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Un mundo de contrastes e hipocresías

Fuentes: La Estrella Digital

El nuevo año se abre para los españoles discutiendo sobre el posible uso combinado de esa maravilla del arte arquitectónico hispano-musulmán que es la Mezquita de Córdoba, para adorar a la vez, aunque por separado, al Dios cristiano y al mahometano. No está de más, pues, recordar que en diciembre de 1974 el gobierno español […]

El nuevo año se abre para los españoles discutiendo sobre el posible uso combinado de esa maravilla del arte arquitectónico hispano-musulmán que es la Mezquita de Córdoba, para adorar a la vez, aunque por separado, al Dios cristiano y al mahometano. No está de más, pues, recordar que en diciembre de 1974 el gobierno español concedió el extraordinario privilegio de rezar ante el mihrab cordobés al recientemente ejecutado Sadam Husein, entonces vicepresidente del gobierno iraquí, de visita por España. Si Alá aceptó con agrado las súplicas del ajusticiado ex presidente, es posible que, al menos por una vez, el uso combinado de la mezquita haya contribuido a ganar un alma para el paraíso de Mahoma, aunque sea la de un sanguinario dictador que fue a la horca con el Corán en la mano.

Es el nuestro un mundo de contrastes e hipocresías, donde todavía circula la fotografía del encuentro en 1983 entre quien fue después el más poderoso Secretario de Defensa de EEUU (Donald Rumsfeld: principal pagano del reciente fracaso electoral de los partidarios de Bush) y el entonces presidente iraquí, Sadam Husein. En ella, el político de Chicago, enviado especial a Iraq del presidente Reagan, estrechaba efusivo y sonriente la mano del dictador de Tikrit, justo un año después de perpetrar el delito por el que ahora ha sido ahorcado. Visto lo cual, cualquier cosa sigue siendo posible, por disparatada e irracional que se nos aparezca.

Tampoco conviene olvidar que el hoy vicepresidente de EEUU, Richard («Dick» para los amigos) Cheney y el ex secretario de Estado Colin Powell -ahora retirado y poniendo por escrito sus conflictivos recuerdos- ocupaban altas responsabilidades en el gobierno de EEUU y cerraron los ojos cuando Sadam perpetraba sus más destacadas tropelías -que no han llegado a ser juzgadas, quizá para no implicarles directamente-, como el gaseamiento de kurdos en 1988 o el brutal aplastamiento de la rebelión chií, concluida la guerra de 1991. Rebelión ésta que, de haber sido apoyada por Washington, pudo haber expulsado del poder al dictador con mucho menos coste para el pueblo iraquí que la posterior invasión y desconcertada ocupación del país por la coalición angloamericana.

Si desde Iraq o Afganistán, donde la muerte violenta causa estragos diarios, los ojos del observador pasan sobre Gaza o Cisjordania, contemplan Somalia de nuevo ensangrentada, se horrorizan ante las asiduas plagas africanas de hambre, sida, guerras tribales y miseria sin límites, para planear luego sobre los talleres esclavistas del sur y el este asiáticos, donde por salarios de miseria se fabrica nuestra ropa, es verdad que contemplar las cuitas propias del «Celtiberia Show» (© Luis Carandell) resulta casi un alivio. La corrupción española, hoy tan extendida como denunciada, las fortunas erigidas sobre cambalaches y sobornos municipales, los gérmenes de descomposición que apuntan en algunos ámbitos de la política nacional son, por comparación, asuntos de menor cuantía.

Las conversaciones telefónicas publicadas en la prensa entre especuladores inmobiliarios y concejales corruptos, sugiriendo pagos y cohechos, revelando ambiciones y ruindades, que tanta vergüenza causan a quienes las leemos, son peccata minuta comparadas, por ejemplo, con la siguiente declaración del ya citado Cheney ante unos altos directivos de la industria petrolera de EEUU en 1998: «No puedo pensar en ninguna otra época en la que hayamos tenido una región que emerja tan repentinamente para convertirse en algo tan importante desde el punto de vista estratégico, como el área del Caspio».

Encerrada en esta frase estaba ya la ejecución de Sadam Husein, y de ella ha ido naciendo la tragedia que ahora se desarrolla en Afganistán, Iraq y zonas contiguas, y cuyos efectos, probablemente, seguirán aquejando a la humanidad durante varios decenios, no solo en torno al Caspio sino extendiéndose por todo el planeta.

No es lo mismo especular en la costa mediterránea, por unos millones de euros más o menos y con unas urbanizaciones ilegales de unas cuantas hectáreas, que hacerlo en «el área del Caspio», con petróleo por medio, potentes ejércitos desplegados e intereses económicos supranacionales de casi ilimitada amplitud. Aunque en el fondo de la cuestión se encuentre siempre el mismo asunto: el beneficio capitalista de los especuladores. Si los negocios sucios marbellíes acaban llevando a una comisaría a los corruptores y a los corrompidos, los anunciados por Cheney, por el contrario, llegan a provocar guerras y a causar la muerte y la miseria en extensas capas de la población mundial, como bien saben afganos e iraquíes por propia experiencia.

Ante este panorama, es muy deprimente escuchar a Bush perorando, una vez más, que la muerte de Sadam es un nuevo hito en el camino de Iraq hacia la democracia. ¿No dijo ya algo parecido cuando fue capturado el ex dictador, ahora hace tres años? Sin embargo, la suerte del pueblo iraquí fue empeorando progresivamente desde entonces. Sería de desear que 2007 no fuera testigo de un mayor deterioro, aunque es bien sabido que no hay situación suficientemente mala que no pueda empeorar. ¡Próspero 2007! estimado lector.


* General de Artillería en la Reserva