1. La mediocridad de las ciencias sociales en los países socialistas La mediocridad de las ciencias sociales y de la filosofía en los países del socialismo histórico está íntimamente vinculada al actual problema de transición cubana. De hecho constituye, junto con el problema cibernético del Partido-Estado, una de sus dos raíces más profundas. La razón […]
1. La mediocridad de las ciencias sociales en los países socialistas
La mediocridad de las ciencias sociales y de la filosofía en los países del socialismo histórico está íntimamente vinculada al actual problema de transición cubana. De hecho constituye, junto con el problema cibernético del Partido-Estado, una de sus dos raíces más profundas. La razón de esta mediocridad la comparte con la filosofía latinoamericana. Ambas nacen de la mistificación de la verdad histórica. Son, en el sentido de Marx, ideología, es decir, conciencia objetivamente falsa.
La filosofía latinoamericana, con contadas excepciones, es hija del mito fundacional de la elite criolla, que se basa en tres grandes mentiras históricas: a) el «descubrimiento» de America por los europeos; b) el homo novo del mestizaje y c) la misión evangelizadora de la iglesia católica.
El discurso académico del socialismo realmente existente se sustenta sobre las bases de una filosofía idealista de la identidad, tal como las encontramos en la filosofía de la historia de Hegel, que identifica la evolución humana con la teleología cristiana, y en el romanticismo semi-ilustrado de Rousseau, cuando equipara la «voluntad general» (el Estado) con las «voluntades individuales» (la sociedad).
En la ideología socialista se procede de manera semejante al identificar equivocadamente la propiedad estatal con la social, el excedente (surplus) estatal con el social y la política del Partido con la voluntad de las mayorías. Tal método liquida a la dialectica de la realidad, es decir a la contradictoriedad que es la fuente de su movimiento, y la vuelve canónica. «Canónica» en el sentido, de estructurar la realidad conforme a patrones sagrados del sujeto.
Esto explica porque en las últimas décadas no se hayan desarrollado paradigmas científico-revolucionarios de importancia en la sociología, economía, teoría del Estado o teoría de Marx y Engels, en los países socialistas. Esto es, nada de importancia para la ciencia ni para la lucha de los pueblos. No hay productos teóricos en estos campos que fuesen comparables a la teología de la liberación, al Cepalismo, a la teoría de la dependencia o al bolivarianismo-desarrollismo del Bloque Regional de Poder.
Queda aun más de relieve el hecho si lo comparamos con los grandes éxitos de las ciencias biomédicas en Cuba que han desarrollado modelos científico-productivos que son innovaciones a nivel de vanguardia mundial, como, por ejemplo, la vacuna contra la meningitis meningococcica B. ¿Cómo se explica esa excelencia de las biociencias cubanas y la mediocridad de las ciencias sociales mencionadas?
Para la superación de este estancamiento teórico no es útil la tesis de que nadie sabe como construir el socialismo de nuestro siglo. Utilizar este argumento en tiempos de Lenin equivalía a decir una verdad histórica. En este sentido, ciertos cuestionamientos del neoclásico (neoliberal) Ludwig von Mises en los años veinte contra la planeación económica de la joven revolución tenían una indudable justificación sistémica pertinente. Sin embargo, el mismo argumento hoy día solo sería verdadero, si cumpliera con dos condiciones: 1. que no hayamos aprendido nada de los errores del socialismo empírico y, 2. que la teoría científica de la planeación democrática de la economía y de la autodeterminación no haya avanzado. Es evidente, que ambos supuestos son irreales y solo sirven para mantener una ficción agnóstica.
2. La legitimidad de la Revolución: de la necesidad a la virtud
Al caer el poder burgués-zarista en Rusia (1917) la teoría revolucionaria tenía que cumplir con tres tareas: a) explicar los acontecimientos empíricos, b) conceptualizar las necesarias instituciones económicas, militares, culturales y políticas del futuro y, c) legitimar las políticas de la vanguardia (partido) ante las mayorías.
Es por eso que Lenin escribía incansablemente sus ensayos y explicaba en innumerables reuniones con el pueblo esas tres facetas del proceso de transición, al igual como hicieron después Fidel y Hugo Chávez y todos los grandes líderes de una macrotransformación social, porque cumplen con una necesidad funcional del proceso. Pasada la génesis de la revolución y formada la gente bajo el sistema educativo revolucionario, sin embargo, sería normal que esa función fuese asimilada por las instituciones, y solo excepcionalmente por los líderes.
Para la organización de la economía soviética había potencialmente tres sujetos: el Estado, el mercado y la sociedad. A cada uno respondería una forma de propiedad particular: la estatal o pública, la privada y la social. Siendo la revolución de carácter anticapitalista, el mercado, es decir, una clase empresarial, fue excluido como opción organizadora. Debido al escaso desarrollo de las fuerzas productivas, los destrozos de la guerra y al bajo nivel cultural del pueblo (analfabetismo), era igualmente casi imposible que la población (sociedad) organizara satisfactoriamente la economía en ese gigantesco país. Quedó entonces, el Estado como operador principal de la economía y, en consecuencia, la propiedad estatal o pública como dominante.
