Quisiera desarrollar algunas críticas breves al «»Primer programa de un sistema de democracia ecológica» de David Hernández Castro, que ha sido publicado este mes en El Viejo Topo y a continuación en Rebelión. El texto puede leerse íntegramente aquí. En el apartado «dirigentes y masas», David repite como un calco casi exacto las críticas que […]
Quisiera desarrollar algunas críticas breves al «»Primer programa de un sistema de democracia ecológica» de David Hernández Castro, que ha sido publicado este mes en El Viejo Topo y a continuación en Rebelión. El texto puede leerse íntegramente aquí.
En el apartado «dirigentes y masas», David repite como un calco casi exacto las críticas que hace más de un siglo Luxemburg dirigiera a Lenin en lo relativo a las cuestiones de organización. Plantea David que el modelo centralista es trasladar a la organización el sistema organizativo fabril, habla de que a raíz de ello se creó la «compartimentación vertical absoluta», y hasta menta la «intelligentsia».
Las críticas de David son ahora tan injustas como lo eran las de Luxemburg a Lenin hace más de un siglo, y, aunque fueron respondidas en su momento por Lenin, no está de más repetir en forma resumida algo de aquella polémica clásica:
El centralismo democrático no es enemigo de la organización política de la sociedad que Luxemburg podrían considerar «espontánea». Esto es algo que la propia experiencia histórica del mejor bolchevismo en la revolución de Octubre nos dejó como legado: los soviets, consejos obreros, surgieron de esa forma que se podría calificar de «espontánea», y fueron apoyado por los bolcheviques pese a que su modelo de organización era igualmente «espontáneo».
Y es que el partido o el sindicato no es fruto anterior al movimiento obrero, no le precede…es producto del movimiento, de esa «liberación creativa de las fuerzas vitales producida por el libre juego de la sinergia política de la comunidad» de las que más alante habla David. Ese producto concreto no puede de ninguna manera identificarse con todo el movimiento.
Las organizaciones que se ordenan de forma centralista no pretenden ser «el todo» (y, si lo pretenden, mal está…igual de mal que si una organización muy horizontal lo pretende). Su forma de organización es la que se considera más práctica y eficiente para actuar en la sociedad en la que vivimos e intentar transformarla.
Señala David en el apartado «la máquina del partido» que «si queremos construir una sociedad democrático-participativa deberemos hacerlo por medios democrático-participativos». Comparto que los métodos participativos son los mejores, pero no por la confusión entre fin y medios que David propugna: creo que son los mejores porque es la forma más eficiente de actuar políticamente sobre la realidad.
Un ejemplo clásico sobre la diferencia entre fin y medios: se puede estar sensatamente a favor de un Estado federal estando organizado tu partido centralistamente. El Estado no es el partido, y el partido no es la clase .
David defiende «la abolición de la propia función del dirigente, y con ella, la del dirigido». Me opongo. Que al tirar el agua sucia no se nos vaya el niño por el fregadero. Soy partidario no de la abolición de la función del dirigente (que me parece en todo punto necesaria en el momento en el que nos encontramos), sino de reconvertir su función a través de eso que reza la maravillosa consigna zapatista: «mandar obedeciendo». Quiero una organización donde la militancia mande y los dirigentes obedezcan. La abolición no me parece una opción realista, ni aunque dicha abolición sea «gradual».
Para construir su último punto («democracia ecológica») David se apoya en una parte de la teoría de Darwin. Hacer teoría política desde el razonamiento por analogía con las «leyes» de una disciplina científica como es la biología es muy peligroso.
David señala que el «pensamiento poblacional» darwiniano «aplicado a la participación política (…) nos llevaría a reconocer…». Hasta ahí basta. En mi opinión lo que pudiera ser rescatable de sus conclusiones se invalidaría por el método empleado para llegar a ellas. El «pensamiento poblacional» de las poblaciones biológicas no «lleva a reconocer» nada en teoría política, como tampoco lo hace el «retrocruzamiento» o la «tercera ley de Mendel».
Esto lo arrastra David hasta el final de su texto, hablándonos de «(eco)sistemas políticos» o de «(bio)diversidad política». Puede resultar sugerente desde un punto de vista poético , pero la realidad es que la diversidad política no es «biodiversidad», la organización no es un «ecosistema» y las «leyes» de la biología no le son aplicables como tales.
Como señala David en su propio documento: «el ser humano no es una abstracción de la naturaleza, es parte de ella». Deduzcamos pues que no se le pueden aplicar las «leyes» generales destinadas a comprender y explicar una abstracción («las poblaciones» o «los ecosistemas») a algo que, como un partido político, es parte de una parte del total. Si lo hacemos estaremos intentando tejer gachillo usando como hilo soga marinera, y los resultados que obtengamos pueden ser aberrantes.
*Javi Busto es militante de la UJCE en Asturias.