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Los niños perdidos del franquismo.

Mala gente que camina

Fuentes: Insurgente

Mala gente que caminay va apestando la tierra.(Antonio Machado). Benjamín Prado cree haber escrito la novela con que sueña todo novelista. De no tratarse de nada más que una argucia promocional (del mismo género que esos directores de cine y corifeos que juran que su última entrega es la mejor, ¡obra maestra!), dicho escritor -¿novelista?- […]

Mala gente que camina
y va apestando la tierra.
(Antonio Machado).

Benjamín Prado cree haber escrito la novela con que sueña todo novelista. De no tratarse de nada más que una argucia promocional (del mismo género que esos directores de cine y corifeos que juran que su última entrega es la mejor, ¡obra maestra!), dicho escritor -¿novelista?- está literalmente rozando el ridículo. Se refería al tema clave de su historia -prefiero calificarla así-: los niños perdidos del franquismo. Lo descubrió viendo un documental de la TV-3 catalana «Els nens perduts del franquisme». Y en el libro posterior, enriquecido con muchos más testigos por el historiador Ricard Vinyes y los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis, se basa principalmente junto a otro igual de grave y revelador de Tomasa Cuevas «Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas».

Pues bien, ¿qué añade él? Lo que tenía pensado en principio, la historia de un profesor de instituto que está escribiendo el primer capítulo de su libro «Historia de un tiempo que nunca existió. (La novela de la primera posguerra española)» sin más base argumental que las continuas conversaciones con su madre (la misma que la del escritor, ¡qué casualidad!) sobre el teatro (ella como aficionada que no se perdía ningún estreno de la época) y autores de esos años.

Su aportación es la invención de una autora, Dolores Serma, amiga de Carmen Laforet, cuya hermana es encarcelada y privada de su hijo recién nacido en la cárcel como tantos otros, y que en aquellos años escribe una novela Óxido, donde alegóricamente denuncia esa dantesca y oculta realidad. Se trata por tanto de la historia de una novelista que nunca existió, pero desgraciadamente, de unos hechos que sí existieron (se calcula en 25.000 ó 30.000 los niños despojados de sus madres) y que hasta el documental de la tv. catalana, apenas habían sido denunciados por algún historiador, y en todo caso, sin encontrar la divulgación actual. Como aconseja la ilustre cita de Ovidio a la entrada del libro de los autores y autoras catalanas: «Contaré hechos reales; pero habrá quien diga que los he inventado«: ergo, tu invención no parece lo más apropiado y afortunado en este momento, sino el de sumar desnudos testimonios con la única etiqueta de su realidad. Algo que han hecho muy bien ellos. En cambio, que más quieren los negacionistas que Dolores Sermas ficticias y horrores «novelados» que nunca existieron. Y aún peor, si todo ello se va narrando a través de unas citas con la nuera del personaje, interpoladas con las ya referidas con su madre -¡dos novelas en una!- a la que tan indefectible como previsiblemente seduce (¡en un complaciente ejercicio público de onanismo onírico el entusiasmado novelista!) este erudito profesor llamado Juan Urbano, un Juan Lanas cualquiera, que sin embargo bebe todos los días vino bordolés, Château Cantermerle, por si gustan; desprecia las comidas de los aviones, y que entre conferencia y conferencia en Estados Unidos prefiere que sus femeninas colegas llamen a su chambre de tres en tres. No cabe mejor definición del personaje en la última línea de la novela: un Juan Lanas cualquiera, of course, alter ego del propio escritor, porque imaginen: las conferencias iban sobre Rafael Alberti, y Benjamín Prado, para quienes no lo sepan, fue una especie de su secretario personal durante sus últimos años.

