Recomiendo:
0

1968: De la protesta a la resistencia

Fuentes: Rebelión

  Existe, por parte de los medios de masas, un triple interés por reducir la situación revolucionaria iniciada a finales de los 60 en las «democracias» imperialistas al 68 francés, por reducir éste al movimiento estudiantil, y por presentarlo como un movimiento pacífico al estilo hippie. Sin embargo, esta reducción se apoya en algo de […]

 

Existe, por parte de los medios de masas, un triple interés por reducir la situación revolucionaria iniciada a finales de los 60 en las «democracias» imperialistas al 68 francés, por reducir éste al movimiento estudiantil, y por presentarlo como un movimiento pacífico al estilo hippie. Sin embargo, esta reducción se apoya en algo de verdad. En primer lugar, en mayo del 68 Francia volvió a retomar aquella, en palabras de Marx, «moda francesa, tan en boga en 1848, de comenzar y acabar una revolución en tres días», algo sólo posible debido al centralismo (político pero, ante todo, económico) francés, aparte de otras circunstancias políticas. Así, el 68 francés volvió a constituir una cierta síntesis. En segundo lugar, al criticar la reducción del 68 francés al movimiento estudiantil, se recuerda que Francia vivió entonces el mayor movimiento huelguístico de su historia, que se ocuparon numerosas fábricas, se retuvo a sus directivos, etc. Pero no se puede negar que los estudiantes tuvieron un papel detonador, y no sólo en Francia, sino en general. En tercer lugar, es cierto que en el 68 francés la violencia no pasó de las barricadas con coches incendiados y el lanzamiento de adoquines y cócteles molotov contra la policía. Esto podrá parecer «guerrilla urbana» a la asustada juventud de hoy, pero la verdadera guerrilla urbana tuvo lugar ante todo en Alemania e Italia, más que en Francia (en este artículo nos vamos a referir sólo al 68 en estos tres países).

La cuestión de por qué el 68 en Francia constituyó una síntesis de un proceso que en Alemania o en Italia duró más tiempo, y fue más traumático y complejo, no nos interesa responderla aquí, aunque iremos apuntando algunas razones sobre la marcha. Empecemos por la segunda cuestión: ¿A qué se debió aquel impulso revolucionario por parte de los estudiantes? Introduzcamos la respuesta con un par de frases del Manifiesto Comunista:

«Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o al menos las amenaza en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación». «Las capas medias… son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado,…».

A finales de los 60 se produjo en los países desarrollados un fenómeno nuevo: la masificación de la universidad, que obligó a la creación de nuevos campus. La mayor parte de esta nueva masa de estudiantes provenía de la pequeña burguesía, y constituía la generación del «baby boom» de posguerra. Con esta nueva masa de estudiantes se estaba creando una nueva y amplia capa de trabajadores asalariados cualificados. Para los hijos de la pequeña burguesía esto significaba caer en las filas de la clase asalariada. Es decir, que los estudiantes, aunque provienen en su mayoría de la pequeña burguesía, son, en términos dialécticos, clase asalariada en sí (o, en términos aristotélicos, clase asalariada en potencia). El 68 representa la salida a la escena política de esta nueva capa cualificada de la clase asalariada. Pero para salir a la escena política los estudiantes debían apelar a la clase asalariada en su conjunto, y eso hicieron. En el 68 coincidieron el movimiento obrero, que había empezado a movilizarse debido a la crisis, con el nuevo movimiento estudiantil. Una socialdemocracia renovada sabrá expresar y realizar las demandas objetivas de esta nueva capa de asalariados, desarrollando el «Estado de bienestar». Por otro lado, los aspectos culturales aportados por el movimiento estudiantil son secundarios, y se deducen también fácilmente del nuevo ambiente universitario masificado (aunque, subjetivamente, para los estudiantes son estos aspectos los que se presentarán en primer lugar; en general, todo lo relativo a la universidad y a su funcionamiento fue para ellos lo más inmediato).

