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No se puede ser neutral cuando se trata de migración

«Sin nombre», sólo parte de la historia de la frontera

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El Philadelphia Inquirer dice que la cinta es «dura y hermosa,» USA Today, que es una «historia de suspenso poderosa y dolorosa,» mientras The Washington Post elogia la película como «una fábula elegante y emocionante, por partes iguales tragedia shakespeariana, neo-Western y cinta de la mafia, sin tener las pretensiones de esos géneros.»

La película que recibió esas fervorosas reseñas es «Sin Nombre», dirigida por Cary Joji Fukunaga. Su primer largometraje – «uno de los recientes debuts de dirección más memorables» según el Post – llevó a que Fukunaga, nacido en California, recibiera el premio de dirección y cinematografía en la competencia dramática en el Festival de Cine Sundance de este año.

Sin duda hay mucho que lleva a recomendar la película. Cuenta una historia visualmente convincente que lleva al espectador a un viaje desde las calles de Tapachula, Chiapas – una ciudad mexicana mediana de la frontera con Guatemala – a la frontera de México con Texas. Al hacerlo, «Sin Nombre» lleva al público al bajo mundo de las pandillas juveniles mexicanas, descrito como caracterizado frecuentemente por una violencia horrible, mientras abre una ventana sobre el extenuante viaje desde el sur de México emprendido por muchos emigrantes centroamericanos para llegar a EE.UU.

La película gira alrededor de un joven miembro de la pandilla Mara Salvatrucha, Willy, y una joven mujer hondureña, Sayra, quien trata de llegar a EE.UU. con su tío y su padre, recientemente deportado de Nueva Jersey, a quien no ha visto desde que era niña. Los caminos de los dos adolescentes se cruzan sobre el techo de un tren de mercancías, una forma eficiente pero muy peligrosa de transporte para emigrantes que viajan

«al Norte.» Durante el viaje, Sayra desarrolla – de un modo algo rocambolesco – un profundo afecto hacia Willy mientras éste trata de superar el intento de atraparlo de los miembros de su antigua pandilla.

Aunque la historia en sí es bastante absorbente, presenta una visión en gran parte unidimensional de México como país de violencia con poca gente honorable. Al mismo tiempo, no presenta ningún contexto que ayude al espectador a comprender quiénes son los miembros de la pandilla, y cómo y por qué ellos – y la propia

Mara Salvatrucha (MS-13) – llegaron a serlo.

Aparte de una sola referencia a la presencia de la pandilla en Los Ángeles, no hay ninguna mención de los orígenes de MS-13 en el sur de California, y del papel del gobierno de EE.UU. al facilitar su surgimiento y proliferación. Los inmigrantes salvadoreños, cuya propia residencia en ese país se debió al apoyo por EE.UU. a la brutal alianza de los militares y la oligarquía en El Salvador, crearon la pandilla en los años ochenta como una forma de autoprotección. Las deportaciones de sus miembros ayudaron a internacionalizar la pandilla, que ahora tiene una fuerte presencia en muchos países centroamericanos, y en el sur de México.

Considerando el enfoque del filme, tal vez sea esperar demasiado que «Sin Nombre» encare temas semejantes. Pero provoca la pregunta de qué es lo que el cineasta trató de lograr al concentrarse en la violencia de las pandillas y su intersección con el paso de los emigrantes centroamericanos por México. Es en esta área en la que «Sin Nombre» resulta bastante problemática y turbadora.

Una sesión de preguntas y respuestas con Fukunaga y el director ejecutivo de Focus Features, James Shamus, después de una reciente proyección de la cinta en Vassar College en Poughkeepsie, NY, ayudó a esclarecer un poco el pensamiento relacionado con la producción y el mercadeo que rodeó a la película.

Shamus calificó de modo algo enigmático la cinta de «políticamente radical» (sugiriendo que lo era en un sentido progresista), y elogió que dé la oportunidad de pronunciarse a gente a la que pocas veces se escucha en largometrajes – los latinos. También habló emotivamente y con efusividad de cómo el filme lleva a numerosos latinos a cines de programa, como evidencia de su atractivo a través de las fronteras.

Fukunaga discrepó indirectamente con la sugerencia de Shamus de que «Sin Nombre» sea política. «No la escribí como una cinta política,» afirmó el cineasta. «No estaba tratando de cambiar la opinión de nadie.» En cambio, afirmó que quería que los espectadores tuvieran una «experiencia» y que «decidieran por sí mismos.» La cuestión es, ¿sobre qué quiere que la gente decida por sí misma?