Coincido en sus valoraciones sobre o contra -como se prefiera- Ridruejo, los laínes y pemanes; y aprovecho para entresacar del segundo volumen de las memorias del psiquiatra Castilla del Pino esta cita:
«Cuando como tú se ha llevado a centenares de compatriotas a la muerte, y luego, se llega a la conclusión de que aquella lucha fue un error, no cabe dedicarse a fundar un partido político: si se es creyente, hay que hacerse cartujo, y si se es agnóstico, hay que pegarse un tiro.» (Eugenio Montes).
«En mi primer reencuentro con Montes, en Valladolid y en hora muy temprana de la guerra civil, le vi preocupado y dolido por las cosas crueles que sucedían. Se mataba. Y se fue a Cáceres, donde aún estaba su paisano y conocido -el jefe supremo, aún no del todo proclamado- para pedirle que pusiera freno a aquellas cosas. Se le dijo, claro es, que la guerra era la guerra. Pero Montes no dejó por ello de moverse, para aliviar la suerte de cuantos conocidos suyos estuvieron en peligro o tuvieron dificultades, acudiendo a cualquier poderoso que tuviera a mano, sin reparo de ser tachado de condescendiente o de dudoso. Montes, repito, es piadoso y en la amistad más que piadoso.» (Dionisio Ridruejo, «Casi unas memorias»).

Hay muchos monaguillos de su capilla en España, que tal vez, Benjamín, sea esto lo que no te perdonen, que estés bajo la sombra de los que enturbiaron la historia, y en cambio, dispares contra este adelantado del nazismo y de la democracia después, en ese orden. Si por la feria del libro amenazan con nuevas flores sobre su tumba, tengo una serie por aquí cerca que está clamando por incluir a tan brillante fulano.
Como tengo dicho, incluso cuando lo intento sigo sin catar novela. Puestos a novelar prefiero la hilazón documental muy bien trabada por Ignacio Martínez de Pisón en su interesante «Enterrar a los muertos», aunque, al contrario que en el presente caso, se discrepe ideológicamente. Qué fácil es vender anti-comunismo. Ay, pero mi querida amiga María Toledano, la verdad es tan revolucionaria como anti-revolucionaria, y a sus pruebas me remito con el tándem Dos Passos-Hemingway tan esclarecedor. La pura y dura verdad no se casa con nadie, María.

Y otra cosilla más, Benjamín. Me parece muy loable tu intento de «bucear en las aguas negras del franquismo y desactivar las verdades minadas con que sus protagonistas habían sembrado el territorio conquistado«, pero publicas tus verdades en una editorial fundada por un egregio escritor falangista y comprada por un grupo presidido y asesorado por la misma gente que pescó en esas oscuras aguas*. Si además, te va a presentar «tu novela» un tal Jordi Gracia en Barcelona, muy inteligente, según tú, y tanto, te respondí, que es autor de un oxímoron muy logrado: la resistencia silenciosa. ¿Contribuye, también él, a desactivar las verdades minadas de las que hablas? Ortega, causahabiente de tu patrón, aspiraba a ministro con Franco y cobraba la jubilación de su cátedra por su silencio «resistente»; o Marañón, «el supuesto liberal», te cito: «que en su libro Amor, conveniencia y eugenesia sostenía ideas muy similares a las de Vallejo Nájera, como que el fin último del matrimonio es la mejora de la raza, ya que ‘no hay pecado comparable al de crear seres física y espiritualmente inferiores‘.

Viva la verdad, o sólo la verdad a medias.

En cuanto a ese loco doctor cuyas ideas locas (segregacionistas/eugenésicas) fueron escuchadas por Franco que le nombró responsable del Gabinete de Investigaciones Psicológicas del Ejército, lean por favor, Los niños perdidos del franquismo. Acompaña una extensa documentación sobre la materia, Boletín Oficial del Estado, incluido. Oficial, verídico y real. Nada de ficción.

* Del primero: «Las mujeres están para ser degustadas; y, después, a unas se las deja y a otras no» (Camilo José Cela). El libro prodiga la recogida de perlas de ese cutre periodo. Del segundo in mente: «España goza de una salud indecente» (Ortega y Gasset en el Ateneo de Madrid, 1946).