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Cronopiando

Diario íntimo de Jack el Destripador/6

Fuentes: Rebelión

  El negocio del destripamiento me estaba yendo tan mal, con tanta competencia desleal a cargo de políticos, militares, choferes, abogados y otros matarifes, que para poder subsistir tuve que buscar empleo en un periódico y, lo que es peor, de periodista. Al fin y al cabo me habían asegurado que en el ejercicio de […]

 

El negocio del destripamiento me estaba yendo tan mal, con tanta competencia desleal a cargo de políticos, militares, choferes, abogados y otros matarifes, que para poder subsistir tuve que buscar empleo en un periódico y, lo que es peor, de periodista.

Al fin y al cabo me habían asegurado que en el ejercicio de la profesión también podría destripar alguna que otra reputación y aunque prefiero los degüellos naturales, no siempre podemos elegir.

Lo que en verdad importaba era trabajar bien para ganarme la confianza del director. Así que, cuando aquella mañana llegó la noticia de un mortal accidente de tránsito en Santiago y, rápidamente, se decidió que yo fuera a cubrirla, acudí a la administración para que me facilitaran las dietas y el transporte. Si me apuraba, podía estar en el lugar de la tragedia en dos horas y media. Claro que, entonces, ignoraba que me encontraba mucho más cerca de la «tragedia» de lo que creía. Lo comencé a intuir cuando con la celeridad propia que las circunstancias exigían llego a la oficina y se me dice que no hay ni dinero ni transporte.

Tales carencias, siendo lamentables, nunca me habrían sacado de mis casillas si no se me hubiera, además, censurado la improvisación por no haber solicitado el dinero y el transporte con un día de antelación por lo menos, tal y como está establecido por la administración.

Yo me sereno y trato de explicarle al incumbente que, desgraciadamente, los tres muertos no tuvieron el buen gusto de advertirme de su accidente con la debida premura y que tampoco, entre mis habilidades, puedo alardear de adivinar el porvenir y adelantarme a los hechos, pero se me dice que ese no es problema de la oficina y que para la próxima vez, debo solicitar el dinero y el transporte 24 horas antes.

Por si acaso no se ha entendido mi inquietud o yo no he sabido expresarla, vuelvo e insisto en que los accidentes ocurren accidentalmente, que es precisamente por ello que se llaman así, y que no sólo ocurre en nuestro caótico país, que incluso en el extranjero tienen los accidentes la mala costumbre de no anunciarse.

Y cuando ya pensaba haber solventado con éxito el problema de entendimiento entre los dos, él, que se ajusta la corbata y me advierte que me deje de pretextos buscando justificar mis obvias carencias planificadoras.

Ahí es donde se me revoltea el destripador que todos llevamos dentro, sobre todo yo, y por un momento pienso que ya no quiero ir a Santiago, que ya no quiero ser periodista y que nunca debí dejar el destripamiento. Abro y cierro la mano, lista para desenfundar la afilada hoja, pero tal vez porque uno se va haciendo viejo, finalmente, doy la vuelta y sin despedirme ni agregar nada, me voy abatido y desolado, ya no para Santiago sino para el carajo, que es un destino que ni precisa transporte ni requiere dietas.