Compré en el quiosco hace 3 semanas una edición de la Introducción a la filosofía de Hegel que me está pareciendo excelente por muy diversas razones: su claridad, su gran interés etc. Es la reproducción en papel barato, perecedero, de la obra editada antaño por Editorial Aguilar. No consta en el libro que tengo quién […]
Compré en el quiosco hace 3 semanas una edición de la Introducción a la filosofía de Hegel que me está pareciendo excelente por muy diversas razones: su claridad, su gran interés etc. Es la reproducción en papel barato, perecedero, de la obra editada antaño por Editorial Aguilar. No consta en el libro que tengo quién es el traductor, aunque, cosa rara, en cambio sí hace constar el nombre de quienes han «revisado el texto». La traducción es magnífica, pero en grado de excelencia; sé de lo que hablo, tras llevar un año leyendo a Hegel. Es una traducción de alguien que sabe, y que conoce a Hegel en todos sus recovecos más complejos. Un traductor especialista en el filósofo Como el papel es muy malo y lo estoy subrayando, consulté en Iberlibro si había la posibilidad de adquirir otro ejemplar en mejor papel, etc. Allí están a la venta ejemplares de la edición original de Aguilar, la misma cuya traducción leo yo y que es la que, desde que se liquidó esa editorial ha sido publicada una y otra vez por distintos sellos editoriales. En la presentación que Iberlibro hace de la edición de Aguilar, sí consta, por fin, el nombre del traductor. El gran secreto, lo que se pretende ocultar es que la gran traducción es nada menos que de uno de los nuestros: es de ¡Eloy Terrón!
La primera consideración, la inmediata, es que nos están matando por la vía de hacernos desaparecer, de borrarnos de la foto, tal como, según «ellos» solo hace el stalinismo. Y a Eloy Terrón, ya fallecido, los matan dos veces, lo matan como intelectual y como obra. En fin.
Pero a continuación, surge implacable otra consideración a caballo entre el recuerdo de la peripecia personal y de la historia colectiva nuestra de comunistas .Los comunistas españoles hemos tenido una historia tremenda, hemos vivido un periodo demoledor doble, interior y exterior, pero creo que la peor cosa que nos ha pasado, la peor cosa que nos han hecho, es que no hemos podido heredar el patrimonio que nos correspondía, que existía, y que nos tocaba en herencia y que nadie podía negárnoslo, precisamente porque optamos por ser comunistas. Y se nos negó porque un grupo de desalmados que vivían de la política y no apreciaban nada, ni sabían ni querían saber nada, lo aniquilaron todo. Destruyeron los medios para que los nuestros que sabían hubiesen sido maestros de los jóvenes. Que yo y que otros muchos no hayamos sabido, no hayamos podido, no nos lo permitieran, ni apreciar ni saber hacernos con el trabajo de personas como Terrón, como Manolo Ballestero, -otros, la de Sacristán- es terrible y es infame. Debería haberme alegrado al ver que Terrón, amigo de Laurentino, tradujo a Hegel -y que lo hizo porque «sabía» por qué hacerlo- pero, sin embargo me ha dado un mazazo en la cabeza, y me deja un sabor amargo: toda la vida para alcanzar a saber lo que debimos haber sabido desde el principio, porque hubiera sido posible saberlo. Porque, aunque pocos, -tampoco los comunistas éramos tantos- había maestros; maestros grandes, sabios, cuya satisfacción personal hubiese rayado en desempeñar ese magisterio gratuito para el que se habían preparado sin pedir nada a cambio.