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Un aniversario

¡Ay, 68!

Fuentes: Gara/Rebelión

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la impugnación permanente del orden establecido adquiría la categoría de tendencia universal. En todo el planeta, de norte a sur y de este a oeste, la estética de la protesta y de la rebelión como actitud vital llenaba las calles de una nueva cultura, plural, heterogénea, […]

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la impugnación permanente del orden establecido adquiría la categoría de tendencia universal. En todo el planeta, de norte a sur y de este a oeste, la estética de la protesta y de la rebelión como actitud vital llenaba las calles de una nueva cultura, plural, heterogénea, diversa que, pese a sus distancias y contextos, tenía muchos puntos convergentes. El más importante, quizá, el intento de acabar con el encorsetamiento de un «viejo régimen» (capitalista, colonial o pseudosocialista) que basaba su estructuración en un juego de dicotomías aparentemente complementarias: gobernantes-gobernados; padres-hijos; personas con estudios-personas sin formación; hombres-mujeres; señores de la metrópoli-nativos de las colonias; empresarios eficaces-obreros irresponsables… La respuesta fue global. Matizada, propia, adecuada a cada realidad. Pero universal. ¿Existía acaso tanta diferencia entre las peticiones de los jóvenes afroamericanos salvajemente reprimidos por el ejército en las calles de Estados Unidos o los estudiantes checoslovacos que reclamaban un socialismo propio y en libertad frente a los tanques soviéticos? ¿No se pueden establecer multitud de puntos en común entre la resistencia palestina a la ocupación sionista después de la Guerra de los Seis Días y la lucha a tiempo completo del pueblo vietnamita contra la brutal invasión norteamericana? ¿No eran idénticas las balas que disparaban, por ejemplo, la policía mexicana, uruguaya o brasileña a las utilizadas por sus «compañeros de armas» en Berlín, Roma o Tokio? El derecho a ser libre, como tantos otros derechos, no tiene fronteras. Pero la teorización necesita de la conciencia. No suele ser un territorio común en la historia de la humanidad. No ocurre a menudo, es cuestión de una particular confluencia de astros en el siempre contradictorio universo social. Ocurrió, por ejemplo, en 1968 digan lo que digan. Algo así como una, en palabras de Jean-Paul Sartre, expansión del campo de lo posible. Quizá por eso hoy, cuarenta años después, seguimos evocando un tiempo colectivo, anónimo, lleno de imágenes e iconos simbólicos cuya banda sonora, como las buenas composiciones corales, tiene un final abierto siempre por escribir.

1.1 Nuevo Tiempo, Nuevas Actitudes

Habían pasado muchas cosas en el mundo desde la tragedia de la II Guerra Mundial que, una vez más, llenaría los campos del planeta de sangre joven. Ahora, en occidente, los «milagros económicos», el nuevo desarrollismo, el tiempo de bonanza y de los nacientes rituales del consumo socializado darían paso, sí, a una nueva prosperidad aparente pero también, gradualmente, a la ascensión de una generación inconforme llena de preguntas sin respuestas. Atrás quedaba el escepticismo existencialista, la desorientación ante la caída de los valores sustentadores del sistema, la desesperanza y el nihilismo, la privatización de la vida y los sentimientos… El «guardián entre el centeno» empezaba a mirar con nuevos ojos un mundo en ebullición: el sueño de la liberación llegaba desde la periferia del sistema (Argelia, Cuba, Palestina, Vietnam, Africa subsahariana) pero ahí no acababa todo. La nouvelle vague comienza a plantearse un nuevo concepto de solidaridad práctica: el «por qué no aquí también» se va a convertir, progresivamente, en una verdadera palabra de orden para toda una generación. Nuevos tiempos, nueva literatura, nuevo cine, nuevas artes, nueva cultura… Todo es nuevo y los Beatles, los Rolling Stones, Eric Burdon, Jimi Hendryx o Los Doors se encargan de la ambientación musical. Cultura de la creatividad, de la búsqueda de la naturaleza entre los semáforos, de nuevas formas de asociación o de vida en común, cultura del cuerpo, de la convivencia con las drogas, de la religión secularizada, de la rebelión… Pluralidad de universos para una nueva generación de contestación activa. Del «beat» al «hippismo», del «hippismo» al «compromiso militante»… Todo está preparado para el «asalto al cielo». Y la odisea planetaria tiene fecha para el comienzo de la expedición.

