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"Acerca de la legalidad y licitud del matrimonio homosexual"

De legalitate licitudineque connubii homosexualis

Fuentes: Rebelión

Para y por Alfredo y Elena: posiblemente, los dos mejores profesores que he tenido, tengo y tendré en toda mi vida. Aunque algunos neocons, provenientes del más rancio y retrógrado pensamiento político, intenten engañar y convencer a la nación, mediante la demagogia y el arte de las falacias, de que el MATRIMONIO entre personas homosexuales […]

Para y por Alfredo y Elena:

posiblemente, los dos mejores profesores

que he tenido, tengo y tendré en toda mi vida.

Aunque algunos neocons, provenientes del más rancio y retrógrado pensamiento político, intenten engañar y convencer a la nación, mediante la demagogia y el arte de las falacias, de que el MATRIMONIO entre personas homosexuales es un error y más que eso, una aberración, sabemos que eso no es cierto. Así y todo, aquellos individuos procuran que este sueño, convertido en realidad para los millones de homosexuales como yo de este estado, vuelva al mundo de la fantasía y de los anhelos intentando que el Tribunal Constitucional no lo considere en consonancia con la Carta Magna.

Así, como ciudadano y, sobretodo, como homosexual, voy a intentar echar abajo toda esa serie de argumentos (¿?) que esgrimen algunos. Aquéllos dicen que el matrimonio entre personas del mismo sexo no es correcto (y, por favor, corregidme si me equivoco) ya que:

