Desde la primera vez que vi anunciado, hace algunos años, un Congreso Internacional de la Lengua Española, hubo algo en el nombre que me llamó la atención, que me resultaba disonante como nombre de congreso, simposio u otro tipo de evento científico a los que estamos acostumbrados. Analizando el nombre parte a parte, me percaté […]
Desde la primera vez que vi anunciado, hace algunos años, un Congreso Internacional de la Lengua Española, hubo algo en el nombre que me llamó la atención, que me resultaba disonante como nombre de congreso, simposio u otro tipo de evento científico a los que estamos acostumbrados. Analizando el nombre parte a parte, me percaté de que lo que sonaba raro era el artículo definido la.
Veamos: ¿cuándo los nombres de congresos, simposios, encuentros, etc., llevan artículo definido y cuándo no lo llevan? Solemos ver el artículo cuando el evento enuncia la organización que lo lleva a cabo: Congreso de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL), Congreso de la Federación Internacional de Gimnasia, Congreso de la Sociedad Física de Córdoba; o, en la lengua del país donde vivo, Congresso da União Internacional dos Advogados, Congresso da Associação Brasileira de Hispanistas, etc. En cambio, no aparece artículo cuando el evento denomina a la disciplina de estudio o trabajo: Congreso Nacional de Periodismo Digital, Simposio de Análisis Económico, Seminario de Lingüística Informática.
Una determinada lengua aparece en esa denominación sin artículo definido cuando se sobrentiende que el evento convoca estudios sobre ella. Así tenemos, por ejemplo, cada dos años en este país el Congresso Brasileiro de Língua Portuguesa, que es «de» estudios sobre esa lengua (ya va por la octava edición y nunca lo llamaron «da Língua Portuguesa»). Esa operación metonímica de sustituir la disciplina de estudio por su objeto es bastante común en los nombres de eventos, pero siempre sin artículo: Congreso de Patologías Derivadas del Estrés, Congreso de Energía Solar. Por eso es extraño el artículo en los «congresos internacionales de la lengua española», y la extrañeza invita a reflexionar sobre los efectos de sentido de ese particular modo de determinación.
Primero consideremos su diferencia con los que no llevan artículo. Sugiere que la lengua española no está puesta en un lugar de objeto de estudio. Un congreso de lengua española se entendería como de disciplinas que tengan instrumentos conceptuales para estudiarla. Y en ese congreso, los especialistas de esas disciplinas tendrían como objeto esa lengua. Pero éste es un congreso de la lengua española. Y realmente, si observamos la programación y composición del Congreso, es evidente que no se hace para estudiar ni la vida ni el funcionamiento del español. No se abre a presentación de ponencias, funciona por invitación y aunque incluye a grandes especialistas, no está centrado en ellos. Los especialistas actúan de un modo bastante indiferenciado entre artistas, escritores, políticos y empresarios. Nada en contra de esos gremios, pero es evidente que no trabajan con ciencias del lenguaje. Tampoco son especialistas de disciplinas afines, no se trata de interdisciplinariedad. Y del mismo modo que un gran bailarín no por lograr belleza estética con su cuerpo discurre sobre fisiología del organismo humano, ni lo hace un estilista a pesar de vestir tal cuerpo con las ropas que vende, ciertamente tampoco ellos escribirán sobre lingüística del español. Y hacen muy bien, claro.
Veamos ahora el otro efecto de determinación, el que lo asocia con los eventos en cuyo nombre hay presencia de artículo. Congreso de la Lengua. En él, la Lengua se reúne, delibera. La Lengua es una organización y convoca a sus representantes. Y no se trata, en esa peculiar figuración, de la lengua como institución en el sentido de Saussure. El ginebrino empleaba «institución» como «convención» y jamás hubiera concebido la lengua como organización cuyas unidades pudiesen reunirse a discutir. No se trata aquí del orden de lo lingüístico, del funcionamiento real en que la demarcación entre lenguas «específicas» es siempre incierta, sino, paradójicamente, de lo que tiene que ver con el recorte de una lengua.
