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Jesús: ¿insurgente político?

Descodificando a los codificadores de Cristo

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

La verdadera conspiración que rodea a Jesús no es el encubrimiento de su matrimonio con María Magdalena, sino su transformación teológica en «novio» de la Iglesia Cristiana (Marcos 2: 18-22). Jesús era judío y no cristiano. No buscaba la muerte para que los creyentes por doquier heredaran la vida eterna, sino que buscaba la liberación de los judíos en su país de la ocupación romana. Su crucifixión no buscaba la resurrección de los muertos sino el despertar de los vivos. Su sacrificio no buscaba el cielo o el infierno para toda la gente del futuro, sino la liberación y la renovación del pueblo judío en esta vida. La gran conspiración consiste en que la temprana Iglesia Cristiana haya cambiado su modelo de liberación de un Estado opresivo por uno de acomodación al Estado.

Es más seguro en la actualidad, como en el pasado, creer que Jesús murió por los pecados del mundo que sumarse a la búsqueda de la liberación del mundo de pecados políticos, corporativos y militares que niegan a otros su derecho básico de libertad y culminación. Más seguro, porque muchas confesiones cristianas han permitido que sean integradas a y «bendecidas» y cooptadas por el status quo dominante. El verdadero engaño del cristianismo tradicional es su reinterpretación de la salvación como un asunto individual, aparte de las realidades políticas y económicas institucionalizadas que determinan en gran medida quién, en las palabras del evangelio de Jesús, puede realmente decir: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.» (Juan 10,10)

Irónicamente, el propio Jesús parece constituir la mayor amenaza para las iglesias cristianas: su peligroso modelo de intervención – decir la verdad a las estructuras del poder y actuar correspondientemente – en nombre de las personas oprimidas. El riesgo parece subyacer parcialmente a la conspiración más engañosa del cristianismo institucionalizado: la de inmortalizar a Jesús a fin de inmovilizar su peligroso modelo de liberación. La amenaza que su cruz posa como modelo es eliminada al convertirla en un monumento y al rendirle culto. La identificación vicaria con su lucha puede ser sustituida por la participación actual en luchas similares y peligrosas. En este caso el poder se halla en la oración. La talla moral es la estatua. El derecho se halla en el rito.

El atractivo personal de la salvación de su propia alma para toda la eternidad reemplaza al mandamiento más humanitario y retador de amar al prójimo como a sí mismo. Un evangelio de redención personal también puede proteger contra la percepción de cómo las propias bendiciones institucionalizadas podrían representar otra maldición – obtenida a costas de otro.

Otro riesgo para el prójimo es que un verdadero y singular salvador del mundo atrae a personas inseguras. Su necesidad de seguridad y corrección absolutas, y la intolerancia hacia la ambigüedad, las diferencias y la complejidad, invitan y racionalizan el poder sobre, y la dominación de, otros. Y nace otra conspiración: la opresión del prójimo en nombre de la persona misma cuya misión fue liberar a la gente. Semejantes conspiraciones dependen de la vuelta a escribir de la historia.

La necesidad de los primeros cristianos de trascender la realidad de la cruz los condujo evidentemente a enterrar la historia. La realidad histórica era que los judíos sufrieron una brutal opresión bajo la ocupación romana, y que Jesús fue sólo uno de muchos profetas mesiánicos crucificados al estilo romano por sedición política. No buscaba la muerte por los pecados del mundo para que los creyentes pudieran heredar la vida eterna, sino la liberación del pueblo judío de los pecados del Imperio Romano – que había violado su soberanía nacional, ocupado su país, y crucificado a miles de «insurgentes» judíos y de personas inocentes. La creencia en el Mesías se basaba no en el cielo sino en la tierra: la soberanía nacional, la libertad y la paz.

