Recomiendo:
0

Pinochet venció

Fuentes: Rebelión

Me estoy acordando ahora de la muerte de Pinochet. Enferma, le dan la Extremaunción, se muere y se supone que está en el cielo, mientras Lenin se achicharra en el infierno y a Fidel le están preparando la caldera. Excelente religión la católica, inigualable multinacional que negocia con una materia prima imaginaria: Dios, el Cielo. […]

Me estoy acordando ahora de la muerte de Pinochet. Enferma, le dan la Extremaunción, se muere y se supone que está en el cielo, mientras Lenin se achicharra en el infierno y a Fidel le están preparando la caldera. Excelente religión la católica, inigualable multinacional que negocia con una materia prima imaginaria: Dios, el Cielo. Juan Pablo II hizo lo que tenía que hacer: contribuir a derribar el comunismo y no cambiar la esencia de la imagen corporativa de la empresa, sino reforzarla. Se ha quedado sin clientela progre pero ha logrado otra fija y relevante y además es refugio de toda la inseguridad, pánico y miedo que genera la mundialización. Ha adocenado aún más al rebaño y, desde el punto de vista intelectual, le ha dado de nuevo la razón a Nietzsche: el cristianismo es la desgracia mayor que le ha caído encima a la Humanidad, pero eso es sólo una abstracción filosófica, claro, que hacemos cuando se trata de reflexionar sobre la esencia de toda religión destructora del individuo, una destrucción que consiste en succionarle la sangre para poder vivir ella y hacer de paso que el sujeto subsista eternamente en la mediocridad, sin enfrentarse a su condición como especie. Como el sujeto desea vivir en el engaño, hay un pacto implícito en la dinámica. Dios murió hace tiempo, pero gobierna disecado, como el Cid Campeador. Y los gobiernos laicos, y los medios de comunicación, le temen y le dan limosna. Mucha gente «pasa de todo» y eso refuerza en el fondo a los muertos vivientes. La gente «pasa» para poder hacer más llevadera su angustia. Se refugia en cosas más tangibles, como el esplendor del mercado (el capitalismo de ficción, diría Vicente Verdú) o una supuesta ideología progresista.

Vence este tipo de enfoques, al mercado le interesa, porque el mercado gregariza en nombre de la individualidad: la familia que compra unida, permanece unida, reza a través de la marca y del ritual de la compra, esto es ya antiguo, lo analizaron los autores de la Escuela de Frankfurt y antes que ellos las escuelas positivistas-funcionalistas de los EEUU. Y antes, Freud. Pero este análisis es otra abstracción, no sirve ni siquiera a la generalidad de la gente, que está en otra esfera, sirve a una minoría, sirve para no morir estúpido, que no es poco. Es todo lo contrario de lo que religión (masiva y de charlatanes) y mercado pretenden. Este texto -quimérico- persigue respetar al sujeto, pensarlo, dignificarlo. Si se coloca en peligro serio al llamado discurso hegemónico y todo lo que tiene detrás (posesiones materiales exageradas, medios de comunicación alienantes -ajenos a auténticas responsabilidades sociales-, ambición por arrebatarle a otros materias primas y recursos energéticos) entonces hay que echar mano de un Pinochet que, en nuestros días, puede llamarse marginación del pensamiento, anulación de la capacidad de crear, presión del grupo sobre el herético, silencio, muerte silenciosa, envenenamientos varios, monopolios y oligopolios «bondadosos»…

Allende lo estaba jodiendo todo y hubo que joderlo a él y a quienes se suponía que eran seguidores suyos. Había que exterminar. Y se hizo, al poder real no le tiembla la mano, hay demasiado en juego. No le tembló, desde luego: Kissinger lo sabe, pero no ha sido procesado nunca como responsable civil subsidiario de la matanza de Pinochet. Ni nadie de EEUU. La línea fuerte vence, gana la falta de escrúpulos porque el Poder no tiene escrúpulos. Lo ha demostrado además Putin varias veces: si hay que asaltar a sangre y fuego un teatro o un colegio tomado por insurgentes, se hace, pero el orden «oficial» debe prevalecer. Si los que ocupan un colegio o un teatro y utilizan como rehenes a sus habitantes son unos descerebrados, ignoran por eso mismo que Putin es un témpano de hielo criado en el KGB, que llegó a lo máximo en esta organización, una organización que no estaba para pamplinas retóricas como este artículo o muchos de los que escribimos los miembros de la progresía: el KGB no protegía ni reforzaba egos, protegía a una potencia, la única que ha llenado de temor al sistema de mercado occidental. Putin es más bestia que los chechenos más bestias y en este mundo son los bestias (con marketing o sin él, con sonrisa o sin ella) los triunfadores. Por ahora.