  1. Etimológicamente no es posible aplicar dicho término (matrimonio) a la unión de dos homosexuales debido a que en esa palabra está presente la «mater» (madre) y, por tanto, una pareja de homosexuales nunca podrán ser madres (o nunca podrá haber una madre entre ellos). En este «argumento» podemos encontrar varios errores. Para empezar, se parte de la premisa de que pareja de homosexuales es igual a pareja de HOMBRES homosexuales. Pues bien, aquí se contempla la visión androcéntrica (y, por tanto, machista) de estas personas. Deberían saber bien que también existen parejas homosexuales donde las componentes no son hombres sino MUJERES. Entonces aquí se encontrarían con serias dudas para poder defender su argumentación: así pues, ¿una pareja de MUJERES homosexuales, al estar formada por dos matres en potencia, debería de ser más lícita y, por tanto, más legal que una pareja heterosexual en que sólo exista una mater ? ¿O se tendría que considerar igualmente lícita? Entonces, ¿legalizaríamos los matrimonios homosexuales femeninos y los masculinos no? Pero, entonces, ¿no estaríamos discriminando a una serie de ciudadanos por su sexo? Nada más en este punto vemos los serios problemas que se nos plantean nada más haciendo caso a esa premisa. Pero prosigamos: la palabra mater sabemos claramente lo que quiere decir (madre) y, por tanto, una madre es aquella mujer que ha engendrado, ¿no? Así pues, si el matrimonio, para que sea llamado así, tiene que contar con la presencia de una mater , o sea, de una mujer que ha engendrado, ¿no estaríamos ante un terrible caso de pecado al haber dado a luz a un niño y, por tanto, al haber perdido la sagrada virginidad antes del matrimonio? ¡Oh, Dios mío, qué gran pecado! Sigamos. Ya que estas personas se han hecho de repente filólogas y tienen tan amplios conocimientos de etimología y acuden a la lengua latina para solucionar una controversia social del s. XXI cuando la época clásica o de oro de la literatura y lengua latinas fue en el s. I a.C., ¿por qué no se fijan en que dicha lengua da a conocer que el papel de la mujer en el ritual del matrimonio estaba en un segundo plano (como ha sucedido durante toda la Historia hasta nuestros días)? Veamos: en la antigua Roma el ritual del matrimonio consistía en una simulación de rapto por parte del marido hacia la mujer a semejanza de aquél que realizaron los primeros romanos con las sabinas. De este modo, el verbo «casarse» en latín se expresaba muy mayoritariamente con la expresión «uxorem ducere» (conducir a la mujer). Es decir, «vir erat qui uxorem suam ducebat» (el hombre era quien conducía a / raptaba a / se casaba con su mujer) y no al revés. De esta forma, no se comprende de ninguna manera cómo estos grandes lingüistas le dan tanta importancia al término mater (que ellos lo utilizan incorrectamente como sinónimo de mujer) si en el mismo mundo romano (que era donde se hablaba latín) el papel de la mujer en el matrimonio era secundario (como hasta nuestros días, repito). Finalmente, podemos observar en lo que sigue cómo todo esto del uso de la etimología para solucionar conflictos podría haber llevado a caminos asaz peligrosos en nuestra sociedad si aquélla se hubiera cumplido al pie de la letra: si estos individuos utilizan la excusa de que no puede haber matrimonio sin mater , por analogía se podría afirmar que no puede haber patrimonio sin pater , ¿verdad? Así pues, si hacemos caso a la etimología, tendría que estar prohibido que las mujeres dispusieran de patrimonio ya que no son ni podrán ser patres , es decir, que la propiedad sólo tendría que ser de los hombres, que son los únicos patres en potencia. Esto daría lugar a la discriminación de las mujeres frente a los hombres, ¿no? En resumen, no podemos agarrarnos a la etimología de las palabras para solucionar cuestiones que no son para nada lingüísticas, sino sociales. De todas formas hay que recordar que la lengua nace en un contexto sociocultural y se va progresivamente adaptando a la sociedad, es decir, la lengua se amolda mayoritariamente a la sociedad y no la sociedad a la lengua (aunque es normal que la lengua se intente conservar en un determinado estado para que no se deteriore por el habla de las personas con un nivel lingüístico bajo o vulgar, así como para que la lengua no se dialectalice en exceso y se fragmente en varios idiomas como sucedió por ejemplo con el latín y como está pasando con el catalán, que se ha dialectalizado muchísimo por su decadencia literaria desde el siglo XVI y por su marginación en el ámbito oficial y culto desde los Decretos de Nueva Planta de los Borbones a principio del siglo XVIII, aunque no ha llegado a dividirse en varias lenguas como piensa alguna gente en el País Valenciano). Por tanto, si la sociedad (y los filólogos) aceptan que una palabra (matrimonio) designa tal realidad (unión oficial de dos personas cualquiera que sea su sexo), entonces la designará. Además, también hay palabras que van modificando su significado con el paso del tiempo: dos buenos ejemplos que tienen que ver con la temática que estamos tratando son «gay» y « queer» . La palabra inglesa «gay» en principio quería decir simplemente «alegre»; era un sinónimo de « happy «, mientras que ahora se utiliza, como todos bien sabemos, para designar, sobretodo, a un hombre homosexual. Por su parte, « queer » quería decir «raro», «extraño», mientras que ahora el uso que se le da es el mismo que en lengua castellana se le da a «maricón». La palabra catalana « gai » también ha sufrido la misma evolución que la inglesa «gay». Así pues esas palabras ya no son usadas con sus significados originales sino con otros que han ido adquiriendo a lo largo del tiempo. De esta misma manera le podría suceder a la palabra «matrimonio», es decir, que al final fuera usada con el significado de «unión civil oficial de dos personas» y que su significado original («unión civil oficial de un hombre y una mujer») fuera desplazado y cayera en desuso. De todas formas, hay que insistir en que no se trata de un tema lingüístico, sino social, y que, así pues, todas estas explicaciones sobran.
