El refrán no es científico (ninguno suele serlo), pero sí bastante certero (muchos lo son): «Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Es común toparse con gente que trata de disimular sus carencias alardeando de que corre como Carl Lewis con el pie del que cojea. ¿Se han fijado ustedes en que […]
El refrán no es científico (ninguno suele serlo), pero sí bastante certero (muchos lo son): «Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Es común toparse con gente que trata de disimular sus carencias alardeando de que corre como Carl Lewis con el pie del que cojea.
¿Se han fijado ustedes en que no hay ahora mismo en España ni una sola industria contaminante que no llene su publicidad de referencias a su absoluta devoción por el ecologismo? De creerles, ya no quedaría en el mercado ni un solo automóvil que no haya sido expresamente construido para mejorar el medio ambiente. Al parecer, lo que sus tubos de escape liberan sin parar es oxígeno puro.
Tampoco hay traza de que exista por estos pagos ni una sola central nuclear que haya tenido problemas causados por emisiones radiactivas susceptibles de afear la imagen de la empresa propietaria.
¿Alguien les ha hablado de lluvias ácidas? Mal hecho. Nuestras industrias no generan de eso. Faltaría más.
A los bancos les sucede lo mismo. Nuestro interés es su interés. Lo que a nosotros no nos conviene, no les conviene a ellos. Nuestra felicidad es su razón de ser. No cobran intereses o, si los cobran, son mínimos y por nuestro bien. Ellos están ahí para servir, porque les pirria el altruismo.
Pasa lo mismo con las empresas de telefonía. Todas compiten para ofrecernos ADSL potentísimo y dejarnos telefonear por calderilla, si es que no gratis. ¿Por qué? La pregunta está de más: porque sólo piensan en nosotros. Quieren hacernos felices. Hasta el éxtasis.
Contemplando la publicidad, está claro que toda la industria patria está controlada por un consorcio formado mano a mano por Greenpeace y las Hermanitas de los Pobres.
A la vista de ello, he empezado a avergonzarme por la manía que tengo de cobrar por mi trabajo. Me digo: «Caramba, Javier: si la flor y nata del capitalismo lo hace todo pensando sólo en los demás, ¿cómo se te ocurre reivindicar tus mezquinos intereses?»
Prometo que, en cuanto el nivel de mis ingresos se parezca algo al suyo, empezaré a escribir por devoción, para mero recreo de mis semejantes, por puro amor al arte.
Vuestra felicidad es mi razón de ser.
http://blogs.publico.es/eldedoenlallaga/255/de-lo-que-presumen/