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Una entrevista con Ivan Segré, doctor en filosofía e investigador en Israel

La reacción filosemita: la defensa de Occidente

Fuentes: Affaires Strategiques

Traducido para Rebelión por S. Seguí

Lauriane Crochemore: Usted pone en la picota a los intelectuales franceses al hablar de una nueva traición de los clérigos. ¿Qué quiere decir exactamente?

Ivan Segré: Subtitulé este libro La traición de los clérigos en referencia a la famosa obra de Julien Benda del mismo título, La trahison des clercs, pero permítame decir antes de nada que el horizonte de expectativa del lector va a encontrarse con algo inesperado. Me explico: es un fenómeno notorio la aparición de una corriente intelectual francesa que, en nombre de la «defensa de Israel» y de la «lucha contra el antisemitismo», ha desarrollado una argumentación extremadamente reaccionaria contra los magrebíes o los negros de identidad musulmana, y en sentido amplio contra los jóvenes de los barrios populares y contra los progresistas. La originalidad de mi análisis, es poner de manifiesto que, si observamos con atención, esta corriente intelectual francesa no es en absoluto el síntoma de un repliegue comunitario judío, como se ha calificado demasiado deprisa, sino la vanguardia de una reacción ideológica cuya verdadera consigna es la defensa de Occidente, y no la defensa de los judíos o de Israel.

Por otro lado, estos intelectuales se oponen explícitamente, a veces incluso encarnizadamente, al comunitarismo, y en cambio reivindican para sí, con razón, un universalismo, por cuanto la defensa del Occidente no es una consigna comunitaria, es una consigna universalista, a condición por supuesto de entender la palabra universalista en el sentido imperialista del término, ya que el imperialismo es también una forma de universalismo. Así pues, me interesé principalmente por algunos intelectuales judíos que, de una manera o de otra, se afirman como tales, y mantengo que son clérigos, en el sentido de que traicionan el particularismo judío o sionista en favor de un universalismo imperialista.

Así, podemos tomar algunos ejemplos: cuando Alexandre Adler escribe en su libro La Odisea americana que la capital del mundo judío no es ni Jerusalén, ni Tel Aviv, sino Nueva York, aparece claramente que en su opinión Israel no representa ningún tipo de centralidad, ni siquiera judía, sino que es a lo sumo una provincia americana. En efecto, Adler nos explica en su obra que la alianza con los neoconservadores americanos implicará una reformulación de la independencia geoestratégica israelí, ya que en su opinión Israel no tendrá otra opción en el futuro que renunciar a su independencia en favor de «una especie de mandato americano benévolo» y los israelíes se verán reducidos -en sus propias palabras- a garantizar «la policía de guardia en la frontera americana del Jordán». Estará usted de acuerdo conmigo en que se trata de una defensa de Israel por lo menos sumisa, si no servil. Cuando Alain Finkielkraut escribe que la imagen invertida de Auschwitz, es Estados Unidos, o se pronuncia contra la entrada de Turquía en Europa, o también cuando se preocupa por la impugnación de la enseñanza de las Cruzadas en los centros de enseñanza de los barrios considerados difíciles, -después de haberse pronunciado contra el velo y la kippa en la escuela-, estará usted de acuerdo en que la orientación comunitaria es difícilmente perceptible. Cuando Jean-Claude Milner afirma en France-Culture que Los herederos, de Bourdieu y Passeron, es un libro antisemita, se percibe claramente el alcance ideológico de sus opiniones, pero la defensa de los judíos o de Israel no se ve por ninguna parte, a menos que entendamos que la seguridad de los Judíos suponga una purificación radical de las universidades francesas en materia de sociología. Los ejemplos abundan, y los analizo con todo detalle en mi obra.