Según se dice, Jesús consideraba que su misión tenía una dimensión política crucial. Fue «»ungido para llevar la buena nueva a los pobres; [y]…para dar la libertad a los oprimidos.» (Lucas 4:18). Una historiadora del Nuevo Testamento, Paula Fredriksen, escribe en «From Jesus to Christ», que Jesús compartió un consenso judío del Siglo I «sobre lo que era importante desde el punto de vista religioso: el pueblo, el país, Jerusalén, el Templo, y la Torá… La situación política se caracterizaba por la preocupación religiosa» porque, como Fredriksen ha «señalado repetidamente, el judaísmo no hacía distinción entre las dos esferas: una fuerza ocupante idólatra posaba un problema religioso.» (Segunda edición, página 93, Yale University Press)

El poder ocupante de Roma, por su parte, veía a Jesús como un problema político, y lo crucificó rápidamente sobre una cruz después de su «triunfante» entrada de características mesiánicas a Jerusalén en la Pascua judía. También colocaron una inscripción premonitoria encima de la cabeza de Jesús que decía: «Éste es el Rey de los Judíos» (Lucas 23:38). La misión de Jesús era dar poder al pueblo, no conquistar el poder sobre el pueblo – otro aspecto ético de su modelo puesto boca abajo a través de las épocas por los constructores evangelistas del reino cristiano. Ellos y sus descendientes han afirmado que siguen el llamado de un Cristo resucitado: un Jesús resucitado apareció ante los once discípulos y dijo: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. » (Mateo 28: 16-20) No importa que la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo haya sido una formulación cristológica de los inicios de la Iglesia cristiana, creada mucho después de la vida de Jesús y sus discípulos.

Los primeros cristianos parecían poner de cabeza la historia para colocar a un Jesús resucitado sobre sus pies y darle piernas. Lo transportaron de un dominio político a uno teológico a fin de sobrevivir y florecer en el mundo romano.

Los judíos creían en un Mesías vivo, no resucitado. El verdadero Mesías los liberaría de la dominación romana y restauraría su soberanía y libertad nacionales. Por lo tanto, para la mayoría de los judíos, toda creencia en Jesús como el Mesías se disipó al continuar la opresión en los años siguientes a su crucifixión. Su continua lucha contra la ocupación romana culminó en una violenta insurrección entre 61 y 73, en la que Roma destruyó Jerusalén, asesinó a más de un millón de judíos y convirtió a decenas de miles en esclavos y cautivos.

(Los cristianos y el antisemitismo: Un calendario de la persecución de judíos)

Los primeros seguidores de Jesús consideraron que era más seguro disociarse de los judíos despreciados y perseguidos por los romanos. Era más seguro reinterpretar el mesianismo de Jesús en términos teológicos y evangélicos que políticos e institucionales. Más seguro apelar a los no-judíos porque la supervivencia de los primeros seguidores dependía de la difusión del evangelio cristiano entre los romanos. El evangelio de un Mesías resucitado y salvador del mundo. Cuya milagrosa resurrección prueba, más que niega, su calidad de Mesías y también de único Hijo de Dios. Por ello, sus seguidores tienen la única religión verdadera en la palma de su fe.

La conversión de Jesús de judío a cristiano se refleja en su disociación del judaísmo y en el llamado acomodadizo a los romanos. Esta deformación de la realidad histórica involucra el paso de la culpa por la crucifixión de Jesús de los romanos a los judíos. El antisemitismo en el Nuevo Testamento se ve en el supuestamente cruel prefecto romano, Poncio Pilato, que simpatiza angustiosamente con el aspirante a liberador de los judíos de la dominación romana: en Pilato lavándose dramáticamente las manos de la responsabilidad por la muerte de Jesús, a pesar de que sólo él tenía el poder de vida y muerte sobre Jesús. (Juan 19:10)