  2. El matrimonio es una institución sagrada y que siempre se ha definido (y tiene que ser así) como la unión entre un hombre y una mujer. Además esto último está corroborado en la Constitución . En esta gran falacia hay al menos tres argumentos falsos. El primero es que el matrimonio es una institución sagrada. Mejor dicho, este argumento puede ser falso o verdadero depende de en qué contexto se aplique: si es aplicado única y exclusivamente en el seno de la Iglesia es verdadero ya que aquí sí que se puede comprender (o, mejor dicho, tolerar) el matrimonio como algo sagrado debido al carácter confesional de la Iglesia Católica como jerarquía de poder religioso y a la comprensión del matrimonio como uno de los sacramentos de la religión cristiana (y, así pues, en este caso, católica). De todas formas, a lo que se están oponiendo los conservadores, es a la aplicación CIVIL del matrimonio homosexual. Por tanto, si estamos hablando de un asunto civil, ¿qué hace la Iglesia inmiscuyéndose en asuntos mundanos y civiles? ¿Es que acaso no hay separación entre Iglesia y Estado? Que yo sepa, sí: la aconfesionalidad del Estado Español está reflejada en el punto tercero del artículo decimosexto, correspondiente a la sección primera del capítulo segundo de la Constitución Española de 1978 que reza así: «Ninguna confesión tendrá carácter estatal. […]» Es decir, lo que el progresismo plantea no es la regulación del matrimonio religioso sino del civil, que es competencia del Estado (como veremos más adelante). Entramos en la segunda pequeña falacia: «El matrimonio siempre ha sido la unión de un hombre con una mujer o viceversa, por tanto, siempre tendrá que ser así». Aquí se ve claramente la falta de raciocinio o de pensamiento lógico y racional de aquéllos que van contra el matrimonio de personas del mismo sexo. Si nos tuviéramos que guiar únicamente por la tradición, sinceramente muchos de nosotros no estaríamos en este mundo dado que nuestros padres o nuestros abuelos no habrían existido. Me refiero al desarrollo científico: si no se hubiera desarrollado la ciencia y con ella la Medicina, ¿qué sería de miles de millones de personas ahora? Nos moriríamos a los 40 años, que es la esperanza de vida natural que más o menos se calcula para el ser humano. Gracias a la Medicina los habitantes del Primer Mundo vivimos el doble, unos 80 años. Y una de sus principales detractoras ha sido la religión. Aunque no sólo es la religión culpable del tradicionalismo humano: el ser humano es tradicional por naturaleza ya que tenemos un miedo innato a aquello que no conocemos. Un buen ejemplo de ello es la xenofobia: precisamente en griego (y así hago uso de la etimología, ciencia tan querida por los homófobos según se ve), la phobía al xénos , es el miedo al extranjero. Por eso, cuanto más culta es una persona, menos miedo tiene a lo desconocido ya que se aleja cada vez más de su idiosincrasia original. En resumen, todo esto nos hace ver que el ser humano no se puede guiar por la tradición en su camino de diferenciar la dicotomía del Bien y el Mal (si es que es posible realizar esta dicotomía). La tradición no es lógica. Por tanto, decir que el matrimonio siempre ha sido de tal y cual manera, y que tiene que seguir así no es una prueba irrefutable para negarse al matrimonio homosexual, es decir, no es un buen argumento. Por último entramos en la tercera «minifalacia»: la Constitución prohíbe los matrimonios homosexuales ya que expresa que el matrimonio es la unión de un hombre con una mujer (o viceversa). Muy bien. Ahora veamos lo que pone exactamente en la Constitución. La Constitución Española de 1978 se expresa sobre el matrimonio en el artículo 32, sección 2ª del título I y dice así: «1. El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica.» En contra de lo que digan los opositores al matrimonio homosexual (tan filólogos como son), si se hace un análisis lingüístico se comprobará que la Constitución no prohíbe esta forma de matrimonio. La clave de todo esto está en la conjunción y : esta conjunción no es intrínsecamente recíproca, es decir, per se , esta conjunción no indica reciprocidad, lo que se traduce en que si en la Constitución pone «el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio…», esto no quiere decir que necesariamente el matrimonio lo tengan que contraer ENTRE ellos, sino que tanto un hombre como una mujer tienen ese derecho (no importa con quién se casen: ambos lo tienen). Algún entendido podría decir que el prefijo que lleva el verbo contraer ya indica que la acción se debería de realizar conjuntamente. Pues bien, es cierto que ese con- , prefijo que ya existía en los verbos latinos y que proviene de la preposición « cum» («con»), tenía (y aún conserva) la idea de conjunto, pero en castellano el verbo contraer no hace falta que lo utilicemos con su complemento de régimen, su complemento suplemento o su cualquier-otro-nombre-gramatical-que-se-le-quiera-dar-a-dicho-complemento. Así es perfectamente correcto decir «Ayer por fin contraje matrimonio» sin decir la persona con la cual lo «contraje». Por tanto, ese con- no indica tampoco que el matrimonio sea exclusivamente ENTRE un hombre y una mujer. Con todo esto creo que queda bastante claro que este artículo no prohíbe este tipo de matrimonio, es más, lo que se intenta con este artículo es que ambos sexos (el masculino y el femenino) tengan los mismos derechos al contraer matrimonio. Es un artículo que habla sobre la igualdad de sexos no sobre que la única unión que se pueda llamar matrimonio sea la heterosexual. Pero que no se extrañe nadie de las posibles ambigüedades que pueda haber en la Constitución de 1978: están hechas a conciencia para que cada artículo se pueda acoplar a la ideología gobernante en tal o cual momento; se ha hecho así para que no haya relativamente muchos conflictos. Así nadie se extrañaría si calificara esta constitución de «centrista» (aunque no creo mucho en ese término por una serie de razones). En conclusión, este artículo es un artículo de IGUALDAD, como aparece en el propio texto, y NO puede ser utilizado nunca para provocar una DESIGUALDAD.

