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Desde los cerros de Talcahuano… La miseria nos contempla

Fuentes: Punto Final

Decenas de personas esperan algún contacto de trabajo junto al mar a un costado del Mercado Central o «muro de los lamentos», como ha sido bautizado. D esperdigadas por los cerros de Talcahuano, unas 55 mil personas viven en la pobreza. Son los habitantes de Centinela I y II, Villa Badarán, Nueva Los Lobos, La […]

Decenas de personas esperan algún contacto de trabajo junto al mar a un costado del Mercado Central o «muro de los lamentos», como ha sido bautizado.

D esperdigadas por los cerros de Talcahuano, unas 55 mil personas viven en la pobreza. Son los habitantes de Centinela I y II, Villa Badarán, Nueva Los Lobos, La Gloria, Los Lobos Viejos, Caleta Tumbes, Los Copihues, San Miguel, San Francisco, Vista Hermosa, Caleta Candelaria, y otras poblaciones. En febrero pasado, el ex presidente Ricardo Lagos visitó el cerro San Miguel, asegurando que a fines de 2006 unas 106 mil familias abandonarían los campamentos que cubren los cerros gracias al Plan Integral San Pedro de la Costa: «Hemos avanzado para construir un país mejor, donde cada familia pueda acceder a una vivienda digna, un barrio donde sus hijos puedan crecer en tranquilidad», dijo.

Isabel Varela Vega, tres hijos, dirigenta del comité de cesantes «Con Esfuerzo Emprendedor». Vive en el cerro Nueva Los Lobos de Talcahuano y vende ropa usada en la feria de Villa Badarán.

Según el catastro de 1996, un tercio de los 972 campamentos de Chile se encontraban en la VIII Región. San Pedro de la Costa, el programa de viviendas sociales más ambicioso del gobierno, se levanta en el kilómetro 8,5 de la ruta San Pedro de la Paz-Coronel: 2.722 casas que beneficiarán a unas 3.200 familias de setenta campamentos y comités de allegados de Talcahuano, Concepción y San Pedro de la Paz. Sin embargo, la erradicación no será total como se prometió. Desde 1996 han surgido nuevos campamentos y familias sin casa. Doce mil se mantendrán en esa condición, la mayoría en los cerros de Talcahuano.

El desempleo en Talcahuano es un problema estructural (ver PF 614). Los sectores industriales se han tecnificado, y las pesqueras, Siderúrgica Huachipato y Petrox en la última década han despedido a miles de trabajadores. Las empresas sólo ocupan obreros por algunos meses en el año.

Se anuncia la construcción de carreteras. Pero aún no existe un tercer acceso a los cerros de Talcahuano. Unirlos con un acceso vial mejoraría la calidad de vida de la población y absorbería -temporalmente- importante mano de obra.

Desde mayo de 2005, Bioclean es la empresa encargada de retirar la basura en el puerto. En algunos sectores hay contenedores que cubren sólo al cuarenta por ciento de la población. En cerros y caletas la basura abunda. Además, el personal de Bioclean labora jornadas extenuantes por bajísimos salarios.

En Talcahuano sólo siete liceos y colegios alcanzaron a incorporarse a la Jornada Escolar Completa (JEC). El Centro de Salud Familiar «Los Cerros», que significó una inversión de 546 millones de pesos, se emplaza en la Villa Badarán y debe atender a más de treinta mil personas. «Siempre está colapsado y la atención es deficiente. No alcanzan los insumos. Lo mismo ocurre en otros consultorios y centros de salud de Talcahuano», dice Patricia Alvarez, presidenta de la Junta de Vecinos Villa Badarán. Otros consultorios se ubican en San Vicente, Esmeralda, Santa Clara y Las Higueras. Hay una pequeña posta rural en Caleta Tumbes, que además debe atender a los vecinos de La Cantera, Candelaria y Puerto Inglés.

GHETTOS EN EL CERRO

A fines del año pasado, la población Centinela fue «intervenida» por el Ministerio del Interior. El narcotráfico y la delincuencia se habían apoderado del lugar. Centinela se suma a la larga lista de poblaciones ocupadas policialmente sin mucho resultado: La Legua Emergencia (2001), La Victoria (2002), Santa Adriana (2002), Sara Gajardo (2003), Intendente Saavedra (2003), José María Caro (2004) y Yungay (2005), en la Región Metropolitana; además de 18 de Septiembre en Hualpén (2005), y Montedónico en Valparaíso (2005). Aldo Beroiz, dirigente del sindicato Nº1 de Pesquera Alimar y de la Coordinadora Ecológica Talcahuano, señala: «En los cerros hay hacinamiento. A la gente la están apiñando. Pero el gobierno sólo interviene policialmente. La delincuencia, la drogadicción y el microtráfico se han apoderado de sectores de Centinela I y II y Los Copihues. Eso sucede por la pobreza y la ineficiencia de las autoridades». En enero, un grupo de jóvenes voluntarios del Hogar de Cristo construyó noventa mediaguas para los campamentos en extrema pobreza del cerro Nueva Los Lobos: Coliumo Alto, Coliumo Bajo y Lonconao. En agosto, otro grupo desarrollará igual labor en el campamento Las Gaviotas Bajo. Aparte del asistencialismo de la Iglesia Católica, no hay nada más.