La distorsión de la realidad histórica también se ve en que se haya pintado a los judíos como «asesinos de Cristo.» «Un «Pilato respaldado por todo un batallón, pero inquieto, cediendo a la «voluntad» de sacerdotes impotentes, patriarcas del pueblo, y otros judíos que gritaron repetidamente «¡Crucificadlo!» (Marcos 15: 12-16) El retrato del Imperio Romano con ojos tan favorables en libros del Nuevo Testamento escritos entre 50 y 100 años después de los hechos, habrá contribuido a la evangelización de los romanos por los primeros seguidores de Jesús, pero atrajo una horrible maldición sobre el pueblo judío al poner en boca de sus descendientes oprimidos: «Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.» (Mateo 27:25)

Cerca de 300 años después, la conversión aparente del emperador romano Constantino resultó en que el cristianismo no fuera sólo reconocido, sino favorecido por el Estado. Por fin terminó la persecución y el martirologio de los cristianos. Pero no de los judíos. Su continua opresión es sugerida en el apoyo de Constantino para la separación de la práctica de la Pascua de Resurrección de la Pascua judía. Calificando a los judíos de «totalmente depravados» y de «asesinos de nuestro Señor,» también escribió: «Parecía algo indigno que en la celebración de esta fiesta tan sagrada debiéramos seguir la práctica de los judíos, que han envilecido impíamente sus manos con enormes pecados y que, por lo tanto, están afligidos merecidamente por la ceguera del alma… No tengamos, pues, nada en común con la detestable multitud judía, porque hemos recibido un camino diferente de nuestro Salvador. (Eusebio, Vida de Constantino, vol. III, cap. XVIII [1] (Constantine 1 (emperor)-Wikipedia, the free encyclopedia)

«¿Hemos recibido de nuestro Salvador un camino diferente?» De liberador judío a Salvador cristiano. Los cristianos oprimidos fueron legitimados y aceptados por el Estado, y, en nombre de Jesús, se sumaron al Estado en la opresión de los descendientes mismos de aquellos cuya liberación del Estado buscaba. Una conspiración similar opera en la actualidad.

La contraparte actual se ve fácilmente en el sedicente «cristiano» que amañó su camino a la Casa Blanca. El presidente Bush utilizó la religión para disfrazar y justificar la criminal invasión y ocupación de Iraq por USA. «La libertad no es el obsequio de USA al mundo, es el obsequio de Dios a todo hombre y mujer en el mundo,» dijo a delegados republicanos que lo aclamaban en su convención nacional de 2004. (The New York Times, 3 de septiembre de 2004)

La guerra preventiva del gobierno de Bush contra Iraq no tiene que ver con «Dios» y la «libertad» sino con mentiras: las amenazantes armas de destrucción masiva de Iraq que no existían; los inexistentes vínculos de Sadam Husein con los horribles ataques del

11-S contra USA; «la lucha contra los terroristas en Iraq para que no tengamos que luchar contra ellos aquí» – así llamados «terroristas» que no existían pero que ahora sí existen gracias a la agresión militar del gobierno de Bush contra Iraq.

El gobierno de Bush no trata de difundir la «libertad» sino el imperialismo usamericano, no trata de que «Dios» unja al pueblo iraquí con»óleo de alegría» (Salmo 45:7), sino de lograr el control del petróleo bajo el suelo de Iraq, no tiene que ver con la reconstrucción de Iraq sino con repletar los cofres de los sujetos de Halliburton amigos del gobierno. La gran conspiración contra el pueblo usamericano es la reinterpretación por el gobierno de Bush de sus crímenes contra el pueblo de Iraq, como un acto de «Dios».

