Según parece llega a las pantallas la segunda entrega de Los Cuatro Fantásticos, adaptación cinematográfica del cómic sesentero de la Marvel creado por Stan Lee y Jack Kirby. En esta ocasión el Señor Fantástico -heroico y brillante científico, considerado el hombre más inteligente del planeta-, y su señora -que no es, por cierto, la Señora […]
Según parece llega a las pantallas la segunda entrega de Los Cuatro Fantásticos, adaptación cinematográfica del cómic sesentero de la Marvel creado por Stan Lee y Jack Kirby. En esta ocasión el Señor Fantástico -heroico y brillante científico, considerado el hombre más inteligente del planeta-, y su señora -que no es, por cierto, la Señora Fantástica, sino la Mujer Invisible (y que era la «Chica Invisible» hasta que se casó con el Señor Fantástico y dejó de ser la «Chica«, aunque no de ser «Invisible«)-, han de enfrentarse, junto con el resto de sus compañeros -el chisposo hermano de La Mujer Invisible (la Antorcha Humana), y el peñazo de su tío materno (la Cosa)- a la peligrosa amenaza del Surfero de Plata.
Como sabéis los poderes de estos cuatro individuos (que no en vano están inspirados en estructuras opositivas clásicas de carácter cosmológico como la aristotélica de los cuatro elementos o la hipocrática de los cuatro humores) se complementan a la perfección, convirtiéndoles en la familia americana más estable, más metafísicamente equilibrada y más invencible del planeta.
La inteligencia y flexibilidad del Señor Fantástico -que también puede alargar su cuerpo (y cualquiera de sus miembros) a voluntad-, unida a su insaciable ansia de saber y de crear -que ya fue la responsable de meterles a todos en la movida fantástica en cuestión cuando les hizo atravesar en su cohete la tormenta de radiaciones cósmicas que causó aquella explicitación de sus cualidades ocultas de la que son, desde entonces, víctimas-, y la intrepidez y el descerebramiento de su cuñado (la Antorcha Humana), son eficazmente contrapesadas por la pesadez del tío solterón (la Cosa), que aporta al grupo esa seriedad y esa estabilidad rocosa (literalmente en este caso) capaz de compensar los ardores, los vigores y las audacias de los otros dos miembros masculinos del fantástico equipo, pero que tendería quizás a volverse un tanto deprimente de no ser animada, a su vez por el fenomenal ímpetu de estos. Finalmente, todos ellos encuentran su perfecto acomodo y recepción en las indubitablemente femeniles virtudes y superpoderes de la esposa del primero de ellos, a saber: el poder de desaparecer (en este caso también literalmente).
Detrás de un Señor Fantástico siempre ha de haber una gran Mujer Invisible, una mujer que sepa cuándo se la quiere perder de vista, y cuándo debe, en cambio, acudir corriendo a poner en marcha su otro gran superpoder: el de proyectar con su energía psiónica unos fabulosos campos de fuerza protectores dentro de los cuales los otros tres fantásticos pueden sentirse como en casa, encontrarse la cena hecha, y sentarse a ver la televisión con sus fantásticos culitos bien bañaditos y rebozaditos de talco.
Así el líquido, penetrante y fertilizador poder del Señor Fantástico, la sólida y fiable gravidez abuncular de La Cosa en sí, y la ardiente y descontrolada pasión de la Antorcha Humana, encuentran todos su lugar natural -como ocurría también en aquel cosmos que tan grato fuera a los tomsurados tardotomistas gracias a los cuales Giordano Bruno pudo emular con tanta viveza a la Antorcha Humana, y Galileo tuvo que enmendarle la plana a la Cosa misma para no verse tan elongado sobre el potro como el Señor Fantástico- en el abrazo aéreo, ligero, transparente y, sin embargo, palpable, cálido, y protector de la Mujer Invisible.
