Introducción Paul Rivet (1876-1958), etnólogo francés[1], expresó una valoración sobre la cultura del hombre precolombino que merece conocerse: afirma que este hombre «al mismo tiempo que recogía la herencia de los pueblos y de las razas que contribuyeron a su formación, supo desarrollar una civilización propia sobre este fondo común, enriqueciéndolo con una serie de […]
Introducción
Paul Rivet (1876-1958), etnólogo francés[1], expresó una valoración sobre la cultura del hombre precolombino que merece conocerse: afirma que este hombre «al mismo tiempo que recogía la herencia de los pueblos y de las razas que contribuyeron a su formación, supo desarrollar una civilización propia sobre este fondo común, enriqueciéndolo con una serie de invenciones y creaciones que pueden parangonarse con las invenciones y creaciones del Viejo Continente».
Se refería a formas de gobierno muy originales, como la del imperio incaico que reunió en un solo dominio a pueblos diferentes; al nacimiento de una arquitectura y un arte decorativo autóctonos, como lo evidencian las ruinas de monumentos mexicanos, yucatecos y peruanos; al desenvolvimiento de técnicas como la de la cerámica, los metales y los tejidos que se operaban con una perfección sorprendente; a alfareros que igualaban a los del Viejo Mundo tanto por la maestría plástica que poseían, como por la variedad de formas creadas y la decoración de sus obras; a los metalúrgicos de las altiplanicies de Perú y Bolivia que descubrieron el cobre y el bronce y, en la costa peruana, la plata y sus aleaciones; a los de Colombia que también asombraron con su compleja técnica para trabajar el oro y la plata; a otros pueblos que tenían al platino y el plomo entre su arsenal metalúrgico; a la destreza con que los pueblos del continente usaron la pluma, confeccionaban los tejidos, esculpían y tallaban la piedra y modelaban el barro y el estuco.
Entre otras cosas, hacía mención del invento de un sistema de escritura jeroglífica en México y Yucatán; de manuscritos como los quipus de Perú que revelaban extraordinarios conocimientos astronómicos; señalaba el impresionable número de plantas que cultivaban; el conocimiento de las propiedades curativas de la coca, quinina, ipecacuana y copaiba; el tratamiento del látex de ciertos árboles para fabricar jeringas y pelotas de caucho.
Resulta así paradójico que pese a esta valoración tan positiva de los hombres precolombinos, en América Latina sectores sociales determinados, han sostenido que los pueblos de la región deben al colonialismo español agradecimiento por la cultura, la religión y el idioma castellano que hoy poseen. Se diría así que nuestras naciones carecían de toda cultura y que no tenían ni lengua, ni religión alguna. Y sobre este fondo, podría pensarse que esta concepción, mantenida por más de quinientos años desde que se estableció el dominio colonial de España sobre el hemisferio occidental, ya debiera estar por completo superada. Mas las cosas no resultan lamentablemente así.
Pero ¿cómo se explica y qué se esconde tras la defensa de un hecho que el aborigen americano sólo pudo rechazar y odiar con todo su ser?
Pervivencia del pasado en la actualidad
Aunque se independizaron de España, Portugal y otros poderes coloniales, en su mayoría, los pueblos del continente americano se encuentran aún sujetos a las cadenas del dominio del capitalismo internacional. Es que, como plantea Rafael Bautista S., en el presente se convocan el pasado y el futuro[2]. El pasado se entronca con gran fuerza en el presente porque sus cuentas (sus contradicciones más profundas) no están saldadas en éste. La colonia no es, pues, sólo pretérito; es esencialmente actualidad. Así, en muchos rincones del continente, sigue siendo una realidad lo que Severo Martínez Peláez refería en relación con Guatemala[3]; esto es, la persistencia del latifundismo y la explotación de los indios; porque los grupos minoritarios que tomaron el poder después de la independencia, al hacerlo, jamás pensaron en revolucionar la sociedad sino en beneficiarse de ella.
Laurette Sejourne[4] presenta las cosas en el mismo sentido, acusando que la condena sin apelación de los pueblos precolombinos está indisolublemente unida no al pasado sino al presente, pues con ello se condena a los indígenas actuales que, en casi todas partes, viven en condiciones infrahumanas. Más aún, proporciona evidencias de persecución y exterminio de indios del Amazonas en Brasil, mismos que, de varios cientos de miles, a inicios de la década de los setenta del siglo XX, tras un lapso de unos veinte años, se habían reducido a unos 90.000. Este exterminio arrojó a sus autores un botín por más de 62 millones de dólares en tierras, ganado, plantaciones y objetos de artesanía en madera. Por ello, Sejourne sostiene que la disputa del siglo XVI en torno al indio hoy se prolonga más allá de lo académico.