Esa inevitable necesidad práctica generaba, sin embargo, dos dificultades. En primer lugar, un problema ideológico irresoluble. Pasada la fase heroica de una revolución, las mayorías no quieren laborar mayoritariamente para la gloria de un Estado. Convertida la revolución en cotidianeidad, los Stachanovs, los «sabados rojos» y los mártires se vuelven minoría y las mayorías esperan del Estado socialista que les proporcionen determinados servicios, como lo esperan de cualquier otro tipo de Estado.
Estarán dispuestas a trabajar para sus mistificaciones, como el Rey, la Patria, Dios o «la sociedad», pero no para un aparato de control y dominación como es el Estado. Enfrentado a este problema, una revolución laica y socialista como la soviética tenía pocas opciones disponibles: de hecho una sola: identificar el Estado con la sociedad, de tal manera que el trabajo en tierras (sowchoses y kolchoses) o fábricas estatales era trabajo para la sociedad, es decir, para uno mismo. La volonteé generale de Rousseau y de los jacobinos, la voluntad general y el interés individual se volvieron, de esta manera, uno solo.
La «necesidad» ideológica, de identificar falsamente (mistificar) lo estatal con lo social, fue el pecado original de la teoría social científica y de la filosofía en los países socialistas. Se convirtió en mito fundador esterilizante de la naciente civilización soviética, que impidió la evolución posterior de la teoría revolucionaria, máxime, cuando bajo el poder del Partido-Estado stalinista se sancionaba hasta con la muerte a aquellos que Stalin consideraba los «enemigos del pueblo»: reformulación de la formula jacobina de los «enemigos de la revolución», que no solo se aplicaba a los trotskistas y la oposición de «derecha» y de «izquierda», sino que prevenía también contra todo intento de descubrir la verdad histórica de la nueva civilización.
En un discurso secreto ante el XX Congreso del Partido Comunista, en febrero de 1956, Nikita Krushchev denunció la destrucción stalinista de la legalidad y de los «principios leninistas de democracia soviético-socialista, expresadas en la Constitución de la Unión Soviética». Este trascendental paso de volver a la constitucionalidad socialista, acompañado de la rehabilitación de innumerables víctimas, no se extendió, sin embargo, hacia la profunda revisión del mito fundador de la sociedad soviética que hubiera podido devolver a la ciencia soviética y al arte el gran potencial de liberación inherente al materialismo dialéctico. La desestalinización política no fue seguida por una desestalinización epistemológica del discurso dominante, que era tan imprescindible e impostergable como la primera.
3. Stalin y la teoría económica de la nueva civilización socialista
La segunda dificultad de los constructores del Nuevo Mundo socialista no era ideológica, sino teórica. La economía improvisada bajo las condiciones de la tiránica realidad rusa y el bloqueo económico-político del imperialismo, no fue la replica de un sistema capitalista, pero tampoco representaba el modo de producción socialista que preveían la economía política y la ética política de Marx y Engels. Porque no se fundamentaba en el valor (insumos de tiempo, time inputs) y el intercambio de valores iguales (equivalencias), ni tampoco en la autodeterminación de los productores directos.
Se trataba de una realidad sui generis, un mestizaje, cuya descripción y explicación científica requería su propio paradigma teórico, es decir, una evolución del paradigma de los clásicos que fuese capaz de aprehender científicamente la nueva realidad económica. En una discusión con economistas soviéticos, en 1952, Stalin ilustraba el problema de la siguiente forma: «Los conceptos de >trabajo necesario y plustrabajo< y >producto necesario y plusproducto< no son útiles para nuestra economía. ¿No es parte del trabajo necesario todo lo que entra en seguridad social y defensa? ¿No está el trabajador interesado en esto? En una economía socialista deberíamos hacer la siguiente distinción: >trabajo para las propias necesidades< y >trabajo para la sociedad<."
En la discusión de las relaciones mercantiles en la URSS tomó la siguiente posición. Observaba que los bienes de capital (medios de producción) no se vendían libremente, sino que se producían y asignaban a través del plan a sus destinatarios, hecho por el cual no podían ser considerados mercancías. En cambio, los medios de consumo sí podían adquirirse libremente, hecho, por el cual era innegable su carácter mercantil.
Es evidente, que Stalin tenía razón en cuanto que la aplicación mecánica de la terminología capitalista a la economía soviética no era justificable, ni política ni científicamente. Pero, tampoco era teóricamente defendible identificar al nuevo Estado con la sociedad, en un sistema en el cual no existía la democracia participativa, o identificar el modelo económico que se desarrollaba como «socialista».
