Desde una posición triunfalista, casi con desdén, el discurso de la derecha puede mirar socarronamente a la izquierda mostrando su «fracaso» en el siglo XX. Por cierto que hoy, luego de lo sucedido en las recientes décadas, elementos no le faltan para hacer el señalamiento. Los primeros experimentos de socialismos reales del pasado siglo no […]
Desde una posición triunfalista, casi con desdén, el discurso de la derecha puede mirar socarronamente a la izquierda mostrando su «fracaso» en el siglo XX. Por cierto que hoy, luego de lo sucedido en las recientes décadas, elementos no le faltan para hacer el señalamiento. Los primeros experimentos de socialismos reales del pasado siglo no terminaron muy bien, y después de la caída del muro de Berlín y todo el campo soviético, más los elementos de restauración capitalista en China, el discurso hegemónico de la derecha se siente imbatible. Aunque la historia, por cierto, no ha terminado.
Como dijo el brasileño Frei Betto: «El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana».
Ahora bien: ser socialista, seguir abrazando el ideario socialista, seguir esperanzado en un mundo con mayores cuotas de justicia, no es una cuestión de pura fe, de creencia dogmática, ciega, irreflexiva. A una religión se la puede seguir por una pura cuestión de convicción, exclusivamente pasional, ilógica si se quiere. Más allá del análisis, incluso, se puede seguir una creencia dejándose arrastrar por la corriente. Pero seguir firme en el ideal socialista es otra cosa. Por cierto, mucho más que dejarse llevar por la corriente, ser socialista sigue siendo una decisión sopesada, una decisión en la que hasta nos puede ir la vida incluso, pero que se alimenta de un profundo principismo, de una ética firme. Optar por el socialismo es seguir teniendo sensibilidad social, preocupación y respeto por la dignidad humana. Es seguir creyendo firmemente en la justicia, en que lo más importante para un ser humano es otro ser humano.
Seguir optando por el socialismo no es hacer una apología del amor al prójimo. La experiencia milenaria de la vida y las modernas ciencias sociales nos enseñan que el amor incondicional, el amor por el amor mismo no existe (los dioses omnipotentes podrán amar en forma absoluta. Los humanos de a pie, más modestamente, amamos en forma parcial, fragmentaria, con cuentagotas). Pero sí existe el respeto -y hay que forjar una cultura que se base en él; eso es el socialismo en definitiva-. Aunque no amemos incondicionalmente al otro (¿podríamos amar de verdad a todo el mundo?, ¿no tiene algo de mesiánico eso?), podemos y debemos respetarlo. Y la injusticia, en cualquiera de sus formas (explotación económica, subordinación de género, discriminación étnica) es una forma de irrespeto.
La otra opción que tenemos frente al socialismo, el capitalismo, la sociedad asentada en la explotación de una clase social por otra, ya hemos visto hacia dónde puede llevarnos: sólo hacia un holocausto como especie. El afán de poderío, la búsqueda interminable por la supremacía -cosas que pudiéramos estar tentados de tomar como naturales, como factor espontáneo de nuestra humana condición, pero que finalmente se descubren como construcciones culturales, históricas- no pueden ser el norte de la vida. Si lo son, ello depende de una historia que no nos da otra salida, que nos lleva a valorar un teléfono celular o una botella de whisky por sobre otro ser humano. Y ahí radica justamente el trabajo revolucionario, el ser socialista: se trata de cambiar ese mundo, esa historia, esa conciencia. Si se quiere: de ir contra esa corriente.
El capitalismo, la sociedad basada sólo en el lucro personal, olvida el respeto. Si el motor último de la vida es «la ganancia», amén de ser una vida muy pobre en términos de valores humanos, como construcción social eso es una bomba de tiempo. En nombre de su búsqueda se puede sacrificar la naturaleza completa (la actual catástrofe medioambiental), se generan contradicciones tan profundas que ya no tienen marcha atrás y se vuelven luego inmanejables (sectores sociales «respetables» que viven defendiéndose de los «excluidos» que reclaman su lugar en el mundo, Norte rico «invadido» por pobres que escapan del Sur excluido), todo lo cual genera una bomba de tiempo que por algún lado estalla. O, peor aún, en nombre de defender las ganancias obtenidas, se producen guerras tan mortíferas que ponen en riesgo la habitabilidad misma del planeta. De liberarse toda la energía nuclear contenida en las armas atómicas de que dispone la humanidad hoy día, se produciría una explosión tan monumental cuya onda expansiva llegaría a la órbita de Plutón… Pero ello no impide que cada siete segundos muera de hambre una persona en el mundo, siendo el hambre -¡el hambre y no la guerra!- la principal causa de muerte de nuestra especie. ¿Triste? ¿Indigno? ¿Tremendamente pobre? Eso y no otra cosa es el capitalismo.
La derecha podrá mostrar -con razón en muchos casos- que los experimentos socialistas tuvieron innumerables errores: verticalismo, abuso de poder, falta de libertades públicas, nepotismo, ineficiencia, burocratismo, culto a la personalidad de los líderes y una interminable lista de lacras y mezquindades vergonzantes. También la izquierda lo dice en una visión autocrítica de esas experiencias. Ahora bien: de la derecha ya nada se puede esperar, sino más de lo mismo: explotación, saqueo, injusticia, consumismo voraz…. Y el abuso de poder no es un invento del socialismo. Por tanto, el único camino que brinda aún esperanzas sigue siendo el socialismo. Con sus errores, defectos y mezquindades. Pero con esperanza al final del camino.
Las sociedades basadas en la explotación de clase no ofrecen salidas y son, inexorablemente, una afrenta a la equidad entre humanos. Con un horizonte socialista, sabiendo de los errores que cometemos y sabiendo que hay que enfrentarlos, queda al menos la esperanza respecto a que se busca la justicia, que vamos más allá de pobreza de la «salvación» personal. La vida es demasiado indigna si se mide por la cantidad de dinero que tenemos depositada en la cuenta bancaria, por el automóvil que usamos o por la ropa que llevamos. Pues como dijo el poeta canario Víctor Ramírez, «aunque no haya motivos para la esperanza, siempre tendremos razones para la dignidad».
Y el socialismo es dignidad.