Los proyectos de nación no son documentos coyunturales que ostentan tal denominación; éstos, si acaso, son propuestas de gobierno, plataformas electorales o programas partidistas. Los reales «proyectos de nación», desde la izquierda, son construcciones histórico- sociales que se van elaborando en la lucha contra el poder capitalista establecido y contra sus renovadas formas de explotación […]
Los proyectos de nación no son documentos coyunturales que ostentan tal denominación; éstos, si acaso, son propuestas de gobierno, plataformas electorales o programas partidistas. Los reales «proyectos de nación», desde la izquierda, son construcciones histórico- sociales que se van elaborando en la lucha contra el poder capitalista establecido y contra sus renovadas formas de explotación y dominación, por sujetos socio-políticos en busca de transformaciones fundamentales y a partir de su autonomía.
Por ello, la Otra Campaña en su primera etapa se propone escuchar abajo y a la izquierda; para que los propios sectores explotados, discriminados, segregados, establezcan las bases de un programa anticapitalista y antineoliberal. Cabe señalar que uno de los pocos grupos que cuentan con una propuesta con esas características históricas son los pueblos indios. El dialogo de San Andrés y sus acuerdos resultantes, firmados el 16 de febrero de 1996, constituyen una especie de constituyente en lo que a la problemática étnico-nacional se refiere.
Así, la finalidad de la Otra Campaña es lograr crear una fuerza de abajo, independiente de los partidos, los tiempos y las reglas de juego de la democracia tutelada; aquella que definimos en otro escrito como propiciada por:
«el capitalismo neoliberal, en la cual las izquierdas institucionalizadas pierden toda capacidad contestataria y transformadora; incapaces de sustraerse a la lógica del poder capitalista, dada la efectividad de éste para cooptar a sus dirigentes; y asumen finalmente un papel de legitimación del sistema político basado en la desigualdad y la explotación capitalistas» [1] .
Como lo expresa Roberto Regalado:
«No se trata de negar o subestimar la importancia de los espacios institucionalizados conquistados por la izquierda, sino comprender que estos triunfos no son en sí mismos la «alternativa». De ello se desprende que la prioridad de la izquierda no puede ser el ejercicio del gobierno y la búsqueda de un espacio permanente dentro de la alternabilidad neoliberal burguesa, sino acumular políticamente con vistas a la futura transformación revolucionaria de la sociedad.» [2]
Esta nueva fuerza política a la que aspira la Otra Campaña debe ser lo suficientemente poderosa como para imponer un poder constituyente, un poder fundacional de un nuevo tipo de nación. La Otra Campaña parte de la hipótesis de que es imposible reconstruir desde arriba las bases de los actuales Estados nacionales. No existe poder delegado o heterónomo que lo haga posible. Es necesario erigir un poder que descanse en las propias fuerzas, sin intermediarios, burocracias, políticos profesionales, clase política, mesías o tlatoanis que decidan por otros.
Esta es la razón fundamental por la que no es posible la unidad entre la izquierda institucionalizada y la izquierda anticapitalista. Se parte de dos lógicas diametralmente opuestas. No es posible la «doble campaña». La Otra Campaña no quiere ser cómplice ni víctima de una nueva ilusión, de un nuevo espejismo. Esta no es una posición nihilista ni irresponsable, sino una perspectiva coherente con un análisis de lo que significan, en las actuales circunstancias, la crisis ética y los límites terminales a los que ha llegado la izquierda institucionalizada. Lula en Brasil, Tabare Vásquez en Uruguay, Bachelet en Chile, incluso Daniel Ortega en Nicaragua, (en la eventualidad de su triunfo electoral este año), y el propio Andrés Manuel López Obrador en México representan esa izquierda que se conforma con la alternancia y que renuncia a realizar cambios de fondo en sus respectivos países. Aquí no hay ruptura con el modelo de dominación e, incluso, representan formas más modernas de «gobernabilidad democrática».
La Otra Campaña, a diferencia de la izquierda institucionalizada en lo que respecta a sus experiencias mexicanas de gobiernos estatales y locales, parte de una práctica de construcción de poder autónomo que se expresa en los municipios rebeldes zapatistas y en las Juntas de Buen Gobierno; parte también de una coherencia ética del movimiento zapatista que le otorga autoridad moral para hacer las propuestas contenidas en la Sexta Declaración. No se trata de un voluntarismo insensato, sino el resultado de una experiencia donde todo lo logrado se debe a los propios esfuerzos de los pueblos y las comunidades; y sobre todo, no a una concesión del gobierno.
La Otra Campaña también parte de un análisis acucioso sobre los límites de las conquistas alcanzadas. Las Juntas de Buen Gobierno son un logro histórico; sin embargo, no es suficiente y, además, hay conciencia de que el futuro de las autonomías es incierto ya que el capitalismo neoliberal pretende apoderarse de los territorios, los recursos, los saberes de los pueblos indígenas. Se trata de una guerra total en la que los pueblos indios están inmersos y en la que es necesaria la más amplia alianza de los explotados, oprimidos, discriminados y segregados; se trata de una guerra por la sobrevivencia no sólo del país, sino de la humanidad en su conjunto.
Contrario a lo que se dice y piensa sobre la Otra Campaña en cuanto a la «toma del poder», Marcos hizo recientemente declaraciones importantes que cito en extenso:
«Y, entonces, ya construido este movimiento, nosotros pensamos que el problema del gobierno -y de la toma del poder-se invierte: deja de ser el objetivo central de un movimiento de transformación y se convierte en una pieza más de ese movimiento. Ojo: una pieza más; no es excluida de ese movimiento. Sí va a haber eso, pero no es el punto de partida, ni el de llegada. Es uno de los pasos que hay que dar en esa organización de la sociedad. Y, a lo mejor -pensamos nosotros—, podemos construir un referente mundial que no sea un muro, como el de Berlín, sino que sea otra cosa. Un rompecabezas cuya figura no esta definida y que se va modificando con cada pieza que se agrega. Y como es abajo, y donde cada quien asegura su lugar, el problema aquí no es qué imagen va a quedar al final, sino que cada pieza tenga mi figura y mi color, que esté yo ahí. Y eso es lo que hace que el movimiento que la Otra Campaña…que ese rompecabezas se siga armando abajo, no arriba, Y, eventualmente, ahí va a caber la pieza del gobierno, o la pieza de la democracia electoral, ola de los derechos…muchas cosas pues que están ahí. Pero no es ni el punto de partida, ni ojo-el punto de llegada. Pero tampoco se trata de evitarlo. Eso es lo que el EZLN está diciendo una y otra vez.» [3]
La Otra Campaña tiene en mente una democracia autonomista de nuevo tipo que se fundamenta en una construcción de poder y ciudadanía desde abajo; como una forma de vida cotidiana de control y ejercicio del poder de todos y todas desde el deber ser, esto es, con base en términos éticos. No se trata de una alternancia bajo la tutela del capitalismo. Se trata de una revolución.
[1] Gilberto López y Rivas. «Democracia tutelada versus democracia consejista». Rebelión, 28 de marzo del 2006.
[2] Roberto Regalado. América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda. Melbourne-Nueva York-La Habana: Ocean Press, 2006. Pp.213-214.
[3] Entrevista de Sergio Rodríguez Lazcano al Subcomandante Marcos. Rebeldía. Mayo de 2006