He presentado el libro que hoy nos ocupa en una ocasión en Madrid. Presentar un libro se parece a esperar a alguien que viene de lejos y darle la bienvenida. En aquel momento, en Madrid, me correspondió sobre todo la tarea de decir a quienes nos acompañaban lo que el libro no era, quién no […]
He presentado el libro que hoy nos ocupa en una ocasión en Madrid. Presentar un libro se parece a esperar a alguien que viene de lejos y darle la bienvenida. En aquel momento, en Madrid, me correspondió sobre todo la tarea de decir a quienes nos acompañaban lo que el libro no era, quién no venía, qué no debían esperar. Porque procedo de un país en donde la falsedad y la incultura se alían para producir puntos de vista que sólo interesan a los privilegiados. «No es lo mismo», dice Fidel en este libro, «una mentira que un reflejo condicionado. La mentira afecta al conocimiento, el reflejo condicionado afecta a la capacidad de pensar». Procuré, en aquella ocasión, alterar el reflejo condicionado creado por los medios de divulgación masiva.
Hoy me encuentro en la situación opuesta. Por un lado, las personas que me escuchan ya conocen las dos ediciones anteriores del libro o han oído hablar de ellas. Por otro, estoy en la tierra que es una con el libro y su protagonista. Y pienso que acaso pueda ser útil contar aquí lo que este libro significa para quienes vivimos fuera, lo que tiene de verdaderamente único y no sólo necesario sino vital. Contarles por qué este libro es para la izquierda mundial, como se dice de algunos problemas y cuestiones, un libro de vida o muerte.
Entre las figuras fundamentales en la historia de la humanidad se cuenta Sócrates. La vida de este filósofo estuvo dedicada a argumentar que es preciso vivir de acuerdo con el bien, y que de ningún modo se debe cometer injusticia. Aunque durante dos mil cuatrocientos años sus razones han sido estudiadas, muy pocas veces se han puesto en práctica. Las decisiones que han marcado la evolución de la humanidad casi siempre se han tomado en atención a criterios como el beneficio del capital o el miedo. Hubo momentos, así la revolución francesa o la rusa, en los que parecía que iba a ser posible escapar de esos criterios, pero al final esos momentos fueron devorados por los enemigos de Sócrates, los sofistas, aquellos que sólo buscaban el beneficio privado a costa del bien común.
Voy a comparar el libro que hoy nos ocupa con los diálogos socráticos. El científico se ocupa de las leyes de la naturaleza, y el intelectual de las leyes de la conducta humana. Es lo que hizo Sócrates, y lo que hace Fidel en este libro. Con una diferencia. Sócrates, en los albores del pensamiento, se vio obligado a actuar en solitario. «Es preciso», dijo, «de toda necesidad, que el que quiere combatir por la justicia, por poco que quiera vivir, sea sólo simple particular y no hombre público». Esto era así porque Sócrates, como tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia, vivía en una ciudad llena de intereses mezquinos, esclavista, injusta. Sócrates no cedió nunca, de un modo individual, ante la injusticia. Pero tampoco pudo poner en práctica la acción intelectual de todo un pueblo.
Lo que tiene de inédito este libro, de único, es que nos permite dialogar con quien puede dar cuenta de un fenómeno para el cual han hecho falta dos mil cuatrocientos años. Sócrates quiso ser justo, pero la organización social en la que estaba inmerso le condenó. Dos mil cuatrocientos años más tarde, en lo que Bush ha definido como «un oscuro rincón del mundo» y hoy llamamos el lugar más luminoso de la tierra, aquí, precisamente aquí, un colectivo de seres humanos puso en práctica lo que Sócrates apenas había sugerido: para que todas las personas pudieran ser justas debían vivir en una comunidad organizada de acuerdo con ese propósito. A esto se le ha llamado revolución. Y es como si Fidel le dijera a Sócrates: tú has hablando de cómo deben vivir los hombres, ahora yo te hablo de qué pasos hemos dado para que tu modelo de conducta sea posible.
La revolución cubana no ha sido la primera revolución y no sólo es fruto de la acción de cubanos y cubanas, sino también de numerosas luchas que han tenido lugar en distintos lugares a lo largo de la historia. Ahora bien, ¿qué es lo que la hace distinta de otras, y más necesaria y aún de vida o muerte? Muchos son sus rasgos, hasta quince expuso ayer Felipe Pérez Roque, todos ellos encarnados en la figura de Fidel. Voy a citar sólo uno, que de algún incluye a los otros. «Jamás», afirma Fidel en este libro, «dentro de los medios de lucha, nosotros contemplamos lo inmoral». Vengo, como la mayoría de ustedes, de tradiciones de izquierda y, antes de leer este libro, alguna vez la indignación, la rabia, me llevaron a explicar decisiones estratégicas como el pacto germano-soviético en aras de la necesidad de defenderse de los sucios ataques de los poderosos. Ahora creo haber aprendido para siempre, pues este libro lo argumenta de modo ineludible, que la rabia no debe ser más fuerte que los principios.
«Una cosa», como señala Fidel, «es la astucia, la inteligencia, la psicología», y otra pensar que el medio puede separarse del fin. No se trata siquiera de que el fin pueda o no justificar los medios, se trata de que ambos son una sola cosa. Esta verdad es expuesta en el libro fundamentalmente con hechos, con el relato de actos, elecciones y comportamientos que han tenido lugar, que no son la expresión de un deseo o de una teoría, sino tiempo vivido. Los cinco héroes saben muy bien lo que esta verdad significa, en cambio el gobierno que les tiene presos lo ignora por completo. Los cinco saben que una cosa es usar la astucia para proteger a su país y otra, que nunca harían, traicionar los valores que defienden. Lo saben por ser los hombres excepcionales que son, pero también por ser los hombres comunes crecidos en una sociedad organizada para que saberlo sea posible. La rabia no debe ser más fuerte que los principios: esta verdad, como el libro en su conjunto, está llamada a constituirse en el referente universal de la izquierda. Por eso no es de extrañar que haya sido preciso revisar y ampliar sucesivamente el libro: para que nada se olvide.
En 1966 un premio Nobel de física escribía en una carta: «Respecto a palabras y hechos, yo no me opongo a las palabras, sino sólo a palabras sin hechos. ¿No cree usted que deberían ir algunos hechos con las palabras de modo que se aprenda algo sobre las palabras de los matemáticos y no sólo las palabras que usan los matemáticos?». Muchos años antes, como saben, en el Cid había aparecido la misma preocupación expresada de este modo: «¡Lengua sin manos, cómo osas hablar!». Hemos de hacer esta pregunta siempre a los políticos capitalistas; cada vez que osen hablar de valores, de ecología, de respeto, de solidaridad, les diremos: «¿No creen ustedes que deberían ir algunos hechos con las palabras?». El libro que hoy presentamos demuestra con hechos y con palabras que el mantenimiento de una conducta justa en cualquier situación es el único modo que tiene la izquierda de avanzar, y el único modo que tiene la especie humana de no morir destruida por su ignorancia.
«Yo le estoy contando nuestra historia», le dice en un momento Fidel a Ramonet. Quienes no hemos hecho la revolución ni la hemos sostenido sino que apenas la hemos visto crecer día tras día, escuchamos la historia de lo que ha pasado porque es también la historia de nuestro futuro. Y a Fidel, le decimos: Lengua con manos, tú sí que puedes hablar.