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El Proyecto Sociopolítico Cubano ante el desafío de su reversibilidad

Fuentes: Rebelión

Para insistir en la exégesis del problema de la alternativa socialista de desarrollo que propone el Proyecto Sociopolítico Cubano (PSC) debo señalar lo que considero el punto de partida cognitivo actual: · el arribo del Proyecto a un momento álgido que exige reformulaciones cualitativas llamadas a colocar la opción de desarrollo en una trayectoria realmente […]

Para insistir en la exégesis del problema de la alternativa socialista de desarrollo que propone el Proyecto Sociopolítico Cubano (PSC) debo señalar lo que considero el punto de partida cognitivo actual:

· el arribo del Proyecto a un momento álgido que exige reformulaciones cualitativas llamadas a colocar la opción de desarrollo en una trayectoria realmente viable.

¿Hacia donde encaminar la trayectoria?, sería la pregunta de rigor. A la necesidad de debatir abiertamente sobre las complejidades del problema y las respuestas apunta el presente análisis.

Los estudios, análisis y debates acerca de la cuestión planteada no podrán aspirar a respuestas categóricas. Es así en esencia por la imposibilidad de atrapar en leyes deterministas los comportamientos sociales que interaccionan en todo proceso humano que conforma la realidad socioeconómica, política y cultural. Es ése el distintivo epistemológico de las llamadas ciencias sociales.

Pero lo anterior no invalida sino que obliga y sí permite la identificación de los campos de acción social y las condiciones necesarias para ir tras los objetivos políticos buscados. Imbuido de este convencimiento está el siguiente planteamiento del problema.

Las reformulaciones políticas de la cualidad de la opción que adelanta el PSC estarán retadas a crear las condiciones que le ofrezcan a la sociedad cubana la libertad para establecer aquella organización de las relaciones socio-humanas de producción, capaz de lograr avances cualitativos comparativos o superiores a los que puedan alcanzar otras formas de organización socioeconómica contemporáneas.

El planteamiento anterior expresa tres componentes que vendrían a destacar la naturaleza de la opción:

1. la noción de cobra sentido cuando la opción se muestra capaz de superar no ya sus propios logros e insuficiencias sino la eficiencia socioeconómica y la calidad de vida que alcanzan las formaciones capitalistas, las menos y las más avanzadas,

2. la sociedad posee el derecho inalienable a una libertad de formulación y acción que sólo puede realizarse fuera de la coerción económica y política de toda institucionalidad supra-societal,

3. la calidad de las relaciones humanas, es decir, aquellas que se dan en las relaciones económicas, sociales y políticas, su cualidad cultural, se asume como criterio referente de la eficiencia de la opción y acota el concepto de calidad de vida que se concibe.

La nueva cualidad de la opción estaría condicionada por dos postulados determinantes: la autonomía ciudadana y la democracia económica. El reconocimiento de ambos postulados establece la perspectiva de la viabilidad.

Interesa aquí puntualizar la idea de democracia económica (desarrollada por este autor en diferentes trabajos publicados en Rebelión). Bajo el precepto de democracia económica la participación directa de la remuneración en las utilidades que genera el trabajo en las asociaciones de productores (de bienes y servicios), es decidida de manera democrática por estos mismos colectivos de trabajadores y se torna principio regulador de las relaciones sociales de producción intra y extra empresariales. Las utilidades del trabajo, una vez deducidas las obligaciones consensuadas con el presupuesto participativo de la nación, estarían sujetas a formas de distribución y gestión autónoma y democrática en fondos de inversión y desarrollo, fondos de remuneración del trabajo, fondos de fomento social[1].

Todo el trazado anterior pone de relieve el desafío presente y trascendente que para el PSC implican las contradicciones sistémicas que acumula y pone en un momento álgido la trayectoria de su actual desenvolvimiento.

Ante un planteo semejante suele pensarse que siempre basta un festinado plumazo para negar no sólo las ideas sino también más de cuarenta años de trabajo y logros que la propia sociedad cubana estaría dispuesta legítimamente a reivindicar. Pero no es ésta, en todo caso, negación nihilista alguna.

