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Chile: el pan que saldrá del horno

Fuentes: Rebelión

Esperé largos y nostálgicos años para finalmente retornar a mi patria en el 2001. Vine de una tierra lejana y bajé del cielo a una ciudad envuelta en la bruma del esmog y los recuerdos. Recorrí con amor doloroso y trémulo cada una de las calles, plazas, almacenes, casas, escuelas, y rincones en donde había […]

Esperé largos y nostálgicos años para finalmente retornar a mi patria en el 2001. Vine de una tierra lejana y bajé del cielo a una ciudad envuelta en la bruma del esmog y los recuerdos. Recorrí con amor doloroso y trémulo cada una de las calles, plazas, almacenes, casas, escuelas, y rincones en donde había discurrido mi infancia y juventud. Poco había cambiado en ese pequeño nido abandonado prematuramente un lejano otoño de 1973. Pero todo había cambiado en el gran escenario nacional. Una tersa paz social parecía cubrirlo todo con el manto del olvido y la complacencia. Las grandes avenidas se habían abierto nuevamente, pero no para el ciudadano, para la mujer y el hombre libre, sino para el agitado y estéril ir y venir del consumidor. Sólo los ecos lejanos de las viejas luchas sociales podían aún escucharse en algunos corazones y conciencias que quizás habían perdido la fe, pero conservado la esperanza.

Las viejas banderas de lucha y los viejos sueños yacían aparentemente enterrados bajo los cimientos arrogantes del nuevo Chile neoliberal, pero si uno escuchaba con atención, todavía en la noche del olvido se podía escuchar el susurro de las voces de los caídos, de los innumerables desaparecidos, y de los luchadores y luchadoras de otrora,clamando por una justicia que no parece llegar nunca. Una justicia más amplia y más profunda que el mero «ajuste de cuentas»; una justicia más amplia y más profunda que el mero encarcelamiento y castigo de los carniceros; una justicia más amplia y más profunda que la que pueden proveer los tribunales de justicia y el sistema penal: justicia para los de abajo. Justicia para el pobre, el olvidado, el joven sin futuro, y la naturaleza expoliada y abusada durante más de treinta años de saqueo; justicia para el que desea aprender y no tiene los medios ni el apoyo para hacerlo; justicia para la madre que espera un bebé y no tiene el dinero para parir con dignidad; justicia para el enfermo que no puede «comprar» su salud; justicia para el que busca con desesperación empleo y no lo encuentra; justicia para el trabajador despedido sin explicación alguna, y que no tiene un sindicato que lo defienda; justicia para el pequeño y mediano empresario arrasado por la competencia desleal de las grandes corporaciones que prosperan bajo el neoliberalismo; justicia para las hermanas y hermanos Mapuches, dueños originales de Chile, pero hoy (mal)tratados como extraños en su propia tierra. En fin, justicia para Chile; justicia para un país que ocupa el triste lugar de ser el décimo más desigual sobre la faz de la tierra; justicia para un pueblo entero sometido a 17 años de dictadura, y a 16 años de entreguismo, oportunismo, negligencia, y claudicación ante la herencia maldita de la dictadura por tres administraciones Concertacionistas consecutivas bajo el amparo de una democracia a medias; justicia, en fin, para un pueblo luchador, abnegado, doblegado a veces, pero nunca completamente quebrado. Desde el año de mi primer retorno a Chile, he vuelto a regresar todos los años y he visto el paulatino renacer del puño bajo la bota de la tiranía neoliberal. Poco a poco, una izquierda genuina empieza a reconstruirse sobre los escombros del pasado. Gradualmente, el miedo se disipa, la callada desesperanza es reemplazada por la voluntad de luchar, y el pueblo trabajador se reorganiza.

Chile renace como un ave fénix, y alza el vuelo desde sus cenizas, a más de tres décadas de la masacre, y vuelve así a la vida luego de los largos años de retroceso neoliberal. Chile, que fuese un día punta de lanza de las luchas populares y los movimientos sociales progresistas en América Latina, retorna también por fin a su raíz verdadera, igual como tantos de sus hijas e hijos expulsados prematuramente del gran nido patrio, hemos retornado, tarde o temprano, a buscar la fuente original de nuestra existencia. Hay una hermosa canción de la gran poetisa y folclorista chilena, Violeta Parra, que dice así en una de sus coplas dedicada a los jóvenes luchadores de otros tiempos: «Me gustan los estudiantes porque son la levadura, del pan que saldrá del horno, con toda su sabrosura».

Chile, tierra donde en el pasado tantos jóvenes lucharon e incluso ofrendaron su vida por verdadera justicia social, renace hoy en las luchas de apenas unos niños; renace impulsado por la conciencia y el espíritu combativo de la primera generación nacida, a su vez, luego del fin de la dictadura pinochetista. En tres semanas de lucha cuyo ejemplo resplandecerá por muchos años a venir, los estudiantes secundarios de Chile señalaron que comienza el fin de la tiranía neoliberal. Estos pajarillos libertarios son la levadura del mañana.

La revuelta de los pingüinos marca el comienzo de una nueva era para Chile: es el pan del futuro, que con toda su sabrosura, está ya en el horno de la historia.