La cuestión, por lo tanto, es comprender por qué una ideología reaccionaria se ha apoderado de este modo de la palabra antisemita, persiguiendo al pretendido antisemita, o nuevo antisemita, en zonas cuidadosamente delimitadas y orientadas, que van desde Bourdieu hasta los escolares de origen magrebí, es decir, esencialmente, de los intelectuales por una parte a los hijos de inmigrantes por otra. Ahora bien, lo que aparece a medida que se examinan los textos, es la ganancia ideológica, estratégica incluso, que hay en la reivindicación de la lucha contra el antisemitismo, cuando se trata en realidad es de mantener un discurso que, hace solamente algunos años -digamos, antes del 11 de septiembre de 2001-, hubiera aparecido claramente como lo que es, es decir, un discurso de la derecha o la extrema derecha, cuyos límites entre una y otra quedan cada vez menos claros.

Volviendo ahora al título de mi obra, lo que entiendo por reacción filosemita es pues, so capa de la lucha contra el antisemitismo, una agresión ideológica contra los hijos de inmigrantes, principalmente árabes o negros, y contra los intelectuales, principalmente los intelectuales progresistas. Ahora bien, luchar contra el antisemitismo supondría precisamente lo contrario: asumir la defensa de los hijos de inmigrantes y de los intelectuales.

En cuanto a la defensa de Israel, es hasta nueva orden, la defensa de una soberanía judía en Palestina, y no el proyecto de una especie de mandato americano benévolo, lo que no supone en absoluto atacar a Bourdieu o a los jóvenes escolares franceses de origen magrebí. Y en relación con la enseñanza de las Cruzadas, pudiera ser que yo mismo compartiese las resistencias de los estudiantes de origen magrebí, y no creo por ello ser antisemita.

L.C.: ¿En su opinión, el antisemitismo que se atribuye a los franceses de origen magrebí sería refutado por los estudios sobre el terreno?

I.S.: La segunda parte de mi obra es un análisis del libro Los territorios perdidos de la República, aparecido en 2002, objeto de escándalo en su día hasta el punto de que la referencia a esta obra ha pasado a ser un tópico del discurso mediático y también del gubernamental. Es una recopilación de testimonios de profesores de secundaria sobre el antisemitismo, el racismo y el sexismo en los colegios y órganos colegiados. Emmanuel Brenner, seudónimo del historiador Georges Bensoussan, explica en la introducción a esta obra que hay un resurgimiento muy inquietante del antisemitismo en las escuelas y que el fenómeno es atribuible en masa a los jóvenes de origen magrebí. Explica también, en particular en una segunda obra, «Francia, cuida de no perder tu alma», aparecida en 2004, que el antisemitismo de los jóvenes magrebíes es un fenómeno que, aunque parezca masivo ante lo que llama «la realidad sobre el terreno», es negado por los sociólogos. Llama eso «la ilusión sociológica«, es decir el deseo de reducirlo todo a causas socioeconómicas, mientras que realmente los males de nuestra sociedad son en su opinión ampliamente atribuibles a causas que llama «etno-culturales», es decir, grosso modo, al hecho de ser árabe o negro de identidad musulmana. Es al menos lo que afirmó explícitamente Alain Finkielkraut con respecto a los motines del invierno de 2005, precisando sin embargo que no se refería a todos los negros o todos los árabes.

Es decir, según Finkielkraut, todos los revoltosos son negros y árabes, pero no todos los negros y los árabes son revoltosos. Es pues una «realidad sobre el terreno» la que se nos describe, y no un credo de extrema derecha que se intenta inculcar. Excepto que una vez colocada la etiqueta de revoltoso o antisemita, por ser árabe o negro de identidad musulmana, la consecuencia es que todo árabe o negro de identidad musulmana es sospechoso.