Y, hoy en día, en Brasil se siguen registrando denuncias de persecución a pueblos originarios, como la que hicieron el 10 de mayo de 2007 representantes de los indios Guaraní-Caioá[5]. En Colombia, las cosas no han ido mejor, por decir algo, en este país se inició en el 2008 una campaña de terror contra indígenas nasa[6]. Cosas semejantes ocurren en otros países del área.
Cerramos el asunto con un ejemplo más. Según una mensaje de internet llegado a nuestro correo electrónico, procedente de Paraguay, los indígenas de Santa Rita desde hace tiempo soportan miseria y hambre; además, muchas veces se ven obligados a dormir en la calle con sus criaturas, sin que las autoridades locales les hagan caso[7].
Así las cosas y dada la existencia de sectores sociales contrapuestos desde la óptica de sus intereses económicos, políticos e ideológicos, entre los que defienden el pasado colonial, el sometimiento y la esclavitud de los aborígenes americanos, el maltrato y el genocidio contra sus poblaciones, así como el saqueo de su riqueza y la destrucción de su cultura, se encuentran los herederos del dominio colonial, o ilusos que sueñan con ser parte de los privilegiados o, al menos, mantener un estatus social determinado que, a todas luces, depende de aquéllos o de mucho más poderosos padrinos foráneos, convertidos hoy en los nuevos conquistadores.
Se trata, entonces, aunque puedan decir y aparentar lo contrario, de los que hoy defienden el enriquecimiento de pocos a costa de muchos; de los que niegan los derechos de la mayoría de las personas; de los que viven de las migajas de la entrometida «cooperación» internacional; de los que se benefician, directa o indirectamente, con el moderno despojo y saqueo de los pueblos tercermundistas y de los que apoyan el genocidio practicado contra diversidad de pueblos del mundo, así sea por la complicidad que implica su silencio, como sucede con muchos intelectuales. En pocas palabras, se trata de los que defienden el orden capitalista internacional con todas las perversidades que encierra.
Una muestra rápida del asunto
La Enciclopedia Autodidáctica Quillet habla del «espíritu humanitario y progresivo» que «desde el principio hasta el fin» caracterizó a las instituciones establecidas por la España colonial[8].
El intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña, quien pese a reconocer que la conquista de América, como cualquier otra, tuvo males, poseyó, a su entender, una calidad moral única[9].
Otro texto, plantea: «Y corresponde a España en pleno apogeo de su gloria como pueblo cristiano, el recibir estas tierras [las del Nuevo Mundo] como regalo del señor»[10].
En contraste con esto, en un cuarto texto leemos: «Nuestros aborígenes vivieron más de trescientos años bajo la absoluta dominación española. ¡He aquí las raíces de nuestra tragedia al presente!»[11].
Siguiendo los pasos de Juan Ginés de Sepúlveda
Bernardo de Vargas Machuca (1555-1622), soldado y capitán castellano que llegó a América en 1578, haciendo eco de lo que Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) expuso en el debate sobre la legitimidad de la conquista de América[12], adoptó las tesis principales del segundo: 1) que las guerras que los españoles desataron contra los aborígenes eran justas; 2) que estimándoseles menos entendidos, a los indios se les obligaba a someterse a los más prudentes, los españoles y, en consecuencia, que de no proceder conforme a ello, se les podía hacer la guerra.
Así las cosas, para Sepúlveda resultaba lícito desatar guerras contra los pueblos que él estimaba «siervos por naturaleza», esto es que, dada su «barbarie», debían estar sometidos a las naciones «más cultas y civilizadas». Vargas Machuca en sus Apologías pretendía mostrar que Sepúlveda estaba en lo cierto porque, a su parecer, los indios americanos presentaban características y hábitos de conducta que los convertían en bárbaros, razón por la cual, a su juicio, resultaba conveniente y justo que estuvieran bajo el dominio español.
