Recomiendo:
0

¿Hasta dónde puede resistir la fortaleza moral?

Fuentes: Rebelión

En conversaciones con amigos o simplemente en elucubraciones frente al espejo mientras nos afeitamos, muchos de nosotros seres humanos a los que les tocó alcanzar la edad de la razón a comienzos del siglo XXI nos planteamos alguna vez la gran pregunta : ¿Es ésta realmente la peor época de la humanidad, o hubo peores […]

En conversaciones con amigos o simplemente en elucubraciones frente al espejo mientras nos afeitamos, muchos de nosotros seres humanos a los que les tocó alcanzar la edad de la razón a comienzos del siglo XXI nos planteamos alguna vez la gran pregunta : ¿Es ésta realmente la peor época de la humanidad, o hubo peores ? Pregunta tal vez menos ociosa de lo que parece : si llegamos a la conclusión de que, por ejemplo, lo pasaron mucho peor los europeos durante las grandes pestilencias de la Edad Media, o los incas y los mayas durante las invasiones de los bárbaros ibéricos en el siglo XVI, podemos seguir afeitándonos con un suspiro de alivio al reconocer que, después de todo, si eres blanco, de clase media, residente en un país del primer mundo y posesor de uno de esos pasaportes que, como dijo Eduardo Galeano, «resbalan sin problemas en las fronteras», al menos para ti no es ésta la peor época de la humanidad.

Ahora bien, a parte el hecho de que los blancos de clase media residentes en paises etc. sólo constituyen una diminuta minoría de la población mundial, me temo que hay suficientes motivos para creer que sí, lamentablemente, a la humanidad en general nunca le fue peor que ahora.

Por lo menos tres factores absolutamente nuevos en la historia de nuestra especie respaldan esta convicción : el aumento de la población, la disminución acelerada de los recursos energéticos y naturales en general y el cambio climático. Dicho de otra forma, somos cada vez más, pronto no habrá para todos y encima hace un calor que te mueres.

Frente a esta situación, lo más razonable sería seguramente cambiar el modo de vida de la porción más rica de la humanidad, racionalizar el uso y la distribución de los recursos naturales y, en general, actuar de manera tal que nuestros hijos o nietos no vayan a pasarlo peor que nosotros. Que todos nosotros. Sin embargo, a parte de que los humanos parecemos actuar racionalmente sólo cuando no nos queda ninguna otra posibilidad en el corto plazo, todo parece indicar que no hay ninguna voluntad política de cambiar la situación y evitar la catástrofe.

Desde los (auto)atentados del 11 de setiembre de 2001 y el comienzo de la mal nombrada «guerra al terrorismo», las élites del planeta están librado una guerra cada vez más global con el objetivo de apropiarse de recursos tales como los hidrocarburos y el agua y, al mismo tiempo, controlar la masa creciente de población que tiene poco o ningún acceso a tales recursos. No quiero aventurarme en descripciones detalladas de cómo podría ser el mundo de mañana, varios autores de ciencia ficcíon lo hicieron mejor de cómo yo podría esperar hacerlo, pero me parece evidente que vamos derechitos hacia un mundo dividido en zonas «vivibles» y «no vivibles» que nada tendrán que ver con las actuales fronteras nacionales o regionales. Hay en este preciso istante gente que está trabajando duro para asegurarse un lugar en las zonas vivibles para sí mismos y para su descendencia. Gente que paga a individuos dispuestos a declarar guerras y a mover ejércitos, y a otros individuos encargados de decir a las masas quién es que tiene la razón.

¿La vieja, aburrida teoría del complot ? Tal vez, pero no es éste el punto: lo que me interesa resaltar es que, posiblemente, estemos cerca de un punto de aceleración en la lucha para el control de los recursos. Podemos admitir que hay una voluntad política, maniobrada por las élites mundiales, de asegurar la supervivencia en condiciones aceptables de una pequeña parte de la humanidad; podemos, desde la tranquilidad de consciencia que nos otorga la teoría del complot, indignarnos por la situación y aplaudir a los ecologistas, a los tercemundistas, a los críticos del actual gobierno norteamericano y a todos aquellos que identifican problemas reales y proponen soluciones. Bien, fantástico. Pero, ¿qué pasará cuando se estreche el cerco? Qué pasará cuando el barril de petróleo suba a 120 dólares, cuando tengamos 30 grados en noviembre en el hemisferio norte, cuando la lucha por la supervivencia se haga más dura en los paises donde aún se vive relativamente bien? En otras palabras, qué pasará cuando la voluntad de apropiarse de lo poco que queda ya no sea sólo política sino también social?

Y he aquí, creo, que hay un aspecto que parece escaparse a la consideración de los críticos más despiertos del actual sistema de producción y distribución capitalista-militar: tarde o temprano, en Europa, América del norte y unos pocos lugares privilegiados más, la «gente», es decir esa Hidra de mil cabezas y mil excusas, es decir nosotros, ya no atribuirá la menor importancia a los motivos oficiales para las guerras de turno; y es más: cuando asumamos que ésta es una lucha para los recursos y cuando los recursos empiecen a escasear realmente también para nosotros, ni los norteamericanos ni los británicos ni nadie más tendrá la necesitad de inventarse armas de destrucción masiva, terroristas barbudos y espantacos surtidos. Seremos nosotros mismos los que, de manera cada vez más abierta, encontraremos otras razones para las guerras, para la rapiña, para las medidas de control policial. Y todo para asegurarnos un lugarcito debajo de la mesa de los ricos, y atrapar alguna migaja de su banquete. Un viejo tema de Police decía más o menos: «Cuando el mundo se va para abajo, atrapas lo mejor de lo que queda». Por el momento, sólo una pequeña parte de la población es consciente de ello y actúa consecuentemente con los ruinosos efectos que todos podemos ver en el telediario. Pero no me parece que quede tan lejos el día en que en los diarios, en las conversaciones con amigos o frente al espejo con la hoja de afeitar en la mano, ya no será un tabú escrivir, decir o pensar: Hay que darle a los negros (o a los amarillos, o a los sudacas) porque son demasiados y además tienen petróleo (o gas, o agua potable).

¿Demasiado pesimista? No sé: cuando se tiene hambre o sed, se necesita muchísima fortaleza moral para no empezar a pensar en la manera más rápida y segura de quitarle el agua y la comida a tu próximo. ¿Y cuándo no se trata de sed sino del agua para ducharte? ¿Y cuando no es el hambre sino la necesidad de energía eléctrica? ¿Hasta dónde puede resistir la fortaleza moral?

Estoy escribiendo esto con un laptop de 1600 euros, alimentado quemando hidrocarburos o barritas de uranio. No sé si podré hacerlo en 20 o 30 años más. Y, de no poder hacerlo, no sé si seguiré pensando, como ahora, que lo más racional sería parar esta locura ya y redistribur los recursos de forma más ecua. Espero que sí, que seguiré pensando y actuando de acuerdo con mis convicciones actuales. Y espero que tú también lo harás.