El periodista y escritor francés Jean Lartéguy, historiador por la Universidad de Toulouse, combatiente contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, reportero del Paris Match y corresponsal de guerra en los años 50 y 60 en el sudeste asiático, África del Norte y Oriente Medio, es autor de una veintena de libros. En La […]
El periodista y escritor francés Jean Lartéguy, historiador por la Universidad de Toulouse, combatiente contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, reportero del Paris Match y corresponsal de guerra en los años 50 y 60 en el sudeste asiático, África del Norte y Oriente Medio, es autor de una veintena de libros. En La guerra desnuda (1976) escribe:
«La guerra es cataclismo y alud de puñales que el humano debe superar. Injusto o torpe es no reconocer el heroísmo que a veces puede cintilar entre el tumulto bélico. Pero los relámpagos heroicos o gloriosos en la contienda no justifican los tornados de odio y destrucción. Quizá, el guerrero sea quien mejor puede abogar por la paz. Y esto porque quien tembló entre las mandíbulas rojas de la guerra sabe que no se debe convocar al dragón destructor en cuyas escamas se agolpan medallas, cañones y masacres. Y el guerrero puede ser sincero defensor del pacifismo porque su motivación no es una secreta cobardía ante el estrépito de la batalla o un perezoso apego a las comodidades del orden. El combatiente que, por propia experiencia, conoce los taladros de la muerte, no puede olvidar ya el superior sonido de una mañana bella».
En Los centuriones y Los pretorianos, ambos de 1968, Lartéguy narra las aventuras de soldados franceses de elite en la ex Indochina y en Argelia. Cuenta que los paracaidistas exhibían en su campamento un banderín negro con una frase: «Me atrevo». Y abajo, otro con un viejo refrán árabe: «El valor de tu enemigo te honra».
En abril de 1980 viajé al ex Sahara Español con un equipo de la televisión canadiense. Durante un mes estuvimos en los campamentos de refugiados en la frontera con Argelia, recorrimos con una patrulla del Frente Polisario los territorios liberados, atravesamos la frontera sur de Marruecos, visitamos campos de batalla y entrevistamos a prisioneros del ejército marroquí. Nos sorpendió el trato fraterno del Frente Polisario con los soldados, tanquistas y pilotos de aviación capturados. Musa Sidahamed, nuestro guía militar, me enseñó otro proverbio musulmán: «La sangre del prisionero no honra al guerrero».
El presidente iraní Mahmud Ahmadineyad acaba de dar exactamente esa lección al «mundo occidental» al decidir la liberación de los 15 marines del Reino Unido capturados en aguas territoriales de su país el 23 de marzo pasado. Fue, según sus palabras, un «regalo al pueblo británico», conmemorando el nacimiento del profeta Mahoma, la Semana Santa cristiana y la Pascua judía. Ahmadineyad añadió: «Le pido al gobierno del primer ministro inglés, Tony Blair, que no castigue a los militares por admitir la culpa y decir la verdad».
¿Propaganda política? Puede ser. Pero lo menos que puede decirse es que la actitud iraní contrasta con el trato que los musulmanes recibían de los estadounidenses en la cárcel iraquí de Abu Graib y que aún reciben en la prisión militar de Guantánamo.