El indio para Sepúlveda no era sino un cuasi hombre, un homúnculo, un ser que podría llegar a convertirse en un hombre pleno, pero no por sí mismo. Por tanto, por su propio bien, requiere «del dominio extranjero, no sólo para vivir mejor, sino para poder llegar a humanizarse en general». Vargas Machuca parece aceptar estos planteos de Sepúlveda. Por ello, para él, esto justificaba, en último término, no sólo el dominio español sobre el indio, sino que a éste se le considerara, anota críticamente Felipe Castañeda, «como materia que hay que elaborar, como cuerpo que hay vivificar, como sensibilidad que hay que disciplinar, como inmadurez que hay que controlar, como animalidad que hay que domesticar».
Acá no está dicho todo: para Vargas Machuca el indio es muy proclive, además de al suicidio, al asesinato de los suyos, así asevera: «… aún son más brutos que los animales racionales, pues vemos que procuran aumentar y conservar su especie (…) y estos bárbaros indómitos, contraviniendo esta ley universal de la naturaleza, deseosos de que se acabe su generación porque a sus descendientes no les obliguen ir a la doctrina y servir a los españoles, en naciendo las hembras las ahogan…»
Advirtamos que lo que acá se está llamando propensión al asesinato no era otra cosa que una forma de resistencia ante el dominio colonial: «… a tal punto llegaron las cosas -le dijo el cacique Gonzalo al italiano Girolano Benzoni – que muchos […] mataban a sus hijos, otros iban a colgarse, otros se morían de hambre»[13].
Si comparamos el atrevido y humillante trato «diplomático» que hoy el Norte da a los pueblos del Sur; si observamos así sea superficialmente lo que piensan los países enriquecidos de las numerosas naciones a las que con sus políticas y su saqueo mantienen empobrecidas; si analizamos la forma en que el Primer Mundo difunde los hechos que acontecen en el mundo y la forma en que justifican y «legitiman» su intervencionismo y genocidio contra pueblos inocentes cuyas riquezas o territorios codician; si sabemos de las amenazas atómicas que profiere el mundo desarrollado contra quienes en el orbe se aparten de sus designios o contra los que poseen abundante riqueza que les debe ser a su entender arrebatadas, ¿podemos, acaso, creer que el pensamiento de las metrópolis modernas difiere sustancialmente del que esgrimía el imperio español a través de personajes tan siniestros como Juan Ginés de Sepúlveda?
Y, a escala local, ¿qué decir del desprecio que los nuevos criollos, esto es, los latifundistas, grandes empresarios y en general los dueños de los grandes medios de producción resuman contra los trabajadores? ¿No es acaso esencialmente el mismo que sentían los conquistadores y sus descendientes hacia los indios? ¿No piensan acaso, como los de la colonia, que a los pobres hay que educarlos para que sean «buenos», es decir, sumisos con ellos? ¿No se pretende ahora seguir administrando la inmadurez del indio para impedir que se rebele contra el estatus quo? ¿No se demuestra incluso el desprecio por la vida de aquellos indígenas que, en países como Bolivia, están tomando el cielo por asalto para recuperar lo que les ha sido arrebatado?
Idealización de la conquista y sumisión ante el imperio yanqui
Francisco A. de Fuentes y Guzmán, un criollo de la época colonial, aunque elogiaba diversos aspectos de la cultura indígena prehispánica[14], tales como monumentos, construcción de ciudades, artesanía, artes pictográficas, conocimiento sobre plantas, formas de gobierno, orden jerárquico y exigencias morales, había un aspecto en esta cultura que le resultaba por completo rechazable: la religiosidad aborigen en su totalidad. Ello porque, para el criollo, en la medida en que esta religiosidad se mantuviera intacta, los indios seguirían sustrayéndose del dominio espiritual de España. En la misma línea, siguiendo la costumbre de los opresores de todos los tiempos[15], consistente en disimular la fuente real de su bienestar y riqueza, los criollos negaban méritos a los indios. De allí que los llamaran haraganes a los que había que obligar a trabajar y los consideraran proclives al vicio, sobre todo a la embriaguez. Hoy, no por casualidad se sigue pensando que el Tercer Mundo, bajo el perverso supuesto de que carece de virtudes y de hábitos de trabajo, está condenado a vivir en el subdesarrollo.
