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Construyendo pueblo organizado de la memoria al poder

Fuentes: Asamblea De La Memoria al Poder

El domingo 10 de diciembre, miles nos congregamos espontáneamente en el centro de la capital para celebrar -con sentimientos encontrados, por cierto- la muerte del tiranuelo. Como no nos dejaron confluir en la Plaza de la Constitución, nos distrajimos en las clásicas escaramuzas contra la represión de fuerzas especiales. Desordenadamente apedramos carros blindados, gritamos con […]

El domingo 10 de diciembre, miles nos congregamos espontáneamente en el centro de la capital para celebrar -con sentimientos encontrados, por cierto- la muerte del tiranuelo. Como no nos dejaron confluir en la Plaza de la Constitución, nos distrajimos en las clásicas escaramuzas contra la represión de fuerzas especiales. Desordenadamente apedramos carros blindados, gritamos con alegría e improvisamos simulaciones de barricadas. La cosa fue más seria en algunas poblaciones, pero el ritual catárquico se cumplió adecuadamente. Como es bien sabido, Pinochet no era un ex dictador únicamente. Desde el golpe militar de 1973 congregó en su figura una constelación simbólica asociada a la traición, el castigo, el miedo, la desdicha y el dolor de la mayoría del país. Pinochet, Pinochetismo, pinochetada ya constituyen expresiones populares que hace tiempo se desprendieron del sujeto concreto que les dio origen y adquirieron propiedades connotativas de empleo cotidiano tanto en Chile, como en varias partes del mundo. Pero caminando más al fondo de las causas y consecuencias que comportó y comporta el pinochetismo en Chile, es preciso comenzar a aventurar algunas ideas que superen la fenomenología de su papel en la historia patria.

LA LUCHA DE CLASES EN SU PUNTO MÁS ALTO

Sin duda, durante el período de la Unidad Popular -cristalización de un largo proceso de luchas populares, acumulación de fuerzas sociales proclives a transformaciones sustantivas al modelo de acumulación capitalista hasta entonces imperante en el país- se vivió el período más álgido de organización de los de abajo, el desarrollo de sus destacamentos instrumentales, y el despliegue de la lucha de clases. Muchos hablaban entonces -con justa razón- que Chile vivía un período pre revolucionario, en un contexto donde la institucionalidad burguesa fue presionada hasta sus límites por el gobierno del Presidente Allende en pro de nuevas y radicales conquistas en beneficio de las mayorías. Sin embargo -y disculpen mi ansiedad sintética-, las vacilaciones de la conducción política del pueblo por los partidos que formaban la UP (aceleramos el proceso o negociamos con la DC o propiciamos la insurrección o nos negamos a la eventualidad del enfrentamiento radical entre las clases, etc.) desorientó al campo popular, debilitándolo. Naturalmente, aquí es preciso agregar que el trabajo arduo y eficiente del imperialismo norteamericano, las clases dominantes y el descontento de sectores medios producto del desabastecimiento artificial y la sensación de desorden social, crearon las condiciones ideales para el mentado golpe militar. No obstante, muy lejos de los dichos del actual Ministro del Interior, Belisario Velasco, en el sentido de que Pinochet pasará a la historia como «un típico dictador de derecha», todos ya sabemos muy bien que el tirano implementó una auténtica refundación de estado de cosas hasta entonces en curso en el país. A poco andar, el pinochetismo -primero a tientas y luego sistemáticamente- fue revelando el verdadero carácter y objetivos de su gobierno. Luego de un período de intensa represión política cuyos fines fueron, por una parte la desarticulación de los núcleos conductores de los destacamentos políticos del pueblo, y por otra, jibarizar hasta su mínima expresión la resistencia popular mediante el miedo y la disciplina cuartelaria, vino lo más importante. Allanado el camino de opositores, pueblo organizado y discenso articulado, Pinochet se convirtió en el instrumento óptimo para convertir al país en el laboratorio de la versión actualizada más radical del modo de acumulación capitalista: el neoliberalismo. Es decir un sistema racionalmente estructurado de maximización de ganancias a través de la desnacionalización de las propiedades estatales (o pérdida de soberanía sobre los principales recursos patrios); privatización a ultranza de los servicios públicos (salud, educación, previsión); superconcentración de riquezas; destrucción de la redistribución de la tierra y la reforma agraria; control absoluto de los medios de comunicación de masas, etc. Para implementar estas políticas de alto impacto nacional en tiempo record fue preciso un período de autoritarismo militar sin contrapesos, amueblado con una Constitución Política que legitimara su aplicación, por una parte, y perpetuara una organización y agenda política que garantizará un viaje sin retorno. Las recetas económicas de la ultra liberal norteamericana -que ni en su propio país fue capaz de implementar- se impusieron en Chile a rajatabla. De más está considerar que la audacia y celeridad del equipo pinochetista no pudo impedirse ni siquiera con la masificación gradual de la rearticulación de la lucha político popular durante la década de los 80, producto de la profunda crisis económica acaecida entonces. La resistencia chilena -altamente eficiente a nivel internacional- se formuló bajo la consigna nuclear del retorno a la democracia y la salida de Pinochet. Las diversas estrategias antipinochetistas en carrera fueron hegemonizadas finalmente por los mismo sectores centristas que colaboraron sustantivamente con la generación de condiciones para el golpe militar, y mediante un pacto complejamente tramado -y planificado por el propio imperialismo- se accedió a una democracia «tutelada». En fin, un sistema político altamente excluyente, antipopular, administrador, optimizador y legitimador del modelo neoliberal. Para los poderosos, ya el país estaba en condiciones de volver a las urnas: así se descomprimía el tenso clima dictatorial (que eventualmente podía poner en crisis su porvenir) y el modelo de acumulación neoliberal se volvía más presentable en sociedad. Total, fracasó estrepitosamente una salida más radical al régimen propiciada por la izquierda, la Constitución del 80 ya estaba consolidada, la caída sin vuelta del eje soviético y el extraordinario disciplinamiento ideológico logrado por la dictadura, garantizaban un país mejor explotable, con paz social y mentalidad «emprendedora»

