Simone Weil legó al pensamiento contemporáneo su intensa mirada sobre la civilización moderna. Una aguda y brillante observación surgida de la inteligencia, la rebeldía y la sensibilidad de una joven mujer valiente y comprometida con la libertad. Se juntaron en ella, complementándose, una refinada mente cultivada en el estudio de la filosofía y la literatura […]
Simone Weil legó al pensamiento contemporáneo su intensa mirada sobre la civilización moderna. Una aguda y brillante observación surgida de la inteligencia, la rebeldía y la sensibilidad de una joven mujer valiente y comprometida con la libertad. Se juntaron en ella, complementándose, una refinada mente cultivada en el estudio de la filosofía y la literatura y un espíritu incapaz de admitir el sufrimiento humano. Esa personal configuración quedó, sin duda, reflejada en su obra. La filosofía y la crítica social, no obstante, fueron insuficientes para su exploración del conocimiento; sin complejos, propició sensaciones y acercamientos religiosos desafiando siempre al poder y a la ortodoxia. En su incesante búsqueda fue sindicalista y obrera en París, periodista en Alemania, anarquista en la guerra civil española, campesina en Marsella y voluntaria de la resistencia francesa en Londres. Escritora incansable, documentó cada época de su corta e intensa vida a través de cartas, artículos y ensayos políticos y literarios. Su obra semeja un fino bisturí rasgando cuidadosamente la superficie de ideas que se resisten a la transformación. Ocupa un lugar privilegiado en la historia del pensamiento crítico del siglo XX y se acerca, sorprendentemente, a muchas de las grandes interrogantes que tendrá que resolver la civilización en el siglo XXI.
Nació en París el 3 de febrero de 1909, en el seno de una familia judía y en un ambiente propicio al desarrollo intelectual. Una frágil salud le acompañó siempre, agudizada posiblemente por su sensibilidad emocional y las largas jornadas de estudio y de trabajo. No recibió educación religiosa de sus padres y nunca se identificó con la comunidad judía: «No tengo ninguna razón para suponer que tenga algún vínculo, ni siquiera a través de mi padre o mi madre, con la gente que vivió en Palestina hace dos mil años», escribió en una oportunidad. Pasó los últimos meses de su vida en Inglaterra, a donde había viajado desde Nueva York a finales de 1942 para colaborar con el gobierno de la Francia Libre en la resistencia contra la ocupación nazi. El 15 de abril de 1943 los médicos le diagnosticaron tuberculosis y murió en Ashford, ciudad del Condado de Kent, el 24 de agosto a los 34 años de edad. Durante la enfermedad se negó a recibir alimentación suficiente y su muerte fue calificada de suicidio.
Ces’t la vie
Simone Weil ingresó en 1928 en la Ècole Normale Supèriore de París. Su formación filosófica, en realidad, había comenzado tres años antes con su maestro Èmile Chartier (Alain) en el Instituto Henry IV de la misma ciudad, adquiriendo también un extenso conocimiento sobre literatura clásica y la lengua griega. Algunos autores sostienen que de Alain heredó su radical pacifismo. En su época de estudiante estableció igualmente los primeros vínculos con sectores obreros, participando en la fundación del Groupe d’Education Sociale que ofrecía cursos a los trabajadores sobre historia sindical, sociología y economía política. En 1930 terminó sus estudios y comenzó a impartir clases de filosofía en 1931, en un instituto de educación secundaria para mujeres en Le Puy; realizó al mismo tiempo actividades sindicales y publicó artículos en la prensa obrera. Como consecuencia de su participación en una manifestación de trabajadores, fue trasladada a Auxerre. En 1932 viajó a Berlín, enviada por una revista francesa; un año más tarde sostuvo una polémica entrevista con León Trotsky en París, discutiendo sobre teoría marxista y acerca de la situación de Rusia bajo el régimen de Stalin.