Carlos Cuadra Pasos[16], intelectual nicaragüense de corte conservador, resaltaba el supuesto carácter no antagónico del orden colonial, en el cual, aunque admite que había injusticia, los «superiores» daban protección a los de «abajo», de allí que, a su entender, en la colonia no hubiera convulsiones sociales de gran envergadura. No en vano agrega: «La base de esa tranquilidad estaba en una autoridad pública indiscutida, porque descansaba en un principio de legitimidad tenido por axiomático.» Pero, ¿cuándo, según él, sobrevino el problema? La respuesta es tajante: «Vino la Independencia y quitó bruscamente esa base [la legitimidad] al edificio de la autoridad». A partir de entonces, el pueblo comenzó a perder respeto y confianza a la autoridad «que [él] veía en el aire sin base apreciable de legitimidad».
Y como si la defensa del colonialismo no bastara, Cuadra Pasos transita a la defensa del intervencionismo imperialista: «En las ansiedades de hoy, todavía con la cuerda de la legitimidad en la mano, se busca de qué bastión atarla. Se piensa en el reconocimiento o no reconocimiento de los Estados Unidos, que legitime poderes o los anule.»[17]
Otro intelectual nicaragüense, el liberal -o conservador, según lo que la ocasión le dictara- José María Moncada[18], también hizo apología de la conquista y colonización de América. En su obra El Ideal ciudadano, expresa que España «trajo su sangre, sus costumbres y una religión para nosotros»; en consonancia con ello, para él, Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Vasco Núñez de Balboa y muchos otros conquistadores fueron «insignes capitanes» que «llevaron a cabo innumerables proezas en el Norte, en el Centro y en el Sur de este Continente.»
Y, al igual que Cuadra Pasos, Moncada transita de la apología del colonialismo a la del imperialismo[19]. Para él, el mundo es, ahora, un organismo que tiene un cerebro derivado del pensamiento y de los intereses predominantes y fatales, tanto en la economía, como en la política. El género humano va, de este modo, rumbo a una suerte de confederación universal de pueblos pequeños y grandes, siguiendo el ejemplo de los astros que, guiados por el sol, se dirigen a la constelación de Hércules. En este sentido, la intervención estadounidense es un hecho fatal, responde a una ley biológica; por ello, resulta imposible detenerla. Los gobernantes de talento, continúa, deben convertirla en algo moderado que dé paso a la mezcla y no a la destrucción de unas razas por otras.
Y dando a entender que estaba en favor de que los débiles puedan ser en verdad independientes, el autor expresaba: «Sería muy hermoso, muy bello y digno de memoria que la pulga se rebelara contra el elefante, pero de allí resultaría el aplastamiento y Nicaragua debe propender en primer término a la existencia».
El tema del aborigen durante el período del primer peronismo
La investigadora Teresa Artiada hace un examen crítico de cómo se trató el tema del aborigen durante el período del primer peronismo[20]. Plantea que el discurso legislativo oscilaba «entre reconocer a los aborígenes como pueblos histórica e injustamente sojuzgados […] y la de exigirles la negación de su identidad» para habilitarlos como parte del «pueblo» en general. De hecho, se buscaba que su integración se tornara etnocidio.
De esta suerte, los enunciados curriculares relativos a los aborígenes, interpretaban la conquista como empresa espiritual y civilizadora destinada a propagar la fe católica; por lo mismo, en ellos se exaltaban los valores heredados del dominio colonial y se narraba la grandeza de los españoles. Pone de ejemplo los contenidos de segundo y cuarto grado: «Historia: Colón. El descubrimiento de América. Sentido misional de la empresa. Educación Religiosa, Moral y Cívica: El Día de la Raza. Motivo de Trabajo: El conquistador. Historia: … Referencias acerca de los indios. Conquista espiritual. Educación Religiosa, Moral y Cívica: La fe, el valor y el sacrificio del conquistador y del misionero» (2º. Grado) «Unidad de Trabajo. ESPAÑA CIVILIZADORA… España propagadora de la fe católica… (4º. Grado)».
En todo lo que se enunciaba sobre los aborígenes, al español se le reservaba «la estructura descriptiva y la narrativa». Ello en función de transmitir la idea de pasividad de parte del indio, como si se tratara de algo estático, a lo cual se contraponía el movimiento, la acción y la decisión del español. Y si para designar a éste se usaban conceptos como «descubridor», «conquistador», «colonizador», «misionero»; para hacer referencia al aborigen, sólo se usaba el concepto «indio». Así las cosas, éste no aparece como un ser de acción, sino como objeto de acción y descripción. Pero sí se enfatizaba su sometimiento ante quienes, presuntamente, poseían la capacidad de darle protección y guiarlo espiritualmente.