Cualquier estudio de fondo acerca de todo el periodo de desenvolvimiento de la economía cubana desde 1959 hasta el año 2005 deberá prestar atención a lo que pudiese considerarse los grandes ciclos de este movimiento.

Hasta 1970 – desaparecida ya la patología de la dependencia económica de los EEUU -, justo con el imposible de la llamada zafra azucarera de los 10 millones de toneladas, se venía impulsando con relativo éxito un desarrollo extensivista de la economía (lo relativo – también por el hecho de que el costo social no ha llegado a constituir un componente estructural del cálculo). Ante la menguada infraestructura productiva la producción social se consigue empujar a través del extenso aprovechamiento de unas fuerzas productivas llanamente subdesarrolladas. Sucede así tanto por la visión de corto alcance sobre la potencialidad comercial de un mercado de materia prima como el azucarero (a la sazón con altos precios relativos) como por la continuidad inercial del aberrante mono estructuralismo de la economía recreado ya desde la segunda mitad del siglo XIX.

A partir de 1970 y hasta 1985, el desenvolvimiento económico se ve favorecido por un alza de los niveles de educación y una cierta recapitalización de la infraestructura productiva. Esto último gracias al incremento de la colaboración económica e industrial con el entonces bloque socialista y principalmente la URSS. Un periodo que, no obstante sus beneficios de corto y mediano plazo, se ve estratégicamente lastrado por la influencia del modelo soviético de economía estatista. La propiedad estatal sobre los medios de producción y la negación de facto del papel del mercado en el desarrollo de las fuerzas productivas y la economía nacional definirán la naturaleza del modelo socioeconómico cubano hasta la actualidad.

Es así cómo desde 1985 comienza una ondulante contracción del crecimiento económico que a la postre va a desembocar en la gran crisis económica de 1990/1993. Una crisis catalizada por el desplome de los vínculos económicos con los países del llamado socialismo real y drásticamente profundizada a la luz de las mal formaciones estructurales y las ineficiencias funcionales del propio sistema económico cubano.

A partir de 1994 y hasta el presente (2005) – desaparecidas ahora las ataduras de la otra patológica dependencia económica -, se logra una destacable recuperación y expansión del crecimiento económico. Esta vez basado en una recapitalización financiera y tecnológica de nuevo tipo. La regulada apertura al capital privado externo y a las tecnologías y técnicas de organización al mismo asociadas, la marcada utilización del ahorro (remesas) de la fuerza de trabajo emigrada, la liberación de potencialidades productivas internas a través del estímulo (aunque limitado) a la pequeña y mediana producción no-estatal de bienes y servicios, acompañado de importantes reajustes conceptuales macroeconómicos e iguales cambios en política económica, constituyen las características del rediseño estructural y funcional de la modelación.

Al estudiar en toda su complejidad estos ciclos económicos se ha de analizar sus interacciones con la imbricación del proceso político interno y los ciclos geopolíticos regionales y los de naturaleza internacional en los que se ha visto decisivamente envuelta Cuba.

La influencia de la correlación de tales tensiones en la conformación y evolución de la modelación socioeconómica será fundamental. Puesto que se está en presencia de un proyecto político de desarrollo centralizadamente dirigido y no de una formación socioeconómica supeditada al albedrío de intereses económicos en pugna. Pautar este hecho es importante por cuanto los desequilibrios entre las predisposiciones políticas y las disposiciones socio-económicas constituyen en última instancia las causas más profundas de las contradicciones de la modelación socioeconómica que se propone. La expresión institucional de éstas circunstancias se ha consolidado alrededor de una concepción de socialismo de estado presentada como indiscutible ante ideas renovadoras de lo que pudiese ser un estado socialista.

Llegado este momento, vale incidir sobre lo que considero el momento álgido que apunta hacia la necesidad de reformulaciones de la trayectoria del Proyecto cubano.

Puede afirmarse que el desarrollo acumulado de las fuerzas productivas de la modelación cubana no permite – a pesar del crecimiento económico que contabilizan las autoridades del país acerca del último decenio y el significativo alza del 11% en 2005 y el 12% en el primer trimestre de este 2006 – pronosticar un cambio multiplicador a mediano ni a más largo plazo de la capacidad de producción y eficiencia del sistema socioeconómico.

