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Al hilo de las elecciones gallegas

Decires, haceres y verdades: el «sentido común» del «radicalismo»

Fuentes: Rebelión

Después de asistir físicamente a los mítines de las tres principales fuerzas políticas gallegas, no me queda más remedio que sentenciar lo evidente : nada nuevo en el horizonte, la política, con mayúsculas, ha muerto, pero el show, la competencia ciega y descarnada de los egos, los chistes fáciles, la pseudo-ironía ocurrente que busca, como […]

Después de asistir físicamente a los mítines de las tres principales fuerzas políticas gallegas, no me queda más remedio que sentenciar lo evidente : nada nuevo en el horizonte, la política, con mayúsculas, ha muerto, pero el show, la competencia ciega y descarnada de los egos, los chistes fáciles, la pseudo-ironía ocurrente que busca, como no, la risa fácil de la concurrencia y la total falta de análisis y de proyecto-horizonte, campa a sus anchas. La sensación de vacío ha sido tan grande que me he tenido que convencer a mí mismo de que no queda otro remedio que buscar inteligencia, libertad y vida más allá de la política realmente existente; y sí, haberla hayla. Hay inteligencia y hay vida en el multicolor tejido cívico de la sociedad gallega. Tejido que, por supuesto, no suele tener voz, voto ni visibilidad en los medios de comunicación locales. De vez en cuando, sí, es cierto, se da testimonio periodístico de manifestaciones como la que tuvo lugar no hace mucho en Santiago contra la enésima masacre civil en Gaza. O la que tuvo lugar recientemente también en Santiago, convocada por Galiza non se vende, para alzar la voz contra la ecocida y progresiva mercantilización del territorio en múltiples puntos de la geografía gallega.

El Sindicato labrego galego, diversas ONG’S pro-desarrollo, la confederación nacional del trabajo, las banderas roji-negras y violetas, la marcha mundial de las mujeres, el nacionalismo gallego de base, el seminario gallego de estudios para la paz, múltiples asociaciones cívicas locales en protesta por la ecocida gestión del territorio… etc, si bien no pueden tomarse en serio como una seria alternativa política, sí deben empezar a considerarse como instituciones y movimientos con una progresiva implantación local en la sociedad civil gallega. Lo realmente difícil en este tejido multicolor es, como siempre, lograr una conciencia de unidad y una coordinación política que trascienda la no poca mentalidad de guetto que también suele encontrarse en estos movimientos.

Pero vayamos al grano; siendo la desertización y el éxodo rural, así como la injusta tasación de los precios de la leche a los ganaderos, así como la pobreza absoluta -que la tenemos aquí, y no sólo en el Sur, aunque en mucho menor grado- y relativa, así como la falta de medios materiales y humanos para el desarrollo local, así como el trabajo flexible, móvil y precario, así como la violencia patriarcal, así como la guerra como continuación de la política por otros medios, así como el aumento progresivo de la inversión -pública y privada- en I-D militar, así como el malestar cultural con la brutal máquina de homogeneización del imperio, así como el ya casi irreversible calentamiento global y el impacto físico directo de los procesos económicos en el medio; siendo todo esto, digo, consecuencia directa, latente y real del vigente modo de producción, transformación y transporte de recursos, llamado, sin eufemismos, capitalismo, ¿no tienen en común estos movimientos, como mínimo, con respecto al marxismo analítico y práctico, su conciencia de la imposibilidad de buscar una solución concreta a estos problemas en el marco del vigente modelo económico?. ¿No tienen en común también acaso su horizonte emancipatorio y su desdén hacia las formas, medios y fines de la política realmente existente?. Hablando claro : ¿no se trata, al fin y al cabo, de cambiar la vida y a nosotros mismos, para cambiar la sociedad?. Entonces, ¿a santo de que resaltar las diferencias si se sigue perdiendo la visión holística y de totalidad?. El socialismo, en sentido fuerte, radical, como alternativa necesaria al capitalismo, y en cualquiera de sus formas, sigue siendo la única solución posible : es una necesaria conclusión política que surge, simple y llanamente, de un análisis riguroso, veraz y serio sobre las causas de los crecientes problemas psicológicos, sociales, culturales, económicos y ecológicos que sigue creando el capitalismo, vaya a donde vaya, y se implante como se implante.

Pretender curar un corazón enfermo interviniendo sólo en una válvula puede ser un método que convenza a algunas post-modernas sensibilidades, y me temo que ya no sólo tendremos que soportar la constante trivialización oportunista y mediático-política de lo verde, de la cultura de paz, del feminismo, del trabajo humanitario, del multiculturalismo y del plurilinguismo, sino que además tendremos que soportar esa soporífera tendencia a considerar a los movimientos sociales como exclusivamente portadores de «identidad», formas de vida y contra-discurso alternativos, y no , sencillamente, como portadores de «identidad-proyecto». De proyecto y de comunidad política alternativa. No hablo de vuelta a las «comunas» hippies, no, sino que me refiero al necesario debate ético-político y ecológico sobre como poder construir y habitar colectivamente el medio.