En los textos escolares editados entre 1946 y 1951, a los aborígenes se les presentaba como proclives a la crueldad, la traición, la ferocidad y a la tenacidad para defender sus tierras. Consecuentemente, se les estimaba obstáculos del progreso y lindantes con lo demoníaco.
En contraposición con esto, aparentando objetividad, también se sostenía: «No todos los indios de América eran salvajes. No todos iban desnudos o adornados con plumas… En ciertos puntos de América había naciones de indios muy adelantados. En vez de caciques guerreros y malos, tenían reyes que gobernaban con amor e inteligencia… Las mujeres hilaban y tejían telas de colores vivos. Ahora mismo los indios de muchas regiones hacen tejidos que son una maravilla. Los indios que quedan ahora son mansos y buenos.»
En los textos escolares editados entre 1952 y 1955, prosigue la autora, se sostenía que el descubrimiento y la conquista habían sido una epopeya esencialmente popular. No solo por los hombres que la forjaron (como Cortés, Mendoza, Pizarro y Balboa) «sino por la cruz que venía a la par de la espada». A ésta se le estimaba «la herramienta del héroe aislado en el mundo agreste»; a la primera, «el signo de paz, de igualdad y de amor entre los fieros defensores de la fe y los conquistadores para el reino de Jesús más que para el reino de Fernando e Isabel.»
Repárese en que la aparentemente benévola afirmación que Artiada acusa en su estudio crítico, «No todos los indios de América eran salvajes», encierra otra aún más perversa aún, a saber, que la mayoría de los indios eran salvajes. Ello se refuerza con la aseveración de que los indios que hoy quedan son «mansos y buenos».
En lo que concierne a la espada y la cruz, ya sabemos que se constituyeron en una unidad macabra que implicaba, por un lado, maltrato, genocidio y esclavitud al indio; por el otro, prédica, pretendidamente espiritual, de resignación y mansedumbre ante esa realidad impuesta al indio.
Como puede observarse, para lograr la afirmación de los intereses de los pocos, esto es su condición de opresores o de cómplices del orden impuesto por ellos, en el presente sigue persistiendo el afán de «afirmar» al indio obligándolo a negarse. Pero ¿qué tan «buenos» permanecen los indios en la Argentina de hoy?
¿Una visión sin prejuicios del conquistador?
Inquieto por lo que escuchó de parte de un conocido, que le dijo una vez que los españoles sólo habían venido a robar a América, en un artículo de Internet[21], su autor se pregunta:
«¿Esa imagen tiene el común de la gente de aquellos hombres que a punta de sudor y sangre le dieron un sentido y cohesión a esta tierra que estaba sumergida en la oscuridad del paganismo?». «¿Fueron abusadores e inhumanos con nuestros aborígenes, tal como se suele enseñar en muchas de las escuelas públicas» de Chile? Y responde: «Siempre me decía que no podía ser tan malo como lo hacían lucir, ni tampoco un abusivo en exceso con los aborígenes que tenía frente a sí. La historia, lamentablemente, a veces es escrita por personas apasionadas que tratando de mostrar una «verdad» se enceguecen y dejan de lado la imparcialidad…»
Para fundamentar sus ideas, el articulista hace suyas las ideas de Jaime Eyzaguirre (1908-1968), abogado e historiador chileno, principal exponente de la corriente historiográfica católica en su país. De esta forma, asume ideas como éstas:
«El rey, como vicario de Dios […] se sentía el padre de una inmensa familia a la que estaba gravemente obligado a nutrir, no sólo en sus necesidades del cuerpo, sino también del alma».
«Hidalgo es el hombre que sueña la aventura del bien y que tiene el honor muy a flor de piel, aunque apenas cubra a ésta con harapos […] el que no vacila en la defensa de la verdad, aunque le vaya en ello la hacienda o la vida […] el que tiene un ideal al que ajusta su existencia sin que las transacciones interesadas o el temor le reduzcan el propósito».
Veamos ahora cómo el articulista, citando Eyzaguirre, se refiere a España:
Es España quien le «abre las puertas del cielo a América», «infundiendo en el alma triste de sus moradores la virtud para ellos desconocida de la esperanza». Y sigue: «El español vino a darle sentido a la vida americana, le trajo una moral y una cultura superior pero […] no trató de destruir ni extinguir ni suprimir una forma de vida más primitiva, sino que se preocupó de rescatar lo mejor que poseían estos parajes».
