Gracias a la película de Amenábar todos opinan sobre Hipatia, y sólo por eso, creo que ya ha supuesto un gran éxito. Sin embargo, menudean dos matices para alborozo de ciertos sectores. Uno, que los cristianos de hoy nada tienen que ver con los de entonces y que los fundamentalistas que deben sentirse aludidos por […]
Gracias a la película de Amenábar todos opinan sobre Hipatia, y sólo por eso, creo que ya ha supuesto un gran éxito. Sin embargo, menudean dos matices para alborozo de ciertos sectores. Uno, que los cristianos de hoy nada tienen que ver con los de entonces y que los fundamentalistas que deben sentirse aludidos por la película son los islamistas. Dos, que si no hubiera sido por su cruel muerte, la obra de Hipatia apenas ocuparía unas líneas en la historia de la ciencia. El primer punto que cada uno lo asuma como quiera, pero el segundo es tan injusto que hay que salirle al paso con decisión.
Decir que Hipatia y su padre fueron simples epígonos de los grandes maestros de la antigüedad equivale a decir que cualquier científico de hoy, por muy notable o discreta que sea su obra, no es más que un comentarista de Galileo, Newton y Darwin. En cierto modo es correcto, pero no es que sea afirmación de trazo grueso, sino escrita con una escoba. Pero puesto que los manuscritos de Hipatia no se conservan y hemos de acudir a los testimonios de Sinesio, Damascio, Suidas, Sócrates Escolástico y otros, pocos de ellos coetáneos suyos, dejemos la filosofía y la matemática y centrémonos en lo más objetivo: los instrumentos astronómicos y físicos de los que nadie cuestiona su autoría y cuya descripción no exige el rigor de fórmulas y formulaciones del propio autor. Los testimonios permiten sostener que el astrolabio de Hipatia era superior a los de Hiparco y Ptolomeo, porque situaba las estrellas, el sol y la luna en la esfera celeste y daba la hora a partir de sus posiciones con mayor precisión que aquellos. La limitación del astrolabio de Hipatia era que no servía para navegar porque sólo era válido desde Alejandría. La inserción en el instrumento de una placa única que sirviera para todas las latitudes tuvo que esperar siete siglos: lo hizo Azarquiel en Al-Andalus. En ese lapso no se tiene constancia de mejora alguna en el astrolabio de Hipatia.
Desde el gran Arquímedes, el concepto de densidad no se había desarrollado hasta que Hipatia ideó su densímetro y pudo hacer medidas de infinidad de líquidos. La humedad del aire simplemente no se sabía medir hasta que la alejandrina construyó sus higrómetros. La destilación parece claro que fue un invento de ella (salvo la posible autoría de María la Judía en el siglo I) y sus termómetros fueron muy exactos. ¿Y cuántos instrumentos más le debemos a Hipatia? Apenas se sabe y habría que investigarlo, porque orillarla en la historia como una sencilla mártir pagana es la mayor injusticia que se le puede hacer.
Fuente: http://blogs.publico.es/ciencias/72/una-tal-hipatia/
Manuel Lozano Leyva es catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla.