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Paisaje urbano, la experiencia de cercanía y lejanía en la ciudad

Fuentes: Rebelión

Cualquier ciudad del llamado «tercer mundo» podría ser el lugar que se intenta ver y pensar de nuevo en estas reflexiones pues, como es sabido, en las ciudades de estos países las escenas se repiten: miseria y opulencia conviviendo indecentemente en el mismo espacio. Lo que sucede es que los habitantes perdemos la capacidad de […]

Cualquier ciudad del llamado «tercer mundo» podría ser el lugar que se intenta ver y pensar de nuevo en estas reflexiones pues, como es sabido, en las ciudades de estos países las escenas se repiten: miseria y opulencia conviviendo indecentemente en el mismo espacio. Lo que sucede es que los habitantes perdemos la capacidad de ver las ciudades y de vernos y pensarnos en ellas. Entonces la experiencia del contraste se vuelve natural y uno se vuelve miope respecto al entorno. Ya no se mira la ciudad y por tanto, resulta imposible pensar la experiencia de vivir en ella.

La costumbre, el tráfico, las prisas, etc., hacen que se pase de largo las calles, los habitantes y sus contrastes. Lo más común, es que nos sea tan natural vivir en ella sin darnos cuenta de su significado como entorno básico de la existencia personal y social, un poco como el agua es el entorno del pez, que vivimos y respiramos en ella como si fuera parte natural de nuestra experiencia. Sin embargo, existen experiencias (desde la del desastre personal o social hasta el paseo desinteresado por un momento de excepcional ocio) que permiten ver de nuevo la ciudad y asombrarse de los contrastes que presenta. De encontrar, como ya se ha insistido en muchísimos otros espacios, opulencia y empobrecimiento viviendo frente a frente pero viéndose de soslayo, rozándose con desconfianza, prefiriendo no hacerlo y no obstante, relacionándose a través de intercambios rutinarios y situaciones excepcionales como la violencia.

Las rutinas acaban por impedir ver los lugares por donde se transita (a pie, en bus y mucho más, en vehículo propio), pero también existen otros mecanismos que naturalizan la existencia de los seres urbanos. El poder también es urbanístico y condiciona los espacios y recorridos de los habitantes de tal cuenta que los lugares por donde se transita resultan aquellos lugares donde se puede transitar de acuerdo a la ubicación social.

Es difícil para un vecino de ciudad de Guatemala que viva en La Limonada ingresar a La Cañada [1] a menos que se uniforme y explícitamente se le extienda un permiso de trabajador para acceder y pasar por la seguridad de ese lugar (o ser la seguridad). Agentes de seguridad cual ángeles con espadas de fuego (ayudados de talanqueras) impiden el acceso a colonias cerradas o edificios privados, a menos que uno demuestre fehacientemente quién es y que tiene un propósito legítimo en esos lugares.

Pero igualmente difícil es ser un vecino de La Cañada y pasar a La Limonada , aunque esto usualmente sea un aspecto que no se piense mucho (y mucho menos lo piense el vecino de La Cañada ). Haga el lector el experimento mental de trasladar al vecino de La Cañada a La Limonada y verá que no encaja, que también resulta ser es un extraño indeseado en esas calles y que no dura mucho tiempo en ese lugar (lo sacan de una u otra forma).

Claro que no es posible abstraer a los seres urbanos de sus condiciones concretas de existencia y no es posible igualar la experiencia de restricción que tienen los vecinos de dichas colonias. Y la cuestión no es solo la seguridad, punto importante para ambos (otro experimento mental: coloque un patojo de La Limonada caminando en una zona exclusiva de La Cañada . También es extraño y también le es peligroso transitar por esos lugares ajenos). Las condiciones de vida son totalmente distintas y las posibilidades de acceso a derechos y servicios resultan indignantemente desiguales.

Pero hay otro aspecto de la existencia urbana que tiene que ver con la experiencia de cercanía o lejanía de lugares y situaciones que se tiene de acuerdo a la posición social que se traduce en posición geográfica. Aunque la distribución estrictamente geográfica no dice mucho de la cercanía o la lejanía de diversos puntos de la ciudad. Va un ejemplo.