La conspiración que subyace la guerra criminal del gobierno de Bush contra, y la ocupación de, Iraq, ha alcanzado un nivel aún más engañoso. Ahora se desvela el encubrimiento del asesinato deliberado del 19 de noviembre pasado de 24 hombres, mujeres y niños iraquíes en Haditha por marines de USA. La masacre de Haditha es evidentemente una de toda una serie de atrocidades cometidas contra civiles iraquíes por soldados de USA. Esas crecientes y horribles revelaciones parecen haber llevado al primer ministro iraquí Nuri Kamal el-Maliki a «arremeter contra los militares usamericanos» como reacción, «denunciando lo que caracterizó como ataques habituales de soldados contra civiles iraquíes.» Se le citó diciendo que «la violencia contra civiles se ha convertido en un ‘fenómeno diario’ por parte de numerosos soldados en la coalición dirigida por USA, que no respetan al pueblo iraquí.'» (The New York Times, 2 de junio de 2006). El hecho de que el gobierno de el-Maliki dependa de los militares de USA para subsistir sugiere la severidad con la que percibe el «fenómeno diario» de la violencia cometida por soldados usamericanos contra civiles iraquíes.

La reacción del gobierno Bush a los supuestos ataques ‘diarios’ contra civiles [iraquíes] (Ibíd.) contiene su propia ironía engañosa. La reacción llegó a los titulares: «USA ordena capacitación en ética para todos sus soldados en Iraq». La «capacitación en ética» consiste de que «se enseñe a los soldados valores militares, las expectativas culturales iraquíes, y una conducta profesional disciplinada,» que incluye «la importancia de respetar estándares legales, morales y éticos en el campo de batalla.» (The Boston Globe, 2 de junio de 2006)

Si se tratara de ética, los soldados de USA no estarían en Iraq para comenzar. Esta mascarada conspirativa no tiene el propósito de ganar las mentes y los corazones del pueblo iraquí, sino de reparar el cada vez menor apoyo del pueblo usamericano para una guerra y una ocupación criminales. ¿Es «capacitación en ética» o el intento de presentar una fachada para una conspiración corrupta y corrompedora?

La verdadera conspiración no es el encubrimiento del matrimonio de Jesús con María Magdalena sino su matrimonio con la Iglesia cristiana y los matrimonios de las iglesias cristianas con el Estado. Lo que hay que descodificar es el «lazo» corrompedor entre la Iglesia y el Estado.

A menudo, numerosos clérigos cristianos tienen a no causar problemas confrontando al poder con la verdad, por temor de que no les toque la lotería. En el cristianismo institucionalizado, los clérigos generalmente avanzan porque se adaptan – lo que significa que se adaptan frecuentemente. Estructuras jerárquicas determinan su avance y por eso tienden a apaciguar su conciencia. No puede haber una jerarquía sin que haya una jerarquía inferior.

Del mismo modo, numerosos obispos y otros ejecutivos eclesiásticos semejantes tienden a menudo a no hacer olas, expresando la verdad al poder, por temor a que sus feligreses abandonen el barco – y no sólo los miembros republicanos de la iglesia. El énfasis primordial es en el evangelismo, no en la ética, en que todos sean «discípulos de Jesucristo,» no en que haya justicia para todos. Es la política de la religión la que a menudo mantiene a la religión fuera de la política – separada de problemas políticos arriesgados.

Esta aparente conspiración convierte a un profeta en un beneficio. En otras palabras, una característica esencial de un exitoso dirigente de la iglesia cristiana parecer ser la capacidad de mantener y realzar a la institución tal cual existe. Y, de nuevo, se cree que la amenaza más grave para el cristianismo institucionalizado es el propio Jesús – su modelo de liberar a los oprimidos en lugar de evangelizar y oprimirlos en su nombre – o en el nombre de la «libertad».

Hay excepciones. Una es Jim Winkler, jefe del Consejo General de Iglesia y Sociedad, la agencia de acción social de La Iglesia. Recientemente llamó al Congreso a enjuiciar al presidente Bush, que también es un metodista unido, por iniciar una «guerra ilegal de agresión» contra Iraq, «basada en mentiras,» y contraria a los Principios Sociales de La Iglesia que dicen: «La guerra es incompatible con las enseñanzas y el ejemplo de Cristo.»