1.2 Un Año Intenso

Es cierto que la vocación onomástica nos lleva a las calles de la rive gauche en el 68 pero hace 40 años pasaron muchas cosas. Quizá demasiadas para un calendario saturado de acontecimientos. Fue París, sí, y Praga y México y Varsovia y Berlín y Tokio y Montevideo y Roma y Berkeley… Un año intenso. Más allá de Vietnam y de la contestación interna en Estados Unidos a la guerra y a la permanente segregación racial, de la masiva respuesta juvenil y obrera en Europa Occidental, de la denuncia del «socialismo real» en Praga o de la masacre de la Plaza de Tlatelolco en México en la cuenta atrás de la inauguración de las Olimpiadas, 1968 refleja en su agenda un tiempo permanente de tensión e intensidad vivencial sin tregua. En enero, Christian Barnard practicaba en Ciudad del Cabo el segundo trasplante de corazón de la historia (el paciente era blanco, el donante mulato) y en Hamburgo los estudiantes pedían la distribución gratuita de anticonceptivos… En febrero un ciudadano francés tiraba desde lo alto de la Torre Eiffel un televisor en protesta contra la decisión gubernamental de introducir publicidad en la programación… En marzo se estrenaba mundialmente la película «Bonny and Clyde» entre fuertes críticas por su «benevolencia con el mal»… En abril Broadway abría sus puertas a «Hair», el primer musical rock que llegaba al «templo mundial del teatro»… En mayo, el líder de los Panteras Negras Stokely Carmichael se casaba con la cantante sudafricana Miriam Makeba y se interrumpía el Festival de Cine de Cannes en solidaridad con los estudiantes parisinos… En junio se sucedían los enfrentamientos en diversos puntos del mundo ante el estreno de la cinta militarista «Boinas Verdes» («The Green Berets») dirigida y protagonizada por John Wayne y el militante vasco Txabi Etxebarrieta moría por disparos de la Guardia Civil en Tolosa en un enfrentamiento en el que también perdía la vida el agente José Pardines … En julio se repartían en Cuba de forma gratuita 600.000 ejemplares de «El diario del Ché en Bolivia» recuperado tras un envío confidencial… En agosto tres periodistas griegos eran juzgados en los tribunales militares por haber afirmado que Platón y otros grandes autores de la Grecia clásica eran homosexuales y 663 sacerdotes latinoamericanos enviaban un mensaje al Congreso Eucarístico a celebrar en Bogotá en el que pedían el reconocimiento del derecho de los pueblos a rebelarse ante la injusticia… En septiembre se le prohibía a Luis Buñuel rodar en la catedral francesa de Senlis escenas para su nuevo film, «La Vía Láctea»… En octubre, en los Juegos Olímpicos de México, Tommy Smith (medalla de oro y record mundial de 200 m en 19″8) y John Carlos (medalla de bronce en la misma prueba) recogían las medallas descalzos y saludaban los compases del himno norteamericano con el puño envuelto en un guante negro, símbolo del Black Power. Eran expulsados de los Juegos pero el acto sería repetido en ceremonias posteriores por otros atletas afroamericanos… En noviembre un atentado en un mercado en la zona judía de Jerusalén dejaba 12 muertos, la acción más violenta desde la ocupación militar de la ciudad por el Ejército israelí en 1967… En diciembre, 2.000 científicos de todo el mundo firmaban un manifiesto contra la encíclica papal opuesta al control de la natalidad y 1.500 intelectuales españoles redactaban un documento pidiendo una investigación en profundidad con motivo de las torturas infligidas a los detenidos por el régimen…

Año convulso, intenso, lo decíamos. Las calles se llenan de «jóvenes airados» que son recibidos con un material represivo de nueva generación en manos de la policía o los periodistas, tanto monta en la división de funciones, para una puesta en común nada sorprendente: «¿De qué se quejan? ¿Por qué protestan?». Miles de editoriales, horas de radio y televisión plantean las dudas del orden establecido que, pese a todo y entre líneas nunca reconocidas, comienza a mostrar un sentimiento de culpa demasiado profundo. La clase media se radicaliza y los nuevos proletarios del mundo se anticipan a Elio Petri en su transvase al paraíso… Y todo ello entre los rituales militantes de los inmisericordes sacerdotes de la verdad absoluta que agitan con prestancia rítmica los manuales insoslayables de Mao, Trotski, Marcuse, Althuser, Protopkin o Debord, de acuerdo a una denominación de origen particular e intransferible. Atomización y sectarismo. La larga y más de una vez trágica historia de la izquierda conjuga muy bien estos términos. ¿No pasó también en el 68? ¿O, seamos optimistas, fue precisamente esa «diversidad de principios» la que propició su «riqueza escénica»? En el entreacto, nos quedan los debates habituales adecuados a los nuevos tiempos. Luego volveremos sobre ellos, no hay prisa, a la hora del cierre y el balance. Quedémonos ahora, si os parece, con el acercamiento a los hechos, con la cronología de unos acontecimientos que estremecieron al mundo aunque John Reed los siguiera esta vez desde su mausoleo en el Kremlin. Geografía plural y tres puntos como referencia: Praga, París y México DF. Lo hemos dicho: no lo fueron todo pero sí, sin duda, los más significativos.

1.3 Ocho meses de Primavera en Praga

1956 había marcado el principio del fin. Las revelaciones hechas públicas por el dirigente soviético Nikita Krushev en el Informe Secreto presentado en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, no dejaban lugar a dudas entre los todavía muchos escépticos: Stalin había propiciado el «culto a la personalidad», su mandato se había caracterizado por la arbitrariedad y brutalidad, había dirigido el terror en masa de las purgas… Un as en la maga, es cierto, en el juego por el poder en el seno del PCUS. Pero también un intento de aggiornamiento y fortalecimiento de la unidad en plena guerra fría. El impacto en el seno de la URSS y la Europa del Este fue demoledor. Los escritores y la juventud, sectores con mayor autonomía, se encargarán de buscar nuevos espacios de debate y participación desde la asunción de los ideales socialistas. No fue tarea fácil. El disentimiento y la protesta se identifican pronto, en la propaganda oficial, con las maniobras occidentales para acabar con una experiencia social alternativa. Había, es cierto, elementos que así lo corroboraban. Pero tampoco deja de ser verdad que muchas conciencias honestas terminarían condenadas en el «basurero de la historia» bajo el extendido epígrafe de «agente enemigo».

Las primeras grandes reacciones tendrán como escenario Hungría, Polonia y Checoslovaquia. La idea de que el proceso de desestalinización abierto va a favorecer una mayor liberalización bajo los parámetros del sistema, corre paralela al deseo de no pocos jefes comunistas locales de conseguir ampliar sus niveles de autonomía dentro de la supeditación al «hermano mayor». En Hungría la frustrada rebelión de 1956 terminará con la reinstauración de los mecanismos de control y el fortalecimiento de la hegemonía soviética después de un auténtico baño de sangre, aviso a navegantes. En Polonia, en 1968, los estudiantes toman las calles como respuesta a la prohibición de la representación de una obra de teatro del siglo XIX, «Antepasados», en la que el poeta Adam Mickiewicz realizaba un canto bucólico al pueblo polaco con un marcado sentimiento antiruso, toda una tradición en la región. Durante dos semanas y con el apoyo tácito de la Unión de Escritores, miles de jóvenes se enfrentan con la policía en distintas ciudades del país, ocupan centros universitarios y de enseñanza…. El Gobierno de Gomulka vuelve a utilizar el recurso semántico de «quintacolumna sionista», el siempre efectivo factor antisemita como mecanismo legitimador. Al final, el ocaso del movimiento se completa con una larga lista de funcionarios destituidos…