El desarrollo de su pensamiento político, cada vez más crítico con las posiciones dominantes de la burocracia comunista internacional, la condujo no obstante a la necesidad de experimentar la propia vida de los obreros y a prescindir de la organización sindical. Consideró que no era acertado hablar de la explotación de los trabajadores sin haberla padecido, criticando a los líderes e intelectuales del movimiento obrero. En consecuencia, en 1934 abandonó transitoriamente su empleo de profesora y comenzó a trabajar como operaria en la fábrica Alshom en París, fabricante de equipos eléctricos para tranvías. Poco tiempo después se empleó en una fábrica metalúrgica y a mediados de 1935 en la Renault de Bologne-Billancourt. Trabajó en cadenas de montaje, viviendo sólo de su salario y experimentando la opresión de sus compañeros. Al final, su salud se resintió y fue despedida por baja productividad. Según sus propias palabras, la experiencia en las fábricas fue decisiva en su vida y en su pensamiento. Descubrió un drama humano y los efectos de la opresión en la existencia de las personas, incluyendo la forma de percibir el mundo: «El que tiene los miembros desechos por una jornada de trabajo (…) -escribió-, lleva en su carne como una espina la realidad del Universo. Para él la dificultad es mirarlo y amarlo».
Tras recuperar la salud, volvió al trabajo docente a comienzos de 1936. No obstante, cuando estalló en julio la guerra civil en España decidió marcharse como voluntaria a defender la causa republicana. Llegó a Barcelona como periodista y pronto se alistó de cocinera en las filas anarquistas de la Columna Durruti que combatía en el frente de Aragón. Su postura pacifista ante los fusilamientos y un accidente en el pie la obligaron a regresar a París. En 1940, como consecuencia de la invasión de Hitler a Francia, Simone Weil y su familia se trasladaron a Vichy. El gobierno pro nazi, sin embargo, le impidió ejercer como profesora dada su ascendencia judía. Ante la situación, sus padres se vieron obligados a refugiarse en Nueva York y ella se instaló en Marsella en octubre del mismo año. Allí trabajó en una granja vitivinícola propiedad del escritor católico Gustave Thibon, a quien confió parte de sus escritos de esta época y que él publicará en 1947 con el título La gravedad y la gracia. Conoció también al sacerdote J.M. Perrin, con quien mantuvo un intenso debate sobre el cristianismo. Escribió gran cantidad de cartas, se dedicó al estudio del pensamiento de Gandhi y se acercó asimismo al conocimiento de la filosofía oriental. Partió finalmente en 1942 hacia los Estados Unidos a reencontrarse con su familia, haciendo una breve escala cerca de Casablanca en Marruecos. En Nueva York escribió sobre la grave situación de su país, insistiendo sin embargo en la contradicción que representaba luchar contra el fascismo y mantener al mismo tiempo enclaves coloniales oprimiendo a otros pueblos. En noviembre de 1942 regresó a Europa, dirigiéndose a Inglaterra. Fue recibida con recelo por los colaboradores del general De Gaulle, debido a sus antecedentes anarquistas y pacifistas. A mediados de 1943 renunció a sus actividades en la resistencia, impotente ante el desinterés que recibían sus propuestas y opiniones. Al enfermar poco tiempo después, permaneció en el hospital hasta su muerte.
Reflexiones sobre la libertad y la cultura
La obra de Simone Weil es diversa y revela un fuerte compromiso y gran preocupación social. Su difusión en castellano apenas comenzó a finales del siglo pasado. Entre sus libros se cuentan: Escritos históricos y políticos (2007), Poema seguido de Venecia salvada (2006), La fuente griega (2005), Intuiciones pre cristianas (2004), El conocimiento sobrenatural (2003), Cuadernos (2001), Escritos de Lourdes y últimas cartas (2000), Escritos esenciales (2000), Echar raíces (1996), Pensamientos desordenados (1995), Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social (1995) y La condición obrera (1992). El primer tomo de sus obras completas se publicó en Francia en 1988. En gran medida se trata de recopilaciones de artículos, cartas y ensayos que muestran el torrente de su escritura. Los títulos se deben a la familia, editores o amigos que los publicaron después de su muerte; Albert Camus, por ejempo, editó Echar raíces, una propuesta política para su país una vez liberado del fascismo alemán. Relevantes escritores y pensadores del siglo XX expresaron su admiración por el trabajo de Simone Weil. El mismo Camus calificó su obra como la más importante de la posguerra en Europa; T.S. Eliot dijo que los políticos jamás podrían comprender sus libros, aunque deberían ser leídos por las nuevas generaciones para evitar que anularan su propia capacidad de pensar; Susan Sontag, la autora neoyorquina fallecida en 2004, comparó su escritura con la de Kierkegaard y la de Kafka.