El importante apunte hacia la terciarización de la economía – soportado en la producción de servicios especializados competitivos: el turismo, la medicina y la biotecnología con su componente industrial – que se pone de relieve en la estructura del crecimiento del PIB en el 2005/06, no puede ser considerado como base para una estrategia de industrialización como la intentada durante los tres primeros ciclos apuntados. Hablamos de la racional industrialización que una economía de escala, como debiera ser asumida la cubana, necesita alcanzar. Dicha etapa ha sido en esencia negada por la política económica del ciclo posterior de resurrección e incipiente despunte de la economía. Pero, además, por que también han venido evolucionando los escenarios políticos y económicos contextuales.

El escenario geopolítico regional refleja un momento de inflexión a favor de un clima de interacción económica intra-regional menos escéptico. La decidida cooperación política y económica promovida entre Cuba y Venezuela crea, sin lugar a dudas, un estado de expectativas contrastantes con los pesimismos sociales y económicos sembrados por las dos últimas décadas perdidas de desarrollo en América Latina. La reciente adhesión de Bolivia a un tratado de cooperación e integración sui géneris, como demuestra ser el ALBA impulsado por los dos primeros países, produce un impacto positivo en las expectativas creadas entre los países de la región. El paralelo replanteamiento de los fundamentos y el sentido integrador de los dos tradicionales tratados sudamericanos de integración económica, el CAN y el MERCOSUR, así como la reciente propuesta para una llamada Comunidad Sudamericana de Naciones CSN, ponen de manifiesto una dinámica desintegración-integración regional de nuevo tipo. Así lo viene a confirmar lo que parece ser el bloqueo definitivo de la llamada Iniciativa de Libre Comercio para las Américas ALCA, auspiciada por los EEUU y los cuestionados tratados de libre comercio bilaterales TLC que promueve esta propia nación, ampliamente combatidos en el seno de las sociedades latinoamericanas, cuyos gobiernos los han firmado o intentan hacerlo.

La modelación socioeconómica cubana no puede permanecer estática frente a procesos integradores que también propicia y en los cuales cabe esperar se verá cada vez más envuelta. Las reformulaciones conceptuales y estructurales de su opción de desarrollo pasan por el rediseño de la eficiencia interna del modelo y de su capacidad de inserción competitiva y sustentable a largo plazo. No puede esperarse que los presupuestos de eficiencia de cualquier dinámica integradora en la región se establezcan en detrimento de la capacidad de intercambio y cooperación según la complementación competitiva y/o comparativa de las potencialidades que desarrollan los distintos subsistemas. Las asimetrías y las exigencias de saltos tecnológicos y organizativos de las fuerzas productivas así lo habrán de condicionar.

La racionalidad de las intenciones políticas hacia modalidades de integración cooperativa en la región podrá subvertir la naturaleza de la interacción económica hacia un concepto practicable de la emulación[2] en la medida que las ventajas de los pactos así lo indiquen a sus sociedades.

Para Cuba los problemas de su realidad y los del entorno ameritan un debate mayor sobre los condicionantes de la viabilidad de la alternativa que se propone. Un debate desprejuiciado tal ha de entenderse desde la perspectiva de una cultura de la interacción de más que como discusiones devenidas de urgencias coyunturales, aunque estas necesidades sean también ineludibles.

Se trata de la articulación de un pensamiento crítico que: primero, no facilite la contaminación de las ideas por falsos compromisos revolucionarios (en esencia dogmáticos) y, segundo, supere el enfrentamiento maniqueísta con las corrientes de pensamiento que se le oponen.

No lograr lo primero estará inhibiendo la capacidad creativa del pensamiento crítico, mientras que fallar en lo segundo impedirá que las negaciones anti-dialécticas contribuyan a que este pensamiento pueda ser cada vez menos presa de los afanes políticos a ultranza.