En Checoslovaquia las cosas no van a ser tan fáciles. El 5 de enero de 1968, el ortodoxo militante de la vieja guardia Antonin Novotny es cesado en sus funciones como Primer Secretario del Partido Comunista. Le sustituye Alexander Dubcek, cuyo carisma logra en poco tiempo ser comparable al del yugoslavo Tito, el líder socialista del este europeo que cuenta con un verdadero apoyo sociológico entre amplias capas poblacionales de su país. En Checoslovaquia, estado multicultural y de larga tradición liberal, el Partido va a tomar la iniciativa en el proceso de cambios. Su «programa de acción», adoptado en abril, habla de la necesidad de una mayor libertad de información y expresión, de propiciar una verdadera democracia socialista que confiera al ciudadano más libertades, de la concesión de permisos para viajar sin trabas burocráticas, de la rehabilitación de los injustamente condenados en los años 50, de una mayor independencia del país en la dirección de su política exterior, de la realización de una gestión en la economía que conceda más protagonismo a la iniciativa de los trabajadores, de la limitación de poderes a la policía secreta, de garantizar y propiciar la libertad religiosa, la creación artística y la investigación científica… El «socialismo con rostro humano» se debate en las calles, en las facultades, en los centros de trabajo, en el sindicato, en las asambleas vecinales… Escritores militantes del Partido como Milan Kundera, Ludvik Vaculik y Pavel Kohout colaboran también al clima general con sus audaces críticas.

El 20 de agosto, 600.000 soldados de la URSS, RDA, Polonia, Hungría y Bulgaria (sólo Rumanía está ausente) ocupan Praga y se establecen en las principales ciudades del país. Dubcek da la orden de no oponer resistencia para evitar una tragedia. Es tiempo de imágenes e iconos para la historia: miles de jóvenes, de personas maduras, rodean en las calles a los tanques del Pacto de Varsovia, hablan con los soldados, buscan una complicidad que nunca llegará… Un 20% de los militantes del Partido son detenidos mientras los nuevos «hombres fuerte» se encargarán de la «normalización». Alexander Dubcek es cesado de su cargo y trasladado como inspector de la Administración Forestal a los bosques de Eslovaquia donde trabajará las siguientes dos décadas. En 1989, tras la instauración del nuevo gobierno, será elegido simbólicamente como Presidente de la Asamblea Federal. Tres años después muere en un accidente de tráfico. El encabezaría, en definitiva, la primavera más larga de la historia, ocho meses para una estación distinta que mostró al mundo que socialismo y libertad, más que un binomio complementario, debe ser en realidad una redundancia.

1.4 Mayo Fue París.

«Ser progresista consiste en tirar adoquines; ser revolucionario significa enviar los adoquines lo más lejos posible y con precisión». No hay lugar para la confusión. Las cosas claras. El voluntarismo, el compromiso, se completa ahora con el carácter lúdico de la espontaneidad. París es el sobresalto más allá de mercadotecnias y procesos de adecuación cuarenta años después, resumidos en la consigna de estos nuevos tiempos: «No soy el que era, soy el que soy. Y desde mi presente analizo mi pasado». Pero no caigamos en provocaciones. Vamos con la historia para situar en su verdadero contexto palabras, gestos y acciones.

En 1963 es inaugurada, en el entonces barrio marginal de Nanterre, la Universidad de Humanidades. Una «facultad piloto» para formar los nuevos cuadros del pensamiento liberal. Los tiempos no acompañan, evidentemente. Dice la leyenda urbana que todo comienza en la primavera de 1967 cuando un grupo de estudiantes masculinos fueron sorprendidos en la residencia de las alumnas, transgrediendo así la férrea norma de la separación de espacios por sexos. También cuentan que estaban viendo un partido de fútbol porque en el salón comunitario de las chicas sí había televisión… Más allá de la anécdota, el 22 de marzo de ese año centenares de universitarios protestan contra los reglamentos interiores. En noviembre, coincidiendo con el inicio del nuevo curso, una huelga general posibilitará la creación de una comisión mixta encargada de plantear al Ministerio de Educación un pliego de reivindicaciones. El 22 de marzo de 1968, cuatro meses después, son ocupadas todas las oficinas de la administración de Nanterre planteando como exigencia central la libertad de expresión política dentro de la Universidad. Entre los representantes del nuevo colectivo, bautizado «Movimiento 22 de Marzo», destaca un pequeño joven pelirrojo hijo de judíos emigrados alemanes. Su nombre, Daniel Cohn-Bendit. En las calles y en los medios se le conocerá muy pronto como «Dany el rojo»…

