Ocurrió hace tanto tiempo que casi nadie lo recuerda en la ciudad, y tampoco recuerdan el lugar exacto en que se celebraban las asambleas. Algunos sin embargo relatan que hubo un tiempo en que los hombres -sólo los hombres- podían reunirse durante un día entero para discutir a voces sobre un gobernante como Temístocles o […]
Ocurrió hace tanto tiempo que casi nadie lo recuerda en la ciudad, y tampoco recuerdan el lugar exacto en que se celebraban las asambleas. Algunos sin embargo relatan que hubo un tiempo en que los hombres -sólo los hombres- podían reunirse durante un día entero para discutir a voces sobre un gobernante como Temístocles o sobre un vividor amigo de Pericles, el mismo que fuera absuelto de corrupción por apropiarse del oro de las estatuas del Partenón. Aquellos acabaron sus vidas determinadas democráticamente por los ciudadanos a quienes les bastaba con darles un óbolo y una teja para que escribieran como pudieran el nombre del apestado -ostracismo- o la culpabilidad criminal -sentencia de muerte. La democracia estaba en su apogeo y los «gorrillas» de Atenas, pero ciudadanos, también disfrutaban de aquel modo de organizar la ciudad, pues no eran pocos los dracmas que se repartían para comprar voluntades y nadie negaba entonces – ni ahora- que aquella era auténtica democracia.
Más tarde un cómico de gran altura y gran sutileza ideó que la ciudad fuera gobernada tan sólo por mujeres y la democracia continuó su andadura. El cronista de aquella época fantástica pasó a la posteridad con el nombre de Aristófanes. Este no era amigo más que de sí mismo y entre ranas y nubes ventilaba sus amistades o enemistades. Sus conocidos -que no amigos- le advertían sobre aquella facilidad que tenía para hacer amigos, y que con ese arte se granjearía un cariño en las generaciones venideras, pero que nadie en la ciudad le prestaría jamás una moneda. Podría morirse de hambre, nadie le salvaría en sus días más penosos. En la ciudad de los hombres, antes, y la de las mujeres después, no votó jamás, por más que tuviera la calidad magnífica de ciudadano. No soportaba la estolidez de quienes se sentaban en las escalinatas, su chistes y gracietas, la vulgaridad de los comentarios, el griterío bien preparado y previsto al hablar el orador enemigo. En la ciudad la democracia era un sistema perfecto, los esclavos y los metecos extranjeros quedaban al margen, por eso no aportaban soluciones, sino los aldeanos del lugar. Aristóteles, aquel meteco, no votó jamás en la asamblea, y en la asamblea de mujeres tampoco votarían aquellas que estaban excluidas. Aún así aquella era una democracia, decían orgullosamente.
En mitad de la calle, en la prensa, en la televisión y la radio, hablan los candidatos a las elecciones municipales. Quieren que sepamos que ellos tienen soluciones, y ellos desean que les amemos al menos por un día -el electoral- y que entreguemos nuestra voluntad para que ocupen los escaños desde donde gobernar durante cuatro años sin control alguno. Este candidato es bisoño aún, despide «sexappeal» con su permanente sonrisa y sus edulcoradas frases y esa delicadeza tan conmovedora; huele a «spice» y un brillo intenso le baña los ojos. Desde que ha sido designado candidato encabezando una lista cerrada y cerril se le ha transmutado la cara y ahora porta una esplendorosa boquita de piñón. Como en tiempos de los antiguos demócratas de aquel país que enviaba al ostracismo o a la muerte democráticamente a sus disidentes un anciano se le acercó para preguntarle: «Joven, ¿usted qué da a cambio del voto?».
La democracia reside en una caja en la que conviven insectos y reptiles. Reside. Aunque eso suponga una aceleración cardíaca para quienes hablan en nombre de la pureza del «santísimo triunfo revolucionario» (al que no contribuyen en nada y que le menguan, en todo caso, con sus gracietas). La democracia es una forma de organización de la sociedad, y aún recuerdo autores cuya trayectoria no es precisamente deleznable, por más que no faltara quien les acusara de «traidores», y de cuyas aportaciones se ha derivado la crítica al «abandonismo» parlamentario como exclusiva forma de participación en la sociedad. La democracia es acosada por insectos y reptiles.