    De todas formas, por si no hubiera quedado suficientemente claro, la Constitución explicita que «la ley [una ley no de la Constitución sino aprobada con un mínimo de más de un 50 % de los diputados por el Parlamento y por la nación, y no por una institución religiosa] regulará, las formas de matrimonio, la edad y capacidad para contraerlo, los derechos y deberes de los cónyuges, las causas de separación y disolución y sus efectos». Esto es exactamente lo que dice el punto segundo del artículo trigésimo segundo correspondiente a la sección segunda del capítulo segundo del título primero de la Constitución Española de 1978. Lo que más cabe resaltar aquí es que se deja clarísimo que quien regula el matrimonio no es una creencia religiosa sino el Estado y que el Parlamento con una simple ley (sin necesidad de una reforma de la Constitución en que serían necesarios los 2/3 del Parlamento) lo puede reglamentar. Y lo más importante: PUEDE REGULAR LAS FORMAS DE MATRIMONIO, es decir, el matrimonio será lo que la ley diga; si la ley afirma que el matrimonio es la unión de dos personas sin que importe su sexo, el matrimonio es eso y no lo que quieran pensar una panda de reaccionarios. ¿Lo ha dejado la Constitución lo suficientemente claro? ¿O es que aún hay gente que no lo puede entender? Si es así, algunos nos preocuparíamos seriamente por su capacidad intelectual, que sería, ciertamente, muy baja.