La nueva economía no era capitalista porque no existía una clase de capitalistas privados que controlara las dos variables estratégicas de todo sistema económico: el excedente económico (surplus) y la tasa de inversión. Por eso era una falacia calificar el híbrido sistema soviético como capitalismo de Estado, como ocurría en determinados debates de los setenta (ver la polemica Bettelheim-Sweezy). Pero, por otra parte, sí seguía siendo esencialmente una economía de mercado regida por el precio y carente de los criterios decisivos de la economía socialista: valor y democracia económica. La determinación científica que con más rigor conceptual se acercaba a la nueva economía soviética, era la siguiente: una economía primordialmente de mercado, no crematística.
Trágicamente, algunos de los más grandes economistas de todos los tiempos, como Nikolai Kondratiev y Wassily Leontief, quienes tenían la capacidad para desarrollar la nueva teoría económica tan necesitada para decodificar el modo de producción bolchevique, cayeron víctimas del terror de Estado postleninista. En 1938, Kondratiev fue fusilado por órdenes directos de Stalin, debido a que favorecía la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin y otra política de acumulación que la de Stalin, y Leontief emigró a mediados de los años veinte a Alemania.
4. La disyuntiva cubana: capitalismo o socialismo nuevo
Hacia mediados de los años setenta, la ideología socialista arriba descrita había agotado su capacidad de cohesionar el proyecto histórico de 1917 y dar pautas estratégicas para el futuro. Las revelaciones sobre el stalinismo, la opresión militar soviética en la RDA (1953), Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968) y el cisma con el socialismo chino, le habían quitado la legitimidad histórica mundial de la cual gozaba en los años veinte. Esta crisis del paradigma ideológico heredado, agudizada por la crisis del modelo de acumulación extensiva de postguerra, obligaba a los lideres socialistas a escoger entre tres caminos si querían mantenerse en el poder: a) regresar controladamente al mercado; b) avanzar hacia el socialismo del siglo XXI o, c) tratar de combinar elementos de ambos sistemas en el «mercado socialista».
Significativamente, ninguno (¡!) de los partidos socialistas optó por el avance hacia el socialismo del Siglo XXI. La explicación de este increíble fenómeno se encuentra en tres razones: 1. la falta de una teoría científica de la transición hacia el nuevo socialismo, o lo que es lo mismo, la incapacidad de los partidos comunistas de entender el socialismo como un fenómeno en desarrollo, con el cual apenas habían compartido una etapa arcaica que canonizaron como única; no hay parámetro más claro para indicar la pérdida de la dialéctica en esos partidos y líderes, que este; 2. un partido anquilosado por el pragmatismo y el oportunismo que administraba un proceso revolucionario, en lugar de dirigirlo y, 3. un Partido-Estado carente de facultades cibernéticas.
Ante tal escenario los líderes titubearon. Oscilaron entre avances hacia el mercado capitalista y regresos hacia la ortodoxia socialista, hasta que las condiciones objetivas, el imperialismo y/o la propia población acabaron con sus gobiernos por la fuerza. Sólo el liderazgo chino post-Mao se mantuvo estable, porque escogió conscientemente (bajo Deng Xiao Ping) el camino de la modernización capitalista autocrática que Alemania, Japón y los tigres asiáticos habían recorrido anteriormente con fulminante éxito.
5. Crisis estratégica: ¿medidas tácticas?
Las lecciones para la isla son claras. El viejo paradigma socialista no sostendrá más a la Revolución cubana, porque no se basa en una verdad histórica vigente, sino en una ideología del pasado. Ante tal situación, algunos mejoramientos económicos en el hogar, como ollas de presión y focos eléctricos de ahorro, no lograrán estabilizar el proceso. La dimensión de la crisis es estratégica: es el fin de un proyecto histórico. Y ante esta dimensión del problema, medidas tácticas no serán suficientes para llenar el doble vacío que deja el agotamiento del proyecto histórico fundacional y la desaparición de la generación heroica.
Si la Revolución no comprende o niega que la crisis es paradigmática; si, en consecuencia, no trata de dar el paso hacia el socialismo del siglo XXI y si no implementa medidas económicas-políticas inmediatas que le hacen entender a la población que una sociedad más democrática y de nivel de vida la espera, difícilmente habrá fuerza en el mundo para salvarla.
Seguiría el camino de la RDA y de la URSS y esto sería una tragedia para la humanidad entera.
El presente artículo forma parte del libro de Heinz Dieterich «El futuro de la revolución cubana», que se publicará en abril en México (Ed. Jorale), España (Ed. Popular), Alemania (Ed. Kai Homilius y los Comités de Solidaridad con Cuba), en Venezuela (Fondo Editorial), Por los caminos de América, con el discurso de Fidel Castro sobre la reversibilidad de la revolución, un texto de Felipe Pérez Roque, ministro cubano de Asuntos Exteriores, sobre el mismo tema, y cuatro ensayos de Dieterich sobre la cuestión.