Cada persona es, ante todo y sobre todo, un nudo de una red de relaciones y afectos. Nada nos define mejor que las personas que nos eligen y a las que elegimos. Así que, cuando pienso en Quintín Cabrera, lo primero que veo en mi memoria malherida es un hueco en el centro de un […]
Cada persona es, ante todo y sobre todo, un nudo de una red de relaciones y afectos. Nada nos define mejor que las personas que nos eligen y a las que elegimos. Así que, cuando pienso en Quintín Cabrera, lo primero que veo en mi memoria malherida es un hueco en el centro de un grupo compacto de amigas y amigos imprescindibles. Gloria Berrocal, Javier Maqua, Nines Maestro, Juanma Morales, Luis Toledo, Vicente Romano, Carlos Tena, Andrés Vázquez de Sola, María Dolores Rodríguez, María Gorgues, Gonzalo Moure, Tina Blanco, Antonio Resines, Herminia Bevia, Sara Rosenberg, Juan Madrid, Irene Amador…, por citar solo a algunas y algunos de los más próximos a mí. Y sus hijos, naturalmente, y Lole, su compañera, frágil como un junco y fuerte como un roble, o viceversa. Y en ese grupo compacto y brutalmente mutilado, en esa red aparentemente desgarrada, el hueco de Quintín sigue siendo el más seguro de los nudos, un nudo transparente, de aire huracanado y melodioso, que nos mantiene unidos con aún más fuerza que antes.
A veces, sobre todo cuando retomábamos viejos proyectos, Quintín y yo nos hablábamos en una jerga irónica hecha de trozos de exilio y de añoranza, de catalán afrancesado y de italiano macarrónico. En esos momentos se convertía en Quintino, que era el nombre de un maduro e ingenuo galán literario, y con madura ingenuidad construía sus sólidos castillos en el aire. Entre los proyectos que no llegamos a realizar estaba el de hacer un disco juntos, para el que Quintino llegó a componer un par de canciones y a seleccionar algunos poemas míos. Uno de ellos, aunque no lo escribí pensando en él, se ha vuelto, dentro de mí, definitivamente suyo, a pesar de que nunca lo cantará, o precisamente por eso. Pero a quienes, como yo, lo conocieron y quisieron (que en su caso era una misma cosa), no les costará imaginarlo rasgando su guitarra y llenando de sentido y sentimiento esta canción póstuma. Así quería ser recordado y así lo recordaremos: cantando, luchando hasta el final. Descansa en paz, Quintín: no descansamos.
Carta de amor y no de despedida
Queridas compañeras, compañeros
queridos, camaradas:
Mis ojos no están limpios de nostalgia
ni de ambición, pero al miraros
veo un mundo mejor y en él me crezco.
Me redime la sangre generosa
que habéis vertido juntos.
Hice un largo camino solitario,
estrecho, tenso, frágil como un hilo,
hasta encontraros y reconoceros,
hasta reconocerme en vuestra lucha
y unirme a ella como el grito
que se suma a un clamor.
Confluyen los caminos y se trenzan
en una cuerda resistente.
Miro hacia atrás y veo
muchos ojos perdidos,
oigo un rumor de arroyos asustados;
pero ante mí distingo una mirada
unánime, oigo un mar.
No me estoy despidiendo, camaradas,
aunque me marche, como siempre,
para siempre, tal vez;
solo quiero deciros que vosotras,
vosotros dais sentido, dirección,
a mi estancia y también a mi partida.
Gracias, pues gracias a vosotras/otros
casi no notaré mi propia ausencia.