Finkielkraut ha escrito en alguna parte que no es necesario, cito, «dejar el monopolio de lo real al Frente Nacional». Pero una vez que se acepta que el Frente Nacional tiene un discurso realista, mientras que los intelectuales o los progresistas están instalados en la negación, el asunto está claro: se trata de mantener un discurso de extrema derecha, explicando al mismo tiempo, doctamente, que Le Pen es un individuo perfectamente impresentable. De ahí a colocar un funcionario de la Defensa sobre todo investigador del CNRS (Centro nacional de investigación científica) que trabaje sobre los negros o los árabes de identidad musulmana, sólo hay un paso, que parece que el Gobierno de Nicolas Sarkozy ha dado. Hago obviamente alusión al asunto Geisser.

Ante este tipo de argumentación, no hay más que una única respuesta, y es el análisis. Mi enfoque sociológico fue el siguiente: atenerse a los documentos que Georges Bensoussan ha presentado, es decir los testimonios de los profesores publicados bajo su dirección y un estudio estadístico sobre los prejuicios antijudíos en los jóvenes, que se parece en el libro Les AntiFeujs (Los antisemitas), publicado por iniciativa de la UEJF (Unión de estudiantes judíos de Francia). Son en efecto los dos únicos documentos en los que se basa para fundamentar su tesis etno-cultural de un antisemitismo de origen principalmente magrebí.

Comprenderá pues algo que me parece esencial, es decir, que no se trata de basarse en otros estudios empíricos para refutar su tesis, lo que nos sumergiría en debates contradictorios sobre las fuentes. Se trata de basarse exclusivamente en los propios documentos que el mismo autor, Georges Bensoussan, nos expone a manera de pruebas. Ahora bien un análisis mínimamente critico de estos documentos, y entiendo por crítico un análisis hecho con un mínimo rigor intelectual, pone de manifiesto que nada, absolutamente nada justifica imputar a los jóvenes origen magrebí un resurgimiento del antisemitismo en los colegios y los institutos de secundaria. En cambio, lo que destaca enseguida con la lectura de estos testimonios, es que un puñado de profesores se reunieron bajo su dirección para explicarnos que el antisemitismo comienza cuando un supervisor de origen magrebí viste una larga camisa blanca que le cubre los pantalones, o cuando lo sorprende rezando en una sala que se utiliza para guardar los mapas de historia y geografía, o que, para terminar, este peligroso energúmeno mantiene, y cito al autor, un «discurso rigorista» frente a los jóvenes magrebíes del colegio, es decir que predica, sigo citando, «la abstinencia en materia de alcohol, droga y sexo».

Ahí está, según el enseñante testimonio, la prueba manifiesta de que se trata, y sigo citando, «de un militante islamista de obediencia wahabí»! Pero, tranquilícese, la valiente docente nos explicará a continuación que se apresuró enviar una carta de denuncia anónima al rectorado. La lucha contra el antisemitismo no permite demasiados remilgos en cuanto a los medios…

Para el análisis detallado de estos testimonios, y también de los datos estadísticos, que Bensoussan manipula salvajemente más que analiza, les remito a mi trabajo. Pero digamos, en resumen, que el resurgimiento del antisemitismo en los colegios y los institutos, según estos profesores, es una cuestión en primer lugar de prendas de vestir; es decir, en cuanto se atisba en un alumno no sólo un signo abierto, sino una simple alusión a lo que podría ser una identificación con el Islam, se está ante un acto antisemita. De ahí, en efecto, que se pueda atribuir antisemitismo a los jóvenes de origen magrebí, puesto que este nuevo antisemitismo se detecta ya en las prendas de vestir o incluso en el aspecto, por lo que entre el acta de un resurgimiento del antisemitismo en Francia y la consigna de extrema derecha: Hay demasiados árabes en Francia, las consecuencias, como comprenderá, son convergentes.

