En estos días de convulsión económica, donde se pone de manifiesto la verdadera naturaleza de políticos y banqueros, que se las ingenian para salvar con nuestros impuestos el equilibrio económico que ellos mismos han exprimido en su irresponsable juego capitalista. En estos días en que una nueva generación de «neopobres » nos las tenemos […]
En estos días de convulsión económica, donde se pone de manifiesto la verdadera naturaleza de políticos y banqueros, que se las ingenian para salvar con nuestros impuestos el equilibrio económico que ellos mismos han exprimido en su irresponsable juego capitalista.
En estos días en que una nueva generación de «neopobres » nos las tenemos que ingeniar para malvivir con un sueldo que casi en su mayor parte dedicamos a pagar las hipotecas que esas entidades financieras nos cobran por nuestras viviendas ahogándonos como nunca.
En estos días en que el paro es una posibilidad cercana y en muchos casos una realidad, en que los salarios se congelan o se reducen como única forma de equilibrar gastos, a la vez que se plantean aumentos de jornada laboral y disminución de derechos de los trabajadores, en que el racismo y la xenofobia aparecen de nuevo en la prensa.
Yo me pregunto: ¿donde está la izquierda?
Siempre nos han contado nuestros mayores que en situaciones similares, desde la izquierda, se ha movilizado a los estudiantes, removiendo los cimientos de la sociedad desde las universidades, que los sindicatos han organizado huelgas generales y manifestaciones donde los trabajadores rompían sus gargantas y algún que otro escaparate.
¿Por qué hoy evitan sus representantes el debate sobre la situación económica, sus responsables y las posibles alternativas a las medidas que se están tomando?
¿Por qué dan por bueno que la «solución» a esta crisis venga de los mismos que la han provocado, políticos y banqueros?
¿Por qué no escuchamos la voz alternativa, diferente, que antes protagonizaban los sindicatos, organizaciones y líderes de izquierda?
Quizás la razón sea que las organizaciones y partidos de izquierda se han acomodado en su papel de poder u oposición dentro de las reglas del juego imperantes en las últimas décadas. Quizás hayan confundido, como la mayoría de nosotros, el crecimiento económico con la mejora de la sociedad, el consumo con el bienestar, aturdidos por el discurso liberal que nos ha llevado hasta la situación actual.
Quizás han olvidado el papel que desempeñaban dando oportunidad a los más desfavorecidos a expresar su punto de vista, luchando por sus derechos allí donde fuese necesario, y se han dejado llevar por la dictadura del dinero que antes tanto criticaban.
Luego, cuando lleguen las elecciones, y la mayoría de los que tenemos derecho al voto no lo hagamos efectivo, se excusaran en un desinterés o falta de responsabilidad de los ciudadanos para justificar sus malos resultados electorales. Y ahora, que es cuando tendrían sentido los análisis independientes, alternativos a los partidos mayoritarios, ahora , que el sistema anula la posibilidad de intervención de los trabajadores preocupados en conservar su empleo y en llegar a fin de mes con el menor descubierto en sus cuentas, enmudecen o simplemente desaparecen de la escena.
Ninguna confianza nos va quedando ya en que los partidos mayoritarios, PP y PSOE, ambos de perfil liberal y esclavos del capitalismo económico de las grandes empresas, defiendan el interés de los trabajadores. Pero lamentablemente, tampoco tenemos otra opción a la que acudir, ni en los nuevas formaciones «gazpacho» con «ingredientes» salidos de todas las despensas y colores posibles, ni si miramos a nuestra izquierda, porque simplemente no están o lo que es peor si están no aparecen.
La opción de no votar, de no dar legitimidad al juego de los políticos, se convierte en este contexto en un signo de atención, de protesta, en una expresión de la voluntad de los ciudadanos de no dejarnos manipular. Porque esa minoría que consideramos más preparada para administrarnos no se merece nuestra confianza, porque solo les interesamos cada cuatro años para que participemos en la farsa de las elecciones donde nunca podremos elegir a los auténticos administradores del poder que son los grandes grupos financieros y empresariales.
Ojala existiera una opción política que nos ofreciese confianza, esperanza en que las cosas pueden ser diferentes, cuyas prioridades sean la protección social, la educación, la planificación de la economía en términos sostenibles, la garantía de los derechos sociales y servicios públicos. Ojala esa opción venga desde el lado izquierdo de la realidad, que como en nuestro cuerpo es el lado donde siempre han estado los órganos vitales.
Mientras tanto la opción que tenemos es hacer escuchar la voz de los ciudadanos a través del debate, de la denuncia, garantizando la creación de una opinión crítica e independiente, fomentando la unidad de las personas en otro tipo de movimientos sociales no políticos, uniéndonos para hacer funcionar nuestra sociedad civil hasta llegar a ejercer influencia y poder reales. Y para eso debemos confiar en nuestra generación, que muy al contrario de lo que se opina , tiene mucho que decir y dispone, gracias a medios como Internet o los teléfonos móviles, de la capacidad de relacionarse y movilizarse de una forma que jamás en la historia había sido posible.
Quizás esta sea la próxima revolución que nos toque vivir.
Escuche hace poco la historia de una aldea en china, que había visto como su economía local, basada en la agricultura y el intercambio de productos con las aldeas cercanas, quedaba destruida cuando les pusieron una gran superficie comercial que les compraba sus cosechas para luego vendérselas 10 veces mas caras, mientras que les ofrecían otros productos traídos de fuera a precios mucho mas económicos, hasta llegar al punto de provocar la destrucción de la economía local y la emigración de los mas jóvenes en busca de oportunidades a otras regiones mas industrializadas. La respuesta, protagonizada por las mujeres de esa aldea, que bien podría servirnos de ejemplo alternativo a nuestro mundo capitalista, ha sido el boicot a la gran superficie y el retorno a la economía basada en la producción, es decir, consumen lo que ellos mismos o sus vecinos producen evitando intermediarios y especulaciones, haciendo un comercio justo y pagando el pan a precio de pan.
Quizás algún político proponga algún día que no es necesario basar nuestro bienestar en el crecimiento inconsciente e insolidario con los más pobres, quizás nos convenza de que si le votamos actuará en beneficio de los ciudadanos sin mostrar preferencias por banqueros, monarcas u obispos. Hasta entonces los que están y los que vendrán seguirán haciendo lo mismo que hasta ahora, pero sin mi voto.