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Lejos del pueblo, cerca del palacio

Los intelectuales árabes, el Islam, las dictaduras y Occidente

Fuentes: Al Quds Al Arabi

Traducido para Rebelión por Caty R.

Ponencia presentada en la conferencia «Islamismo, democratización e intelectuales árabes», organizado por el Centro para el estudio de la democracia de la Universidad de Westminster, en Londres, los días 4 y 5 de diciembre de 2008

La expresión «Los intelectuales árabes» probablemente no sea la más apropiada, ya que designa una realidad que carece de coherencia y homogeneidad. Esto se debe a varios factores: cognoscitivos, sociales e institucionales, en un mundo árabe donde coexisten varias visiones del mundo, diversas culturas y distintos sistemas políticos. Cuando el periódico Al Quds Al Arabi, en una entrevista al poeta Mahmud Darwich, le pidió que definiera a «los intelectuales árabes», su respuesta fue: «es más fácil averiguar el sexo de los ángeles».

La confusión en esta definición radica en precisar cuál es el papel que se espera de los intelectuales árabes, sobre todo en este período de transición histórica de la comunidad islámica.

La expresión «la crisis de los intelectuales» apareció por primera vez en los medios de comunicación árabes a finales de los años 50. Entonces, entre los intelectuales se desencadenó un amplio debate sobre el carácter específico de su papel, mientras que dentro del socialismo árabe en alza, el debate se centraba en el rol de los trabajadores y campesinos como base del progreso deseable en aquella etapa de transición.

Medio siglo después, mientras seguimos en un período de transición, el debate sigue vigente y el único elemento que se tiene en cuenta son los intelectuales en sí mismos. Y si el término «intelectuales» conlleva una legitimidad en la medida en que implica que las personas a quienes designa toman partido por la consciencia, el pensamiento ilustrado y el triunfo de los valores de justicia y libertad, mirándolo bien, se percibe la sombra pálida de un ser deformado que oscurece la búsqueda de su papel.

Además de que es difícil encontrar una definición de la identidad y el papel de los intelectuales árabes, también se pueden detectar con precisión las señales de su ausencia en los procesos de transición democrática del mundo árabe.

Los intelectuales árabes de la actualidad no se parecen a Mustafá Al Manfaluti, autor de la cita que aparece en el Informe de las Naciones Unidas sobre el desarrollo humano en el mundo árabe, que dice: «El hombre que tiende la mano para exigir su libertad no es un mendigo, sino que pretende reconquistar un derecho que le fue robado por la codicia humana. Cuando la ha reconquistado, permanece en la sombra sin tener que pedir ni deber nada a nadie».

Esta noción es lo contrario del discurso que domina actualmente entre la mayoría de los intelectuales, los cuales «aspiran», «desean» y casi «suplican» el derecho humano o natural que tienen un escritor o un «bloguero» practicante a expresar sus opiniones, o piden amablemente al poder que permita las elecciones libres. La razón de esta situación es que la mayoría de los intelectuales, si no todos, constituyen un sector específico de los regímenes dictatoriales y disfrutan de ventajas profesionales, económicas y sociales que les son vitales. En un país como Egipto, por ejemplo, es difícil encontrar intelectuales «eminentes» que no estén en la lista de los asalariados mensuales del Consejo (oficial) de la cultura, lo que plantea interrogantes sobre su credibilidad y sus verdaderos objetivos. El Informe de las Naciones Unidas precisa que «Cuando un intelectual árabe se instala en un puesto elevado, siempre es gracias a sus vínculos con el régimen establecido y no en virtud de sus capacidades y cualidades»

Esta realidad conlleva la destrucción de los valores del conocimiento, que es la base fundamental del desarrollo en todas sus formas. A excepción de algunas voces dispersas aquí y allá, los intelectuales árabes no desempeñan el papel que les corresponde de orientar a su pueblo enarbolando los valores de la libertad y la justicia. De ahí su fracaso para cumplir su misión específica, que sería movilizar las actuaciones colectivas, apoyados por la base popular, dirigidas a conseguir cambios en el sistema estatal.

La evolución democrática no se puede conseguir sin dicha misión. Pero los intelectuales forman parte del problema y no de la solución de la evolución democrática; ésta es la realidad en el mundo árabe actual.

Algunos aspectos de esta problemática:

– La larga duración de los regímenes dictatoriales en el mundo árabe ha creado una situación descrita por el informe como un estado de «sumisión popular». Un gran número de «intelectuales árabes» han sido afectados por esta enfermedad y prefieren optar por esta herencia antes que desafiar la realidad tal como es.