Tras las vacaciones de Pascua y como forma de intentar apaciguar las presiones estudiantiles, el decano concede un anfiteatro para las reuniones. El espacio se rebautiza con el nombre «Ché Guevara» y allí se celebra el 2 de abril el primer acto autorizado. El semanario «Le Nouvel Observateur» expresa perfectamente el espíritu del encuentro: «Los estudiantes cuestionan el sistema capitalista en general y, en particular, la función social que asigna a la universidad». Ni más ni menos. De lo micro a lo macro. Una estructura social montada sobre pilares falsos que exige su transformación urgente, cuestión de voluntades e imaginación. El 19 de abril llegan muy malas noticias desde Berlín: Rudi Dutschke, el líder reconocido de la contestación alemana, el joven estudiante de sociología nacido en la República Democrática que cruza el Muro para no hacer el servicio militar y se convierte en el símbolo de resistencia estudiantil, se debate entre la vida y la muerte. Un ultraderechista (Josef Bachean) le dispara a quemarropa convencido de su «labor purificadora» tras la lectura de las publicaciones permanentemente manipuladoras del editor Springer (que controla el 89% de la producción impresa en la RAF) cuya línea editorial arenga a las masas contra los «gamberros, alborotadores y provocadores comunistas» que siembran el desorden en las universidades alemanas, poniendo el nombre de Dutscke en el punto de mira de la ira incontrolada. En París, dos mil estudiantes salen a la calle en el Barrio Latino para expresar su solidaridad y apoyo a la lucha de sus compañeros berlineses. Le seguirán en las semanas posteriores cortejos de apoyo a la resistencia del pueblo vietnamita, de protesta por la represión policial, de identificación con el compromiso antiimperialista…Grupos neofascistas atacan las manifestaciones y los actos en Nanterre. Pronto se constituirán grupos de autodefensa. El decano ordena la clausura de la Facultad y la policía desaloja violentamente los locales. La respuesta se conocerá como la «semana rabiosa»: la Sorbona se solidariza, el apoyo a Nanterre se extiende a otros centros educativos… También se cierran por orden de las autoridades. En este ambiente de tensión, se suceden durante el día y la noche los enfrentamientos en las calles, las brutales cargas policiales, la alquimia de los cócteles y las piedras. Los medios de comunicación de orden cierran filas en la criminalización del movimiento. El lunes 6 de mayo, 600.000 estudiantes universitarios de todo el Estado francés secundan la llamada a la huelga general. Les seguirán los alumnos de los liceos de enseñanza media. En las calles de la capital se reparten panfletos llamando a la solidaridad obrera. Los jóvenes distribuyen notas permanentes cambiando de táctica ante los ataques policiales. Usan walkie-talkies para distribuir las acciones y los saltos por las calles. Hay anarquistas, maoístas, consejistas, troskistas, leninistas, provos, manifestantes sin filiación. Proliferan las publicaciones partidistas, las paredes hablan, los choques se suceden…

Los «sucesos de París» se convierten en centro del debate en la nación. Todo el mundo opina. Desde la «izquierda institucional», el secretario general del Partido Comunista, Georges Marchais, critica a los «pequeños grupos izquierdistas, hijos de grandes burgueses y pseudorevolucionarios». Muy pronto tendrá que cambiar de discurso. La realidad le supera, como tantas otras veces en las últimas décadas. La controversia llega también al mundo de la cultura: el director de cine François Truffaut se separa ideológicamente y para siempre de su compañero Jean Luc Godard. Para Truffaut el verdadero proletariado está representado por los policías, hijos de campesinos. Para Godard no es una cuestión de origen sino de conciencia de clase… En la semana del 7 al 11 de mayo se suceden las manifestaciones, las sentadas, las barricadas, las asambleas en la calle. El lunes 13 las centrales obreras, finalmente, deciden llamar a la huelga general. Más de un millón de personas desfilan por las calles de París entre imágenes del Ché, Fidel, Mao, Ho Chi Minh… Al finalizar, los estudiantes ocupan la Sorbona colocando tres banderas en la cúpula del edificio: la roja, la negra y la del Vietcong. En los días siguientes cerca de diez millones de obreros están en huelga en toda la República. Trabajadores de Renault secuestran a los directores de la empresa y pasan la noche encerrados con ellos en la sede central de la fábrica. El efecto contagio se multiplica: decenas de empresarios son retenidos en diversos puntos del país… La Iglesia católica habla de «crisis de civilización»…

Finalmente las centrales sindicales llaman a la «paz social». El 22 de mayo tiene lugar una nueva manifestación obrero-estudiantil en París que es salvajemente reprimida. El Ejecutivo prohíbe la reproducción televisiva de imágenes de los enfrentamientos en las calles. El 25, se abren las negociaciones a tres bandas: Gobierno, patronal y sindicatos. El 27 se firman los llamados «Acuerdos de Grenelle»: el «retorno a la normalidad», en forma de leve aumento de salarios o el pago de los días de huelga, está garantizado. El día 30 de mayo centenares de miles de personas desfilan por los Campos Elíseos en una afirmación de los «principios democráticos». El «presidente para las grandes ocasiones», Charles De Gaulle, legitima su poder y tranquiliza las conciencias. Sólo un mes más tarde, el general de una Francia de nuevo liberada obtiene en las elecciones el 40% de los sufragios y el 60% de la representación parlamentaria. El triunfo electoral más importante en la historia de la V República. Pero la larga sombra del 68, la efervescencia contestataria, el espíritu de trasgresión de esas semanas seguirá extendiendo su influencia mucho más allá del aparente retorno al orden. Un impulso que prolonga su esencia de ruptura hasta hoy, cuatro décadas después de que el hormigón armado alterara la indiferencia.

1.5 Los Fantasmas del 68 son Mexicanos.

Lo ha escrito Paco Ignacio Taibo II en su magistral homenaje literario titulado

«68» (Traficantes de Sueños, Madrid 2006): «También hay días que me veo a mí mismo y no me reconozco. Son tiempos malos, en que la noche se prolonga del día lluvioso, el sueño no llega y peleo inútilmente con el teclado de la computadora. Y entonces descubro que parecemos condenados a se fantasmas del 68». Una sensación compartida por muchos mexicanos conscientes de que cuarenta años no es nada. Porque aquel agosto preolímpico en las calles y plazas del Distrito Federal marca demasiado todavía el presente de una sociedad incapaz de asimilar su historia, se llame ésta Revolución o Plaza de las Tres Culturas. Lo expresa como nadie la voz popular: «Pobrecito México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos»…

En los años sesenta del pasado siglo la enseñanza superior del país centroamericano se centra fundamentalmente en la Universidad Nacional Autónoma (UNAM), centro neurálgico de los núcleos de pensamiento sustentados en una clase media boyante desde el despegue económico de principios de la década. La reforma y adecuación de los estudios superiores estarán, una vez más, en la base de unas protestas que ya habían comenzado en distintos centros académicos de la República mucho tiempo atrás. Además, como en otras geografías, las demandas políticas y el ansia de superar y transformar una sociedad esclerotizada vuelven a ocupar un lugar central en el universo juvenil. En febrero de 1968 se inicia en la capital del país la «Marcha de la Libertad», organizada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos, una forma de denuncia que trata de neutralizar la fuerte represión policial y militar. El contexto regional es también fundamental para la toma de conciencia: la intensa actividad guerrillera en pleno desarrollo de la cultura del «foco revolucionario», la defensa de una Revolución Cubana siempre y necesariamente en alerta, la muerte del Ché en Bolivia, la actividad de la CIA en el continente, el poder expoliador de las multinacionales norteamericanas…