La colonia Alioto López, el asentamiento urbano más grande de Centro América, está lejos de muchas cosas. Está lejos del centro de la ciudad, pero también y más esencialmente de los servicios básicos, de la seguridad, de las fuentes de trabajo, etc. Construida a la brava sobre cualquier tipo de terreno lo primero que se advierte es el pequeño detalle que no tiene agua potable. Acciones que a ciertos afortunados nos parecen tan sencillas como jalar la cadena del excusado o abrir el chorro para bañarnos, no resultan tan sencillas aquí. Y no es sólo la comodidad y la higiene (o el ejercicio de un derecho básico como el acceso al agua), sino aspectos que tocan las mismas posibilidades de habitar el lugar. ¿Alguien se imagina cómo queda el suelo después de practicársele cientos de hoyos para la mierda? [2] ¿Qué sucede si hay una temporada de lluvia muy fuerte? Así que Alioto López está muy lejos de las comodidades que supuestamente promete la ciudad y la seguridad de un piso estable. Pero también está lejos de otras seguridades: educación, alimentación, techo digno. En una casa, por ejemplo, está Sandra y su hija. A ellas les queda muy lejos la escuela que en términos espaciales está relativamente cercana. Su hija no tiene zapatos para ir a la Escuela y no va el día de hoy. Sus hijos también están muy lejos de las tiendas y mucho más lejos del supermercado porque no tenían nada qué comer y se fueron sin desayuno a la Escuela. Recientemente , ladrones se habían entrado en su covacha y les habían robado el televisor que era una de sus pocas posesiones, así que también están lejos de posibilidades de distracción. [3]

¿Y qué hace el Estado ante estas situaciones? Un equipo de investigadores pasa a la subestación de policía que se encuentra en Alioto López, un edificio pequeño y oscuro frente a calles de tierra muy desniveladas. Un policía está hablando por teléfono celular y deja la llamada. Los investigadores se presentan e indican que pasan informando que estarán haciendo un trabajo en una colonia cercana y preguntan si sucede algo a qué número se comunican. El policía responde, no sin sentido del humor que «mejor se encomienden a Dios» porque él está solo y la patrulla «está en la capital». Mejor que el equipo marque el 110 que el número de la estación. Tal vez en el número oficial puedan atender la emergencia.

Así que, como se puede apreciar, los habitantes de Alioto López se encuentran muy lejos de todo. Esa es parte importante de su experiencia urbana.

Por otro lado, casi enfrente de Alioto López se encuentra el Mayan Golf Club que está cerca de todo. Tan cerca que, parecido al Aleph de Borges, existe diversión, comida, comunicaciones y seguridad en el mismo lugar. Faltarán algunas cosas pero son lo menos mientras se encuentra uno allí. Claro que estas son puras elucubraciones ya que materialmente uno, que pertenece al común de los mortales, nunca ha estado allí. Es una especie de híbrido del Castillo de Kafka con Disneylandia…un lugar mítico en todo caso. O como dirán los mercadólogos: «aspiracional». Lo importante es que es un lugar en el que se experimenta la cercanía de todo como también se puede experimentar en las diversas colonias de clase alta y media alta que se encuentran dispersas por el ámbito geográfico de la ciudad. Lo más chocante es que, estando ambos lugares separados por una distancia mínima, la experiencia de las personas que se encuentran sea tan radicalmente distinta. [4]

Mientras tanto, la clase media, ocupa un lugar ambiguo, no exactamente el medio y tampoco muy equilibrado. Lo que resulta cierto es su ambigua posición de querer estar cerca y el no querer estar tan lejos. Muchas cosas las experimentan con familiar cercanía, pero siempre están pendientes de que se le alejen por la pérdida de recursos o de seguridad. En otras palabras, de su constitucional inseguridad. Para mientras, estableciendo relaciones ambiguas y complejas con los otros habitantes de los otros sectores.

Por supuesto que este ver la ciudad en torno a la experiencia de cercanía-lejanía es una forma muy fragmentaria de ver la ciudad. Pero, ¿existe acaso la posibilidad de vivir en ciudad y experimentarla como totalidad? Aquí tan solo se propone volver a ver la ciudad desde una particular mirada espacial-existencial-social (si existe tal cosa) que convierte la experiencia de cercanía y lejanía en algo que no es puramente geográfico.



[1] La Limonada es uno de los primeros barrios marginales de ciudad de Guatemala, ubicado en un barranco de la zona 5. La Cañada es uno de los sectores más exclusivos de ciudad de Guatemala, ubicado en zona 14. Ambos son barrios que expresan en el imaginario guatemalteco los contrastes que aquí se quiere señalar. Cada persona, de acuerdo a la ciudad que viva, puede poner los nombres que quiera.

[2] Reflexionar sobre el tema tampoco es novedoso. Puede encontrarse aspectos muy interesantes (y cínicos) en lo que dice Fernando Vidal sobre el «subsuelo» de Buenos Aires en Informe sobre ciegos, la tercera parte de la novela Sobre héroes y tumbas de E. Sábato.

[3] Elena Portillo me señalaba certeramente como «la pobreza se ensaña con la gente». H. Gallardo hablaría de posiciones sociales que convocan violencia.

[4] Quizás lo único que aplana las distancias es el tráfico que resulta tan democrático que tiende a alejar a todos de todo (claro que también aquí se encuentran diferencias).