Walter Benjamin inicia la tesis VIII de su trabajo «Sobre el concepto de historia» afirmando que: «La tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en el que vivimos es la regla». ¿Qué significado puede dársele a tan sorprendente afirmación? [1] El estado de excepción es donde se revela la verdadera naturaleza […]
Walter Benjamin inicia la tesis VIII de su trabajo «Sobre el concepto de historia» afirmando que: «La tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en el que vivimos es la regla». ¿Qué significado puede dársele a tan sorprendente afirmación? [1]
El estado de excepción es donde se revela la verdadera naturaleza del poder porque allí se encuentra que su fuente, contrario a los discursos vigentes, es la decisión del soberano de hacer su voluntad ley, siendo capaz de permitir o suspender las garantías y los derechos. Mientras en los períodos «normales» aparece una constitución que protege a los ciudadanos, el estado de excepción revela que esa protección está dada por algo tan arbitrario como la voluntad de quienes detentan el poder. Es decir, la idea de un pacto social se revela engañosa cuando los derechos de todos están supeditados a un decisionismo y pueden ser suspendidos por ello. Ahora bien, ¿qué significa que para los oprimidos el estado de excepción sea la regla? Que, en efecto, se encuentran en una situación permanente de sometimiento desnudo a la ley, sin que exista protección y sin que gocen de derechos humanos. [2]
¿Consecuencias de esta situación? Quisiera subrayar al menos una. Que se debe ver la historia y lo que sucede no como tradicionalmente se ha hecho, sino a través de una nueva mirada. En la tesis IX del mismo trabajo, Benjamin aclara cuál es esta mirada. Hablando del ángel de la historia dice que «Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se presenta como una cadena de acontecimientos, él lo ve como una catástrofe única que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies». Nosotros vemos la realidad como «una cadena de acontecimientos». La vemos desde la idea del progreso y de que las cosas van mejorando. El ángel, no obstante, lo ve desde la mirada de las víctimas (los perseguidos, los vencidos, los empobrecidos). Ve una «catástrofe única» que genera «ruinas sobre ruinas». Esta es la mirada de las víctimas, para quienes el progreso es tan solo un nombre. Ellos sufren el día a día sin protección, sin derechos humanos y sometidos a la ley (en el capitalismo, la ley del valor).
Y es que, a poco de pensarlo, ¿qué le sucede a las personas que se encuentran en estado de excepción? Cualquier cosa. Pueden sufrir injusticia y barbarie a través del sometimiento al poder y a las condiciones de opresión que se generan.
Demos un paso más y generalicemos. La injusticia y barbarie es la condición normal de los oprimidos, sea esta la barbarie política o la barbarie económica (la pobreza y el empobrecimiento). Entonces es posible comprender por qué para los oprimidos el estado de excepción es la regla. Porque en efecto, la situación de injusticia y barbarie es la regla en la cual viven, no la excepción. El sufrimiento es de todos los días.
Esta perspectiva puede ayudar a pensar, siempre otro poco, el golpe de Honduras y la cotidianidad de la miseria.
En Honduras es claro que, desde el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, el poder político está haciendo lo que quiere. ¿Quién va a ser juzgado por los muertos? ¿Quién va a ser juzgado por las violaciones a derechos humanos y las múltiples vejaciones? Aún cuando se retorne al orden constitucional previo, lo más probable es que esto se hará llegando a un acuerdo: el acuerdo es que no hay cárcel para los que mataron y violaron los derechos humanos de los hondureños. Es mejor borrón y cuenta nueva. Y el poder entonces, resultará amnésico y mirará hacia otro lado. Se discutirá sobre la legalidad del golpe y de la actuación de las figuras políticas. Pero resultará muy difícil que se rescaten las injusticias hechas a las y los hondureños de a pie y se dé respuesta al sufrimiento injusto producido
En otras palabras, en este momento (y en su previsible resultado), se perfila nítidamente el carácter despótico del poder. Hay un golpe de estado y hay una continua violación de derechos hacia los ciudadanos hondureños que han cuestionado dicho golpe. Las garantías individuales se pierden y la ley se puede aplicar sin defensas. Sin embargo, dentro de la racionalidad política resulta lo que conviene. Sería demasiado ingenuo esperar otra cosa.