El lunes 22 de julio se enfrentan los estudiantes de dos institutos de la capital. Los hechos son confusos. Diversas voces señalan que el conflicto surge por el choque de bandas rivales, una triste realidad en la vida de la metrópoli. La policía irrumpe disparando fuego real. El ambiente de permanente agresión y criminalización motiva una convocatoria de marcha para el viernes por parte de la Federación Nacional de estudiantes Técnicos (controlada mayoritariamente por el gubernamental PRI); ese mismo día las Juventudes Comunistas han organizado un acto para celebrar el asalto al cuartel Moncada, símbolo del inicio de la Revolución cubana. Los dos colectivos, pese a sus discrepancias ideológicas, marchan juntos hasta la aparición de la policía que dispersa las concentraciones y da paso a violentos enfrentamientos. Esa misma noche efectivos del estado irrumpen en la sede del Partido Comunista y cierran su órgano de expresión, «La voz de México». Se producen diversas detenciones. El ambiente de tensión crece. La respuesta en las calles también. Los estudiantes universitarios plantean una tabla de reivindicaciones: destitución de los mandos policiales, desaparición de los granaderos (cuerpo especial del Ejército encargado del mantenimiento del orden publico), respeto a la autonomía universitaria, libertad para los presos políticos, fin de la represión y derogación de los delitos considerados por el código penal como de «disolución social»…

El martes 30 de julio el Ejército pasa directamente al primer plano. Al mando del general Hernández Toledo se lanzan bazookas contra la Escuela Preparatoria de San Ildefonso mientras jeeps y tanques ligeros toman los aledaños de la Universidad. Son hechos prisioneros centenares de profesores y alumnos. La solidaridad se extiende inmediatamente entre los centros estudiantiles de Puebla, Guadalajara, Monterrey, Mérida… El 1 y el 5 de agosto dos enormes manifestaciones recorren la ciudad. El por entonces secretario de Gobernación y dos años después presidente del país, Luis Echeverría, elabora un informe gubernamental en el que habla de un «secreto proyecto subversivo» para impedir la celebración de los Juegos Olímpicos. La represión continúa. A media tarde del martes 18 la policía desconecta los teléfonos de la UNAM y ocupa la Ciudad Universitaria deteniendo en el momento a 500 estudiantes. Ese mismo día, triste presagio, muere en la capital León Felipe, el poeta español exiliado desde la Guerra Civil siempre comprometido con la justicia social y un defensor absoluto de las reivindicaciones de los jóvenes mexicanos. Las calles del Distrito Federal son, de nuevo, una verdadera batalla campal. Hay numerosos muertos y heridos. El 30 de septiembre las fuerzas armadas abandonan la UNAM. Las asambleas estudiantiles deciden no volver a las aulas hasta que sean atendidas todas sus peticiones y convocan un gran acto público para la tarde del miércoles 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco, también conocida como de las Tres Culturas.

A las 17,30 horas una gran multitud acude a la convocatoria. Junto a los jóvenes caminan trabajadores, padres y madres con sus hijos pequeños… Desde media tarde el batallón Olimpia, preparado para la protección de los Juegos, toma posiciones. A las 18,10 y con la explanada de la plaza ocupada por los que han acudido a escuchar a los oradores estudiantiles, los helicópteros de forma totalmente inesperada lanzan bengalas rojas y verdes comenzando un intenso tiroteo de fuego real. Varios miles de personas son blanco directo de los disparos mientras, presas de pánico, comienzan a correr sin un destino fijo. Las versiones oficiales, ampliamente difundidas en la prensa, radio y televisión, hablarán de la necesidad de repeler el ataque de unos francotiradores que nadie llegará a ver nunca. Esa noche el subjefe de policía ordena a sus hombres el control riguroso de los hospitales… Hoy, cuarenta años después, no existe un balance real de víctimas. Los rotativos mexicanos hablarán de un centenar de muertos y miles de prisioneros en cárceles militares. El corresponsal del diario británico «The Guardian» cifra en una crónica de urgencia en más de trescientos los cadáveres contabilizados… Miles de periodistas llegados de todo el mundo para seguir el evento deportivo observan horrorizados los hechos pero son conminados a guardar silencio o a minimizar lo ocurrido. Es inútil. Los muros de Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre. Tlatelolco entero sigue respirando sangre mientras los fantasmas del 68 continúan recorriendo México.