Pero saber discernir entre lo uno y lo otro, aún cuando necesario, no dejará de ser apenas un acercamiento metodológico al debate. A la capacidad para la disquisición sobre los contenidos le toca, en cambio, definir la calidad de la caracterización de la realidad y de las ideas propositivas que para bien la transformen.

La necesidad que se advierte hacia el seno de la sociedad cubana de un debate mayor sobre la realidad social, económica y política que ha creado y condiciona el propio PSC no deviene en conciencia política pro-activa. El discurso de la Universidad de la Habana constituye la mejor prueba de dicha apreciación. Más aún, puede afirmarse sin temor a equivocación que no ha existido y no existe paradójicamente en la sociedad cubana de la Revolución una cultura del cuestionamiento dialéctico de la realidad que ella misma contorna. La sociedad, en consecuencia, se ha visto privada de un instrumento determinante de la cualidad y la eficacia de la participación.

No existe un debatir abierto dentro de Cuba sobre los problemas álgidos de su realidad y las barreras que impiden la transposición de dicho umbral porque no existe una sociedad autónomamente articulada para encausar dicha proyección. La necesidad, por supuesto, existe, independientemente de la conciencia que de ello tenga o no el aparato político-estatal. Puesto que se expresa justamente en forma de respuestas díscolas a los problemas que impiden el avance de la calidad de vida y frustran las expectativas sociales.

El índice de desarrollo humano evaluado por la ONU sitúa a Cuba en una posición alejada en la lista de países considerados, a pesar del peso en dicha evaluación de sus reconocidos avances sociales. La calidad de vida, queda fuera de toda discusión, es un vector resultante del nivel de desarrollo social y de cultura material que logra la sociedad. Y no es casual la existencia en Cuba de un pronunciado desequilibrio entre ambos factores.

Los estados de carencia alimentaria y material crónica que enfrenta la población cubana constituyen básicamente la derivada de una concepción del desarrollo socioeconómico que ha desconocido el consumo interno como un factor determinante de la calidad de vida. La falsa contradicción ideológica que confunde las «necesidades siempre crecientes de la sociedad» – así entendidas por Marx – con y, por lo tanto, perjudiciales al modelo de sociedad austera y culturalmente elevada a la que se aspira, se sostiene a despecho de un sistema de propiedad y economía estatal que viene siendo erosionado por la propia sociedad.

La concepción de desarrollo asumida por la dirección política del país ha redundado sobre la necesidad del aplazamiento del consumo interno en busca de los «ahorros» que propicien el desarrollo de los programas sociales emprendidos. Esta estrategia de desarrollo se ha construido bajo el supuesto de una inexorable dicotomía entre crecimiento material y avance social. No ha sido una cuestión inherente a la modelación cubana. Esa ha sido la contradicción conceptual más importante de las estrategias de desarrollo objeto de estudio y de variadas aplicaciones de la llamada economía política del socialismo fomentada en los países del bloque Este-europeo y de la URSS. Sin excepciones indiscutibles el resultado sistémico de la aplicación de tales estrategias fue lo que se ha conocido como [3], que vino a dar al traste con el sustentable desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas y con las expectativas de calidad de vida de la propia sociedad.

El despegue del crecimiento de la economía cubana y su apunte hacia una transformación de la estructura del PIB a favor de la participación de servicios de alta y muy alta especialización constituyen reajustes importantes de la trayectoria del modelo socioeconómico. Esta nueva situación que se logra crea el escenario favorable para las reformulaciones sistémicas necesarias. Es así fundamentalmente por que los recursos que ofrezca la sostenida tendencia de una balanza comercial y una balanza de pagos positivas, soportada en el potencial de la industria de los servicios competitivos, necesitan ser aprovechados en el desarrollo y expansión de la base industrial de la economía y no en el subsidio de su ineficiencia.

Tales circunstancias imponen la necesidad de replantear la estrategia de desarrollo buscando elevar de manera decisiva a mediano y largo plazo la tasa interna de inversión bruta de capital. Puesto que de ello dependerá la sustentabilidad del desarrollo económico a largo plazo. Para ello será imprescindible la máxima utilización de las fuentes de ahorro externo. Lo cual apunta hacia:

· el reajuste macro económico de la política de desarrollo e inversión social,

· la dinámica atracción de capitales externos privados y/o públicos,

· el intensivo fomento por el estado de la capacidad de producción y exportación de bienes tradicionales y no tradicionales por un amplio sector de medianas y grandes empresas estatales (públicas) y no estatales.

