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Cronopiando

El funeral de Michael Jackson

Fuentes: Rebelión

Michael Jakson no se perdía detalle de su funeral. Lo seguía por televisión en compañía de su mejor amiga y al mismo tiempo que mil millones de personas en el mundo. Su muerte, si no su mejor creación, estaba resultando su obra más lucrativa, y en el momento más indicado. Las deudas se habían ido […]

Michael Jakson no se perdía detalle de su funeral. Lo seguía por televisión en compañía de su mejor amiga y al mismo tiempo que mil millones de personas en el mundo. Su muerte, si no su mejor creación, estaba resultando su obra más lucrativa, y en el momento más indicado. Las deudas se habían ido acumulando, tanto como los réditos, y los interesados estaban por cobrarlas. Esos cincuenta conciertos programados sólo hubieran servido para conformar por algún tiempo la voracidad de los acreedores y necesitaba algo más contundente, algo que disparara las compras de su música, de sus afiches, de sus vídeos, de toda la industria que se movía alrededor de su imagen. Y la mejor idea que se la había ocurrido era morirse.

Una vez le practicaron la autopsia, se despidió del personal médico con ese paso de baile hacia atrás tan característico en su carrera y, discretamente, abandonó el hospital. Ya en la calle, sólo para evitar ser reconocido, se disfrazó de Michael Jackson y pudo llegar sin problemas hasta casa de Liz.

Allá se encontraba ahora, cómodamente recostado en un sofá, con su mascarilla puesta y un trago en la mano, siguiendo atento por la televisión las evoluciones de su majestuoso y eterno funeral. No faltaba nadie a la cita…bueno, sólo Liz, que roncaba a su lado, y él. Sobraban los demás. Los que le cambiaron la casa por las tablas y la bata del colegio por un grotesco uniforme de astronauta; los que lo convirtieron en estrella cuando aún no sabía quitarse los mocos, los que para sacarlo de la calle lo pusieron a hacer galas nocturnas. Todos lloraban su muerte. El se hubiera conformado con que celebraran su vida.

No lo había hecho pero era consciente de que, a muchos de ellos, si en lugar de fingir su muerte, simplemente, les hubiera llamado para explicarles la delicada situación por la que atravesaba, no habrían respondido. En todo caso, para pedirle más dinero.

Pero ahí estaban ahora, interpretando sus mejores lágrimas y aspavientos, calculando entre sollozos, los beneficios que generaba la muerte de Michael Jackson.

El funeral estaba resultando mucho mejor de lo que él mismo temía aunque seguía prefiriendo Nederland como destino. Estuvo a punto de llamar a su hermana y decírselo pero eso hubiera descubierto su plan y el funeral se habría frustrado. De todas formas, el sepelio resultaba demasiado lento y solemne. Nunca debió pasar por alto, antes de morir, el haberse encargado él, personalmente, de diseñar el espectáculo de su funeral, e imponer su propuesta, tal vez, con una cláusula en su testamento por si llegara el caso, o haber confiado el diseño en alguien que no sospechara nada, que lo tomara como una excentricidad más de quien sólo se quita la mascarilla de la boca para entrarse unas pastillas o un reconstituyente trago.

A su funeral le faltaba color, plasticidad, magia, los tres principales ingredientes de su arte. Y estaban de más buena parte de los artistas congregados. Hasta cantantes impresentables a los que siempre se había ocupado de mantener lo más lejos posible, no tenían el menor empacho en tomar el escenario por asalto, declararse íntimos del muerto y agraviarlo, además, con sus canciones.

-¿Por qué no la apagas ya y te acuestas? -propuso Liz en una de sus vueltas.

Michael no la escuchó. O quizás sí pero no le prestó atención. Ahora las cámaras mostraban las sonrisas cariacontecidas de sus principales acreedores frotándose las manos y Michael no se perdía detalle. Sólo por el placer de verlos palidecer tampoco pensaba perderse su resurrección al día siguiente, cuando develara que todo había sido una mentira, que él no estaba muerto y que pensaba organizar un segundo funeral que en verdad estuviera a su altura, y al que no asistirían los traficantes de almas, los ratones de alcoba, los capitanes garfios, los sombreros grises y los pantalones largos. Si acaso algunos niños con los que compartir este fracaso.

En un principio había pensado confundirse entre la muchedumbre y asistir a su propio funeral como uno más, pero no hubiera soportado encontrarse en una calle con otro Michael Jackson tan bueno como él y prefirió la soledad de la televisión. Ahora lo lamentaba. Seguro que de haber estado entre el público no hubiera tenido que reconocer al grupito de magnates del negocio que sin haber dado jamás un paso o entonado una nota, celebraban gimiendo el auge de las ventas, pero la televisión te los ofrecía en primer plano, uno detrás de otro, hasta con tiempo para un sentido respingo.

Políticos y autoridades locales también se habían sentido en la necesidad de rendir homenaje al cantante fallecido. Michael no daba crédito a lo que veía. ¿Era posible que ese senador y ese otro secretario tuvieran tan poca vergüenza? ¿Y esos periodistas que vivían acechando sus pasos siempre a la espera del menor desliz, que no tenían reparos en tergiversar sus palabras, confundir sus actos, falsificar su vida…qué hacían en su funeral? Algunos fotógrafos hasta se permitían algún que otro sollozo en cada cambio de lente. ¡Ah…Hollywood tampoco podía faltar a la cita, ni el mundo del deporte y sus más laureados íconos!

Michael no pudo más y apagó el televisor. Eran tantos rostros extraños, tantas biografías mentidas, tantos afectos simulados. Mejor seguir el consejo de Liz y descansar un rato. Al día siguiente, cuando todo el mundo todavía estuviera llorando su muerte, ofrecería una multitudinaria rueda de prensa para desmentirla y pondría a cada quien en su lugar.