2. 68 Y TRANSFORMACION DE LA VIDA COTIDIANA

Una generación que «asalta el cielo» o lo pretende, sí, en el Norte y en el Sur. Pero también que escupe a la cara al orden establecido (ha leído a Picabia) mientras extiende en voz alta el concepto de control social hasta ámbitos no considerados hasta entonces. Quizá sea exagerado, es cierto. Pongamos mejor «no considerados hasta entonces, salvo contadas y limitadas excepciones».Más acertado. Estamos hablando de una crítica formal y directa a la organización del ocio y el tiempo libre, las relaciones sexuales, la familia, el lenguaje, el medio ambiente, la religión, el deporte, la educación, la liberación de la mujer, el urbanismo, los medios de comunicación o la masificación de las grandes ciudades. Una suerte de collage cultural e ideológico que recibe, no con cierto espíritu provocativo, influencias tan diversas como el anarquismo, el cristianismo de base, el marxismo cálido, el espontaneísmo revolucionario o las reflexiones de la Escuela de Frankfurt. Valores y consideraciones que han seguido vigentes hasta nuestros días, en ocasiones fortaleciendo incluso postulados antagónicos. Pero no equivoquemos la ruta. Esto es otra cosa: lo viejo frente a lo nuevo. El cambio será también en el entorno inmediato o no será. Fin a los intentos de postergar las transformaciones pendientes hasta la conquista de otro Palacio de Invierno. Ahora o nunca, todo queda bajo cuestión. ¿Es difícil entender, entonces, la triste reacción de, por ejemplo, la izquierda tradicional francesa convertida de hecho en el mejor aliado del statu quo? Contaba Rudi Dutscke, antes de que las secuelas de los disparos fascistas le marcaran para siempre, que cuando cruzó el Muro y participaba en las primeras manifestaciones en Berlín oeste los «ciudadanos bienpensantes» les gritaban: «¿No queréis libertad? Pasad al otro lado», en clara alusión al estado de vida en la RDA. Ahora, nuevos tiempos, cuando protestan por las calles berlinesas y les lanzan frases similares, tienen respuesta: «¿No queréis orden y seguridad? Cruzad vosotros al otro lado»…

Lo viejo y lo nuevo, lo decíamos. Una «nueva izquierda» que lee con pasión, a veces con verdadera pasión rozando el dogma, los textos de la alienación del joven Marx frente a una «vieja izquierda» siempre sumisa al determinismo económico de «El Capital». Una «nueva izquierda» que, con Marcuse, se eleva orgullosa a la categoría de «proletariado sustitutivo» y está dispuesta a asumir su papel histórico frente a un movimiento obrero cuyo carisma como sujeto-protagonista-político atraviesa sus horas más bajas. Pero, sinceramente, tampoco hay que exagerar. Los más lúcidos-as siguen hablando de una confluencia de luchas y proyectos, una necesaria historia compartida y con múltiples protagonistas…

Eso sí, hay que hacerse preguntas, siempre hay que cuestionarse todo. Tratar de comprender, por ejemplo, cuál es la razón que explicaría este histórico vacío en la izquierda ante cuestiones permanentemente supeditadas a la «causa superior». La respuesta llega, curiosamente, desde diferentes ámbitos y geografías. Desde la Europa del Este, desde Occidente y desde el Sur latinoamericano. Tres visiones complementarias lanzadas desde tres contextos absolutamente distintos pero que, realmente, presentan muchos elementos en común. Así, la socióloga húngara Agnes Heller, discípula aventajada del filósofo György Lukács e integrante de la llamada «Escuela de Budapest» considera desde una particular antropología crítica marxista que esta actitud es una consecuencia directa de que la derrota del fascismo no diera lugar al surgimiento de una Europa de izquierdas y que la desaparición de Stalin no significara una transformación radical de la forma de vida en los estados europeos del «socialismo real»… Otro sociólogo, en este caso francés de nombre Henri Lefebvre, considera que el 68 posibilita el «resurgimiento» de unos elementos ya implícitos en la obra de Marx que adquieren caracteres propios en esta época. Una respuesta necesaria y comprensible en el ámbito de las sociedades industriales avanzadas y sus contradicciones: situar en primer plano, en definitiva, la necesidad del poder establecido de la permanente retroalimentación de las relaciones de producción desde la perspectiva del beneficio económico como único elemento regulador. Y, finalmente, una visión desde el Sur. Llega desde Cuba y la protagoniza un médico argentino devenido en guerrillero y luego en ministro. Dos años antes de su muerte en las montañas bolivianas, Ernesto Guevara escribe un pequeño artículo que se va a convertir en manual necesario en las calles de la contestación y las barricadas. Esta vez no se trata de un texto legitimador de la resistencia armada. Simples reflexiones sobre la construcción del socialismo que se convierten en ejemplo de una propuesta distinta, esencialmente racional y humanista. Se llama «El socialismo y el hombre en Cuba» y se trata de un artículo de quince páginas que el Ché dirige a Carlos Quijano, periodista del semanario «Marcha» de Montevideo. Escrito el 12 de marzo de 1965, esboza desde el marco de una joven y nueva Cuba muchas de las preocupaciones que sirven de base analítica en el 68. En él se habla de la sociedad nacida al amparo de la Revolución en la que «el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social en un período de construcción del socialismo en el que va naciendo el hombre nuevo».

De una forma didáctica y sencilla Ernesto Guevara plantea las pautas de la realización del ser humano, una vez rotas las cadenas de la enajenación: «Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana mediante la cultura y el arte». Y unas líneas finales que se convierten en himno para la protesta: «La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud: en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera»…

El proceso de cambio, la expansión de lo real, basa su fuerza en la transversalidad, en la conjunción de luchas, imaginaciones y conciencias. Autogestión, diversificación del poder, autonomía desde la base, guerra a la burocratización, derecho a la diferencia… Nuevas banderas que se agitan por las avenidas de un mundo que se acaba. La imagen se convierte en centro referencial de dos esferas, lo público y lo privado, que dinamitan sus fronteras. Tiempo de iconos, de arte en acción, de recuperación de vanguardias nunca superadas como el surrealismo, de happenings y fluxus, de underground frente al social-cinismo, de sonoridades amplificadas en manos de Greateful Dead, Pink Floyd sin Barret, Los Byrds o Jefferson Airplane y favorecidas por la expansión de la consciencia de forma natural o con una pequeña ayuda de los amigos… Mary Hopkin aparece en la BBC cantando con absoluta ingenuidad «Those were the days», léase «Qué tiempo tan feliz!». En fin. ¿Está prohibido emborracharse de felicidad? Prohibido prohibir. Lo dicho y seguimos.