En la nueva comuna de Hualpén más de un tercio de sus ochenta mil habitantes está en campamentos y viviendas básicas. Buena parte de las comunas cercanas a Talcahuano como Yumbel -con 20.500 personas-, Penco -40.000- y Lota -con 52.000-, poseen menos habitantes que los cerros de Talcahuano. «Es escandaloso que en los cerros de Talcahuano se propicie la formación de verdaderos ghettos», dice el concejal socialista Hernán Pino. «No hay equipamientos comunitarios. No hay canchas, liceos, oficinas públicas ni buenos accesos. Al concentrar a la gente se generan problemas que van a explotar en una crisis mayor», dice. Tras el último temporal, los departamentos y casas con menos de un año se filtraron.

VENDIENDO ROPA PARA EL PAN

Isabel Varela Vega es dirigenta del comité de cesantes «Con Esfuerzo Emprendedores». Tiene tres hijos, pero dos no pueden vivir con ella porque no tiene recursos suficientes para alimentarlos. Las 650 viviendas de la Villa Badarán están plagadas de cesantes y allegados como ella. Muchos deben los dividendos. No tienen dinero para financiar los estudios de sus hijos y ni siquiera para ir a buscar un trabajo al puerto: «La cesantía en los cerros ha producido mucha deserción escolar y drogadicción. Es difícil decirlo, pero hay familias que no tienen recursos para mantener un hogar. A algunos ni siquiera nos alcanza para almorzar todos los días. Se llega al extremo de vender lo poco que tenemos. Conseguimos ropa y la vendemos en las ferias para obtener algún sustento». Pero las autoridades les querían prohibir vender a heladeros, vendedores de fruta y «coleros» de las ferias. «No le podemos impedir a la gente que no tiene recursos que trabaje de ambulante. Se los empuja a la delincuencia y la desesperación. Es preferible que exista comercio ambulante. En los cerros hay quienes viven sólo de mariscar, sacar ulte y algas para vender o comer», dice Patricia Alvarez.

El año pasado, un grupo de pobladores ocupó las oficinas de Essbío reclamando por las altas tarifas del agua potable. Sergio Vergara, dirigente de los cesantes, dice: «En las cuentas nos cobran por el tratamiento de aguas servidas. Una cuenta de una vivienda básica, que consume sólo lo normal, sale mensualmente sobre los doce mil pesos. Con bajos sueldos y cesantía de muchos, es imposible pagar eso. Lo curioso es que en los cerros no hay una planta de tratamiento de aguas servidas… Essbío sigue haciendo de las suyas. Pero la gente se está organizando y creemos que pronto esto va a tener importante impacto social».

Isabel Varela agrega que en los escasos colegios de los cerros de Talcahuano «nos cobran siete mil pesos por matrícula y en algunos hay que pagar mensualidades. Por eso hay niños que ya no estudian. En los colegios discriminan a quienes no pueden pagar. Muchos sacan a sus hijos y los mandan a trabajar, con la esperanza que después estudien en la nocturna. Por la deserción escolar hay jóvenes que se han mezclado con la delincuencia y el microtráfico». Denuncia que el municipio se aprovecha de la ignorancia de la gente: «Te hacen firmar un papel para recibir ayuda de once mil pesos por el Programa Puente, pero después no llega el dinero. Lo mismo pasa con las canastas de alimentos. ¿Dónde van a parar esos recursos?».

Muchas personas venden en la feria de Villa Badarán. Nancy Sáez Muñoz es una: «Soy dueña de casa y vendo ropa de lunes a viernes. No puedo juntar dinero, pero sí comprar pan. Aunque hay días que no vendo nada». Lleva más de cinco años en esto, desde que su marido quedó cesante y sólo accede a trabajos de relevo: «Cuando hay trabajo lo llaman». Con dos hijas, una de 18 años que aún estudia, la vida se le hace difícil. «Pago el dividendo y apenas las cuentas, y nada más. No nos alcanza el dinero… A veces vivimos con el sueldo mínimo o menos», dice.

El marido de Sara Bascur Sepúlveda también está cesante. «Hace trabajitos de tres mil pesos por día o menos, cuando encuentra algo». En su familia son cinco personas y venden ropa porque a veces ganan 500 pesos o «un poquito más». Sus tres hijas son pequeñas y le preocupa el futuro. «Cuando llueve no se puede vender en la feria. La plata no me alcanza para alimentarlas. En el colegio les dan almuerzo. Tengo acumuladas dos cuentas de luz y dos de agua. No he podido pagarlas… ¿Qué futuro tendrán mis hijas si esto sigue así?».