Hay excepciones, y hubo excepciones, y quiero pensar que la temporalidad y revocabilidad en todo momento por los electores de los que fueron elegidos como representantes sería una vacuna, pero no suficiente. Otros métodos y prácticas se han expuesto a lo largo de la historia de los dos últimos siglos, y es considerable el ejemplo de América Latina en estos tiempos, pero siempre tendiendo a que el poder resida en la población en su conjunto al margen de procedencias y orígenes. Por ello considero que quienes denostan absolutamente el término «democracia» (sin ofrecer nada que pueda convalidarse) están haciendo el juego al fascismo, sistema que se apoyaba en la democracia «orgánica» y en las masas enfebrecidas azuzadas por los sentimientos dejando al margen el pensamiento, así como todos aquellos que en su ceguera no distinguen matices entre colores, para ellos no existen, por eso todo es negro, el color de las banderas del fascio. Pero los hechos son tozudos, y ciertamente nada puede escapar a la crítica y actualmente se reduce a una retahíla de fórmulas que sirven para legitimar un poder que se cree incontestable en la medida en que autoriza a un Legislador que amparado en el ungüento de los votos otorgados por la población puede modificar las leyes a su antojo. Por eso no carece de razón la afirmación de Saramago («Le M.D.» marzo 2002) cuando advierte sobre este sistema y estas formas: «Por una especie de automatismo verbal y mental que no nos deja ver la cruda desnudez de los hechos, seguimos hablando de la democracia como si se tratase de algo vivo y actuante, cuando de ella nos queda poco más que un conjunto de fórmulas ritualizadas, los inocuos pasos y los gestos de una especie de misa laica». Esta es la situación actual, se halla devorada -repito- por insectos y reptiles que a su vez se devoran entre si.
¿Pero cómo se sustancia la democracia?, no me cabe duda que a través de la participación de la población en los procesos sociales y políticos. De ahí que se le pongan determinados adjetivos: «representativa», «burguesa», «popular», «participativa»….., manteniendo en todo momento el sustantivo que a penas es capaz de sostenerse por mor del calificativo que se le añade. Nadie podrá negar que dar voz, y no solo voz y voto, sino capacidad de dirección a la población otorgaría a la democracia su valor y su operatividad. El electoralismo en que se ha resuelto la historia reciente y la cesión hecha por las organizaciones de masas en favor del institucionalismo, ha hecho retroceder varios decenios el avance hacia un sistema democrático. Aun así se apela a la democracia desde todos los sectores y organizaciones presentes en el cuerpo social, y por ello se habla de «solución democrática» para resolver el conflicto vasco; los sionistas hablan de un país democrático que excluye a quienes son molestos; los neocons hablan de democracia ante las Torres gemelas; se habla de «democracia participativa» por quienes ven en este modelo una solución al estancamiento y retroceso políticos que permitan resolver las cuestiones más graves e inmediatas del bloque subordinado, pero que -como está ocurriendo en América Latina- busca su legitimación en las urnas venciendo en procesos electorales donde se produce el cambio institucional, para a partir de ahí dotar a la población de los instrumentos de acción social que den sentido a la democracia. Tan importante es el concepto en la actualidad -y en tiempos de Gramsci, quien no dejó de reflexionar sobre el concepto de hegemonía vinculado a la democracia- que incluso los poderes económicos más reaccionarios del planeta basan su legitimación en ella, eso sí, limitándola a un proceso electoral raquítico y escasamente representativo.
Y aquí toca hablar precisamente de la validación que se le da al sistema dominante a través de la participación en la gran mascarada electoral. Los hechos nos dicen que millones de personas no están dispuestas -millones de trabajadores y asalariados- a abstenerse en ese juego en que el ganador es siempre el mismo (bloque de clases dominante). ¿Aceptaremos la derrota en este tiempo, y esperaremos tiempos mejores?, eso parece, pues nada hay que indique que la «dirección material y espiritual» se halle en este lado de las barricadas, más aún cuando en las barricadas del sistema se encuentran millones de trabajadores y asalariados. Hay que hablar del hoy y – si se prefiere- del hoy concreto. En Francia, Alemania, Italia, Inglaterra…. Usa, México, India…., España…, cientos de millones de trabajadores resuelven en el momento concreto la cuestión participando al lado y legitimando con su voto a quienes habrán de detentar el poder. Todo ello es así precisamente porque no existe conciencia democrática, pues su sola presencia haría tamabalearse los cimientos en que asientan los actuales sistemas políticos. Paso necesario -tal como se está observando en América Latina- para que las estructuras económicas cambien planetariamente. O ¿habrá de esperarse a que se modifiquen las estructuras económicas sostenidas por el poder político para que cambie un sistema en que la democracia participativa regule las relaciones sociales, políticas, económicas e institucionales?.