Sin embargo, hay que señalar que resulta novedoso el cuestionamiento del orden político vigente que se está haciendo desde el pueblo en resistencia. Cada marcha tiene como resultado señalar la ilegitimidad del orden político. Resulta una denuncia directa hacia el estado de cosas que se muestra intolerable y debe sufrir un cambio radical. Por ello es que se empieza a hablar de un nuevo orden y de una nueva asamblea constituyente. Para que se cambien las cosas.
La miseria cotidiana
De forma menos visible y sin embargo, más extendido y con consecuencias más profundas, la excepcionalidad se produce en el día a día de la miseria. Recientemente dos psicólogas me contaban sobre su experiencia con personas empobrecidas. Una que fue a realizar unas visitas (voluntarias) a una comunidad a unos 30 kilómetros de la capital de Guatemala, platicó con una mujer (muy simpática según comentó) que en 14 años ha tenido 12 hijos. El más pequeño tiene siete meses. La de dos años nació con microcefalia y no puede hablar ni caminar y la que lo cuida es una hermanita de seis años, que le da incaparina [3] porque la leche de la madre es para el más pequeño. La mamá comenta que el centro donde podrían atender a su hija microcefálica queda lejos y no puede llevarla por la falta de dinero. Todos sus hijos parecen menores debido a la mala alimentación. De hecho, en la comunidad referida todos los niños padecen desnutrición y su talla es menor. Un niño de once años parece que tuviera siete. No hay necesidad de ir hasta la última aldea perdida de los lugares más pobres de Guatemala (o de otro país latinoamericano) para ser testigo del hambre. Pero ir a esta comunidad es, todavía, ir muy lejos.
La segunda psicóloga me comentaba su visión de un área marginal urbana. Y es que dentro de la misma ciudad capital (donde circulan casi un millón de vehículos con una proporción importante de vehículos de lujo) se encuentran personas viviendo en las condiciones verdaderamente miserables. La mendicidad es evidente aún haciendo esfuerzos por hacerse el desentendido. Pero no son solo casos individuales. Son sectores enteros los que viven en esas condiciones. En uno de los barrancos que se encuentran en pleno corazón de la capital, se observan varias casas a la orilla del río de aguas negras que llevan los desechos de nosotros, «los de arriba». El olor es penetrante y se mantiene todo el día. Allí se encuentran viviendo cientos de personas. Una de ellas, madre de varios niños, sufre de algún tipo de trastorno mental, quizás algún tipo de esquizofrenia. Quienes la conocen de hace tiempo dicen que siempre ha sido así, pero que la fue pasando, hasta que intentó matar a un hijo que actualmente tiene 17 años. Otro hijo de 11 es el que la protege y está pendiente de que no salga corriendo y se pierda o se pueda hacer daño (a una madre que debería recibir atención médica y asistencia social, económica y legal). En el mismo sector a diario los niños conviven con la contaminación y con la violencia de padres que sin ser alucinados, no conocen otra forma de relación con sus hijos.
Por estas cuestiones es que se puede ver la cotidianidad, eso que resulta el espacio de nuestra normalidad, como una continua excepcionalidad para los oprimidos. El mundo bien ordenado que vemos algunos con fortuna, resulta ser para los oprimidos el continuo estado de excepción, en la que se encuentran sujetos a la barbarie política y a la barbarie económica. Parafraseando a Adorno, esto obliga a reorientar nuestro pensamiento [4] y acción a que esta barbarie no se repita.
[1] En esta breve introducción se intenta seguir el razonamiento de Reyes Mate en su libro Medianoche en la historia, editorial Trotta (2006).
[2] ¿Cómo es posible que digamos que todos somos iguales y que todos gozamos de derechos humanos cuando existe una profunda desigualdad y no todos gozan de derechos humanos? Solo se puede decir haciendo abstracción de los seres humanos concretos, despreciando a los seres humanos reales, como dice Reyes Mate.
[3] Un producto nutricional económico que se prepara como bebida.
[4] Y esto es literal: se debe dar respuesta a esta barbarie desde la filosofía y desde las ciencias que usualmente se hacen las desentendidas de estos asuntos tan pedestres y sin embargo, centrales, si es que queremos que no sean ejercicios estériles, ideales (por inefectivos).
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.