En fin, puede suponerse que, en esta ocasión, el Surfero de Plata -llamado así debido las sorprendentes cualidades adquiridas por su tabique nasal a base de hacer surf- se las arreglará de alguna manera para provocar el desorden en esta armonía universal a través de peligrosas descargas de rayos catódicos emitidas desde la MTV que empujarán masivamente a los jóvenes y jóvenas hacia las playas al ritmo de los Beach Boys para ser engullidos por un gigantesco Sunami provocado por los temblores del Euribor, y que hasta los propios fantásticos y fantásticas acabarán siendo víctimas y víctimos de su plan tras consumir durante la fiesta de Halloween las golosinas que han reunido (disfrazados, en su caso, de personas normales), comenzando después a comportarse de manera extraña. La Cosa tratará, en efecto, de dejar atrás su rigidez y de superar sus frustraciones y complejos salvando al mundo desde la barra de un bar y contratando servicios de escort -e incluso intentando abofetear a uno de ellos, una supervillana llamada Viky-. La Antorcha Humana se negará a ir a solucionar la situación en Irak alegando que la cosa allí está que arde (refiriéndose a los problemas del país, no a las represiones de su fantástico tío) y que él ya está muy quemado, y no habrá más remedio que enviar a Tony Blair -bajo la personalidad del Hombre Topillo para no ser reconocido por el Doctor Muerte- en su lugar. El Señor Fantástico se divorciará de la Mujer Invisible y se liará finalmente con Medusa (la Inhumana procedente de la perdida civilización de Attilan, más joven y más vistosa que la Mujer Invisible y que hace unas cosas en la cama que le dejan de piedra). La Mujer Invisible, por su parte, caerá, tras su divorcio -y debido a las mutaciones hormonales que le produce la visión de un strip-tease del Surfero de Plata en una despedida de solteras- en un estado de histeria furioso-depresiva (también conocido como «síndrome de la Mujer Invisible») que la llevará a presentarse a las elecciones presidenciales como candidata por el partido demócrata.
La flemática imperturbabilidad del Señor Fantástico parecerá, así, perdida para siempre; todos y todas creeremos que la Cosa se ha quitado definitivamente su careta de melancólico conformismo y se ha dejado caer en el negro pozo de sus más bajos instintos, y que el fuego de La Antorcha Humana se ha consumido por completo en la camilla del cirujano plástico, el diván de Corazón de Verano, y entre las sábanas (asientos traseros, habitaciones de la fotocopiadora, etc.) de sus rolletes sin complicaciones. Incluso la sanguínea y nutritiva fecundidad de la Mujer Invisible parecerá haber caído, finalmente, víctima de la menopausia… Pero…
Una nueva cuadrilla de superhéroes (Familimán, Ganapán, Viagramán y Esperanza Aguirre) procedente de la galaxia Lexus, vendrá pronto, avanzando por la carretera de La Coruña a bordo de sus potentes naves, a rescatar al planeta y a reemplazar a los decadentes y sesentones héroes de la Marvel, dando comienzo a una nueva saga: la de Los Cuatro por Cuatro Fantásticos (Ultimate Edition).
Bien. Afortunadamente todos y todas sabemos que, por más que esa historia -o la que sea que compongan finalmente las majaderías que se cuenten en la película en cuestión- nos resulte tan familiar que es prácticamente previsible hasta en sus menores detalles, y aunque emane de ella ese y evocador aroma a Ambipur y a Agua Brava tan reconocible que nos parece estar viendo otra vez, a papá y a mamá disponiendo la tortilla sobre la mesa plegable junto al ochocientos cincuenta, no se trata más que de un cuento completamente fantástico y puramente metafísico que no tiene nada que ver con el mundo real y con las cosas que realmente ocurren en él. Es cierto que este tipo de reconstrucciones simbólicas gracias a las cuales las cualidades de las personas y la responsabilidad de los actos voluntariamente realizados por los hombres y por las mujeres podían disolverse en las influencias de los astros, de los temperamentos y de las afinidades, y los conflictos humanos y las desigualdades sociales quedaban reabsorbidas en la armonía de una complementación cósmica de una redención teleológica o de una teodicea históricamente desplegada -de unos planes para salvaguardar los cuales todo debía permanecer siempre como estaba-, tuvieron gran influencia en el pasado. Sin embargo -como salta a la vista con solo darse un paseo por unos multicines- todo eso ha quedado atrás y hoy comprendemos perfectamente que no se trata más que de historietas y que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.