Una trayectoria de avance como la señalada exige una reformulación revolucionadora de las relaciones internas de producción e intercambio. Ello significa una reorganización de fondo del sistema de propiedad y del funcionamiento del sistema económico. Un reajuste que deberá reconocer la real importancia del papel del mercado en la racionalización del funcionamiento y la eficiencia de la economía.

Las definiciones anteriores serían meras apreciaciones tecnócratas si no quedaran conceptualmente supeditas al problema de: las expectativas de participación autónoma y de calidad de vida de la propia sociedad. Tratándose de un proyecto político de desarrollo socioeconómico y no de un modelo resultante de la puja de intereses económicos encontrados, resulta esencialmente contradictorio que no sea la sociedad la que decida sobre la naturaleza del desarrollo, es decir, sobre sus proporciones y equilibrios.

La limitación de los espacios políticos y sociales para el desarrollo de una abigarrada cultura popular del disentimiento público ha impedido e impide no sólo discernir, sino además incidir sobre la solución consensuada de los problemas de fondo del modelo socioeconómico. Impide por ende adelantar compromisos sociales sobre las formas de organización de las relaciones de producción e intercambio que transformen el círculo vicioso de en la espiral de las suficiencias vitales.

Esta situación no le deja otras alternativas a aquellos que desde la distancia genérica solemos llamar pueblo, pero que más apegados a lo terrenal reconocemos como , que aquellas impulsadas por el instinto de conservación socio-humano. El comportamiento social generalizado a contrapelo de la legalidad establecida a que obligan los estados sostenidos de carencia tanto material: insuficiencia crónica y baja calidad de bienes de extendido uso y consumo individual y doméstico, como social: insuficiencia y deficiencia de la calidad de los servicios públicos ofrecidos por el estado, no habla sobre una supuesta doble moralidad de la gente sino sobre la salud de su sentido común, y, en última instancia, sobre la letra muerta de dicha legalidad.

Es el «acata pero no cumple» con que G. Rodríguez Rivera[4] caracteriza en un imprescindible ensayo el comportamiento político histórico del cubano ante las perennes urgencias de su vida y que, por lo que me interesa destacar, denota ahora, por un lado, nada menos que el espíritu de resignación de la gente ante una realidad que la aplasta, paradójicamente, con todo aquello que se instituye para supuestamente liberarla, y, por otro, el optimismo heroico ante lo que en parte experimenta y en parte intuye como propósitos loables. Es, querámoslo o no, la expresión de una doble impotencia del ciudadano.

La constatación anterior cuestiona por sí sola los principios del modelo de democracia en que se sustenta la institucionalidad del estado cubano actual.

Cuando al aparato político-estatal en Cuba le basta el foro de análisis y discusión que se presupone sea toda asamblea de delegados o el conocimiento pasivo de los estados de opinión de la gente o la inducción ideológica de todo «debate» sobre la realidad local y nacional, lo que demuestra es el acomodo a un modelo de democracia formal que asegura la imposición de las formas de gobierno establecidas. Aquellas que reducen la cultura de la interacción social al «debate» que se da dirigido desde las instancias político-administrativas.

Tal esquema político de interacción social no funciona suspendido en el vacío. Es reforzado por un sistema de medios de comunicación que, de acuerdo con la doctrina de la información practicada, no se afana en la identificación e información consuetudinaria y el establecimiento de las relaciones causa-efecto entre los problemas y las insuficiencias socioeconómicas (locales y nacionales) y las concepciones de desarrollo, organización y administración asumidas por el partido y establecidas por el estado. El resultado no puede ser otro que el cercenamiento o la mediatización de la autonomía de análisis, comprensión, expresión, decisión y acción efectiva de los actores sociales.