Dime qué votas, te diré quién eres. La democracia es un procedimiento para ejercer el poder político y conducir la gestión de lo público, y en la medida en que este sistema requiere de principios básicos sobre los que asentarse, es innegable que el respeto de los derechos fundamentales y las libertades públicas da lugar a un principio: el pluralismo político e ideológico, pues de otro modo estaríamos en un sistema monolítico, de pensamiento único, totalitario. Por tanto, aceptado que tú piensas de modo diferente a mi, y en el respeto que nos debemos como sujetos activos – piénsese ahora en sujetos colectivos- , nos veríamos abocados a establecer alianzas entre los diversos sujetos. ¿Acaso en un sistema participado democráticamente no son precisas las alianzas con los otros, con los diferentes?. Queda pues determinar, ¿con quiénes?.
Y ahora echemos un vistazo al momento histórico que nos ha tocado vivir. Miremos en nuestro derredor. Para colmo los sujetos colectivos deben estar organizados y así mismo debe saberse cuánta es la fuerza social que movilizan -capacidad de representación- y aquí es donde es ineludible el proceso electoral, pues de otro modo no se puede averiguar cuánta es la fuerza de que dispone el futuro aliado. Bien sabido es por todos que la alianza con un grupo que cabe en un microbús contendrá necesariamente postulados diferentes a los de quienes se igualan en fuerza social objetivamente representada. (Ejemplo inmediato: las elecciones recientes en Irlanda del Norte). Téngase en cuenta que las alianzas no son sólo políticas (institucionales en el peor sentido del término), sino alianzas sociales que empujen el proyecto democrático profundizando permanentemente en la mejora de los instrumentos de decisión colectiva (véase la escasa capacidad de decisión que han tenido los trabajadores en su conjunto en torno al Acuerdo de junio de 2006 sobre la Seguridad Social, pactado entre oligarquías sindicales, políticas y empresariales). Las fuerzas políticas y sociales organizadas son las protagonistas y quienes actúan controlando el poder y generando de este modo una reproducción automática de las oligarquías, que deciden al margen de la mayoría de la sociedad, y en contra de esa misma mayoría social, muda, desorganizada, y con escasa conciencia de lo que realmente es y significa. Las miríadas de organizaciones sociales alternativas que cuestionan las decisiones que se toman en los centros de poder tienen a su favor que están descentralizadas y ello permite un sin fin de actuaciones, y una debilidad estructural, su incapacidad para generar una alternativa global que pueda ser percibida por la mayoría de la población y que sirva como instrumento de transformación social y económica.
Y ahora, dónde está ese referente político -en el panorama actual – que pueda servir para ambos proyectos: el democrático, y el anticapitalista. De momento, la democracia reside en esa caja en que insectos y reptiles se devoran con mucho cuidado para no arruinar la realidad que disfrutan, y el socialismo como proyecto anticapitalista parece estar hibernando (salvo en los países latinoamericanos referenciados). ¿Estamos abocados a asumir la derrota en este tiempo y conformarnos con ver cómo en otros lugares del planeta construyen paso a paso una nueva realidad social, económica e institucional?. El voluntarismo de los partidos y organizaciones políticas existentes -algunos con un gran descrédito entre los trabajadores- no es suficiente para cambiar la tendencia y conducir este país hacia la democracia y la justicia social. Como la realidad se impone a cualquier lucubración que pueda hacerse, al fin y al cabo Sócrates fue condenado, o lo que es lo mismo, la población acudirá a las elecciones políticas y elegirá a quienes consideren más afines a sus intereses ideológicos y económicos. Ya se sabe que el bloque de clases dominante controla los mecanismos que le permita asegurar su continuidad. En este caso los trabajadores votarán, nada impedirá que lo hagan, contra Temístocles. Y esto me lleva a una conclusión: la conciencia y la consciencia de qué se es y qué se pretende es una labor ímproba -considérese a nivel planetario- en los próximos cien años. Será un proceso lento, pero estoy seguro -esto es un puro acto de fe- de que el proyecto democrático -en toda su extensión- se afirmará.
Dime tú: a quién he de votar y por qué, mientras tanto me abstengo de participar en la mascarada, lo digo de muy buena fe; dime a quién doy ese voto tan valioso para mi -es el único que tengo- pues es la delegación de mi voluntad en otro que ha de ejercer la política -capacidad para decidir- y por ende mi alienación hasta la próxima convocatoria. Este es el proceloso mar democrático, y estas palabras una patera sin importancia. No es esto una boutade, es una petición pública, pues no me gustaría ocupar el lugar del asno de Buridán.
(Nota bene: se están contando los votos en Irlanda del Norte, ¿alguien preferiría que se contaran muertos?)