Un debate actual La reciente polémica suscitada por las declaraciones del Papa, sobre el Profeta Mahoma, con sus repercusiones en todo el mundo árabe y musulmán, así como otros hechos recientes como el impasse del régimen israelí en su invasión al Líbano y yendo a nuestro país, las acusaciones de «antisemitismo» contra sectores importantes de […]
Un debate actual
La reciente polémica suscitada por las declaraciones del Papa, sobre el Profeta Mahoma, con sus repercusiones en todo el mundo árabe y musulmán, así como otros hechos recientes como el impasse del régimen israelí en su invasión al Líbano y yendo a nuestro país, las acusaciones de «antisemitismo» contra sectores importantes de la izquierda argentina por parte de intelectuales del sistema, políticos derechistas y la prensa burguesa, nos mueven a todos quienes estamos por la liberación de trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo, a una campaña de desagravio y respuesta contra la tergiversación histórica.
El término «antisemitismo» es muy polémico. A menudo se esgrime como un insulto equivalente a lo que antes se denominaba «judeofobia», es decir, odio hacia los judíos. Aun hoy los partidarios incondicionales del Estado de Israel, de su política interior y exterior, acusan con frecuencia a los críticos de dicho Estado de «antisemitas», pretendiendo sugerir que los críticos de dichos Estado lo hacen por judeofobia racista. Demostraremos sin embargo que los antisemitas reales son quienes gobiernan en la Casa Blanca (el imperialismo norteamericano) y en Israel (los sionistas) y sobre todo (aunque suene a más de uno paradójico) todos aquellos que agitan con histeria el fantasma de un «nuevo antisemitismo», esta vez proveniente parte de árabes y musulmanes.
El odio a los judíos no es nuevo en la historia, eso es cierto, tiene un fundamento muy arraigado en el mundo cristiano e incluso en la Europa antigua pagana. Sin meternos a considerar las causas de dicho odio durante siglos, causas religiosas, económicas y sociales entre ellas, debemos aclarar ante todo que lo que sí es nuevo es el término «antisemitismo». El término «antisemitismo» fue inventado en el siglo XIX por un nacionalista alemán llamado Wilhelm Marr, quien declaraba que el problema con los judíos ya no era su religión como en los siglos anteriores, sino su raza, e inclusive el problema del determinismo biológico que hacía que el judío fuera antes que nada esencialmente judío. Nada que haga el judío (convertirse al cristianismo, hablar alemán, etc, etc.) podía alterar su naturaleza perversa. Esta formulación aparentemente novedosa se inscribe en un contexto donde los filólogos, y los orientalistas, acompañando la expansión colonial europea sobre Oriente Medio, habían descubierto las familias lingüísticas. De esta manera se agrupó al hebreo, al árabe, al fenicio, al arameo, al siríaco, etc, como lenguas semíticas, en oposición a las lenguas indoeuropeas, que habrían nacido en la antigua Persia de la mano de los «arios» y cuya culminación civilizada es el idioma germánico, todo lo cual derivó en teorías raciales al respecto. Los judíos alemanes y otros judíos europeos, a partir de entonces fueron tratados como extranjeros en su propio país, como «semitas» procedentes de Canaan-Israel-Palestina, y considerados una raza inferior. Toda esta mitología iniciada por diversos intelectuales y agitadores alemanes y franceses, como Drumont iba acompañada de una justificación económica y política. Los judíos eran tildados simultáneamente de especuladores bursátiles y de agitadores comunistas. La situación social secular de los judíos, ya desaparecida, ayudó a darle cierto barniz de realidad al mito. Nos referimos en este caso a la selección social que transformó durante siglos a los judíos de Europa en un pueblo clase de comerciantes y usureros, papel en que en parte han jugado por una tendencia histórica intrínseca (en Palestina los antiguos hebreos al igual que los fenicios eran comerciantes) como por una tendencia extrínseca (dado que en el cristianismo se prohibía el préstamo a interés los judíos fueron obligados a hacer esto por los cristianos)
Es evidente que el nacionalismo de los Marr o los Drumont ya no era un nacionalismo progresivo, como aquel que fue el fundamento ideológico de la burguesía ascendente y se basaba en la conquista de un mercado interno y la superación de las barreras feudales (esto es la tendencia a hermanar etnias y clases diversas en un estado nacional común con una tendencia a la homogeneidad ante todo lingüística) sino un nacionalismo de tinte racista, supremacacista blanco, fundamento ideológico del naciente imperialismo y de la expansión europea sobre Africa y Asia. El hecho de que los judíos ashkenazíes (provenientes de Europa Central y Oriental) tuvieran con frecuencia la tez blanca e incluso rasgos germanos o eslavos, no importaba a los antisemitas que estaban empeñados en excluir a los judíos a toda costa e impedir su asimilación. Por el contrario, la «invisibilidad» aparente del judío lo convertía en un enemigo aún más peligroso, capaz de «infiltrarse» en la Nación Alemana y «contaminarla» de «impura» sangre semítica.