El panorama anterior habla sobre el pernicioso déficit de democracia de una modelación socio-política de la sociedad en divorcio con principios básicos de soberanía ciudadana. Más allá de toda polémica teórica o ideológica alrededor de esta afirmación, lo realmente importante es atender que los problemas focales y estructurales no podrán ser consecuentemente identificados, comprendidos y abordados al margen de la participación democrática directa del pueblo.

No existirá participación democrática directa mientras no se estimule la capacidad y se activen los espacios políticos para la interacción horizontal y soberana de la sociedad.

Pero una vez logrado ello, el esfuerzo seguirá siendo baldío si tales espacios no hacen más que legitimar los mecanismos de poder que determinan las tomas de decisiones verticales de las distintas instancias de gobierno. De manera similar como, dado el cada vez más marcado sesgo corporativista factual del estado, con frecuencia nos lo demuestra la nulidad de disímiles formas de participación en las democracias burguesas.

El asunto del estado de las ciencias sociales en Cuba, incluido el de la economía política, de su mayor o menor alienación teórico-práctica, constituye un componente importante del problema analizado, al cual no se puede reducir, sin embargo, la complejidad del fenómeno de la participación democrática ciudadana, so pecado de alimentar academicismos estériles en la comprensión y abordaje de la realidad.

La realidad social es la expresión objetiva de las relaciones humanas en un contexto determinado. A partir de 1959, este contexto ha sido creado por el poder fáctico de una corriente de pensamiento político centralizadora de la acción social. La calidad de ese contexto cultural – económico, social y político – ha dependido menos de la capacidad de manifestación autónoma de la sociedad. El agotamiento de tal modelación de la organización de la participación social se ha hecho evidente por el propio avance educacional, la elevación de la capacidad política del pueblo y el desarrollo técnico más generalizado de sus fuerzas productivas.

La democracia es participación entre iguales. El sentido de la igualdad queda secuestrado tanto por estados centralistas como por estados liberales mientras no exista soberanía ciudadana de hecho. Es decir, aquella que se da como antítesis de toda coerción económica y política.

El grado de libertad del ciudadano sigue estando condicionado por el grado de su riqueza económica y el de su autonomía política. No es otro sino Marx quien así lo define. Mantener reprimidos los salarios, no es sólo una condición necesaria para la reproducción ampliada del capital en circunstancias o no de libre competencia, sino además una necesidad de restricción de la capacidad de acumulación del asalariado y así del grado de su libertad, de manera que en ningún caso pueda convertirse en una amenaza real, individual o colectiva, al grado de libertad de los que han logrado hacerse del capital, puesto que siempre constituirá una amenaza a su capacidad de poder y sometimiento relativo o absoluto.

La limitación de la autonomía política del ciudadano que exige la inecuación se resuelve a través de un sistema político institucional afín. Reconociendo la fase de desarrollo moderno del capitalismo que transitaba por la prueba belicista a medio camino el siglo XX, W. Churcill se apuraba en acuñar de forma aparentemente culposa que no era la democracia parlamentaria -hija de un multipartidismo con severas dificultades para engendrar un verdadero pluralismo político – un sistema de democracia perfecto, lo cual le servía en esencia para acotar de manera cómplice que, sin embargo, era el mejor que se conocía.

Y es precisamente la libertad del individuo el factor diferenciador entre la sociedad capitalista realmente existente y la sociedad socialista a la que se pueda aspirar. Debido a que no se trata de la libertad individual que se alcanza gracias a la limitación de la libertad de los conciudadanos es que hablamos de la democracia como atributo de una organización económica y política de las relaciones humanas que cuestione y supere la dicotomía entre el lucro y las personas. Estamos hablando, en consecuencia, de una concepción cultural no capitalista de las relaciones socio-humanas.

Si aceptamos que es ése precisamente el empeño del Proyecto Sociopolítico Cubano, no podremos más que coincidir en que se le hace un flaco favor cuando se intenta igualar la justeza de sus intenciones con la certeza de sus emprendimientos. Y se le hace un daño demasiado grave como para que pueda siquiera subestimarse cuando se asume que la dirección partidista estatal y los representantes del sistema con voz pública constituyen los mejores intérpretes de la realidad y sus desafíos. Es ésa justamente la predisposición de los protagonistas del discurso oficial dentro del PSC y es ése también el signo distintivo del agotamiento a nivel supra-estructural del sistema de democracia del modelo.