EL PELIGRO DE LA PINOCHETIZACIÓN

Si convenimos que el golpe militar no sólo fue la derrota de «la vía chilena al socialismo» (esto es, no sólo la derrota del proyecto político de un conglomerado de partidos políticos agrupados en la UP), sino del conjunto del campo popular, y la reposición en el poder de la burguesía y su nuevo proyecto fundacional, todavía más antipopular que el de la etapa anterior al 73, podemos decir que en el período más alto de lucha de clases desplegada en Chile, el pueblo y sus organizaciones fueron derrotados, debiendo pagar un altísimo precio, tal cual cobra históricamente la patronal las gestas rebeldes de sus subordinados. En este sentido, archipersonificar en Pinochet «todos nuestros males», cumplió inmejorables fines propagandísticos para rearmar la lucha de los de abajo, pero al mismo tiempo, inhibió el desarrollo de fuerzas críticas a su legado. La capitulación ideológica y programática de la Concertación de Partidos por la Democracia, justificada retóricamente por la justicia y cambios «en la medida de lo posible»; los eficientes mecanismos desarticuladores de las organizaciones sociales y populares que sostuvieron la lucha antidictatorial; la mantención prácticamente incólume de la Constitución del 80; la burocratización, clientelismo e incorporación funcional al aparato del Estado de importantes dirigentes y sectores que lucharon contra el pinochetismo, constituyen la plataforma que autoriza práctica, antipopular y legalmente, la continuaidad casi descosmeticada del modelo de acumulación capitalista implementada por la dictadura.

NO SON SÓLO MEMORIA

Resulta indiscutible el papel jugado por las organizaciones de Derechos Humanos en la reorganización, potenciación y masificación de la lucha antidictatorial. El coraje de los familiares de los caídos durante el pinochetismo es ejemplo de perseverancia, amor y valentía. Sin embargo, la reducción -muy práctica comunicacionalmente, por lo demás- de que el responsable último de la violencia política y principal obstáculo del retorno a la democracia era Pinochet, eclipsó la verdadera revolución económica, política y cultural que operaba y, de muchas maneras, continúa operando en el país. La lucha se superconcentró en la figura de Pinochet. La cuestión es que el mostruo en cuestión, ya no existe. De manera gradual, la causa por la verdad y la justicia ha declinado desde la llegada de la Concertación al gobierno. Independientemente de las diversas políticas compensatorias a los familiares de las víctimas, los tribunales sólo han condenado a una cuarentena de agentes del terrorismo de Estado, de los cuales más de la mitad ya están libres. La pinochetización de la lucha por los DDHH y la presentación de las víctimas desvinculadas de su rol de militantes populares, ha despolitizado este frente. Las víctimas sin contexto de la brutalidad militarista pueden provocar indignación en la opinión pública, pero difícilmente propiciarán acumulación de fuerzas para las transformaciones necesarias. Salvo empeños aislados y localizados, los caídos de la dictadura tardíamente están siendo reivindicados como luchadores sociales y políticos. Con la muerte de Pinochet, querámoslo o no, tal cual se construyó el tipo de lucha de las organizaciones de DDHH, su causa pierde potencias movilizadoras e interés público. En esta línea, vale aventurar una hipótesis que no por su simpleza deja de contener algunas certezas: de no visibilizar, potenciar, y acentuar los horizontes de sentido vital y compromiso político de los caídos; convirtiendo las presentes y futuras luchas del pueblo en continuidad del proyecto por el cual fueron perseguidos, torturados, hechos prisioneros y asesinados, la incesante búqueda de justicia por los familiares de las víctimas corre severos riesgos de encapsularse, disminuirse y tornarse en una digna, pero mínima expresión testimonial y sólo para aquellos directamente afectados. Solamente la actualización de la causa política popular y revolucionaria de los caídos en dictadura es capaz de resimbolizar, nutrir e iluminar las luchas que nos cabe enfrentar para transformar Chile en un país donde gobiernen los trabajadores, los Más. La justicia de los caídos, más allá del necesario castigo a los culpables, únicamente estalla de sentidos y se realiza en la materialización de sus sueños y empeños en vida. Los caídos deben ser nuestros compañeros invisibles que acompañan y alimentan con su ejemplo los ideales libertarios y auténticamente socialistas de las nuevas generaciones en lucha. Por eso hoy, las izquierdas y los populares, decimos con fuerzas renovadas que luchamos y construimos pueblo organizado de la memoria al poder.