  3. Las uniones homosexuales son antinaturales y pondrían en peligro la especie humana al no poder procrear. Así pues, la legalización de dichas uniones es un paso muy peligroso en el reconocimiento eticosocial de este hecho «contra natura». Para empezar tendríamos que saber qué va contra la naturaleza. ¿Se supone que los homosexuales vamos contra la naturaleza porque no podemos reproducirnos? ¿Va contra naturaleza el coito anal porque no hay ningún semen , en lengua latina semilla , que crezca y se convierta en un pequeño ser? La verdad es que algunas personas consideran que esto es así ya que ven que el copular «por detrás», «como los perros» (como se dice a veces popularmente) no es algo que sea bueno para la sociedad como dice Dª. José María que dedicó estas palabras a los homosexuales a través de la COPE a las 14:40 h del 30 de junio de 2005 cuando ella estaba en la manifestación del Foro de la Familia (mejor dicho, de su Familia): «…estudié neurociencia cuando hacía psicología y entonces allí nos hablaban de que cuando los animales tienen lesionado (¿?) unas glándulas que se llaman las amígdalas, empiezan a presentar comportamientos tales como los que hacen looos… homosexuales: copular por el ano, en donde el ano al recibir esos espermas (¿?) no puede nunca engendrar, ¡porque se encuentra con caca! Entonces, yo no creo que eso sea interesante para la sociedad (¡¿?!) en ningún aspecto. Y luego las mujeres al masturbarse…» Aquí tenemos a toda una psicóloga. Seguro que es la que asesora a los que participan en la COPE. Con todo esto lo que se puede observar es que determinados sectores de la sociedad que están relacionados con un integrismo o un cuasi-integrismo religioso dicen que los homosexuales practicamos relaciones contra natura porque no procreamos (dogma de la religión cristiana establecido básicamente por Santo Tomás de Aquino por el cual tanto la masturbación como el sexo oral pasando por la homosexualidad son pecados punibles): aquí se ve cómo estos individuos limitan las relaciones sexuales humanas a la procreación, es decir, que entienden el ser humano (y sobretodo la mujer) como una máquina «creahombres» que no tiene una sexualidad. Lo que piensan es que ese acto solo sirve para que la especie humana vaya adelante, pero lo que no entienden es que en ese acto, en una relación como el matrimonio que se supone más o menos estable, por lo general hay mucho más que eso: hay amor, comprensión y sexualidad, que sirven para que el ser humano pueda desarrollarse íntegra y sanamente. ¿Qué sería de nosotros si el acto de copular sólo sirviera para reproducirnos como meros perros en celo? Muchos de nosotros sabemos que la cópula puede ser mucho más que eso, es decir, mucho más que la «unión» entre dos órganos sexuales que dará, si hay suerte, una niña o un niño. Sabemos que eso puede ser una expresión de sentimientos. Sabemos que eso no es un acto realizado por un autómata sin una sustancia pensante (como dijo Descartes), sin una psyché , sin un alma. Sabemos que eso puede ser mucho más que algo físico, relacionado con el cuerpo, con el sóma , con la res extensa . Por eso, cuando los homosexuales copulamos, no le daremos al mundo otro ser humano, pero lo que sí que podemos hacer es desprender un amor radiante. La cópula para nosotros puede ser la expresión hacia el otro de un amor que no se puede mostrar de una forma «normal» en algunos lugares (por no decir en la mayoría). También algunos consideran que (en este caso que los hombres homosexuales) vamos «contra natura» ya que el ano -que efectivamente forma parte del aparato digestivo- no puede realizar una función sexual ya que no ha sido «creado» para eso. Pues bien, es verdad que el ano en principio no tiene esa función sexual, pero pongámonos a analizar, por ejemplo, qué funciones son las «propias» de la boca. En principio, se pueden observar dos o como mucho tres: la de nutrirse, la fónica y la de respirar, ya que la boca forma parte tanto del aparato digestivo como del aparato fónico y respiratorio respectivamente. Y ahora pongámonos a pensar: ¿quién en este mundo no ha utilizado la boca para algo más que comer, hablar y respirar? A buen entendedor pocas palabras bastan (y no pensemos solamente en determinadas acciones sexuales). Pero si nos pusiéramos en ese plan, hay muchas cosas que podrían llamarse antinaturales: todos estamos de acuerdo en que el aparato respiratorio es para respirar, ¿no? Entonces, ¿no se podría llamar un acto «contra natura» el tragarte el humo que proviene de la inflamación de una mezcla de tabaco, alquitrán (que por cierto se utiliza para asfaltar carreteras) y nicotina, e ir haciéndote todos los pulmones negros hasta que te mueras ahogado en tu propia sangre proveniente de tu pulmón canceroso o bien por la metástasis de tu propio cáncer que comprobarías como, a parte de en tu pulmón, en esos momentos se encontraría en tu cerebro o en tu sangre o Dios sabe dónde (con perdón de la expresión)? ¿No es acaso eso mucho más antinatural que dos hombres que por amor o por diversión quieren tener una relación sexual? Creo que sí. Es más, creo que la penetración anal no tiene NADA de antinatural ya que, aunque en principio el ano no este preparado para recibir un pene en erección, todo se puede arreglar con grandes dosis de higiene, preservativos, lubricante y relajación.

