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El triunfo de la mística bolivariana

Fuentes: Rebelión

A pesar de que los medios de comunicación venezolanos y la oposición política se han encargado de marcar, y exagerar muchas veces, las falencias del actual gobierno en materia de seguridad urbana, corrupción, desinstitucionalización, y concentración del poder, Chávez volvió a ganar en una elección que puede verse como la más importante desde el referendo […]

A pesar de que los medios de comunicación venezolanos y la oposición política se han encargado de marcar, y exagerar muchas veces, las falencias del actual gobierno en materia de seguridad urbana, corrupción, desinstitucionalización, y concentración del poder, Chávez volvió a ganar en una elección que puede verse como la más importante desde el referendo revocatorio de su mandato en 2004. La resistente fidelidad de sus seguidores no puede explicarse sólo por la mejora en las condiciones de vida de gran parte de la población sino por algo que la excede y la incluye: la mística bolivariana.

El sol brillaba en Managua en Julio de 1979 enfatizando las mejillas de una jovencísima guerrillera indígena que mirando a una cámara de televisión explicaba que a la patria debía amársela no sólo con simples frases, sino también defendiéndola para heredar a sus hijos un futuro digno y luminoso. No mencionó las posibilidades de tener salud, educación, trabajo y justicia que la abolición de la dictadura supuestamente abriría, sino que habló de dignidad y de luz, una dignidad que las incluía seguramente, pero que no se agotaba ahí. Era mucho más que eso, era más que un cambio de régimen, era la posibilidad de explorar nuevas formas de libertad y creatividad. Esta revolución no había llegado a su instancia triunfal sólo por una ideología, por un programa o por la necesidad de mejorar unas condiciones de vida infrahumanas, sino por algo que los mismos revolucionarios llamaban «mística sandinista».

El hambre, la miseria y la opresión no son nunca suficientes para desatar cambios profundos. Y en contrapartida, la resolución de estas situaciones, tampoco alcanza para transformar una sociedad. Los grupos sociales necesitan desarrollar una conciencia de sí mismos de modo de poder desplegar sus potencialidades para transformar la realidad. Este pasaje, se da de diversas formas que han sido estudiadas exhaustivamente por las ciencias sociales en los últimos 150 años. Una de ellas, es mediante la emergencia de lideres que catalizan demandas sociales (dormidas o no) sintetizándolas en un discurso simple que a la vez es incorporado por el grupo al que representa. Una parte de esta idea fue captada por el antiguo concepto de populismo, pero obviando que esta relación no es siempre una imposición de arriba hacia abajo.

A diferencia de la supuesta demagogia populista, que buscaba generar una identificación de tipo paternal o vertical, en el caso venezolano esto se da de un modo horizontal, su líder es un emergente de las clases populares, es un tipo común, digamos. Esta relación de igualdad es justamente lo novedoso de este liderazgo y lo que lo hizo tan irritante para las élites desde un principio. La perpetuación en el poder de Chávez, no sería entonces la de un tirano, sino la de la cultura popular en el poder, que se ve reafirmada por la victoria desde el «balcón del pueblo»: El líder goza con lo popular porque es parte y comparte sus códigos. El pueblo goza con lo popular del líder, y así van retroalimentándose mutuamente formando una espiral ascendente, poética por momentos, torpe en otros, pero de una emotividad poco común para la política. La sensación que deja este acto no es tanto aclamativa (como se esperaría del populismo) sino más bien orgiástica y festiva, entre pares: esta es la mística bolivariana. Tan impresionante es este vínculo, que hasta los intelectuales opositores están haciendo un llamado a dejar de lado el marketing y las estrategias programáticas basadas en el know how politológico, para ir en busca de nuevos slogans que apelen a lo emotivo, que sean «más sentidos». Pero claro está, la mística no es algo que se pueda enseñar y aprender en ninguna universidad o que se pueda adquirir pagando a los mejores asesores. Y por más que la socialdemocracia se escandalice o que muchos intelectuales sientan que la debilidad del movimiento radica justamente en lo hegemónico del liderazgo; Su contundencia está dada por la imprescindible fusión entre líder y seguidores.

El hecho de que este proceso se dé en un marco de democracia formal (por elecciones libres y con libertad de prensa) permite también una cierta convivencia entre quienes adscriben a esta mística y quien no. De ahí que el análisis sobre la pertinencia de una reelección indefinida, que preocupa tanto a los institucionalitas, pueda atenuarse si tomamos en cuenta que la oposición ha ido adaptándose a este nuevo esquema progresivamente, pasando por una etapa golpista y abstencionista, hasta llegar a presentarse a elecciones y competir democráticamente. Tal vez, simplemente el proceso venezolano de cuenta de la inversión de una lógica predominante e latinoamericana, en donde la «alta cultura» será la que busque el poder y no la que lo ejerza. Las clases populares parecen estar en condiciones de proyectar y soñar sin necesidad de amoldarse a los valores de los que viven acomodadamente. Las cosas tienen movimiento y se mueven a un nuevo ritmo, dignificando e iluminando zonas que permanecían en las sombras.

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