La muerte de seis soldados del Ejército español en Sahel al Derdara, al sur del Líbano, confirma una vez más que una de las mercancías más globalizada de la economía es, sin duda, la carne de cañón. Tres de ellos eran colombianos, mientras que los otros tres tenían el poco consuelo administrativo de disponer de […]
La muerte de seis soldados del Ejército español en Sahel al Derdara, al sur del Líbano, confirma una vez más que una de las mercancías más globalizada de la economía es, sin duda, la carne de cañón. Tres de ellos eran colombianos, mientras que los otros tres tenían el poco consuelo administrativo de disponer de un documento nacional de identidad que les acreditaba como españoles. Pero a los seis les unía el mismo paradójico sarcasmo: ninguno de ellos sabía por qué su blindado circulaba por una carretera libanesa cuando saltó por los aires.
Tampoco el resto de españoles -o colombianos, chinos o senegaleses afincados en España-, saben qué hacían allí antes de quedar reventados por la deflagración. Una ignorancia que no impedirá que sean pocos quienes puedan evitar un escalofrío de emoción al ver trasladar sus féretros cubiertos por la enseña nacional, mientras los informativos nos recuerdan la abnegada entrega de nuestros soldados en esas misiones humanitarias de paz que, hasta la fecha, no han logrado acabar con una sóla de las causas que hay detrás del estallido de una guerra.
Las palabras paz y humanitarismo se transmutan así en una especia de mantra cuya mecánica repetición, noticiario tras noticiario, encauza nuestras meditaciones. Y, sobre todo, se convierten en muletillas recurrentes que permite a los mass media evitar el tedioso trabajo de informar y analizar la realidad, con el peligro añadido de que si lo hacen, algún televidente despistado preste atención y pueda acabar conociendo los resortes del mundo donde vive. Además, con esta omisión, los responsables de contenidos de los distintos medios pueden aprovechar mejor ese tiempo en la ingrata labor de recolectar espectaculares imágenes y emotivas historias que sean del agrado de todos los público, especialmente, de los grandes directivos de las empresas de publicidad que han de seleccionar el mejor canal para sus anunciantes.
Por que, seamos serios ¿cómo vamos a tener a la familia, esa célula básica de consumo bendecida por la Iglesia y McDonals, atenta frente al televisor si se les habla de los intereses del Israel por el control hídrico del río Litani, o de los afluentes del Jordán el Wazzani y el Hasbani, todos ellos discurriendo por el sur del Líbano? ¿Con qué imagen de videos de primera podríamos ilustrar la presión estadounidense sobre Siria, también desde el País de los Cedros, para desestabilizar a uno de los últimos Estados laicos en la región, después de la invasión de Iraq y tras la brutal ofensiva de Israel hace ahora cuarenta años que acabó -con el beneplácito de la monarquías feudales del Golfo- con el proyecto nacionalista árabe que desde Egipto impulsaba Gammal Abdel Nasser ? ¿Dónde podemos encontrar un hilo argumental al gusto de Coca Cola, que nos permita explicar cómo el respaldo de la población palestina a Hamás o de la libanesa de Herzbollah está más ligado a las frustraciones dejadas por aquella fugaz Guerra de los Seis Días y al hartazgo ante la tiranía y corrupción de nuestros leales aliados en Oriente Medio, que a pretendidos fanatismos religiosos? En fin, ¿cuál es la ubicación de la cámara más políticamente correcta para ilustrar la importancia estratégica de Afganistán en la distribución de los recursos energéticos del Caucaso, o como avanzada base frente al despegue de nuevas potencias como China o India, sin que se cuelen en el plano general mujeres que siguen amordazadas por el burka, nuestros colaboradores señores de la guerra ampliando sus plantaciones de opio o los cientos de civiles destripados por nuestras bombas, cuya explosión les libera de la barbarie talibán y, colateralmente, de todos los sinsabores de la vida?
En cualquier caso, tampoco hacen falta análisis tan enrevesados para los breves minutos que, entre un spot publicitario y otro, duran los informativos. Especialmente, cuando toda esta perplejidad se puede condensar en explicaciones básicas de fácil comprensión: la conspiración internacional, la maldad suprema. Aparece así la imagen del terrorista sanguinario, sin perfiles, movido por un único propósito maligno y sin sentido. Al Qaeda sustituye de este modo en el imaginario a Fu Manchú, al Doctor No y a todos los malvados que en el mundo han sido. ¿Para qué entonces necesitamos más explicaciones si, en el fondo seis ataúdes, o doscientos, de vez en cuando, tampoco son tantos? Incidentes periódicos que mantienen vivos nuestros miedos y nos empujan a buscar el reconfortante cobijo de nuestros protectores. Al fin y al cabo, no conviene olvidar que, en última instancia, si la Iglesia ha sobrevivido más de dos mil años, ha sido en gran medida, gracias al Diablo.