Por otro lado, los reaccionarios parten de la premisa de que la humanidad se extinguiría gracias a nosotros para «argumentar» su oposición a la homosexualidad y, por tanto, a la legalización de los matrimonios homosexuales. Pues bien, para empezar comprendo que en el s. I d.C., cuando empezó a ser escrita la Biblia (cuya versión aceptada por el Vaticano, la Vulgata, fue «aprobada» en el Concilio de Nipona en el siglo IV por las diversas sectas cristianas y escrita en latín por San Jerónimo para el papa Dámaso I a principios del s. V), hubiera una cierta reticencia (incluso odio) a la homosexualidad no sólo en la cuna del mundo cristiano sino en todo el mundo. Esto es debido a varios factores: el primero y más decisivo es el factor demográfico. Desde que el ser humano pobló la Tierra hasta mediados del s. XVIII, cuando se notaron los efectos de la Revolución agraria, la población mundial ha ido creciendo ha un ritmo lentísimo (nos encontramos en la 1ª fase del crecimiento demográfico, cuando tanto la natalidad como la mortalidad son altas). En esta situación es completamente normal que los diversos pueblos que han ido habitando el globo hayan intentado por todos los medios hacer crecer su población. Así pues, la práctica de la homosexualidad (tanto masculina como femenina) no era nada «productiva»: no «producía» futuros guerreros que pudieran defender la patria, ni tampoco futuros agricultores que tuvieran cuidado de los vegetales y recolectaran sus frutos (aquí cabe destacar la gran importancia que se le dio en tiempos de la lengua latina a la agricultura ya que para los romanos los habitantes eran los incolae, o sea, los que cultivaban o colabant). Así pues, es normal que se prefiriera que hubiera relaciones heterosexuales que dieran niños, a relaciones homosexuales que no dieran nada. Aun así, los griegos le dieron una buena solución a este problema de desear tener una relación homosexual pero no llevarla a cabo porque no da «frutos»: a los varones griegos, no así a las mujeres griegas, les era permitido (y de hecho era la práctica más usual en la élite social) tener relaciones homosexuales siempre y cuando cumplieran su función reproductora uniéndose a una mujer y dejándola embarazada. Otro factor decisivo era la higiene: en un mundo donde la higiene personal estaba muy descuidada (así ha pasado desde el inicio de las andadas del ser humano y sigue aún en las zonas pobres del planeta, que albergan a la mayoría de la población mundial actual), la práctica del sexo anal (en este caso estamos hablando de los varones homosexuales) traía muchas veces consigo una serie de consecuencias en la salud de los «sodomitas», como les gusta a los conservadores llamar a los varones homosexuales, ya que el sexo anal sin preservativo -objeto que no tenían por aquellas épocas- era y es la práctica sexual de más riesgo para contraer todo tipo de enfermedades sexuales debido a la gran cantidad de vasos sanguíneos concentrados en la zona rectal y también al ingente número de entes infecciosos que hay en ella debido al tránsito de las heces. También no se veía bien la homosexualidad porque no se daba en «osos y leones». Sin embargo, ya se conoce la historia de los dos pingüinos del zoo de Bremerhaven que rechazaron tener relaciones con unas pingüinas suecas. Así pues las prácticas homosexuales eran consideradas (y lo son aún en algunas «bolsas» sociales) sucias y, por tanto, objeto de rechazo. Pero… ¿qué razón objetiva, fuera de cualquier visión ideológica o religiosa hay para oponerse a la unión (actualmente a la unión legal) de dos personas del mismo sexo? A mi parecer ninguna. Es más, actualmente, aquellas dos razones históricas por las que se rechazaba la homosexualidad (a saber la demográfica y la higiénica) ya no tienen razón de ser: primero porque en la actualidad el mundo ya no está en la 1ª fase de crecimiento demográfico sino en la 2ª, que se caracteriza por un descenso de las tasas de mortalidad y un mantenimiento de las altas tasas de natalidad. Esta es la tendencia que existe en la mayor parte del mundo aunque todos sabemos que Europa y otras regiones muy desarrolladas económicamente hablando tienen tasas de natalidad muy bajas que hacen peligrar su crecimiento