Una noche, el hombre perspicaz llegó a su casa tras ocho perspicaces horas de trabajo y, como siempre, besó a su perro, se quitó los zapatos y saludó a su mujer. Nada hubiera dicho antes de sentarse a cenar de no ser porque esa noche el hombre perspicaz reparó en la suciedad de una de […]
Una noche, el hombre perspicaz llegó a su casa tras ocho perspicaces horas de trabajo y, como siempre, besó a su perro, se quitó los zapatos y saludó a su mujer.
Nada hubiera dicho antes de sentarse a cenar de no ser porque esa noche el hombre perspicaz reparó en la suciedad de una de las ventanas del comedor.
-¿Y por qué no has limpiado esa ventana? -preguntó el hombre perspicaz a su mujer- ¿Se trata de alguna promesa? ¿Te cae mal esa ventana? ¿Tu religión te prohíbe limpiarla?
La mujer, en absoluto perspicaz, le respondió mientras servía la cena:
-Si hubiera limpiado también esa ventana nunca te habrías dado cuenta de que limpio las demás.