No conocemos nada de la persona que, citando a Eyzaguirre, hace la apología de la conquista que acabamos de conocer. Pero, evidentemente, se trata de alguien que, de forma tanto o más apasionada que la de quienes escriben desde el ángulo de los vencidos, muestra que la ignorancia que, según reconoce, lo caracterizó cuando escuchó de un conocido que los españoles sólo vinieron a robar, se preserva por lo visto intacta, pese a que dice haberla superado en gran medida. Si no es ignorancia, entonces sólo puede tratarse de complicidad, no tanto con el pasado colonial como con el presente opresor.
La falacia de una historia desapasionada e imparcial
Quien ve la realidad con objetividad, realismo y sobre todo, digámoslo sin sonrojo, con la sensibilidad necesaria, no puede aceptar de ningún modo el supuesto que considera al rey de España representantes de Dios en la Tierra. Este don ni siquiera puede atribuírsele a ninguno de los papas de Roma que, a lo largo de la Historia se han valido de este supuesto para reclamar obediencia servil a la Iglesia de parte de los pueblos y, sobre esta base, facilitar su sometimiento al dominio oligárquico de cualquier factura, en cualquier época.
Respecto al genocidio, tantas veces expuesto en las crónicas de la conquista, baste saber que la población del Nuevo Mundo se redujo de forma catastrófica y que las tribus que habitaban el Caribe insular, fueron total o casi totalmente exterminadas; se sabe, además, que el saqueo colonial que España practicó fue tan grande que sirvió de base real a la industrialización de Europa: «…solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata provenientes de América»[22]. Este valor asciende a 447 820 932 pesos, sin considerar acá el oro y la plata que a la metrópoli llegó vía contrabando, lo que según cálculos estimados elevaría la cifra indicada entre un 10 y un 15 %[23].
Y si la conquista hubiera en verdad significado bienestar para el mundo aborigen, los representantes de éste jamás se hubieran expresados verdades tan crudas como las que salieron de un discurso del cacique Urraca:
«No es razón que dejemos reposar estos cristianos, pues allende de tomarnos nuestras tierras, nuestros señoríos, nuestras mujeres, e hijos y nuestro oro y todo cuanto tenemos y hacernos esclavos, no guardan fe que prometen, ni palabra de paz; por eso peleamos contra ellos y trabajemos, si pudiéramos, de los matar y tirar de nosotros tan insoportable carga, mientras las fuerzas nos ayudaran, porque más vale morir en la guerra peleando, que vivir vida con tantas fatigas, dolores, amarguras y sobresaltos»[24].
Por algo los aborígenes de México, 110 años antes de que los castellanos llegaran a invadir sus tierras, tuvieron ocho presagios funestos [25]. El primero de ellos lo dice todo: en el cielo, se mostró una «como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora […] como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el cielo».
Con respecto al supuesto que el español no trató de destruir, extinguir o suprimir nada, baste decir, como ejemplo de lo contrario que, tras la fundación, en 1524, de las ciudades nicaragüenses de León y Granada, el padre Francisco Bobadilla llevó a cabo en Managua una quema de libros, mapas, pinturas y documentos aborígenes[26]. Por cierto, algo muy semejante ocurrió en Nicaragua con los textos de estudio que se editaron en los años ochenta del siglo recién pasado, justamente tras la derrota electoral del FSLN, en febrero de 1990, cuando la derecha proimperialista volvió a desgobernar el país. ¿Asombra acaso?
Y en lo que atañe a la historia desapasionada e imparcial, se sabe que ello sólo pretende apartar a los pueblos de la senda de la lucha iluminada con el conocimiento de las causas generadoras de sus miserias y sufrimientos. Y siendo claros, la injusticia indigna a cualquier persona sensible; por ello, igual que el presunto insensible, lejos de ser imparcial toma partido, no se ubica o coloca por encima del bien y del mal; solo que mientras el primero lo hace en favor de los pueblos, el segundo lo hace en favor de los opresores.
Respondiendo a quienes se jactan de imparciales, Aníbal Ponce escribe: «Junto al pensador que fundamenta sus conceptos en la frialdad y en la crítica, ¿no vive acaso otro ser de voluntad y acción capaz de inclinarse cordialmente sobre el drama humano y compartir sus inquietudes y sus dolores»[27].