– Los intelectuales árabes están atomizados y fragmentados por el miedo, la codicia, las ambiciones personales y el egoísmo, además de las divergencias ideológicas y políticas. Estos conflictos se ven claramente en sus relaciones entre ellos, con los regímenes y con Occidente.

– Tampoco hay que subestimar la importancia del papel represivo que practican asiduamente los regímenes dictatoriales contra los intelectuales independientes, a los que consideran una de las principales amenazas para su poder. Dicha represión desempeña un papel fundamental en la obstrucción al desarrollo humano en esta parte del mundo. Incluso las «dictaduras ilustradas» del mundo árabe no se apartan de recurrir a los métodos brutales de los regímenes más policiales, sin ninguna contención, para acallar las voces libres. Los últimos asuntos -el del bloguero egipcio Cheb Mohammed Adel, encarcelado desde hace varias semanas (20 de noviembre de 2008) por escribir en su blog lo que pensaba, o el del escritor sirio Michel Kilo, condenado por firmar el llamamiento de Beirut (sobre las relaciones sirio-libanesas en 2004)-, no son más que recordatorios permanentes de esta realidad. Pero al mismo tiempo los «intelectuales del sultán» (la voz de su amo) pierden su prestigio y su capacidad de conectar con las jóvenes generaciones del mundo árabe, lo que les hunde todavía más en su indefinición. De ahí el fracaso de las jornadas gubernamentales egipcias, en las que las instituciones se benefician de grandes presupuestos, que tienen pérdidas anuales de 130 millones de euros. La campaña de los blogs contra la tortura es un indicio de que la realidad empieza a cambiar en el mundo árabe.

– Los intelectuales independientes han fracasado, a pesar de la nobleza de sus intenciones, en el establecimiento de canales de comunicación incluso con los ciudadanos árabes de nivel escolar medio, y con más razón con la masa de analfabetos, para que dichos ciudadanos vinculen en sus pensamientos las cuestiones de la evolución democrática y los problemas cotidianos que afectan a la inmensa mayoría de la población. Así, por poner un ejemplo, el movimiento «Kefaya» (¡Basta!), en Egipto, se ha visto obligado a modificar su discurso con el fin de abordar los problemas de la subida de los precios, mientras que al principio se limitaba a oponerse a la prolongación del mandato presidencial y a pedir elecciones libres o a reivindicar cosas que no eran prioritarias para la mayoría de los ciudadanos, atrincherado en un gueto elitista privado del imprescindible apoyo de la base popular.

– Unos han aceptado una relación con el Estado análoga a la del servidor con su amo; y los otros, poniendo el listón alto con sus críticas, se han convertido en enemigos del Estado perseguidos por el miedo, lo que les impide establecer un diálogo tanto con la cumbre como con la base. En lugar de eso, los regímenes dictatoriales persisten en evitar cualquier debate objetivo por temor a crear una nueva realidad cultural que obligaría al Estado a respetar a los intelectuales y a avanzar en la dirección de un cambio democrático.

Intelectuales y Occidente

La relación de los intelectuales con Occidente es un determinante principal en la hoja de ruta hacia la democracia en el mundo árabe. Mientras que los regímenes dictatoriales árabes han conseguido mantener abiertos sólo para ellos los canales de comunicación con Occidente, al intelectual independiente u opositor que recibe un apoyo de Occidente para sus proyectos se le tacha inmediatamente de «enemigo del país», «traidor» o «espía» y se pone en marcha la máquina mediática gubernamental para desacreditarle, como le ocurrió, por ejemplo, al doctor Saad Eddine Ibrahim en Egipto. Para esto, los regímenes recurren demagógicamente al legado político y cultural del antiimperialismo, a la vez que se transforman en ejecutores sin escrúpulos de la agenda del imperialismo en la región. Este atolladero es insalvable porque Occidente, con EEUU a la cabeza, no muestra ningún interés por apoyar el cambio democrático y a sus partidarios. Antes de la oleada de islamistas en Egipto, Marruecos, Palestina y Barehin; del pisoteo del proyecto occidental en Iraq y de la expansión del reto iraní, EEUU rompió sus promesas relativas al cambio de la política practicada desde hace más de 60 años. El 11 de septiembre demostró claramente el fracaso de su política de apoyo a los regímenes dictatoriales destinada a conseguir la paz y la estabilidad.

Al mismo tiempo que demuestra un absoluto desinterés por la defensa de los intelectuales independientes y opositores, Occidente se apresura a proteger a cualquier intelectual que siembra la duda sobre la religión musulmana y sus símbolos. Una cuestión permanece abierta, ¿Los USA de la era de Obama confirmarán -con hechos, no con palabras- sus compromisos a favor de un cambio democrático dejando de apoyar a los regímenes totalitarios, si realmente quieren una evolución, en un oriente Medio seguro y estable comprendiendo que el Islam moderado es un auténtico componente cultural y social en esta parte del mundo que no puede ser ignorado en el proyecto de un verdadero cambio democrático? Eso hace necesario establecer relaciones con los movimientos islámicos moderados contrarios a la violencia, que son una fuerza legítima y pueden ser un apoyo para el cambio democrático y la estabilidad a largo plazo.