3. ICONOS DEL 68: NOMBRES E IMÁGENES, MILES DE

IMAGENES

… Y las calles llenas de jóvenes. Cuestión de estado mental. Jóvenes también como Jean-Paul Sartre, Jean Genet, Herbert Marcuse o Simone de Beauvoir llenando las calles de juventud eterna. Incluso otros, como Michel Foucault, llegan tarde a la fiesta pero llegan. Las obras de todos ellos se convierten además en lecturas iniciáticas para una generación sedienta de encontrar en los libros sencillamente lo que espera. Sin sorpresas pero, eso sí, con argumentos. Las visiones son calidoscópicas como los tiempos: la necesidad de incorporar puntos de vista novedosos en la historia del movimiento contestatario llevará a analizar textos de la Escuela de Frankfurt, a observar una Revolución Cultural idealizada, a practicar las teorías consejistas, a releer manuales de insurgencia aplicada o a incorporar una crítica a la vida cotidiana, ya lo hemos dicho. Y como referencia fundamental los «abuelos solidarios», los «viejecitos ilustres», los compañeros de viaje que serán elevados al olimpo de los dioses: Marcuse, Reich y Sartre.

3.1 Herbert Marcuse (1898-1979), el símbolo de la Escuela de Frankfurt, dedica su reflexión central al análisis de la alienación en la vida social, al «fetichismo tecnológico», al condicionamiento de la ideología… El «pueblo» ha dejado de ser eficaz como sujeto portador del cambio para convertirse en elemento fundamental de la cohesión social. La contestación radical sólo puede provenir de los que viven «apartados» de la máquina de las falsas ilusiones, los que no se han integrado en su mecanismo o los que conscientemente se autoexcluyen. El filósofo alemán que tiene 70 años en 1968 lo expresa sin ambigüedades: «Si son violentos es porque están desesperados. Y la desesperación puede ser el motor de una acción política eficaz. Mirad a los habitantes de los ghettos negros en Estados Unidos: incendian sus propios barrios, queman sus propias casas. No es una acción revolucionaria pero es un acto político y un acto de desesperación». No debe extrañarnos entonces que en alguna de las pancartas enarboladas por los estudiantes romanos se pueda leer: «Marx es Dios, Marcuse su profeta y Mao su espada». El arte de la vida es vivir bien y mejor. Marcuse lo sabe y lo predica en París, en Nueva York, en Berlín… Gasolina teórica para un cambio necesario e inaplazable.

3.2 Wilhem Reich (1897-1957) no llega a conocer el 68. Muere once años antes en la penitenciaría de Lewisburg (Penssylvania). Pero la recuperación de su obra constituirá otro de los pilares básicos de los textos ejemplares de la rebeldía. Psicoanalista austríaco, analista de la confrontación entre las ideas de Freud y Marx, Reich va a ser el primer autor que hará intervenir en los estudios sobre los componentes patológicos de la neurosis datos de orden social y económico. El observó, por ejemplo, que más del 80% de la población obrera vienesa en la primeras décadas del siglo XX vivía a razón de cuatro personas por habitación. «¿Es pues extraño que la mayor parte de esos seres humanos presenten anomalías sexuales?» Reich confirma que la miseria sexual de los sectores sociales más desfavorecidos viene motivada por la frustración en sus necesidades elementales. Por lo tanto, es un error aplicarles la tesis freudiana de la sublimación… Esta reflexión le llevará a concluir que la familia es un freno represivo de la sexualidad que inculca a los niños el respeto a la disciplina y los prepara para aceptar el orden fascista: en una nación como la alemana, el adolescente servil, angustiado, sentirá la necesidad de un Führer a quien referirse y en quien confiar por miedo a su propia libertad… Una conclusión, por cierto, a la que llegará otro de los grandes nombres de la Escuela de Frankfurt, Erich Fromm… Las ideas de Reich encontrarán amplio eco entre las juventudes comunistas austríacas y alemanas. En 1931 crea la Asociación para una Cultura Sexual Proletaria pero su crítica al estalinismo y las acusaciones que contra él se vierten por su «determinismo sexual» le llevan a alejarse de la militancia política. Exiliado junto a un grupo de sus discípulos en Estados Unidos, cerca de la frontera canadiense, Wilhem Reich patenta los «acumuladores de orgón», aparatos capaces de curar la impotencia orgásmica y también la esquizofrenia, el cáncer… Acusado de estafa todos sus libros quedan prohibidos y es ingresado en una cárcel donde finalmente muere… Pero no su obra, más allá de los delirios finales de su existencia. Los «jóvenes airados» del 68 van a recuperar sus primeros trabajos e incorporar sus postulados como necesario material de debate en el análisis crítico de la ideología dominante.

3.3 Jean-Paul Sartre (1905-1980), el eterno poeta de la conciencia práctica, está ahí ante nosotros en decenas de inolvidables instantáneas con sus ojos miopes escondidos detrás de esas grandes gafas repartiendo octavillas, periódicos militantes, hablando a los huelguistas de Renault o encabezando los cortejos por el Barrio Latino. Ni siquiera Bernard-Henri Levy en su particular ajuste de cuentas escrito años después será capaz de arremeter con dureza contra un símbolo que le sigue cautivando… Sartre, el intelectual del compromiso eterno, representa como nadie el concepto del 68. Su obsesión por el análisis de la concepción de la persona a partir de la libertad le acompañará toda su vida y le llevará, incluso, a adquirir compromisos de resistencia muy por encima de sus frágiles condiciones físicas. Para él, los movimientos de respuesta de ese año, de esos años, muestran mejor que nada la representación de la verdadera voluntad popular al ridiculizar el poder establecido y demostrar, al mismo tiempo, que además de combatir a la «autoridad» se puede practicar el antiautoritarismo internamente. Sartre es también el «nuevo intelectual», la persona que niega en sí mismo el término para intentar encontrar un nuevo estatus. El filósofo francés eleva el 68 pero, necesaria reciprocidad, el 68 también le eleva a él, le aporta una nueva conciencia, le hermana con los movimientos y procesos de liberación abiertos en un mundo que cruje… Y junto a él, a veces delante a veces detrás, Simone. La misma Simone de Beauvoir que, en abril de 1980, nos traslada hasta su funeral en la majestuosa «La ceremonia del adios». Estamos ahí, acompañando el cuerpo por las calles de un París gris y pongamos que lluvioso junto a otras 50.000 personas (cincuenta mil, sí), camino del cementerio de Montparnasse, «la última manifestación del 68», lo dice el director de cine Claude Lanzmann que camina a nuestro lado. Y cierra Simone: «Su muerte nos separa. Mi muerte no nos unirá. Así es: ya fue hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo durante tiempo». Funde a blanco.