Nunca aceptó los límites impuestos por las ideologías o las corrientes dominantes, impulsada siempre por un afán constante de conocimiento. Convencida de que la interpretación de la realidad suele ser mediatizada por grupos de interés, tuvo el valor de expresar con ideas propias su protesta y su descontento. A contracorriente frente a las ortodoxias, ha sido permanentemente ignorada o rechazada tanto en sectores conservadores como de izquierda. Criticó el totalitarismo en todas sus versiones, pensando siempre en la posibilidad real de construir una sociedad libre y justa. La actualidad de sus ideas políticas, no obstante, resulta indiscutible a la luz de acontecimientos históricos que han tenido lugar desde finales del siglo pasado. Planteó y discutió en su tiempo sobre temas que apenas hoy día comienzan a tener relevancia en el desarrollo del pensamiento social crítico. Se trata sobre todo de referencias a cuestiones de primer orden como los límites del crecimiento económico, la sacrosanta idea de progreso heredada del siglo XIX y la construcción de una sociedad alternativa a la opresión política y económica.
Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social es, en ese sentido, tal vez el libro más importante y complejo de Simone Weil, escrito en 1934 y enriquecido probablemente por su propia experiencia en las fábricas. Su amplio conocimiento sobre economía política marxista la condujo a despejar allí el camino de dogmas, revelando los profundos mecanismos sociales -y no sólo económicos- de la opresión en la sociedad moderna. Este libro es también un meditado discurso sobre la civilización, la cultura y la dignidad humana en los tiempos modernos. Consideró la división entre trabajo intelectual y trabajo manual un rasgo cultural que define a la civilización contemporánea, no sólo un aspecto vinculado a la vida económica. Sostuvo, por otra parte, que la libertad, condición indiscutible de la condición humana, permanece prisionera de los objetivos de la economía en el mundo contemporáneo. Mientras el fin último de la sociedad -escribió- sea el progreso económico, la opresión será inherente a la vida de los trabajadores. En la moderna civilización -afirmó-, los medios usurpan el lugar de los fines. Las máquinas, por ejemplo, no funcionan como instrumentos para ofrecer bienestar a los ciudadanos; al contrario, son las personas quienes sirven a las máquinas. La economía no está orientada a la satisfacción de las necesidades humanas; son los individuos los que deben sostener la economía y fuera de ella la sociedad les convierte en seres prácticamente inútiles. La rivalidad económica -argumentó- se ha transformado en un tipo de guerra; en el mundo actual el objetivo no es construir, es conquistar y destruir.
El análisis de la opresión la condujo, además, a elaborar un bosquejo de una sociedad libre; un ideal del que consideró sería posible alcanzar una aproximación real. Para vivir en libertad – expresó-, no es suficiente transformar las condiciones materiales de la existencia humana; es imprescindible cambiar además la concepción misma del trabajo que caracteriza a la sociedad industrial. Acercarse a este ideal supondría, pues, una revolución no sólo en el ámbito de la producción; también a nivel cultural. Simone Weil propuso así la construcción de lo que denominó el Modo de Producción Libre (MPL), otorgándole especial significado como punto de partida para la investigación de nuevas formas sociales. Un modelo que permitiría superar la servidumbre social a la economía, sustituyendo la noción de progreso por una nueva escala de valores. Un ámbito donde el trabajo manual se situaría en el centro de la vida económica, valorado no por su productividad, sino como representación de una actividad esencial del individuo; una necesidad del ser humano que otorga sentido a su propia existencia. Revalorar culturalmente el trabajo manual constituiría pues, en su opinión, una verdadera victoria revolucionaria. Para ella, revisar la condición del trabajo significaba, en suma, la única conquista espiritual del pensamiento humano desde la civilización griega. El trabajo considerado un medio, un instrumento para la liberación de los individuos y de la sociedad.
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Mailer Mattié es Economista venezolana. Autora de Los bienes de la aldea. Subsistencia y diversidad y La economía no deja ver el bosque. Artículos 2002-2006.