Es en este contexto que nace el sionismo político, como reacción frente al antisemitismo europeo cada vez más violento que tuvo su corolario en el caso Dreyfuss (el oficial francés de origen judío acusado calumniosamente de espía aleman y traidor). El proyecto sionista deriva como su nombre lo indica de Sión, colina de Jerusalén y sinónimo con frecuencia de la ciudad santa del judaísmo. Su precursor ideológico fue Moses Hess, filósofo alemán, quien en su «Roma y Jerusalén» proclamaba el retorno de los judíos a su «antigua patria» (Palestina/Israel) como símbolo del advenimiento de la promesa mesiánica, y como respuesta a la persecución de los judíos por los gentiles. Pero el sionismo político alcanzó su notoriedad con Theodor Herzl, un judío vienés asimilado que estaba en París en el momento del caso Dreyfuss. Periodista y organizador de talento, Herzl tomó en sus riendas la formación de la Organización Sionista Mundial, una organización cuyo objetivo era crear un Estado Nacional Judío. Sus folletos más importantes fueron «El Estado Judío» y «Altneuland» (Vieja-Nueva Tierra). A diferencia de muchos intelectuales europeos de extracción izquierdista o democrática, como Emile Zolá quien escribió su «Yo acuso» frente al caso Dreyfuss y quienes iniciaron una campaña militante contra el antisemitismo, Herzl y sus compañeros consideraban inútil toda campaña contra el antisemitismo. Para el doctor Leo Pinsker, uno de los promotores del sionismo «La judeofobia es una enfermedad; y como enfermedad congenita, es incurable».
Es decir, los sionistas aceptaban al antisemitismo como una reacción natural de los pueblos europeos frente a la existencia de una diáspora judía importante en el Viejo Continente. Como judíos asimilados potencialmente, los primeros sionistas de Europa Occidental comenzaron a dudar de la posibilidad, e incluso de la deseabilidad de una completa asimilación a los pueblos que vivían, dado que encontraban prejuicios y barreras contra los cuales no tenían el coraje de luchar. Esto se explica por la base social del sionismo pionero perteneciente a la burguesía semi-asimilada de Europa occidental, temerosa de perder sus posiciones adquiridas en sus países. La actitud consiguiente hacia los judíos de Europa Oriental, los Ostjuden, era de un desprecio mezclado con el paternalismo. Había que evitar a toda costa la emigración de los judíos este-europeos a Alemania, a Francia, a Inglaterra, que al aumentar el peligro del antisemitismo y la xenofobia amenazaba las posiciones de la burguesía judía de estos países, logradas por el impulso de la revolución Francesa. Nada mejor entonces que asociarse a los antisemitas europeos en su proyecto de sacarse a sus «hermanos» del Este de encima y llevarlos lo más lejos posible, a la «tierra de sus ancestros», Palestina/Israel.
El sionismo coincidió desde siempre con los puntos de vista de las potencias imperiales del momento, sin importar que a su frente estuvieran antisemitas notorios. «En palabras de Herzl, seremos la avanzada de Europa frente a Asia, un bastión de la civilización frente a la barbarie». La meta del sionismo fue siempre crear y después defender un estado occidental-«blanco» en el mundo árabe-«oscuro». Vale decir liberar a los judíos europeos del estererotipo semita, convirtiéndolos en una «Nación dentro de las Naciones [europeas]»; irónicamente el sionismo constituyó, pese a sus declaraciones contra la Asimilación, la más paradójica de las asimilaciones, y como veremos luego, la peor. Los judíos europeos (tan despreciados, por primitivos, orientales semitas) por primera vez se convertirían en verdaderos europeos… en el Cercano Oriente.
