Hoy la noticia es la figura de un tal Amancio Ortega, dueño del emporio Zara y el hombre más rico del mundo. No puedo creerme que haya alguien que pueda enriquecerse justamente. No sólo por un principio abstractamente considerado o considerado a la luz de la justicia universal entre humanos, sino porque los regímenes fiscales, […]
Hoy la noticia es la figura de un tal Amancio Ortega, dueño del emporio Zara y el hombre más rico del mundo.
No puedo creerme que haya alguien que pueda enriquecerse justamente. No sólo por un principio abstractamente considerado o considerado a la luz de la justicia universal entre humanos, sino porque los regímenes fiscales, si son respetados, no permiten que las diferencias sean extremas. Pero en esto está la coartada del modelo democrático capitalista: finge -legislativamente- ajustar la sociedad a unos tipos impositivos, pero luego las triquiñuelas, ardides y tretas que se contienen en el propio sistema fiscal permiten y aun favorecen la trampa. Si un individuo declara rigurosamente su ganancia, difícilmente puede ser inmensamente rico. Se dice que detrás de toda fortuna hay un crimen. Quizá no lo haya en ciertos casos, pero desde luego en todos hay un fraude infame. El rico defrauda a su sociedad y ofende a la humanidad. No hay paliativos para él…
Ofende a la humanidad porque al lado de esta noticia, la FAO da el dato de que 960 millones de personas en el mundo pasan hambre. El no redondear la cifra hasta los mil millones, da la impresión de deberse a una contabilidad torticera empleada justo para no parecer que la FAO da cifras al tuntún. Pero «pasar hambre» es decir mucho y también decir poco. Lo espeluznante debe ser el número de los humanos del primer mundo que vive angustiado. Porque la angustia afecta mil veces más a los ricos que a los que pasan hambre…
Pero ese dato, el de la cifra de los angustiados, no puede obtenerse todavía a menos que se computen los miles de millones que necesitan antidepresivos y ansiolíticos. Eso podrían decírnoslo los Laboratorios multinacionales. Sin embargo debe ser espantosa. La angustia proviene, sobre todo, de lo pronto que se acaba el placer de las cosas que se venden. No hay más que pensar, por el contrario y a condición de no pasar hambre excesiva, en el placer que se obtiene de las cosas y costumbres sencillas que no se compran o valen poco, como un libro…
El objetivo de las naciones es crecer aunque sea desordenadamente y cavando mas hondo el abismo entre los que poseen y los que carecen. No tratan ya de, como decían las antiguas constituciones, hacer de los ciudadanos seres felices, sino tampoco erradicar el hambre, la angustia y la depresión económica y psicológica, como sería propio del milenio que nos ocupa. Por eso detesto a todos los gobernantes capitalistas y a los ricos que bullen en los países capitalistas. Y los detesto no sólo por serlo, sino también por necios. Pues sé, intuitivamente pero asimismo por experiencia personal a escala (como tantos de vosotros que habréis pasado por periodos de vacas más o menos gordas), cuál es el precio del tedio inconfesable que padecen los que intentan ser felices en el permanente deseo, en el poder y en la acumulación del dinero y de las cosas.
Por eso, ¡qué pena me dan los ricos! Casi tanta como la que me dan los 968 millones que, según la FAO, pasan hambre…