En 1941, el entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, pronunció ante el Congreso un discurso basado en cuatro libertades que se deberían promover tras la II Guerra Mundial. El estado de post-guerra ideal, quedaría dibujado por la libertad de expresión (freedom of speech), la libertad de credo religioso (freedom of worship), la libertad […]
En 1941, el entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, pronunció ante el Congreso un discurso basado en cuatro libertades que se deberían promover tras la II Guerra Mundial.
El estado de post-guerra ideal, quedaría dibujado por la libertad de expresión (freedom of speech), la libertad de credo religioso (freedom of worship), la libertad ante la necesidad (freedom from want) y la libertad ante el miedo (freedom from fear).
Cuarenta y cuatro años después, el también estadounidense Noam Chomsky publicó un libro titulado ‘La quinta libertad’ en el que promulgó la existencia de una libertad que opera por encima de la otras cuatro. Éstas guían la actuación del Tío Sam en sus intervenciones en conflictos fuera de sus fronteras, mas siempre es aquélla la que mueve -según Chomsky- el interés militar de los Estados Unidos.
La quinta libertad es la de ‘saqueo y explotación, y de llevar a cabo cualquier acción para proteger y hacer avanzar este privilegio. De hecho, la acción militar de Estados Unidos en favor de la preservación de las cuatro libertades originales, se ha dado únicamente cuando esta quinta se ha visto amenazada.
El saqueo, la explotación y los medios para mantenerlos se pueden reducir a la máxima de establecer una región del planeta que domina al resto. Para ello, es importante que Estados Unidos mantenga una situación de tensión y de vigilancia hacia la otra parte de la Tierra.
Sobre todo a partir del 11S, por el que se instauró la paranoia colectiva en la cotidianidad estadounidense. Esa fecha puso de relieve que otras fuerzas podían emplear sus tácticas belicosas para sacudir el sueño americano. El miedo se apoderó de la libertad, sobre todo el miedo a perder el monopolio del ejercicio de la violencia.
Las soluciones para difuminar el miedo han sido de lo más variadas. Entre las últimas, contamos con la decisión de la seguridad de los EEUU de tomar las huellas digitales de los diez dedos de las manos de todo extranjero que aterrice a uno diez aeropuertos elegidos para implantar el dispositivo. Además, los datos se introducirán desde verano en la base de datos del FBI. Cuando la exclusividad de la iniciativa de campaña armada se vio amenazada, todos nos convertimos en potenciales terroristas, todos sospechosos.
Un potencial terrorista deja de serlo cuando comete algún acto calificado de terrorismo, o bien cuando una confusión le atribuye la ejecución de tal acto. En la segunda circunstancia, juega un papel relevante un estudio realizado en Japón y trasladado a Europa por la organización Statewatch.
En él se concluye que, de los quince programas informáticos dedicados al reconocimiento de huellas dactilares que se estudiaron, once cometían errores a la hora de unir la marca digital a los datos del propietario cuando, por ejemplo, éste modificaba las yemas de sus dedos aplicándoles una tira de látex.
Así las cosas, con la fiabilidad de los métodos utilizados, cualquier viajero que arribe a suelo estadounidense, puede ser objeto de error en la asociación de sus datos personales a las huellas dactilares de otro personaje que, además, puede ser un supuesto terrorista en busca y captura.
Europa está realmente lejos de conseguir este nivel de blindaje de sus libertades. La quinta libertad de Chomsky es lo que nos separa de Estados Unidos, lo que les separa del resto del mundo.
Hoy, como antaño, el nunca se pone el sol si se cuenta con los medios necesarios para que así sea. Hoy, como antaño, la noche es para los débiles.
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