Y ese recorte, parafraseando a un gran lingüista de la Universidade de Campinas, Kanavihlil Rajagopalan,[1] es del orden de lo geopolítico . En efecto, hablar de la lengua española, la lengua portuguesa, la lengua francesa, etc., es hablar de constructos político-lingüísticos asentados en fuertes percepciones de identidad, que alcanzan predominio en espacios sociales desiguales. Toda «la lengua X» es una representación, que no por ser necesaria es menos representacional, menos del sentido común. ¿Será que los «congresos de la lengua» estudian esas representaciones, que las tienen como objeto, como podría ser un congreso sobre políticas lingüísticas o sobre imaginarios de lengua? A juzgar por lo que la prensa machaca todos estos días, parece que tienen mucho que ver con esas representaciones, pero no porque las estudien críticamente sino lamentablemente por todo lo contrario: porque están concebidos desde el interior de las mismas y desde la maquinaria ideológica que les da continuidad, con el objetivo de otorgar el más alto estatuto de «saber» posible a ese imaginario.
Por eso la imagen metafísica de la lengua reuniéndose cuaja bastante bien con las muchas declaraciones extasiadas que vemos estos días en los diarios que cubren el evento, y que otorgan a «la lengua» cualidades verdaderamente místicas. La mayoría de esos testimonios tienen que ver con una bienintencionada sensibilidad hacia la belleza que un hablante puede encontrar en lo que su cultura produce verbalmente. Pero me preocupa un tono mucho más altisonante, que entre tanto éxtasis retumba con un imperativo de generalización y expansión. «La lengua de todos» es imparable y debe expandirse, y es un mandato que todos debemos sentir.
Ese mandato me produce un profundo rechazo, no sólo como hablante de español, nacido en Argentina; también como trabajador de la educación del país en que hace ya tiempo vivo, Brasil. Me referiré a ambos rechazos, en ese orden.
Como cualquier hispanohablante, es el español la primera lengua-representación en que me reconozco. Pero mi amor en ella es algo que no tiene que ver con esos mandatos, nunca sentí que tuviera que defenderlo de nadie, y sobre todo, no me habla en ese tono. Y como pasa con cualquier hablante, puedo sentir en ella también la voz de lo que no quiero. Y eso de «la lengua de todos» me suena autoritario, porque excluye al que así no se siente y porque no veo ninguna razón para que así se sienta (argentinos, ¿se acuerdan de «La fiesta de todos»?). Pienso en otros congresos «de la» que fundan imperativos. ¿Congreso de la Nación? (no digamos de la República, porque parece claro que esta «la lengua» tiene vocación monárquica). Para cualquier latinoamericano la nacionalidad es una representación crítica, pero sea cual sea su alcance, no creo que coincida con el perímetro de esta-La-Lengua, sus inclusiones y exclusiones. Aunque el castellano, el español (no sé si «la lengua»), seguro algo importante tienen que hacer allí.
Análogamente, en el país donde vivo, uno de los máximos objetivos de la Cruzada expansiva, hay adoradores acríticos de esta-La-Lengua (claro que no me refiero a los que se dedican con pasión crítica al español, sino a los encandilados por espejitos de colores) y suelen ser reproductores de lo que el sociolingüista local Marcos Bagno[2] denomina «baja autoestima lingüística» de muchos brasileños en relación con su lengua nacional. Creo que el aporte que puede hacer la enseñanza de castellano, a la que me dedico, no tiene nada que ver con una expansión «imparable», sino con el crecimiento integral del educando, con el enriquecimiento de su mirada sobre sus propias (y riquísimas) lengua y cultura, y con el desarrollo de una perspectiva latinoamericana. Cuánto «La Lengua» se hable es, en ese marco, lo que creo que menos importa. Y es más que conocida (no voy a repetir referencias aquí) la total falta de respeto con que los promotores de la «expansión» a cualquier precio vienen tratando con este sistema educativo.
Que nuestro amor ineludible por esto-que-hablamos, que nuestra pasión por lo que estudiamos y enseñamos no nos lleve a ser súbditos de «La Lengua». Por más que a veces la embellezcan llamándola mestiza.
Adrián Pablo Fanjul, profesor en la Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas da Universidade de São Paulo, Brasil, área de Lengua Española