En entrevistas publicadas, Fukunaga deja en claro que el viaje de los migrantes – específicamente la peligrosa odisea por tren desde la frontera entre México y Guatemala a la que separa a México y EE.UU. – y la violencia y el sufrimiento que la acompañan es el enfoque que se propone. Sin embargo, se trata en el mejor de los casos de un aspecto secundario de la película, ya que «Sin Nombre» privilegia en gran medida el drama relacionado con la pandilla. Y al hacerlo como lo hace, la cinta pinta un cuadro de México – y, por extensión, de su pueblo – que es cualquier cosa pero no halagador. Por cierto, es difícil abandonar la película sin un sentimiento de revulsión y miedo hacia muchas cosas en México, en particular los hombres de ese país. Al respecto, la cinta explota algunos de los peores estereotipos que alimentan el sentimiento contra los inmigrantes – especialmente cuando tiene que ver con México.

Indudablemente hay mucha violencia brutal – perpetrada por autoridades mexicanas, miembros de la pandilla, y bandidos – asociada con el paso de los migrantes del sur de México hacia EE.UU. Y, aparte de las muertes y heridas producidas por esa brutalidad, innumerables migrantes pierden sus vidas y sus extremidades cada año al caer de y por debajo de lo que muchos llaman «el tren de la muerte» o «la bestia.» «Sin Nombre» suministra un vistazo valioso a todas esas diversas formas de violencia, pero el filme no da al espectador un sentido de la naturaleza frecuente de las fatalidades y heridas asociadas con el propio tren.

Al mismo tiempo, «Sin Nombre» omite mencionar el aparato policial de EE.UU. Al hablar del actual cruce de la frontera entre EE.UU. y México, muestra sólo un cruce no autorizado, que es exitoso y al parecer sin inconvenientes. La cinta lo hace a pesar de que el tamaño del aparato fronterizo y de inmigración se ha disparado en los últimos 15 años – la Patrulla de Fronteras de EE.UU., por ejemplo, se ha más que cuadruplicado en su tamaño (actualmente hay más de 18.000 agentes) durante ese período. Mientras tanto, más de 5.000 cuerpos de inmigrantes han sido recuperados en las tierras fronterizas entre México y EE.UU. desde 1995, una manifestación trágica del «endurecimiento» de la frontera.

Aparte de esa impostura, la cinta exculpa efectivamente a EE.UU. por su papel en la conversión de México en una penosa zona de paso para emigrantes de Centroamérica y más lejos.

En los años ochenta, durante un éxodo hacia el norte de refugiados centroamericanos, Washington aplicó considerable presión sobre México, y ayudó a los esfuerzos del gobierno mexicano de adopción de enérgicas medidas contra nacionales de terceros países que migraban sin autorización a través de México para llegar a EE.UU. Desde los años noventa, las autoridades de EE.UU. han aumentado esas presiones y esfuerzos, mientras las extendían geográficamente de manera que el aparato policial fronterizo y de inmigración estadounidense está hoy en día efectivamente presente en México y en países mucho más alejados. En otras palabras, el duro y peligroso viaje por México que la cinta ayuda a sacar a la luz ha sido generado en gran parte en Washington D.C.

Ante esta realidad – y la naturaleza casi omnipresente y altamente cargada de los debates actuales sobre la inmigración y la vigilancia de la frontera – es, en el mejor de los casos, pura fantasía si se piensa que se pueda evitar la política al hacer una película que trata en un grado significativo de la migración desde México y Centroamérica. El título de uno de los libros de Howard Zinn lo dice mejor: «No se puede ser neutral en un tren en movimiento.»

Pretender que se pueda hacer de otra manera facilita el pensamiento miope que condujo a Fukunaga a hacer una cinta que pretende ser un retrato compasivo del paso del migrante, pero que termina oscureciendo mucho y alimentando sin querer algunas de las llamas que subyacen la constitución misma de los fatales obstáculos del viaje que parecen preocuparle.

Es fácil condenar las muertes de los emigrantes y las muchas formas de sufrimiento soportadas por los migrantes carentes de autorización mientras hacen el peligroso trayecto a EE.UU. Cada cual, desde los Minutemen a los más ardientes propugnadores en el Congreso del aumento de la vigilancia lo hacen. Es mucho más difícil – e importante – analizar y cuestionar los factores y agentes que obligan a los emigrantes a abandonar sus casas y que les niegan el paso y el ingreso a una relativa seguridad en sitios como EE.UU. Porque hace lo primero sin hacer lo segundo, mientras refuerza deformes imágenes de México que informan el sentimiento contrario a los inmigrantes, «Sin Nombre» es a duras penas progresista o radical, y lamentablemente es más parte de una tragedia de muchas maneras que una sola.

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Joseph Nevins enseña geografía en Vassar College. Su libro más reciente es «Dying to Live: A Story of U.S. Immigration in an Age of Global Apartheid» [Morir para vivir: Una historia de la inmigración en EE.UU. en una época de apartheid global.] (City Lights Books, 2008). Para contactos, escribe a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/nevins05292009.html