El discurso oficial encarna, lejos de cualquier interpretación ideológica peyorativa, el derecho del partido político, si asumimos que ha sido legitimado en el poder por la sociedad, a expresar su programa político y la línea de actuación para realizarlo. Lo que, aún en esas circunstancias, no es un derecho del poder político es la reducción de la participación ciudadana al discernimiento dócil sobre el discurso oficial y la conformidad política con los resultados de la toma centralizada de decisiones.

De la misma forma que la reverberación constante de las manifestaciones populares en las más disímiles realidades capitalistas viene a demostrar la inconformidad social con el acomodo del poder a los «males menores» que comporta la llamada democracia representativa, mucho indica que para el poder político y el estado cubanos la práctica propia y sus resultados, justamente en el sentido marxista de la experiencia, no constituyen el criterio de la verdad, por «incorrectamente» políticos que los mimos sean.

Para Cuba, deslindar entre el derecho político del estado y el derecho político de la sociedad significa comprender y desactivar las contradicciones que encierra una estructura de poder político que, en ningún caso debiera subestimarse, pone de facto a prueba de juicio y tolerancia cada día no sólo la legitimidad sino además la eficacia de su sistema monopartidista. Máxime cuando se trata de un sistema, cuya concepción de centralismo democrático reduce todas las restantes organizaciones gremiales y políticas de la nación al papel de extensiones o correas de transmisión de la línea de pensamiento y acción definida por el partido.

Identificar las contradicciones internas del sistema de democracia y poder político permite entender el por qué no puede existir un debate interno mayor sobre la realidad cubana y sobre los desafíos a los que se enfrenta el PSC. Facilitar los espacios políticos para una semejante cultura de la interacción social supone trasponer los límites que a la soberanía ciudadana se le imponen desde el poder político y el estado.

La revista Rebelión viene acogiendo las voces polémicas y progresistas que estimuladas por el discurso de la Universidad de la Habana sienten la necesidad de debatir públicamente a favor del PSC. De esta interacción de ideas y experiencias, prácticas y teóricas, gracias a las contradicciones que interactúan, cabe esperar el enriquecimiento aunque sea modesto del acervo cultural en torno al importante problema de la alternativa de desarrollo socioeconómico no-capitalista que plantea el Proyecto cubano.

La autonomía de expresión constituye la condición sine qua non de un debate provechoso. Sin embargo, este debate se da desde fuera de Cuba. Es un debate del pensamiento crítico que no llega a la ciudadanía cubana por el muy limitado acceso a Internet en el país. Desde Cuba participan en este debate abierto voces elegidas por una posibilidad de acceso condicionada por criterios de pertenencia política. Es importante notar cómo dichas voces sienten la «necesidad ideológica» de combatir todo aquello que no suena como declaración de principios. ¿Por qué es importante notar esta manifestación?, porque, más allá del reflejo condicionado de auto defensa por muchos años de guerra económica, militar y política de los gobiernos de los EEUU contra la Revolución, refleja la limitación que produce el condicionamiento doctrinario del pensamiento crítico que se da hacia el seno de la propia sociedad cubana.

Para el debate en Cuba no faltan canales internos. A pesar de las limitaciones, técnicas y políticas, del acceso a los foros de interacción en Internet, en Cuba existe un gran número de medios de comunicación y prensa plana, radial y televisiva así como editoras políticas y de ciencias sociales. Tómese, a fuerza de su marcada exposición mediática, el programa televisivo Mesa Redonda. Este espacio de comunicación no deja de ser un programa de información e interacción publicitaria pasiva, con un marcado sesgo propagandístico en los temas nacionales que aborda. Sin necesidad de poner en tela de juicio su función específica, lo que ha de cuestionarse es la ausencia de fórmulas de debate abierto y de confrontación del pensamiento crítico en medios de alcance nacional sobre la realidad cubana, sus múltiples problemas, las contradicciones internas puntuales y sistémicas de sus proyectos, las ideas y visiones sobre su abordaje y superación, las expectativas de la sociedad, sin escatimar esferas de actuación.