de la población. De todas formas, como se ha mencionado, en la mayor parte del mundo la población está creciendo a un ritmo imparable con lo que no veo razón para oponerse a las relaciones homosexuales y a su legalización. ¡Los homosexuales casi deberíamos estar subvencionados por el Estado en países como China, Nigeria o Ecuador! Tampoco la higiene debería ser un impedimento para nuestras relaciones ya que ahora (desgraciadamente sólo en el mundo «desarrollado») las medidas higiénicas han avanzado mucho y, por ejemplo, el condón (por supuesto combinado con la siempre higiénica ducha) constituye un buen método para evitar infecciones por culpa de los entes presentes en el ano y también para evitar las enfermedades de transmisión sexual (ETS), sobre todo el SIDA, que ha constituido la enfermedad que más ha marcado al colectivo homosexual. Si en la historia queer (si es que es posible separarla de la straight, la hetero) ha habido una serie de momentos clave (como la institución de la paiderastía griega sobre todo en los siglos VI y V a.C., la decadencia de ésta a partir de la invasión romana y su prohibición por parte del emperador Justiniano en el s. VI d.C., la persecución durante toda la Edad Media, la Edad Moderna y parte de la Edad Contemporánea sobre todo durante el nazismo -recordemos los triángulos rosas invertidos de Auschwitz- o durante la etapa del general Mc Carthy, que se ve que no distinguía entre comunistas reales, gente de izquierdas, homosexuales, enemigos de los EEUU, etc.; también fue muy importante la Revolución Sexual de los años 60 -que iba unida con el movimiento hippie y antiguerra del Vietnam-, las revueltas del 28 de junio de 1969 del Stonewall Inn, todavía conmemoradas como día del Gay Pride u Orgullo Gay, en que por primera vez una masa de homosexuales presentes en dicha taberna rechazó ser castigada por la policía neoyorquina en una redada, y por último la legalización en parte del mundo occidental de las uniones homosexuales a finales de los años 90 y principios del s. XXI), sin duda la expansión del SIDA durante los años 80 y su efecto sobre la población gay constituyen un antes y un después en nuestra Historia. Desde que la enfermedad empezó a observarse de forma alarmante en los Centers of Desease Control (Centros de Control de Enfermedades) en 1981 cuando «sólo» hubo 128 muertes por SIDA hasta 1987 cuando ya se habían producido 16.389 muertes, el presidente republicano Reagan no pronunció la palabra SIDA ni una sola vez y tampoco tomó medidas para atajar lo que sería la mayor pandemia del s. XX y XXI que afectó sobremanera al colectivo homosexual ya que los primeros casos se dieron en esta comunidad, sobre todo en las ciudades donde el movimiento LGBT era más fuerte (San Francisco y Nueva York), por eso en principio se creyó que era una enfermedad de homosexuales y por eso nosotros fuimos marginados a principios de los años 80 mucho más de lo que ya lo estábamos. Afortunadamente en la actualidad, en el mundo desarrollado económicamente, el condón ha servido para atajar esta enfermedad (que suma ya más de 40 millones de infectados por el VIH en todo el mundo, de los cuales 25 millones están en África). Así pues la higiene tampoco es una razón ya para hacer punibles o reprochables las relaciones homosexuales.

Por tanto, como más o menos se ha demostrado, los argumentos que dan algunas personas para oponerse a las uniones legales homosexuales como el matrimonio (y que en el fondo también se oponen a las relaciones homosexuales por sí mismas) son falsos y erróneos. Así pues espero que, en estos días en que se está celebrando el 37º aniversario de las revueltas del Stonewall Inn y el 1er aniversario de la legalización en España de los matrimonios homosexuales, tanto la Iglesia Católica como los partidos y personas conservadores dejen de mirar al pasado y no dificulten la democratización de nuestra sociedad. Así también pido desde aquí al Tribunal Constitucional que desestime la petición de un partido político de paralizar la legalización de los matrimonios homosexuales. Espero que si un chico de 18 años que aún no ha entrado en la Universidad puede sacar estas conclusiones, dicho Tribunal las puede sacar con creces.