Pero esto no es todo, ya que en la citada obra, hay también testimonios por lo menos ambiguos con respecto a los alumnos judíos. Así una carta abierta de los enseñantes hace la siguiente relación de la categoría de problemas: 1) La persecución de un alumno judío por otros alumnos; 2) el foulard que llevan las muchachas musulmanas; 3) las ausencias injustificadas de alumnos el sábado. Les planteo pues la siguiente pregunta: ¿desde el punto de vista de la lucha contra el antisemitismo, hay que felicitarse de que los profesores juzguen inaceptable que un alumno judío sea perseguido por otros alumnos, o bien es preciso preocuparse por que todo esto -la persecución antisemita de un alumno, una joven que lleva un foulard, o por último un alumno que se ausente los sábados- son hechos de una misma naturaleza, es decir problemas? Concluyo por mi parte que esta obra, Los territorios perdidos de la República, es una siniestra farsa xenófoba.

LC. ¿Cómo explica el éxito del libro de Oriana Fallaci, publicado tras el 11 de septiembre de 2001, La rabia y el orgullo?

I.S. La rabia y el orgullo es un libro puramente xenófobo y también singularmente vulgar. Por eso les diría en primer lugar, simplemente, que una vez que se descarta el intelecto y el análisis, la vulgaridad y la xenofobia son las cosas mejor compartidas del mundo, con lo que el éxito comercial de este libro se explica fácilmente.

Después de todo, es un hecho que la pornografía domina en gran medida el mercado de las producciones vídeo, y añadiré al respecto que la xenofobia es a la política lo que la pornografía al cine. Por ello, el éxito de La rabia y el orgullo era previsible en gran medida, sobre todo después de los atentados del 11 de septiembre, puesto que los autores de estos atentados se convertían en los musulmanes tomados en su conjunto.

Pero me parece que el aspecto fundamental está en otro lugar. Permítame proseguir un momento con mi comparación: que haya gente que compra y consume películas pornográficas, es una cosa; pero que críticos de cine afirmen que hay que dejar de aburrirse con Dreyer, Bresson o Tarkovski, y que es necesario tener el valor y la honradez de decir que a veces no hay nada como una buena película porno, he aquí algo que está pidiendo un análisis. Y sin embargo, es exactamente esto lo que ha sucedido. Da prueba el homenaje rendido por Finkielkraut o Taguieff al libro de Fallaci, es decir a un libro que nos explica que el Islam no es ni una religión, ni una cultura, y menos aún una civilización, sino una pura y simple empresa terrorista que ejerce como tal desde su origen, es decir, desde hace mil cuatrocientos años, y que los musulmanes tienen por ambición explícita la conquista de Roma. Si leemos la trilogía que publicó Fallaci después del 11 de septiembre -puesto que además La rabia y el orgullo, publicó dos otros libros de la misma vena- veremos cómo la civilización cristiana está amenazada por la crueldad musulmana, y esta amenaza puede tomar la forma de un terrorista islamista, pero también de un trabajador inmigrante o de una mujer embarazada que pide asilo en Italia, no porque lleve oculta una bomba en sus vísceras, sino algo peor: un musulmán.

La periodista italiana escribió sus obras mientras estaba afectada por un cáncer que acabó con su vida. Su resentimiento, en el fondo, es un resentimiento contra su enfermedad. Descanse en paz. Pero Finkielkraut y Taguieff, para seguir con ellos, tenían un aspecto rebosante de salud cuando explicaban que habían sido seducidos -cito a Finkielkraut- «por el arrebato del estilo y la fuerza del pensamiento». Y es esto lo que provoca el análisis. El mío es el siguiente: el discurso de extrema derecha no es un discurso político, es un discurso que se podría calificar con precisión de pulsional o de reactivo. Es por otra parte por esta razón por lo que hace a menudo figura de tabú. Después del 11 de septiembre, el tabú contra los musulmanes fue levantado, y estos ideólogos hicieron su trabajo, que consistió en distinguir entre una xenofobia autorizada, consensual, institucional, y una xenofobia prohibida, la de Le Pen.