Nombres. Hombres y mujeres protagonizando su propia historia. E imágenes, claro. Miles de imágenes como las que contemplan estas líneas y muchas otras que forman parte de nuestro imaginario colectivo e intransferible. Porque el 68 es también eso, un ejercicio de plasticidad que abre las puertas a un mundo que algunos quieren identificar hoy con un largo anuncio publicitario. No es nuestro problema, sinceramente. Tampoco que Fernando Savater, por ejemplo, proponga litros de aguarrás para limpiar las paredes de Mayo o la memoria. Su memoria. Necesidades de higienización. Nosotros, mientras tanto, cerramos sección antes del tiempo de balance que nos espera en las páginas siguientes en este cuarenta aniversario de evocaciones para algunos y descubrimiento para otros. Y lo hacemos conscientes de que entonces y quién sabe, la comunicación es la pared. Directa, con una audiencia millonaria y sin el riesgo de una manipulación del discurso. Se trata, en definitiva, de difundir al máximo y con urgencia espontánea convocatorias, axiomas, principios, mandamientos, actitudes, denuncias, mensajes, masajes…En ninguna otra ocasión el graffiti ha hecho hablar a los muros con tanta intensidad. Se recupera el surrealismo, a Marx, al Ché, a Bakunin y a los creadores originales. Contrainformación directa y aplicada frente a la tergiversación permanente de los medios oficiales. El sueño es realidad y la revolución debe dejar de ser para existir. Hay que pintar el cielo para que todo el mundo lo sepa…

La imaginación no es un don sino un objeto de conquista por excelencia (André Breton) Condorcet

La selva precede al hombre, el desierto le sigue Nanterre

La burguesía no tiene más placer que el de degradarlos todos F. de Derecho. Assas

La barricada cierra la calle pero abre el camino Censier

Te amo! Oh!! Díganlo con adoquines Nanterre

Gracias a los exámenes y a los profesores el arrivismo comienza a los seis

años Sorbona

Decreto el estado de felicidad permanente Sorbona

En las cavernas del orden nuestras manos fabrican bombas Sorbona

Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición Sorbona

¡Franceses! Un esfuerzo más… (Marqués de Sade) Sorbona

El hormigón armado educa la indiferencia Odeón

La libertad es la conciencia de la necesidad Sorbona

No me liberen: Yo me basto solo Nanterre

Un policía duerme en cada uno de nosotros. Es necesario matarlo Censier

La escultura más hermosa es el adoquín de granito Sorbona

Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta Odeon

Cuanto más hago el amor más ganas tengo de hacer la revolución. Cuando más hago la revolución más ganas tengo de hacer el amor Sorbona

La imaginación toma el poder Sorbona

En los exámenes responde con preguntas Sorbona

Sean realistas: ¡pidan lo imposible! Censier

4. TIEMPO DE BALANCE

Epílogo y conclusión a cuatro décadas vista, cierre de ciclo y balance con y sin nostalgia. Algunos no habíamos nacido, otros vivíamos nuestra primera comunión, incluso están los que nos cuentan (muchos, por cierto) su protagonismo activo, tiempos de exilio, en las asambleas del Gran Teatro Odeón convertido en palacio mundial del debate colectivo… Habrá que creerles aunque nos quede siempre la duda de por qué no aplicaron la terapia a sus compromisos posteriores. Pero lo que sí es cierto es que, más allá de las relativizaciones al uso de un año talismán, el prestigio de determinados modelos de estructuración social entró definitivamente en crisis en todos los rincones del planeta. Por eso vamos a coincidir paradójicamente con Giulio Tremonti, el ministro de economía del nuevo gobierno Berlusconi, cuando señale obsesivamente que la globalización es un fenómeno que nace directamente de la contestación del 68… Compartamos enunciados que no conclusiones. Sarkozy lo sabe y reinterpreta la historia para atribuir a aquellos barros buena parte del lodo que anega la Francia actual… Curioso. Tanto al menos como leer detenidamente las reflexiones, dosiers y cuadernillos especiales que editan profusamente en estos días las publicaciones de ese extraño espectro ideológico que hemos dado en llamar (no me pregunteis por qué) centro-izquierda. Particular ajuste de cuentas con un tiempo confuso, imaginativamente perverso y manifiestamente derrotado (así son las cosas) por una tozuda realidad encargada de poner a cada uno en su lugar. Ya lo presentían las paredes del Grand-Palais: «Empleo tres semanas para anunciar en cinco minutos que iba a emprender en un mes lo que no pude hacer en diez años»… Pongamos cuarenta y sigamos a la vuelta de publicidad.

1968. Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre. Jóvenes de 16 a 80 años reivindicando su espacio civil intermedio ante un viejo orden que evita siempre abrir las ventanas para airear las contradicciones inherentes a su guión. Un mundo que cruje frente a otro que no nació pero anunció su visibilidad. Consensuemos al menos algunos puntos de partida. Hablemos de autonomía del pensamiento, incorporación de la vida cotidiana al ámbito de lo necesariamente transformable o de cambios de paradigma en las formas de entender el poder y los métodos de respuesta… Vayamos incluso más allá, si os parece, y reivindiquemos nuestro derecho genético a rechazar autoritarismos, soñar otros mundos, agitar permanentemente o pedir lo imposible… Cuestiones extrapolables a todas las geografías porque los cuatro puntos cardinales, nos lo decía Vicente Huidobro, son realmente tres: Norte y Sur. Y debajo del asfalto de sus calles, barrios y alamedas, hoy como ayer, sigue estando la playa