Hace cinco años que Carolina Flores vende pantalones, zapatos y ropa de niño. Vive en la toma San Francisco, donde son más de 200 personas. Hay vecinas que le juntan ropa para que pueda venderla y alimentar a sus dos hijos. Vive sólo de la asignación familiar en una vivienda prefabricada: «Soy allegada en el sitio de mi madre. Tengo dos hijas y estoy sola. A veces mi suegra se las lleva para que almuercen».

Lo mismo ocurre en la toma de terrenos Coliumo Alto, en Nueva Los Lobos: son 62 familias bajo el nivel de pobreza. Carolina Torres Carrasco, embarazada de ocho meses dice: «Trabajo vendiendo ropa porque mi marido está sin trabajo. En septiembre se supone que nos entregarán una vivienda pero no tenemos los 180 mil pesos de ahorro que exigen. No sé qué vamos a hacer».

PATIO TRASERO DE TALCAHUANO

Para Enrique Sepúlveda, los programas de emergencia son sólo medidas de parche: «Nos hacen creer que inyectan recursos pero sólo manipulan las estadísticas». Según Angel Concha, los índices de pobreza y cesantía son históricos en Talcahuano: «Jamás habíamos llegado a tamaño problema. Miseria en los cerros, deserción escolar, salud ineficiente son pan de cada día. Y los concejales y el alcalde siguen en silencio».

«Los cesantes nos hemos movilizado. Marchamos a pie a Santiago y exigimos una solución. Pedimos a Bachelet un programa proempleo con sueldo mínimo pero sólo nos ofrecen 1.500 empleos de 51.000 pesos. Ni siquiera alcanzarán para pagar luz, agua y gas. Los pobladores de los cerros no podemos seguir viviendo así, sin saber qué hacer, desesperados», agrega Patricia Alvarez.

La coordinadora de cesantes agrupa a 3.900 personas e inició su lucha en los cerros, en la Villa Badarán y Nueva Los Lobos, con una olla común que se mantuvo por casi un año. «Somos el patio trasero de Talcahuano. Mucha gente está desesperada. Pero seguimos en la lucha. Nuestra olla común fue visitada, incluso, por el padre Pierre Dubois y nos apoyaron las iglesias cristianas con alimentos. Esa vez le doblamos la mano al gobierno regional. Se vieron obligados a aprobar el trabajo en estructuras metálicas y muebles. Duramos dos años, pero después nos requisaron las máquinas y quedamos nuevamente en el aire», dice Angel Concha.

Isabel Varela informa que cuando no venden nada en la feria, simplemente no tienen cómo alimentarse: «Es por eso que nos organizamos y levantamos esta sede social en Villa Badarán. Sacamos personalidad jurídica y apoyamos el sector de los cerros Nueva Los Lobos, Centinela, Los Lobos Viejo, Los Copihues, San Francisco y otros. De diferentes cerros vienen a trabajar en nuestra sede. Tomamos como ejemplo la lucha de la coordinadora de cesantes que, gracias a movilizaciones y esfuerzo, consiguió cupos de empleo. Hicimos una olla común en la bahía de San Vicente. Hoy la gente de los cerros está superando la vergüenza de decir ‘soy cesante y no tengo qué darle a mis hijos’. Acá, muchas mujeres llegan a trabajar con sus niños. Tenemos un jardín infantil y las mamás tienen un poco de leche para sus niños».

Celeste Arce mientras trabaja en costura deja a su hijo en el jardín de la sede social. «Vamos a juntar dinero para ampliar el jardín. El espacio es demasiado pequeño, al igual que la cocina». La municipalidad no les ayuda en nada. En la jornada de la mañana hay 28 niños y 25 en la tarde. «Varios están la jornada completa, y no hay un espacio donde puedan dormir. Con nuestro dinero pusimos cerámica e hicimos el galpón. Proyectos Fosis para nosotros no hay. La sede la hicimos con trabajo voluntario», dice.

Bernardita González trabaja media jornada y gana 51 mil pesos. Vive en Los Copihues y atraviesa los cerros a pie para llegar a la sede. No tiene dinero para la locomoción: «Cuando llueve hago bordados. Es que en los programas proempleo no tenemos implementos como parcas o ropa gruesa. Limpiamos patios de colegios y quebradas de cerros. Pero ni siquiera nos han dado palas. Lo que queremos es empleo de jornada completa. Tengo dos hijos y una nieta de tres años que viene a trabajar conmigo. Viven allegados en mi casa».

Ana María Pavez se traslada todos los días a la sede desde la caleta El Soldado: «Es lejos, más de treinta minutos a pie». Junta al mes unos 90 mil pesos, pero no le alcanza: «Mi hijo de 17 años quiere trabajar, pero no lo emplean. Trabajo en la sede social en costura o pintando». En caleta El Soldado viven de la pesca quince familias «pero dependemos de la mar y del tiempo», agrega. «En la playa juntamos algas por temporadas. Pagan doscientos pesos el kilo. Imagínese cuántas hay que juntar».

En Caleta Tumbes hay cuatro sindicatos de algueras pero solo tienen trabajo un mes al año.