En Francia los acontecimientos se produjeron con escasa violencia y con mucha rapidez. El movimiento en general fue desactivado rápidamente con la convocatoria de elecciones, los acuerdos de Grenelle y una reforma universitaria. La situación dio lugar a la reaparición de una socialdemocracia renovada, que logró imponerse en poco tiempo. El rápido desarrollo y desenlace de los acontecimientos en Francia permite hablar de un «mayo del 68» que sintetiza los movimientos sociales iniciados a finales de los 60 y su resultado final: el desarrollo de la aristocracia obrera en los países imperialistas. Pero esta reducción, o esta síntesis, deja al margen otros desarrollos que nos interesan, en especial en lo relativo a la violencia política que tuvo lugar en el período 68-78, en Alemania e Italia.

La situación no se resolvió tan rápidamente en Alemania o en Italia. En estos países la situación, que era más contradictoria, condujo inevitablemente a un mayor grado de violencia política. En Alemania, porque los sectores a la izquierda de la socialdemocracia, concentrados en el movimiento estudiantil, se encontraban marginados y acosados por el Estado (el Partido Comunista era ilegal; la Liga de Estudiantes Socialistas había sido expulsada por el Partido Socialdemócrata, que formaba una coalición de gobierno con la Democracia Cristiana; los medios arremetían contra la izquierda, agrupada en la Oposición Extraparlamentaria, con consignas como «¡Detened a Dutschke ahora!», propiciando el atentado contra el líder estudiantil Rudi Dutschke, en el 68, etc.). En Italia, porque las intensas y numerosas luchas obreras se concentraban en el norte industrial del país. (Pensemos en las respectivas diferencias con Francia: en Francia, a diferencia de Alemania, el PC era legal y controlaba un sindicato fuerte, la CGT, que tuvo un papel reformista crucial en el 68; por otro lado, a diferencia de Italia, la capital de Francia es al mismo tiempo el mayor centro industrial del país; las desigualdades económicas en Italia eran, y siguen siendo, mucho más pronunciadas).

En Alemania el recurso a métodos ilegales y el uso de la violencia, por parte de la izquierda, se produce, en primer lugar, como medio de propaganda política. Podemos establecer una gradación que va de la acción del «bombardeo» con natillas del vicepresidente de los EEUU en su visita a Berlín, pasando por el lanzamiento de cohetes con octavillas a cuarteles del ejército estadounidense en Berlín, llamando a los soldados a la deserción, hasta el incendio de dos grandes almacenes en Frankfurt y la liberación de Andreas Baader de prisión (Ulrike Meinhof tuvo la doble virtud de seguir los acontecimientos con brillantes análisis y de extraer conclusiones prácticas de éstos). En Italia, el empleo de la violencia está muy ligado, inicialmente, a las luchas obreras en las fábricas. Son acciones con las que se busca contrarrestar la violencia patronal y policial, la traición de los sindicatos y el esquirolismo, superar los obstáculos legales y romper el silencio mediático. Se trata de sabotajes, amenazas y represalias como el incendio de coches y breves secuestros de directivos, por ejemplo. Acciones necesarias cuando la lucha llega a cierto punto.