Las líneas de demarcación evolucionan, y la función de estos ideólogos es precisamente explicar a la gente que lo que ayer se percibía como un prejuicio vulgar e insoportable es hoy legítimo o incluso necesario. Pero no es sólo contingente: quiero decir con ello que no es sólo un efecto del 11 de septiembre, es también el síntoma de algo más esencial, ya que lo que llamamos el mundo libre tuvo, después de la caída del poder soviético, necesidad imperativa de un enemigo cruel o totalitario para convencer de que representa el Bien.

El problema de fondo, es que las sociedades occidentales, materialistas y democráticas, sólo producen por sí mismas ningún otro valor que el valor comercial. Es preciso pues un enemigo exterior que represente el Mal para que exista un Bien distinto de los bienes de consumo, de ahí la última producción hollywoodiense lanzada por el gobierno Bush después del 11 de septiembre: la Cruzada contra el Islam, que es la continuación de la contra el comunismo de la administración Reagan.

Por otra parte, se ha hablado mucho en Francia del velo islámico, y hoy parece que el problema es el burka, pero ¿cuál es el estatuto de la mujer occidental? A juzgar por las producciones publicitarias, la mujer occidental es un cuerpo desnudo que debe competir en belleza con un coche para existir a los ojos de su marido. No estoy seguro que sea mucho más envidiable.

L.C. ¿Y cómo explica que algunos intelectuales franceses hayan visto en el libro de Orianna Fallaci una defensa de Israel?

I.S. Es innegable, en efecto, que a personalidades como Alain Finkielkraut, Robert Misrahi o Pierre André Taguieff, les parece que la defensa de Israel supone vehicular prejuicios contra los árabes o, más en general, contra los musulmanes, y que esto puede explicar en parte su homenaje a lo que llaman el valor de la periodista italiana, entendiendo por este valor, para retomar la fórmula de Finkielkraut, el valor «de no dejar el monopolio de lo real a la extrema derecha».

No obstante, lo que muestro, es no sólo que el argumento de la defensa de Israel puede explicar el apoyo a las tesis de Fallaci sólo en parte, sino también, y sobre todo, que esta explicación no deriva de la lectura de los textos. Quiero decir con ello que es posible mantener que, subjetivamente, Robert Misrahi o Alain Finkielkraut vean en los textos de Fallaci una defensa de Israel, lo que no es tan seguro en el caso de Taguieff; pero en cambio, objetivamente, esta lectura no está fundamentada. Lea los textos de Fallaci y verá que sus invectivas contra los musulmanes son una defensa explícita del Occidente cristiano. Ahora bien, si en algún lugar mantiene que la defensa del Occidente es también la defensa de Israel, y viceversa, la cuestión es claramente más ambigua.

Destacan con su pluma estereotipos que todo lector que disponga de un mínimo de instrucción define inmediatamente como prejuicios antijudíos, hasta tal punto que cuando menciona los hornos crematorios de Dachau o Bergen-Belsen uno se pregunta por qué cita los campos de concentración y no los campos de exterminio, singularmente el más mortífero de los campos de exterminio de judíos: Auschwitz.

Esta pregunta, al parecer, no se la hicieron nuestros especialistas de la lucha contra el antisemitismo, pero yo me la planteé debido a lo que podríamos llamar un haz de indicios convergentes. Así pues, comencé a leer la trilogía integral publicada por Fallaci después del 11 de septiembre de 2001. Y los indicios no cesaron, en efecto, de converger, hasta tal punto que se descubre en La fuerza de la razón, el segundo volumen de su trilogía, un homenaje explícito de la periodista italiana al historiador francés Robert Faurisson, a quien presenta como un intelectual perseguido por haberse tomado, cito textualmente, «la libertad de impugnar la versión oficial de la Historia». Es decir, negar que haya habido campos de exterminio distintos de los campos de concentración -la tesis negacionista de Faurisson- es, según Fallaci, «impugnar la versión oficial de la Historia». Se comprende entonces retrospectivamente por qué, en La rabia y el orgullo, habla de los hornos crematorios del campo de Dachau, certificados por Faurisson, y no de los del campo de Auschwitz, puesto que según este mismo autor, no está probado en ningún caso que haya habido un campo de exterminio llamado Auschwitz.

