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Un continente sin teoría

Fuentes: Sin Permiso/Carta Maior

En el siglo XIX, el pensamiento social europeo dedicó poquísima atención al continente americano. Incluso los socialistas y marxistas que discutieron la «cuestión colonial», al final del siglo, sólo estaban preocupados por Asia y África. Nunca tuvieron interés teórico y político en los nuevos Estados americanos que alcanzaron su independencia aunque se mantuvieron bajo la […]

En el siglo XIX, el pensamiento social europeo dedicó poquísima atención al continente americano. Incluso los socialistas y marxistas que discutieron la «cuestión colonial», al final del siglo, sólo estaban preocupados por Asia y África. Nunca tuvieron interés teórico y político en los nuevos Estados americanos que alcanzaron su independencia aunque se mantuvieron bajo la tutela diplomática y financiera de Gran Bretaña. Fue solamente en el inicio del siglo XX que la teoría marxista del imperialismo se dedicó al estudio específico de la internacionalización del capital y de su papel en el desarrollo capitalista a escala global. Asimismo, su objeto siguió siendo la competencia y la guerra entre los europeos, y la mayor parte de los autores marxistas todavía compartían cierta visión evolucionista procedente de Marx sobre el futuro económico de los países atrasados, seguros de que «los países más desarrollados industrialmente muestran, a los menos desarrollados, la imagen de lo que será su propio futuro».

Fue sólo después de la década de los 20 que la III Internacional Comunista transformó el imperialismo en un adversario estratégico y en un obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas en los países «coloniales y semicoloniales». De cualquier forma, el objeto central de todos los análisis y propuestas revolucionarias fue siempre para China, Egipto, Indonesia, mucho más que para la América Latina. En la primera mitad del siglo XX, los Estados Unidos ya se habían transformado en una gran potencia imperialista, y el resto de América Latina fue incluida por la III Internacional, después de 1940, en la misma estrategia general de las «revoluciones nacionales», o de las «revoluciones democrático burguesas», contra la alianza de las fuerzas imperialistas con las oligarquías agrarias feudales y a favor de la industrialización nacional de los países periféricos.

Un poco más adelante, en la década de 1950, la tesis de la «revolución democrático-burguesa» y su defensa del desarrollo industrial fue reforzada por la «economía política de la CEPAL» (Comisión Económica para la América Latina) que analizaba la economía latinoamericana en el contexto de una división internacional del trabajo entre países «centrales» y países «periféricos». La CEPAL criticaba la tesis de las «ventajas comparativas» de la teoría del comercio internacional de David Ricardo, y consideraba que las relaciones comerciales entre las dos «franjas» del sistema económico mundial perjudicaban el desarrollo industrial de los países periféricos. Se trataba de una crítica económica heterodoxa, de filiación keynesiana, aunque desde el punto de vista práctico terminó confluyendo con las propuestas «nacional-desarrollistas», hegemónicas en el continente después de la II Guerra Mundial. En la década de los 60, entretanto, la Revolución Cubana, la crisis económica y la multiplicación de los golpes militares en toda América Latina provocaron un desencanto generalizado con la estrategia «democrático-burguesa» y con la propuesta «cepaliana» de la industrialización por «sustitución de importaciones».

Su crítica intelectual dio origen a las tres grandes vertientes de la «teoría de la dependencia», que tal vez haya sido la última tentativa de teorización latinoamericana del siglo XX. La primera vertiente – de filiación marxista – consideraba el desarrollo de los países centrales y del imperialismo como un obstáculo insuperable para el desarrollo capitalista periférico. Por eso hablaban del «desarrollo del subdesarrollo» y defendían la necesidad de una revolución socialista inmediata, incluso como estrategia de desarrollo económico. La segunda vertiente – de filiación «cepaliana»- también identificaba obstáculos para la industrialización del continente, pero consideraba posible superarlos a través de una serie de «reformas estructurales» que se transformaron en tema central de la agenda política latinoamericana durante toda la década de los 60. En realidad, la propia teoría de la CEPAL sobre la relación «centro-periferia» ya no daba cuenta de la relación de los Estados Unidos con su «territorio económico supranacional», que era diferente de lo que había ocurrido con Gran Bretaña. Finalmente, la tercera vertiente de la teoría de la dependencia – de filiación a un mismo tiempo marxista y cepaliana – fue la que tuvo más larga vida y arrojó resultados más sorprendentes. Por por tres razones fundamentales: primero, porque defendía la viabilidad del capitalismo latinoamericano; segundo, porque defendía una estrategia de desarrollo «dependiente y asociado» con los países centrales; y tercero, porque salieron de estas corrientes algunos de los principales dirigentes políticos e intelectuales de la «restauración neoliberal» de los años 90. Como si hubiese ocurrido un apagón mental, viejos marxistas, nacionalistas y desarrollistas abandonaron sus teorías latinoamericanistas y adhirieron a la visión del sistema mundial y del capitalismo propia del liberalismo europeo del siglo XVIII.

En esta línea de pensamiento, todavía en 2009, un importante intelectual de esta corriente de ideas defendía – por sobre todo lo que pasó en el mundo, desde el inicio del siglo XXI – que «no existe más geopolítica ni imperialismo en el nuevo mundo poscolonial, de la globalización, del sistema político y de la democracia global… [y que] la estrategia clásica de la geopolítica de garantizar acceso exclusivo a los recursos naturales en la periferia del capitalismo ya no tiene sentido no solo por sus costos, sino también porque todas las fronteras ya están definidas…»(1). Ingenuidades aparte, los liberales nunca tuvieron una teoría original con respecto a América Latina. Ni precisan de ella. La repetición recurrente de algunos tópicos cosmopolitas fue más que suficiente para sostener su visión de la economía mundial y legitimar su acción política y económica idéntica en todos los países. Aunque en el caso de los intelectuales progresistas del continente, es una mala noticia saber que no existe ya una teoría capaz de leer e interpretar la historia del continente y fundamentar una estrategia coherente de construcción del futuro, congruente con la inmensa heterogeneidad del continente latinoamericano.

NOTA: (1) Bresser Pereira, L.C. «O mundo menos sombrío. Política e economia nas relações internacionais entre os grandes países «, en Jornal de Resenhas. Marzo de 2009, Nº 1. Discurso Editorial, Sâo Paulo, pp: 6 y 7.

José Luis Fiori , profesor de economía y ciencia política en la Universidad pública de Río de Janeiro, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO .

Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos Abel Suárez