Estas luchas ilegales y violentas son llevadas a cabo, inicialmente, por pequeños grupos cuyos miembros son estudiantes u obreros que participan en las luchas en la universidad y en las fábricas y, por tanto, no viven en la clandestinidad. En el transcurso de las luchas, y debido, sobre todo, a las detenciones, algunos de estos grupos deciden pasar a la clandestinidad y adoptar la estrategia de guerrilla, utilizada con éxito por los movimientos de liberación nacional en algunos países sometidos por el imperialismo. Al adoptar esta estrategia, sin apenas cambios, estos grupos cometieron un error de principio que les conduciría finalmente a la derrota. Este error de principio les llevó, en primer lugar, a dotarse de una estructura organizativa muy vulnerable en el contexto urbano, lo que provocó un gran número de detenidos; en segundo lugar, a perseguir objetivos imposibles con sus propios medios («ataque al corazón del Estado»); y, en tercer lugar, a cometer una serie de errores tácticos (que culminaron con el secuestro de Schleyer por la RAF, o de Moro por las Brigadas Rojas). Por su estructura organizativa (grupos de militantes clandestinos vinculados entre sí), estas organizaciones eran muy vulnerables a las detenciones. Debido al objetivo principal propuesto («ataque al corazón del Estado», es decir, al aparato represivo) y al número creciente de detenidos, las acciones de estos grupos fueron apuntando cada vez más alto con sus acciones, y la reivindicación principal pasó a ser la liberación de los presos. Con el desenlace del secuestro de Schleyer por la RAF se demostró finalmente que la estrategia de guerrilla adoptada no fue la adecuada, que desbordaba las condiciones sociales. La RAF quiso poner toda la carne en el asador, y cometió el error táctico adicional de aprobar la operación del secuestro del avión Landshut. Bastó que el Estado lograra liberar a los rehenes del avión en Mogadiscio, y dejara caer a Schleyer, para dar el golpe de muerte a la RAF (el miembro de la RAF, Stefan Wisniewski, que participó en el secuestro de Schleyer, hace una justa autocrítica al modo en que se llevó el secuestro). Las Brigadas Rojas cometerán el mismo error, al año siguiente, con el secuestro de Aldo Moro. Más adecuado habría sido que la lucha ilegal se hubiera mantenido al nivel de la practicada por las Brigadas Rojas al principio, o por las Células Revolucionarias en Alemania, por ejemplo. Pero, como escribió Ulrike Meinhof en el primer manifiesto de la RAF: «Si es correcto organizar la resistencia armada en este momento depende de si es posible, y sólo puede ser posible organizándola». Es decir: sólo la práctica podía demostrar si la estrategia de guerrilla, tal y como había sido aplicada con éxito por los movimientos de liberación nacional en los países dominados, era o no adecuada para la lucha por el socialismo en una «democracia» imperialista como la RFA. Se demostró que no, y que dicha estrategia sólo es adecuada para los movimientos de liberación nacional. Esto explica que la RAF y las BR desaparecieran, mientras ETA se mantiene (a pesar de la «transición» y la caída del bloque «socialista»).

Debemos sacar algunas conclusiones de la situación iniciada en el 68 en Francia, Alemania e Italia, es decir, en algunas de las «democracias» del bloque imperialista más desarrolladas. Pero, al mismo tiempo, queremos establecer algunas comparaciones con la situación actual:

El 68 demostró ante todo la importancia de los estudiantes. Estos provenían, en su mayoría, de la pequeña burguesía. Pero el destino de esta nueva masa de estudiantes era el de pasar a formar parte de la clase asalariada, como trabajadores cualificados. Como se dice en el Manifiesto, la pequeña burguesía se vuelve revolucionaria «únicamente cuanto tiene ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado». Ésta era la perspectiva de los hijos de la pequeña burguesía que acudían en masa a la universidad. En segundo lugar, el movimiento estudiantil adquirió notoriedad desde el momento en que llevó a cabo acciones contundentes e ilegales, como la ocupación de la universidad (lo que condujo a un ciclo de acciones-detenciones-nuevas acciones por la liberación de los detenidos…), y utilizó sin miramientos la violencia contra la represión policial (incluyendo el uso de cócteles molotov y la formación de numerosas barricadas con coches incendiados; es decir: mucho más de lo que basta para que ahora los «demócratas» y demás «gentes de bien» hablen de «guerrilla urbana» o de «terrorismo callejero»). En tercer lugar, los estudiantes lograron conectar sus reivindicaciones con las del conjunto de la clase obrera, que se sumó a la protesta estudiantil (lo que fue posible en un contexto de crisis económica que marcó el fin de los «treinta gloriosos», del «milagro económico» de posguerra).

Hoy los estudiantes se encuentran con que se quiere dar un nuevo paso en la privatización de la educación pública (o de lo que queda de ella), a cuyo desarrollo contribuyó la revuelta estudiantil del 68. Hoy, como en el 68, nos encontramos también en los inicios de una crisis (dentro de una fase descendente que, por cierto, viene de finales de los 60; es decir, nos encontramos en una crisis dentro de la crisis). Los estudiantes universitarios han empezado a movilizarse hace unos meses contra el Plan Bolonia, realizando encierros y manifestaciones. Pero las movilizaciones de los estudiantes no tendrán fuerza suficiente si no consiguen ligarse, como en el 68, con reivindicaciones cada vez más generales sobre problemas que, además, afectan de manera especial a los jóvenes (paro, precariedad, vivienda, inflación, sanidad, etc.). Por último, el movimiento estudiantil será desmoralizado fácilmente si los estudiantes no consiguen prepararse para pasar, cuando sea necesario, de la protesta a la resistencia.