Cuando murió Pinochet escuché las mismas pamplinas de siempre: que si el dictador queda ahí, condenado por la Historia, mientras Allende será recordado como el bueno y honesto. El que no se consuela es porque no quiere. Pero no, Allende perdió, lo mataron, lo enterraron a escondidas. Su verdugo logró lo que anhelaba y lo que le encargaron desde fuera. Y además ayudó a la Inglaterra de Tatcher en los años ochenta, durante la Guerra de las Malvinas, y la democrática Inglaterra le devolvió el favor en 1998, evitando que Garzón se trajera a España al sátrapa para juzgarlo. Ya sabemos desde hace muchas décadas que el mercado tiene dos caras: la pretendidamente liberal y democrática y la nazi-fascista. Y a veces podemos observar explícitamente cómo una le da un beso a la otra. Los mismos poderes que llevaron a Franco al Palacio del Pardo y lo pasearon bajo palio, siguen ahí. Ahora son demócratas.

Pinochet desarrolló su régimen, «ordenó» Chile, permitió con su orden aparente que las empresas multinacionales trabajaran a gusto, Chile creció económicamente (como España con Franco, como la China «comunista», el dinero no tiene ideología, quiere orden y consumidores), renunció cuando su «marca» ya no vendía pero a cambio le dieron un gran premio de consolación: seguir controlando el Ejército. Fue de acá para allá como quiso, envejeció en una gran mansión entre hijos y nietos, la Iglesia le daba la comunión, fue atendido por un sofisticado equipo sanitario, enfermó, murió en un hospital de alta categoría (como Franco) y lo han enterrado con honores, discurso fascista incluido; como tampoco quedaba estético, han quitado de en medio a su autor pero ahí queda eso. No hubiera ocurrido si se hubiera borrado del todo, en su momento, la huella facinerosa. De Allende ya no se acuerda nadie y me parece que muchos de los que hablan tanto y tan bien de él, si hoy llevara a cabo su política, le llamarían trasnochado y populista, incluso dictador y comunista, de nuevo. ¿Por qué tanto miedo al comunismo, si a lo poco que resta de él le quedan dos telediarios? ¿Por qué tanto miedo a algo que ha fracasado, según dicen una y otra vez? Y además es cierto, ha fracasado, para qué nos vamos a engañar. El otro día me preguntaron si yo era comunista y dije que sí pero maticé que sólo a título personal e intransferible. Puedo ser comunista pero no gilipollas.

Siempre ocurre lo mismo, siempre tenemos que pasar página los de siempre: olvidar, perdonar, reconciliarnos, pero ellos ya han hecho lo que querían. Únicamente Stalin los acojonó de verdad con sus barbaridades porque se colocó a su altura, sólo que sin marketing, a pecho descubierto. Cuando he discutido con progres sociatas puristas, de los que se la agarran con papel de fumar, siempre han terminado diciéndome lo mismo: estalinista. La última vez que me ocurrió fue en la Caracas, cuando el responsable de las juventudes bolivarianas nos acababa de explicar con pelos y señales a cuatro profesores de universidad la situación de los jóvenes: terrible situación. Y los puristas, que en España se dedican a debatir y a jugar al golf, me expresaron su temor, en privado, de que aquello acabara pareciéndose a los comités de defensa de la revolución cubana.

Me lo decían en un clima de acoso al gobierno de Chávez, con una huelga en su contra, organizada por el segmento más poderoso de Venezuela, algo que, a los pocos meses, llevaría al intento de golpe de Estado, con apoyo externo, como con Allende. Nos habían ofrecido protección personal y, sin embargo, aquellos colegas estaban preocupados por la pureza en ese clima de casi guerra civil, cuando los medios de comunicación llamaban al golpe de Espado y un grupo de militares disidentes lanzaba proclamas refugiado en un barrio de alto copete, ante la tolerancia de Chávez, que sabía que si actuaba, ya tenían en Occidente el motivo para intervenir sin tapujos. A mí no me gusta Stalin, ni la sangre ni la violencia ni el mundo en general, pero eso es una cosa y ser mentecato, otra.

Sé que Pinochet ha muerto pero su significado no, está ahí cada día, en los asuntos cotidianos, en los círculos de poder altos, medios y bajos, en las democracias, todas ellas vigiladas para que hagamos lo correcto, vigiladas desde los grandes centros de poder y desde innumerables ojos en forma de cámaras y guardias de seguridad. Allende está mucho más muerto que Pinochet, Allende perdió y todos con él; Pinochet salió adelante, eso es lo que suele pasar en el mundo real, de ahí que tengamos el cine o la TV para ver lo que se supone que queremos que suceda y para no contemplar lo que en realidad somos. De ahí que tengamos la oportunidad de escribir artículos como éste, nos ahorran berrinches y ansiolíticos, de esa forma contribuimos a que el gasto público no se dispare, nos dejan disparar así, pero, de todas maneras, dentro de un orden, en la marginalidad, en la Red que es de todos y es de nadie, es de ellos. La Red es la mayor prueba de libertad esclava que existe. Por ahora. Mal utilizada es parecida a Pinochet, te encarcela en ella, te deja solo entre la multitud. Y por el momento no ha articulado ningún movimiento a escala planetaria que empiece a enterrar para siempre el significado de Pinochet. La gente, más que nada, se dedica a chatear. Eso los 1.000-1.500 millones que la manejan, el resto, hasta llegar a los 6.500 millones de habitantes del planeta, mata moscas o está ocupado buscando sobrevivir; una gran parte es presa de ese genocidio silencioso que es el hambre o las guerras. Como con Pinochet.