Intelectuales y políticos del Islam

El auge del «Islam político» ha constituido un factor importante en la representación cultural y política del mundo árabe durante los tres últimos siglos. Más allá del supuesto consenso en cuanto a las bases indiscutibles de la libertad y la justicia en el discurso de los intelectuales, las divergencias estallan en cuanto se aborda la cuestión de las alianzas y las lealtades, para mayor beneficio de los regímenes establecidos.

En Túnez, por ejemplo, la causa de la ruptura (entre la izquierda laica y los islamistas) era la cuestión de la prioridad de la democracia sobre la modernidad; los primeros consideraban que el mantenimiento de los logros de la modernidad (estatuto de las mujeres, apertura hacia Occidente, etc.), esencial para el cambio democrático, estaba amenazado por los islamistas en camino hacia el poder; y los segundos, en cambio, consideran que no puede haber modernidad sin democracia.

En Egipto, la relación entre ciertos intelectuales de izquierda y los islamistas se ha convertido en inviable. El régimen ya no se enfrenta a un frente unido de oposición. Ha conseguido también establecer una alianza no escrita con la izquierda política y cultural con el fin de frenar la expansión islamista; ciertos elementos de izquierda combaten actualmente en la misma trinchera que el régimen en nombre de la lucha contra «el oscurantismo cultural». No hay que olvidar la responsabilidad en esta ruptura de los intelectuales islamistas, muy apegados a los eslóganes y las apariencias que crean más miedo que confianza y desunen más que unen, en lugar de ceñirse a la esencia de la libertad y la justicia como escudo cívico contra la dictadura. La brecha entre los intelectuales y el Estado se amplía cada vez más y el pueblo seguirá saliendo a la calle para protestar, pero sin una dirección ni una orientación clara. Exigirán cambios de los cuales no conocen la naturaleza.

Un cambio hacia un sistema democrático

No existe la definición completa o la receta única del cambio democrático. No sería lógico ni deseable. Los mecanismos del cambio deben proceder de las raíces culturales y las costumbres y tradiciones específicas de cada país para reflejar las esperanzas y ambiciones propias de cada pueblo. Sin embargo ya hay señales, sobre las que todos los investigadores están de acuerdo, que son esenciales para cualquier sistema democrático.

– El Estado de derecho, que asegura un mínimo de derechos y deberes a los ciudadanos en un marco legal y establece barreras a la acción del Estado.

– El Estado debe comprometerse a ejercer la menor violencia posible contra los ciudadanos, y por supuesto en un marco legal.

– Un gobierno del pueblo, elegido por el pueblo, y definido por una constitución que pueda ser controlada y sancionada por los ciudadanos en aplicación de la ley.

– Un aparato burocrático independiente con una descentralización de los poderes con el fin de que éstos no caigan en manos de una sola persona, grupo o sector.

Algunos intelectuales dicen «Empecemos por las elecciones libres»; otros piensan que las reformas de la enseñanza, la cultura, la economía y lo social serán suficientes para originar una evolución natural hacia la democracia, porque ésta no es más que una de las maneras de ejercer el poder y no la solución mágica de todos los problemas. También es difícil saber cuánto tiempo necesitaría una operación de cambio democrático. Otros consideran que la democracia nacerá con el fin de la dictadura y que las elecciones libres permitirán una transición pacífica. Esta definición significa que el cambio democrático ha necesitado 40 años en Italia y Japón y que nunca será completo en Sudáfrica. El cambio democrático implica la construcción de instituciones democráticas y que se afiance la confianza en ellas, y eso requiere mucho tiempo. Es una operación a largo plazo cuyo resultado es incierto.

En Europa del Este y América Latina, sin embargo, la transición hacia los regímenes democráticos y estables no ha necesitado demasiado tiempo.

Un pequeño paso, pero que es esencial en la apertura democrática, es la propagación de la conciencia democrática y de la cultura de los derechos humanos. Es aquí donde los intelectuales deberían desempeñar su papel de guías y clarificadores en un mundo árabe inmerso en transformaciones pero sin dirección ni orientación. Y lo han perdido.

Original en árabe: http://www.alquds.co.uk/

En francés: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=6633&lg=fr

Khalid Al-Shami, periodista y escritor egipcio, reside en Londres, donde colabora en el periódico Al Quds Al Arabi y en la cadena de televisión Al Hiwar.