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Nostalgia y desarraigo

El exilio según Sánchez Vázquez

Fuentes: Rebelión

Uno de los fenómenos más característicos del siglo XX fue el exilio. El surgimiento de dictaduras totalitarias en Europa motivó el destierro de muchas figuras políticas e intelectuales del viejo continente. Muchos de ellos fueron a residir a Estados Unidos y jamás regresaron. La guerra civil española también dio lugar a una ola de expatriados. […]

Uno de los fenómenos más característicos del siglo XX fue el exilio. El surgimiento de dictaduras totalitarias en Europa motivó el destierro de muchas figuras políticas e intelectuales del viejo continente. Muchos de ellos fueron a residir a Estados Unidos y jamás regresaron. La guerra civil española también dio lugar a una ola de expatriados. Las dictaduras, como las de Pinochet, Videla, Pérez Jiménez y Castelo Branco también lanzaron fuera de su país a millares de latinoamericanos. Una de las personalidades intelectuales del exilio español que enriqueció a México con su presencia fue Adolfo Sánchez Vázquez, actual profesor emérito de la UNAM.
En su ensayo «Fin del exilio y exilio sin fin», el maestro Sánchez Vázquez nos entrega sus reflexiones sobre el exilio español. Para él el exilio es una prisión, aunque tenga puertas y ventanas. Es una herida que no cicatriza jamás porque el exiliado siempre vive escindido, de los suyos, de su tierra y de su pasado. Pero, cortadas sus raíces, no puede arraigarse en su nueva ubicación. Arrastrado por el futuro, no vive el presente. «De ahí, nos dice Sánchez Vázquez, su idealización de lo perdido, la nostalgia que envuelve todo en una nueva luz».
«Cada día crece la contradicción entre el ansia de volver y la imposibilidad de saciarla.» Entonces surge el drama mayor del exiliado: no puede abandonar jamás su condición de tal porque si cesan las condiciones objetivas que determinaron su extrañamiento e intenta regresar a su origen hallará que echó raíces en la que estimó su residencia temporal y ahora se siente añoranzas de su morada peregrina. Jamás abandonará ahora su condición desgarrada de ser partido en dos.
Existen el exilio político y la emigración económica. Millares de irlandeses emigraron a Estados Unidos, a partir de 1846, debido a la hambruna producida tras el colapso de la cosecha de papa por plagas agrícolas. A partir de 1820 alrededor de quince millones de europeos se establecieron en América del Sur. El flujo inmenso de italianos en Argentina aún deja sentir su huella. De 1880 a 1910 diecisiete millones de europeos entraron en Estados Unidos. En razón del tráfico de esclavos se calcula que diez millones de africanos llegaron a América. Hoy, son millares los mexicanos que cada día buscan la frontera norte reclamando oportunidades de trabajo y prosperidad que no logran encontrar en su propia patria.
Hay otro exilio compuesto por elementos de retroceso social cuando se producen condiciones liberadoras dentro de una situación de profunda conmoción social. Los monárquicos se establecieron en Coblenza durante la Revolución Francesa. Tras la Revolución de Octubre de 1917 la nobleza zarista se mudó a Berlín y a París.
Tal es el caso de la emigración cubana que se ha ido formando por oleadas yuxtapuestas. Primero se marcharon los comprometidos con la dictadura batistiana recién concluida. Más tarde salió del país la alta burguesía azucarera, los grandes propietarios, los administradores de la industria, latifundistas, banqueros. En una tercera ola emigraron profesionales, parte de la clase media, los que habían aspirado a una revolución «humanista», no marxista. No todos, desde luego, salieron por inconformidad con el cambio revolucionario, muchos partieron tentados por la esperanza de mejorar su nivel de vida en Estados Unidos, fascinados por el atractivo de las oportunidades económicas y las facilidades ilimitadas que otorgaba el gobierno de ese país.
La ambigüedad del exilio cubano es típica. Mientras por una parte se asimilaron a una realidad que les era ajena, por otra soñaron con un regreso a sus raíces y trataron de efectuar un salto en el tiempo para retornar a la Cuba mítica que dejaron atrás, tal como describe el fenómeno Sánchez Vázquez A la vez crearon una paradigmática causa de la restauración del paraíso perdido. Alimentaron la existencia de una Arcadia a la que adornaron con todas las virtudes imaginarias e intentaron en el exterior la reproducción física de la tierra que abandonaron. Bautizaron homónimamente los establecimientos e instituciones que fundaron en las nuevas tierras donde se establecieron.
Impelidos por la añoranza o el fervor patriótico alimentaron su sentido gregario creando grupos, asociaciones, colegios, clubes, sindicatos que son una reproducción de instituciones anteriormente existentes en Cuba y constituyen una vía de alivio a su sentido de pertenencia y una manera de afianzar su cubanía. Una mimética toponimia invadió Miami.
Sánchez Vázquez señala que la condición de exiliado supone una doble relación con la patria que dejó atrás y con la tierra que le acoge. Es así que el destierro se convierte en transtierro, por usar el neologismo acuñado por José Gaos. El exiliado jamás podrá renunciar a su condición; tanto si vuelve, como si no vuelve, concluye Sánchez Vázquez, su exilio nunca tendrá fin.