Es que el pasado no simplemente se encuentra en los documentos, a la espera de que los historiadores recojan los hechos y los pulan, reflexiona Joseph Fontana; y prosigue, los positivistas ni siquiera son capaces de pensar que su concepción de la sociedad está condicionada por la práctica que desplieguen como historiadores, ello va desde la elección de los hechos que estiman relevantes hasta el modo mismo de presentarlos[28]. No pueden así estimarse imparciales, ni siquiera desapasionados.
Pero hay algo más en la pretendida imparcialidad y desapasionamiento ante la realidad social: la complicidad con la explotación, intervención, saqueo y genocidio que el mundo del capital practica contra los pueblos.
Por la forma en que el articulista señalado más arriba defiende el pasado colonial (véase nota Nº 20), y por la crítica que externa contra quienes lo rechazan, tildándolos de apasionados y parcializados, sospechamos que el mismo, al parecer un chileno, ignora o soslaya que, en el sur de su país, existe un «conflicto indígena» motivado por la persistente violación a los derechos humanos del pueblo mapuche (un 10 % de la población de Chile). Este pueblo, reducido a un espacio de dura subsistencia de apenas unas 700.000 hectáreas (contra unas 2,1 millones en manos de las empresas forestales), se empeña en recuperar sus tierras y su identidad; pero tanto el gobierno como los grandes empresarios forestales aplican leyes orientadas a impedir la realización de ese propósito ancestral. El asunto estriba en que el modelo neoliberal vigente en Chile se destina a exportar riquezas naturales, asentadas en este caso, justamente en territorio mapuche, donde existen plantaciones de pinos y eucaliptos[29].
Pero los problemas que hoy aquejan al pueblo chileno, de origen o no indígena, son esencialmente idénticos a los que asolan a la mayoría de las naciones del continente. Y todos ellos, de una u otra forma, tienen sus raíces en el pasado colonial, pero también en las condiciones de explotación, exclusión social y saqueo que a ellas impone la globalización neoliberal, modalidad actual de dominio sobre los pueblos.
En Bolivia[30], preguntémonos, ¿no son nuevamente los acaparadores de tierras quienes se oponen a la Nueva Constitución , pretextando que la pretensión del gobierno de Morales es eliminar la propiedad privada cuando, por el contrario, la nueva carta magna la ratifica en el plano individual y colectivo y, además, garantiza el derecho de sucesión hereditaria. Los enemigos del pueblo boliviano pretenden que la tierra se concentre siempre en pocas manos, sin reparar en su improductivad, ni en la función económica y social que ahora se le ha de imprimir.
Los pueblos de Nuestra América, empeñados como están en transformar la realidad que los envuelve en su favor, se enfrentan a los colonizadores y neocolonizadores de siempre y no otros que los defensores de la opresión actual son los que hacen apología de la pasada opresión colonial.
La fase histórica actual es la de un período en que Estados Unidos y Europa están perdiendo la ventaja económica y política que heredaron, justamente de la época colonial ([31]). Y los ataques de los nuevos conquistadores y sus cómplices locales en contra de los gobiernos como los de Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela son la expresión más clara del propósito de impedir que los pueblos del continente se sacudan, de una vez por todas, de todo resquicio colonial o neocolonial, se integren y puedan volverse en verdad pueblos autónomos como lo soñaron Urraca, Diriangén, Caupolicán, Guaicaipuro, Bolívar, Martí, Sandino, El Che y muchos héroes más de Nuestra América.
Notas:
[1]. Rivet, P. Los orígenes del hombre americano. Colección popular. Fondo de Cultura Económica. México. Decimosegunda reimpresión, 1990. pp. 191-192.
[2] Bautista S. Rafael. «Bolivia: del estado colonial al estado plurinacional». http://www.tinku.org/content/view/3616/4/
[3]. Martínez Peláez, Severo. La Patria del Criollo. EDUCA. Tercera edición, 1975. pp. 573-575.
[4]. Laurette Sejourne. América latina. I. Antiguas culturas precolombinas. Siglo XXI Editores. Cuarta edición en castellano, diciembre de 1973. pp. 81, 83-84.
[5]. Brasil/ Video denuncia persecución de indios. http://www.etniasdecolombia.org/actualidadetnica/detalle.asp?cid=5334
[6]. Alerta: se inicia campaña de terror contra indígenas nasa. http://colombia.indymedia.org/news/2008/08/91354.php
[7]. Material enviado por RICTV VISION DIGITAL VISION» [email protected], 2 de febrero de 2009.