No sorprende que se informe que Mark Tooley, director del Comité Metodista Unido en el Instituto de Religión y Democracia, haya dicho que Jim Winkler es una fachada para la «Izquierda Religiosa,» y que mejor sería el «portavoz para una organización izquierdista de acción política como MoveOn.org,» ya que «no representa la opinión dominante en la denominación por la que pretende hablar.»» («Blow-back for Methodist attack on Bush,» UPI Religion and Spirituality Forum, 1 de junio de 2006). El propio Tooley parece asumir que representa la «opinión dominante» de la denominación. El modelo de liberación no se refiere a «izquierda» y «derecha» sino a justicia e injusticia.

Es hora de que en especial los obispos de la Iglesia Metodista Unida sigan el ejemplo de Jim Winkler y digan con más vigor la verdad al poder. En noviembre pasado, 95 de los obispos firmaron una «Declaración de Conciencia» en la que se «arrepienten de la complicidad en lo que creemos es una invasión y ocupación de Iraq injustas e inmorales.» Lamentaron «mantener el silencio ante el apuro del gobierno de USA hacia la acción militar basada en información engañosa.» Confesaron su «preocupación por el realce institucional y las agendas restrictivas mientras hombres y mujeres usamericanos son enviados a Iraq a matar y ser matados, mientras miles de iraquíes sufren y mueren innecesariamente.» Y su compromiso final fue «objetar con denuedo cuando los poderes gobernantes ofrecen soluciones bélicas que están en conflicto con el mensaje del evangelio de amor y entrega de sí mismo.»

La más reciente «solución» de los «poderes gobernantes» es ofrecer «capacitación ética» a los soldados, siendo que la invasión misma y la presencia ocupante en Iraq constituyen violaciones del derecho internacional – y de todo «mensaje del evangelio de amor y entrega de sí mismo.» Es hora de que los 95 obispos metodistas unidos presenten una resolución en su propio Consejo de Obispos, pidiendo la censura de sus dos miembros más prestigiosos y criminales, el presidente Bush y el vicepresidente Cheney. Los motivos para su censura están contenidos en la propia «Declaración de Conciencia» de los 95 obispos.

Se ha documentado que Jesús enseña que la vida eterna no es algo que uno hereda sino que uno hace. No se trata en primer lugar de creencia sino de conducta, tal como la verdad se refleja en lo que uno hace. Cuando un letrado le puso a prueba preguntando: «Maestro: ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?,» Jesús confirmó que los dos principales mandamientos mostraban el camino: amar a su dios y a su prójimo como a sí mismo: «Hazlo y vivirás.» (Lucas 10: 25-28)

Jesús no dijo a qué prójimo hay que amar. Tampoco especificó la raza, la religión, la nacionalidad ni la orientación sexual del prójimo. Lo que evidentemente condujo al letrado a probar aún más a Jesús al preguntar: «Y, ¿quién es mi prójimo?» Y Jesús dijo «El que practicó la misericordia.» Y sin condiciones de proselitismo. (Lucas 10: 29-37)

La religión es cosa de ver a través de y superar las conspiraciones. Es cosa de liberar a la gente, no imponerle creencias sectarias o políticas. Es cosa de darle poder a la gente, no conquistar el poder sobre ella. Es cosa de honorar a las gentes llamándolas por su propio nombre, y vivir su realidad, no de interpretarla. Es cosa de amar al prójimo como a sí mismo. Y el prójimo es cualquier en cualquier parte. La religión no es cosa de rendir culto a lo que hicieron los profetas, sino de hacer aquello a lo que rindieron culto los profetas.

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El Rvdo. Dr. William E. Alberts, es un capellán hospitalario. Es Universalista Unitario y pastor Metodista Unido; ha escrito informes de investigación, ensayos y artículos sobre el racismo, la guerra, política y religión. Para contactos: [email protected].

http://www.counterpunch.org/alberts06142006.html

Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.