Una realidad que tanto sionistas como antisemitas obvian concientemente es que los judíos no constituyen una raza. La mayoría de los judíos ashkenazim de Europa del Este descienden en gran medida de eslavos convertidos al judaísmo mediante el proselitismo que el reino turco khazar, convertido al judaísmo en la Alta Edad Media, hizo entre pueblos que dominaba y que le rendían tributo. Basta ver un judío polaco con aspecto de eslavo y compararlo con un judío yemenita con aspecto semita o con un judío negro etíope, para demostrar que la raza judía es un mito, y como todos los mitos creados y que se prolongan un mito interesado. La idea entonces de los judíos del mundo tienen un ancestro en común o que descienden de Abraham o de los antiguos hebreos, por lo tanto, no resiste el menor análisis.
Por otra parte es poco sabido, pero bastante probable que los palestinos actuales, tanto musulmanes como cristianos desciendan de los antiguos hebreos, convertidos al Islam en su mayoría durante la conquista árabe. Por lo tanto el mito sionista pangermanista de la «sangre y el suelo» basándose en un pasado ancestral que se remonta a 2000 años atrás se cae solo, por lo cual si un pueblo tiene derecho a la tierra de Canaán- Palestina-Israel, es el pueblo árabe autóctono que fue despojado y expulsado por los sionistas mediante una planificada limpieza étnica y que mantiene una presencia ininterrumpida en el lugar.
Cuando los sionistas emulan a los cruzados con la diferencia de que los primeros establecen una especie reino europeo secular en Palestina, debemos recordar que actúan con una típica arrogancia antisemita, la misma con la cual los cruzados cristianos masacraron a las comunidades judías y musulmanas de Tierra Santa. La misma arrogancia y el mismo desconocimiento acompañan la tan difundida falsedad de la «cultura judeo-cristiana», cuando la religión judía y la cristiana son incompatibles en casi todos los aspectos y hay más similitud entre el judaísmo y el Islam que entre el judaísmo y el cristianismo. Esta creencia en una cultura judeo-cristiana occidental en oposición binarica al Islam y a Oriente está tan difundida entre los intelectuales, universitarios e incluso teóricos de la izquierda que no perciben que se trata de un mito orientalista tendiente a demonizar el Islam, luego de que la caída del stalinismo y el fracaso del nacionalismo burgués panarabista, convirtió a esta religión de «opio de los pueblos» para expresar la frase tan mal entendida de Marx, en factor de «protesta contra el orden social existente».
La explotación del Holocausto
Los sionistas explotan el genocidio de los judíos sufrido en la II Guerra para justificar sus acciones. Pero como dice acertadamente Pierre Vidal Naquet: «que una ideología [en este caso, el sionismo] se apodere de un hecho, no suprime la verdad de este último». Ahmadinejad, al igual que muchos musulmanes indignados, supone que negando la realidad del Holocausto, suprime la necesidad de crear un Estado sionista en Palestina, cuando en realidad el Estado sionista no se justifica ni aún después del genocidio. Es evidente que los Palestinos, que nunca persiguieron a su minoría judía no tienen por que pagar el precio por el asesinato planificado de los judíos europeos. Por otro lado hay que recordar que la ideología sionista con su pretensión de conquistar la Palestina árabe precede al Holocausto; Auschwitz y Treblinka fueron una aparente victoria ideológica de los sionistas sobre sus adversarios judíos, ya sean judíos practicantes, o socialistas y comunistas de extracción judía. Decimos una aparente victoria ideológica porque el genocidio aparentemente les dio la razón: los judíos no pueden vivir en la Diáspora normalmente. Por eso vemos a los sionistas especialmente a través de la Guerra de los Seis Días justificar sus pretensiones de extensión de su territorio bajo el pretexto de que los árabes quieren «tirar a los judíos al mar».
