De hecho este 2005 ha estado por América Latina casi a tiempo completo. Nos frecuenta con esa vocación de mezclarse con la gente llamada común que ha privilegiado en obras suyas como Brigada Central, tan vista y aplaudida entre nosotros. Madrid, […]

Juan Madrid es un frecuentador de La Habana y de nuestro continente hispano también. De hecho este 2005 ha estado por América Latina casi a tiempo completo. Nos frecuenta con esa vocación de mezclarse con la gente llamada común que ha privilegiado en obras suyas como Brigada Central, tan vista y aplaudida entre nosotros. Madrid, confeso insistente de su condición de novelista que hace cine y no viceversa, alterna su creación literaria y cinematográfica con la docencia, de la que es testigo la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, donde imparte talleres acerca de la escritura del guión. En cambio, por estos días regresa como jurado de óperas primas, un rol que asume cuidadosamente.

«Siempre me ha costado mucho trabajo ser juez y en verdad es muy difícil, pero como tengo compañeros que me van a atenuar este peso, creo que al final podemos sacar algo que sea interesante. Es muy subjetivo siempre este trabajo. En mi caso nunca me he presentado a ningún concurso, pero me parece que es muy valioso un premio para un joven que empieza y sobre todo por el prestigio que tiene el Festival de La Habana. He leído la sinopsis de algunas películas, otras ya las he visto en Argentina y otros lugares, y tengo la impresión de que el nivel es muy alto.

«Creo que lo más interesante que se está haciendo hoy en el mundo está saliendo de Latinoamérica y no solo en el cine, sino en su nuevo discurso político, social, humanista. He estado en toda Latinoamérica este año y hace tiempo he venido constatando esa idea. El cine es una expresión más de ese nuevo discurso que está apareciendo.»

Decía Andrei Mijalkov-Konchalovski que el cine de ficción ya no le interesaba porque el que se hace es algo caduco…

No quisiera polemizar con los grandes directores rusos, pero para mí eso no es cierto. Faltan historias, las de este tiempo. Ya él y otros maestros han contado sus historias, pero quedan las nuestras, las de estas generaciones. La renovación es una tarea que debe surgir sin que uno se lo plantee, debe ser lo más puro, lo más propio. Lo nuevo para mí no está en proponerse una vanguardia a priori. Es un concepto que se ha manejado con demasiada ligereza. No existe una manera tradicional y absoluta de narrar. En mis clases siempre insisto en que no se ha contado todo, porque hay una tendencia, fundamentalmente en los jóvenes, a suponer eso, a dejarse influenciar por esa opinión. Es ahora cuando hay que contar de la manera en que usted honestamente lo crea, que sea capaz de emocionar e iluminar porque tampoco considero que ningún arte, y menos el cine, sea un ejercicio estético, sino más bien una forma de entendernos un poquito más los seres humanos.

Usted ha citado varias veces a Manuel Puig como su maestro en el arte de contar historias. ¿Cuáles de sus consejos ha seguido al pie de la letra y cuáles ha dinamitado?

Como soy un niño de los callejones de Málaga, todavía le tengo respeto a los viejos, sobre todo a los que me han enseñado en literatura. Él siempre me decía: «que se te entienda todo y que sea breve. Si puedes reducirlo es que está mal, entonces intenta decir lo mismo con menos palabras». Y eso lo sigo.

Después de haber dirigido Tánger (2003), ¿considera que ha variado su método de trabajo en torno al guión? ¿Ha cambiado en algo su relación con los directores que asumen sus textos para el cine?

Creo que mi obra literaria es muy visual porque sueño las novelas antes de escribirlas. Desde niño tengo tal capacidad de imaginar que veía los seres de carne y hueso moviéndose delante de mí y me saludaban con total nitidez. El salto al cine pensé que iba a ser diferente. Solo rodé el 60% del guión que yo quería rodar y ahí descubrí que existen cosas en la producción que un director no puede controlar: días que llueven, actores que repiten, fotógrafos que tardan mucho en iluminar, operadores que no hacen los movimientos como uno quiere… Hay montones de limitaciones que uno no se encuentra cuando escribe una novela. Soy un viejo artesano que trabaja obsesivamente la novela, mientras que en el cine se trata de un proceso de producción muy grande. Pero es algo que me ha fascinado, aunque te digo que soy un novelista que hace guiones y películas, no un director de cine que hace novelas. A mí me queda probablemente veinte años de vida y los cuento por libros que me faltan por escribir o películas por filmar. Según mi cuenta, me quedan cinco o seis libros y un par de películas por escribir y dirigir. Mi vida sería muy feliz si lo logro hacer.

¿Esta experiencia de dirección ha cambiado en algo su manera de asumir el guión?

Eso sí, he aprendido mucho y les digo a mis alumnos en las clases que es fundamental conocer de ese proceso de producción para escribir el guión de una manera u otra.

Hace poco se refería a la presencia del imperio de Hollywood también en España. ¿El éxito en el mercado norteamericano de las películas de Almodóvar y más recientemente de Alejando Amenábar ha establecido alguna variación en cuanto a la relación del espectador español con su cine?

Sí, sobre todo en el espectador medio, no en el cualificado como el que viene aquí o el propio espectador cubano que es el más sensible de América y uno de los más cualificados del mundo. Tengo que decir que el cubano sabe mucho de cine y ve más películas de las que ve un español. Este quizás vea más filmes americanos, pero el cubano ve más películas de todas partes. Y no digamos del espectador latinoamericano que no ve nada, a no ser cuatro porquerías americanas, lo peor de ese cine.

Los estadounidenses han creado una estética y los que no la encuentran se aburren; están acostumbrados a esa manera de contar en el cine. Esto ha hecho y está haciendo mucho daño. A mí me molesta porque está coartando mi libertad para ver cine japonés, finlandés, argentino o europeo que ni siquiera puedo verlo en España, a no ser en cuatro o cinco cines de Madrid o de Barcelona. Es una forma más de ejercer el imperialismo. Los directores rompen las escenas en 75 planos. Ahora estoy viendo cine latinoamericano ―surgido en gran medida de la Escuela de San Antonio de los Baños― donde están poniendo la cámara de otra manera que te deja pensar más, que no es tan rápida como la publicidad. Hay una cualidad ideológica en esa forma de hacer. El cine europeo, que era en general así, ha ido perdiendo esa cualidad y algunos directores del viejo continente, incluso españoles, comenzaron a producir como los americanos. Hablo del cine con vocación imperial, porque también se hace buen cine en los EE.UU. Pero como viajo mucho, he visto la misma película en Madrid, en la Amazonas y en Asunción.

Ha sido un hombre que ha frecuentado también la TV. ¿Qué opinión le merece la manera en que las nuevas tecnologías cinematográficas se insertan en el lenguaje televisivo? ¿La llegada del cine digital le ofrece retos también a la escritura?

Lo de las nuevas tecnologías va a revolucionar este arte, pero no el guión. Va a crear un estilo más limpio, más barato, más rápido y va a acabar con ese horror que es el productor que da dinero. Se puede hacer de una forma más económica y sencilla. Se tendrá que prescindir de grandes películas, con mayores sutilezas, con más claroscuros, pero es otra opción que hay que potenciar. Y eso no supone ninguna afectación en cuanto al guión. Un director es un contador de historias. Tiene que saber contar aunque sea otro quien le escriba y en eso no influye técnica alguna.

¿Todavía anda con un cuaderno a cuestas? ¿Puede adelantarnos algunos de esos apuntes?

Sí. Acabo de llegar y ya estoy anotando unas anécdotas que me acaban de contar en el jardín del hotel.