El tema de la paz, la verdad, es serio, muy serio, si se analiza en su dimensión y sus consecuencias prácticas. Resumiré mi punto de partida práctico de la siguiente forma : Si quieres la paz, justifica y camina para el futuro socialismo necesario, que es la auténtica profundización de la democracia en todos los ámbitos : social, político, económico, cultural, mediático, etc; si quieres la guerra, justifica y camina desde el capitalismo realmente existente, que no es otra cosa que la perversión de la democracia en todos los frentes. Es así de simple -y difícil- : no hay otro modo de pensar una transición al socialismo sin pretender, al mismo tiempo, el desarme real, el freno real de las actividades productivas del entramado industrial-militar global… y el freno a la brutal aceleración de los procesos productivos y de las pautas de consumo actuales que tienen, sí, como consecuencia, un impacto ecológico sin parangón del cual nosotros, también como consumidores, somos en gran parte responsables.

A mi modo de ver, para una cultura radical de la paz hace falta decir verdades, y muy incómodas, y los compradores de cognitariado periodístico, filosófico y «científico», que en no pocas ocasiones participan también en el mercado del I-D militar global y que viven de los pingues beneficios que da la retransmisión de la guerra, así como de las mentiras y los discursos necesarios para fabricar el próximo enemigo que justificará la necesidad de una nueva intervención armada, odian la verdad. Y recalco : odian la verdad, porque saben que ésta es incómoda y potencialmente revolucionaria, como máximo, y subversiva, como mínimo. Supongo que este cerval odio a la verdad es también la principal razón por la que las ciencias sociales y humanas como la sociología, la filosofía, la antropología, la filología, la historia.. etc, no son funcionales al gran mercado internacional, pues no interesa que el ciudadano-consumidor tenga :

1- -Ni inteligencia/conciencia teórico-práctica colectiva

2- – Ni capacidad reflexiva

3- -Ni interés por desentrañar la «verdad»

4- -Ni destreza expresiva-verbal

5- -Ni memoria colectiva

En resumen : odio a la empatía con el dolor y las palabras del otro, odio al sentimiento y a la práctica comunitaria, odio al pensamiento reflexivo, odio a la verdad, odio a las palabras certeras.. y odio a la memoria, al recuerdo. Va siendo hora de dejarlo REMOTAMENTE CLARO : sin empatía con el dolor ajeno, sin reflexión serena, radical y profunda, sin la expresión verbal no agresiva de los deseos emancipatorios y solidarios, sin una contra-cultura del «yoísmo», el narcisismo y la desmemoria, no se va a ninguna parte. Hablando claro : para una seria transformación social, se camina desde la «verdad» y con los de abajo o, sencillamente, mejor ni ponerse a caminar. Si se decide caminar desde y con la política realmente existente, tampoco pasa nada : basta con no hablar en nombre de principios que no se practican, y santas pascuas, que la sinceridad y la honestidad no son sólo virtudes «revolucionarias», sino humanas, demasiado humanas, aunque escasas.

El ciudadano-consumidor vive encajonado en su yo, no reflexiona cuando actúa, no se interroga por la veracidad de los hechos, no habla… y tampoco recuerda ni tiene memoria. Al fin y al cabo, en esto consiste el nuevo analfabetismo de la hiper-modernidad y del hiper-consumo en nuestras democracias-mercado. Analfabetismo que, sintiendo ser impopular, caracteriza a no pocos de los circunstanciales votantes de nuestras democracias-mercado. La cotidiana antropología del consumo ha convertido, al fin y al cabo, a la democracia, en un mero ritual. Y sí, el pueblo, o gran parte de él, se ha dejado atontar. Quizás por eso ya hace tiempo que ha dejado de ser pueblo y se siente a gusto siendo masa. Hay mucho de resignación y atontamiento colectivo, y sí, claro, también mucho de precariedad social, de precariedad de la existencia misma.

Contra esto, las meras individualidades, me temo, tenemos muy poco que hacer, por muy certero que sea nuestro decir y por muchas «verdades» que carguemos en nuestras alforjas; quizás la enésima derrota de la izquierda no es sino consecuencia, en parte, del relajo y la pereza pedagógica, o lo que es lo mismo, del enésimo triunfo del partido de la estupidez y el dinero. Del enésimo triunfo del «ser como ellos». Del enésimo triunfo, en definitiva, del miedo.