Ya el mismo nombre de Holocausto aplicado al genocidio nos parece incorrecto, es transformar al crimen no sólo en algo santificado, sino también excepcional e incomparable con crímenes anteriores. Este término polémico fue aplicado por Elie Wiesel quien pronto se transformó en un sionista devoto. En el Tanakh Holocausto es un Sacrificio, como el de Abraham al cordero en lugar de su hijo Isaac. Llamar Holocausto al crimen sin precedentes de los judíos europeos, es volver incomprensible la matanza, es rodearla de una aureola de necesidad divina, y es justificar en última instancia todo lo que hagan los dirigentes sionistas para prevenir al «pueblo judío» de un «Segundo Holocausto». Así el derecho básico al retorno de los palestinos a sus casas de donde fueron expulsados hace medio siglo, es negado porque hay que prevenir un Segundo Holocausto. La destrucción del Estado sionista, que presupone acabar con el estatus privilegiado de apartheid donde los judíos europeos tienen todas las riendas, es comparado por la burguesía judía y los burgueses cristianos y la opinión publica mundial, a un segundo Holocausto.
Consecuencias catastróficas de la explotación del Holocausto
Así como el antisemitismo europeo fue el catalizador para el asesinato planificado no sólo de seis millones de judíos, sino también de gitanos, comunistas, y pueblos eslavos, de la misma manera el antisemitismo euro-sionista-norteamericano del siglo XXI prepara la invasión (previa demonización) de cualquier país islámico que pueda resistirse a sus pretensiones. Sabemos que el Islam político no era demonizado cuando se trataba de combatir a las «hordas de ateos comunistas» en Afganistán, cuando Israel financiaba el Hamas para combatir a la OLP, o cuando los Hermanos Musulmanes de Egipto eran apoyados contra el nacionalismo laico panarabe de Nasser. Por el contrario luego, del fracaso del nacionalismo de contenido burgués en combatir consecuentemente al imperialismo, las banderas del antiimperialismo pasaron a tener un contenido religioso, que en el mundo musulmán es un signo de identidad mayor que en la Europa secularizada. Irónicamente nunca se caracterizó a los musulmanes albanokosovares o bosnios de fundamentalistas. Mientras estos grupos sufrían una limpieza étnica de parte de Milosevic, similar a la cometida por el naciente Estado de Israel contra los palestinos, es irónico ver como islamófobos de cubierta «progresista» o «democrática» justificaban las acciones de los guerrilleros kosovares, mientras que condenaban a los guerrilleros palestinos. Claro, en el caso de los albanokosovares se trataba de musulmanes «blancos». Aquí también se hace patente el antisemitismo. Como sostiene Edward Said:
«Poco después de la guerra de 1973 [la del Yom Kippur], los árabes empezaron a perfilarse como una gran amenaza. Aparecían constantemente dibujos que mostraban a un sheij árabe de pie al lado de un surtidor de gasolina. Estos árabes, no obstante, eran claramente «semitas»; sus agudas narices de gancho y su malvada sonrisa bajo el bigote recordaban (a una población no semita) que los «semitas» estaban detrás de «todos» nuestros problemas. En este caso el problema era principalmente la escasez de petróleo. El ánimo popular antisemita se transfirió suavemente del judío al árabe ya que la figura era más o menos la misma». [Orientalismo, Edward Said]
La conclusión que se desprende de todo ello es que quienes hoy proclaman a los cuatro vientos por encima de todo la lucha contra el antisemitismo, y en nombre del dicha lucha defienden el enclave israelí, son los promotores de un neoantisemitismo mucho más peligroso todavía que el anterior. Porque ahora se trata de la defensa y la apología del imperialismo «democrático» y «laico» y sus masacres en Medio Oriente y en Asia Central. Si anteriormente fueron ejecutados 6.000.000 de judíos en nombre de la pureza racial y el antisemitismo abierto, hoy se bombardea poblaciones civiles, se condena poblaciones enteras al hambre, todo ello en nombre de la «democracia» y de abortar un Segundo Holocausto. Con el cinismo que los caracteriza los «civilizadores» le cierran el camino a los que se civilizan, cuando quieren luchar contra la colonización los llaman antisemitas. Aquellos judíos que quieran combatir al antisemitismo sinceramente deben enfilar sus armas intelectuales, ideológicas y políticas contra el Estado sionista que usurpa el nombre de Israel. La emancipación de los judíos hoy está profundamente ligada la emancipación de la sociedad israelí con respecto al sionismo