[8]. Enciclopedia Autodidáctica Quillet. México, 1964. Tomo I. p. 41.
[9] . Henríquez Ureña, Pedro (Las corrientes literarias en la América hispánica), citado por: Wheelock Román, Jaime. Raíces indígenas de la lucha anticolonialista en Nicaragua. Editorial Nueva Nicaragua, 1981. p. 3.
[10]. Siso Martínez, JM; Bártoli, Humberto. Mi Historia Universal. Trillas. Segunda reimpresión. México. Noviembre de 1990. p. 205.
[11]. Lainez, Francisco. Nicaragua: Colonialismo español, yanqui y ruso. Serviprensa Centroamericana. Guatemala, 1987. p. 88.
[12] Castañeda, Felipe. » La Imagen del Indio y del conquistador en la Nueva Granada : el caso de Bernardo de Vargas Machuca». http://ciruelo.uninorte.edu.co/pdf/eidos/4/3_La%20imagen%20del%20indio.pdf
[13]. Benzoni, Girolani. Fragmento de su obra Historia del Nuevo Mundo. En: Interpretación económica y social de la Historia de Nicaragua. Compilación del Doctor Jaime Wheelock Román para la Maestría en Historia ofrecida por el Departamento de Historia de la UNAN-Managua. Febrero de 1998. p. 131. (la numeración corresponde al fragmento indicado).
[14]. Martínez Peláez, Severo. Ob. cit. pp. 208-209.
[15] . Ibíd. p. 224.
[16] Cuadra Pasos, Carlos. Obras II. Colección Cultural Banco de América. Serie Ciencias Humanas. No. 4 1976. pp. 112-114
[17]. Ibíd. p. 134.
[18]. José María Moncada, citado por Manuel Moncada Fonseca. En Pensamiento y acción de José María Moncada. Tesis de Maestría realizada en la UNAN-Managua. Junio del año 2000. pp. 72-73. Obra inédita.
[19]. La revolución contra Zelaya. Memorias del Gral. José María Moncada. Masaya, Nicaragua 193(?). Original. Mecanografiado por Apolonio Palacios, durante la administración Moncada. Fondo Moncada IHNCA. pp. pp, 138-139.
[20]. Artieda, Teresa. Universidad Nacional del Nordeste. Argentina- Uruguay. «La problemática aborigen en los libros de texto de la escuela elemental argentina (1946-1955)».
http://www.historia.fcs.ucr.ac.cr/congr-ed/o-paises/Argentina/teresa%20artieda.doc
[21]. El Conquistador, una visión sin prejuicios.
http://la-hispanidad.blogspot.com/2007/02/los-espaoles-slo-vinieron-robar-amrica.html
[22]. Conferencia del Cacique Guaicaipuro Cuatemoc ante la reunión de los Jefes de Estado de la Comunidad Europea.
http://www.pepe-rodriguez.com/Ecologia_Consumo/Deuda_externa_indigena.htm[22]
[23]. Malajovski, K.V. Historia del colonialismo en Oceanía. Redacción Central de Literatura Oriental. Editorial Nauka. Moscú 1979. Obra en ruso. p. 28.
[24]. Laurette Sejourne. Ob. cit. p. 43.
[25] . Miguel León Portilla. Visión de los vencidos.
http://biblioweb.dgsca.unam.mx/libros/vencidos/cap1.html
[26]. Rodríguez, Ileana. Primer inventario del invasor. Editorial Nueva Nicaragua. Managua, 1984. p. 23.
[27]. Ponce Aníbal. Obras. Compilación y prólogo de Juan Marianelo. Casa de Las Américas. La Habana , Cuba, 1975. p. 386.
[28]. Fontana, Josep. Historia. Análisis del presente y proyecto social. Critica, 1982. p. 119.
[29] Sepúlveda Ruiz., Lucía. «Chile: Lucha mapuche y prisión política hoy». Miércoles 10 de octubre de 2007. http://www.revistapueblos.org/spip.php?article660
[30]. ¿Quiénes se oponen al referéndum dirimidor? Los acaparadores de tierra. http://www.constituyentesoberana.org/3/noticias/tierra/032008/050308_1.html
[31]. Solo, Toni. «The Observer»: Los esclavos del genocidio de visita a Nicaragua.
http://www.argenpress.info/2009/01/observer-los-esclavos-del-genocidio-de.html