Tenía pues mucho sentido, a mis ojos, para concluir mi análisis sobre este homenaje de Fallaci a Faurisson, puesto que La reacción filosemita, se lo recuerdo, es la segunda parte de un díptico cuya primera parte, de factura más filosófica, lleva precisamente por título ¿A qué llamamos la reflexión sobre Auschwitz? Y todo eso enlaza perfectamente ya que el negacionismo, si se buscan sus orígenes como lo hizo Vidal-Naquet, tiene precisamente por argumento primero la defensa de Occidente.

De ahí que para los herederos contemporáneos del movimiento de extrema derecha Occidente, hay dos maneras de abordar Auschwitz: o bien se afirma que Auschwitz tuvo lugar, y que es precisamente su memoria lo que impone hoy mantener un discurso xenófobo contra los árabes y negros de identidad musulmana; o bien se mantiene que Auschwitz es un detalle, o un hecho cuya realidad histórica sigue siendo problemática al no estar probada por todos los historiadores.

Fallaci, de un modo más consecuente de lo que se cree, mantiene las dos tesis a la vez. Es la historia un poco del tipo que intenta recuperar su caldera. «Nunca me la prestaste, además estaba perforada, y en cualquier caso ya te la devolví» le responde el prestatario.

Vean pues que, definitivamente, por dondequiera que lo tomemos, el argumento filosemita no se tiene de pie. ¿Y entonces, qué queda? Bueno, queda que a guisa de defensa de los judíos, estos ideólogos nos proponen una defensa de Occidente, es decir, nada menos que la defensa de los blancos.

En la revista Le Point, en su número de 12 de mayo de 2005, Alain Finkielkraut explicaba que le pareció necesario firmar una petición lanzada por iniciativa de una asociación que se autocalifica de judía de izquierdas, el Hachomer Hatzaïr. ¿Y, qué dice esta petición? Dice que es necesario luchar contra el racismo antiblanco. No, no es una broma de Groucho Marx, pueden comprobarlo. Como todo el mundo sabe, la discriminación en la contratación, los controles por el aspecto o la justicia expeditiva golpean de lleno a las poblaciones blancas que viven en Francia. Habría sido necesario seguramente una segunda petición que llamase a la lucha contra la discriminación de que son víctimas las grandes fortunas, pero, bueno, Alain Finkielkraut no puede luchar en todos los frentes.

Pero además de la abyección cómica de tal petición, hay un punto que querría destacar. Vivo en Israel, en un barrio popular de Tel Aviv, y puedo decirles una cosa: en términos de color de piel, los Palestinos son en promedio más blancos que los judíos, aunque solo sea porque hay muchos judíos de color, en particular los judíos etíopes, mientras que a mi conocimiento no hay Palestinos de color. No se lo reprocho, aunque…

Lo que queda claro, es que tal petición, en Israel, sería inevitablemente obra de un cómico judío. Observo que en Francia, esta petición es obra de una pequeña camarilla de intelectuales blancos que tienen por libro de cabecera La rabia y el orgullo; entendámonos: la rabia  contra los musulmanes y el orgullo de ser blanco. Como judío, eso no me tranquiliza.

Para concluir con una nota de poesía, les diré que por filosemita entiendo una antífrasis, y que por reacción filosemita entiendo un oxímoron. Es pues, en cierto modo, una devolución al remitente.

Ivan Segré es doctor en Filosofía. Vive en Israel, donde ejerce como investigador. Además de La reaction philosémite es autor de la reciente (Lignes, 2009), no publicadas en España. Qu’appelle-t-on penser Auschwitz?

S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.

http://www.affaires-strategiques.info/spip.php?article1579