La repercusión de tal estado de cosas sobre el desenvolvimiento del PSC es perniciosa. Este impacto se hace sentir en dos niveles. En la inhibición de la capacidad creativa de la sociedad e, igualmente importante, en la mediatización de la capacidad cognitiva de las ciencias sociales cubanas. Ni las ciencias sociales están llamadas a demostrar los presupuestos de conocimiento y eficiencia de las proyecciones del partido y el estado, ni la sociedad puede ser convocada a una creatividad sujeta al marco definido por ambos entes institucionales.

La realidad cubana actual demuestra la existencia de una cerrada puja entre las expectativas del pueblo y la realidad que vive, y en consecuencia, con muchos de los contenidos de las plataformas programáticas y de acción asumidas por el partido y el estado. El resquebrajamiento generalizado del comportamiento social y los estados de descreimiento son consecuencia y prueba fehaciente de la existencia de una dinámica social del movimiento de la realidad socio-económica y política mucho más compleja de cómo oficialmente se asume.

Para intentar redundar en provecho de las ideas que he vertido en artículos y ensayos publicados subrayaré lo que considero contradicciones importantes contra cuya insolvencia se agotan los esquemas de organización social, económica y política que definen la actual trayectoria del Proyecto cubano.

· El primario nivel de cultura material del pueblo permanece profunda y antagónicamente enfrentado con sus expectativas legítimas de bienestar socio-humano.

· La economía de la carencia refleja el efecto retardatriz que sobre condiciones objetivas de subdesarrollo ejercen los factores políticos que definen la cualidad del modelo socioeconómico.

· El avance social que refleja el desarrollo de los sistemas de educación y salud no redunda en el desarrollo dinámico de las fuerzas productivas, por lo tanto: (a) no constituye una condición suficiente del bienestar social, (b) no se hace racionalmente sostenible a mediano y más largo plazo.

· La superación de las contradicciones anteriores no se convertirá en factor de un desarrollo socioeconómico sustentable, elevado y justo, si la modelación de sociedad y estado no se re-define sobre principios de soberanía ciudadana y democracia económica.

· La decidida elevación del nivel y calidad de vida integral de la sociedad no podrá esperar, sin que quede definitivamente cuestionada por la gente la viabilidad de la opción de desarrollo asumida, el horizonte de tiempo de otra generación.

Las necesidades de alternativas de desarrollo socioeconómico son inmanentes a la evolución de lo que conocemos por civilización, es decir, a la capacidad humana de transformar la naturaleza en beneficio de la especie bajo el presupuesto imprescindible de la sustentabilidad ecológica.

No es necesario un denodado ejercicio intelectual para «ver» que en la antípoda política de lo socialista – más allá de toda fingida o sentida complacencia con la suposición de ese «fin de la historia fukuyamista» ante un proclamado triunfo de la razón del capital – las personas, su indiscutible mayoría, sin distinción de clase o éxito individual, sufren en reprimidas tensiones y/o escepticismos manifiestos la violencia de los imprescindibles antagonismos de esa misma razón. El desdeño o combate a toda idea de una posible riqueza alternativa les viene a los antígones como reacción atávica más que como negación racional.



[1] Tomado del ensayo inédito propio «Cuba: la alternativa y el socialismo» (enviado al pasado concurso de ensayo del Instituto de Ciencias Sociales de la Habana Pensar a Contracorriente, 2006)

[2] Para una interesante relectura del concepto, precisamente desde la perspectiva de la experiencia cubana, ver «Contra la competencia la emulación», Bernard Stiegler, www.rebelion.org/noticia.php?id=30837

[3] Un fenómeno estudiado de manera interesante, entre otros, por el economista húngaro Janosz Kornai.

[4] «Por el camino de la mar o nosotros los cubanos», Ediciones Boloña, Colección Raíces, Publicaciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana, 2005; http://www.rebelion.org/docs/23083.pdf